miércoles, 10 de mayo de 2017

CAPITULO 20 (SEGUNDA HISTORIA)




Pedro volvió a bajar las escaleras, y se detuvo en el piso de Simon, en lugar de bajar otro tramo más, a su propio feudo. 


Ahora que había tomado la decisión y obtenido el apoyo de sus hermanos, no quería esperar hasta esa noche para conseguir que Paula comenzara a pensar en su idea. Se abrió paso entre el caos que existía siempre que un grupo de abogados se encontraba trabajando en un caso. Había momentos, cuando los niveles de estrés eran elevados o se acercaba un vencimiento, en que los abogados e investigadores se gritaban unos a otros, o corrían de uno a otro con documentos, o hasta un lugar desde donde estos eran recogidos para ser llevados a toda velocidad al despacho del juez. Lo oyó todo, pero ignoró el ruido, y caminó esquivando a las personas que corrían por los pasillos. Sólo se detuvo cuando llegó a la puerta de Paula.


La encontró contemplando a través del ventanal, tal como el había estado una hora antes.


— ¿Tienes un minuto? —le preguntó, dando un paso para entrar en la oficina, tras lo cual cerró la puerta y se apoyó contra ella para poder observarla con mayor detenimiento. 


Advirtió la mirada sorprendida en los preciosos ojos castaños y deseó saber lo que estaría pensando. Cuando estaba feliz o excitada, era fácil darse cuenta, pero en cualquier otro momento, era hábil en ocultar sus emociones. Tal vez, si ella le daba la oportunidad, aprendería a conocer el significado de sus gestos y movimientos en cincuenta o sesenta años.


Paula giró rápidamente, y le dio placer ver a Pedro, su imponente presencia y los poderosos hombros que había llegado a conocer tan bien en las últimas semanas. No podía creer que hubiera pensado de verdad que podía ignorar a este hombre. Era demasiado espléndido y apuesto para que su plan hubiera resultado realista. ¿Qué esperanzas de lograrlo habría tenido? Cuando al tipo se le metía algo en la cabeza, no paraba hasta conseguirlo. Y le había dicho lo que quería de ella aquel primer fin de semana cuando se había despertado en su cama.


Sonrió, pensando en lo aterrada que se había levantado esa mañana, preocupada por estar en los brazos de él y por lo que podría implicar para el futuro. Pero ahora lo sabía, pensó Paula.


Con un suspiro, aceptó la verdad sobre lo que sentía por ese hombre. No, jamás había dejado de estar enamorada de él. Sólo había aprendido a reprimir el dolor por no estar con él. 


Y seis años atrás, se había convencido de que no seguirlo había sido lo correcto.


Oh, ¡qué equivocada había estado! Enamorarse de Pedro Alfonso había sido el comienzo del fin de su independencia. 


Tal vez siguiera persiguiendo un sueño, pero Paula sabía que el sueño no estaría completo sin que Pedro Alfonso estuviera en él, tomándose de la mano con ella, riéndose y discutiendo con ella, y siendo en todo el hombre de sus sueños.


Lo amaba tanto que le resultaba casi abrumador.


—Ésta es la propuesta —dijo y se apartó de la puerta para avanzar hacia la oficina, haciendo que todo pareciera más pequeño por algún motivo. Era sólo una fracción del tamaño de la oficina de él, pero a ella no le importaba. Era suficiente para estar cerca de él. —Me llamó un tipo que se llama Brian que conozco de la universidad. Me contó de un trabajo en París que cree que sería ideal para ti — explicó, y el estómago le dio un vuelco al verle la sonrisa en su hermoso rostro—. Creo que deberías aceptar el puesto. —No le prestó atención a su cara de sorpresa.


—Pero éste es el plan. —Esperó un instante, preguntándose cuál sería su reacción al escuchar el "plan". ¿Se reiría y le diría que no podía venir con ella? ¿O aceptaría amablemente su presencia? Luego sacudió la cabeza al recordar el momento en que se despertó esa mañana con sus brazos alrededor del cuello. Se metió de lleno en el asunto y dijo: —Yo iré contigo. Ya hablé con mis hermanos y están todos de acuerdo con que sería una buena idea abrir una filial del grupo Alfonso en Europa. París
podría ser el primer punto, y yo estaré a cargo. —Se cruzó los brazos delante del pecho y descendió la mirada hacia ella. —Ya se nos ocurrieron algunos clientes potenciales. Y Simon dice que Mia puede ir de visita para hacer compras apenas estemos instalados.


Paula comenzó a sacudir la cabeza.


—Odiarás París —dijo con suavidad. Se puso de pie y caminó alrededor del escritor para pararse delante de él y, fundamentalmente, más cerca de él. Se detuvo cuando estuvo cara a cara, o mejor, cara a pecho, dado que era tanto más alto que ella. Con un suspiro de felicidad, ella se puso en puntas de pie y lo besó con ligereza. —A tus hermanos les sentara fatal que no estés aquí en Chicago.


La mirada de Pedro se oscureció.


—Paula, no estás entendiendo. Te amo —dijo con absoluta convicción—. Y tú me amas a mí. No vamos a pasar por lo mismo que hace unos años. —Le puso las manos sobre los hombros, sacudiéndola ligeramente para hacérselo entender.


—Estoy de acuerdo —dijo, y su sonrisa se hizo aún más amplia.


El alivio que sintió al escuchar sus palabras aflojó la presión que le atenazaba el pecho.


—Entonces llama a este abogado —dijo y sacó un trozo de papel del bolsillo de la camisa—, y pregúntale sobre el puesto en París. Es una oportunidad única.


Paula echó un vistazo al papel, y luego lo arrojó encima de su escritorio como si no le interesara en lo más mínimo.


Pedro miró el papel que había caído al suelo flotando en círculos, y luego de nuevo a Paula.


—¿Lo llamarás después? —preguntó, tratando de entender. 


No tenía sentido lo que hacía. ¿Por qué no corría del otro lado del escritorio para marcar a toda velocidad el número que acababa de darle? Paula no solía dejar ningún trámite para después. Tomaba el toro por los cuernos en todas las situaciones, manejando los problemas con habilidad y acierto.


Ella soltó una carcajada al ver su cara de confusión.


—No.


Él no entendía lo que estaba sucediendo:
—Paula, ¿por qué estás actuando tan misteriosamente?


Ella se rio con suavidad, y volvió a tomarle la cabeza para besarlo una vez más.


—Ya rechacé la oferta de trabajo.


Aquello lo tomó de sorpresa.


— ¿Ya hablaste con él?


—Hace como una hora.


Pedro maldijo a Brian por lo bajo.


—Qué tipo mentiroso, falso... —Sacudió la cabeza y la atrajo aún más cerca. — Acepta ese puesto. Es una gran oportunidad.


Ella le tomó la corbata y tiró de ella, acercándole la cabeza hacia abajo. Volvió a estirarse una vez más y lo besó con suavidad, pero esta vez con más emoción.


—No aceptaré el puesto —susurró contra sus labios—. Y no nos mudaremos de Chicago.


Pedro hubiera seguido discutiendo, pero no podía hablar mientras la besaba.


—Te amo —le dijo varios minutos después.


Su sonrisa se agrandó y lo miró con todo el amor que sentía por ese hombre en la mirada.


— ¡Yo también te amo! —se rio, encantada de que todo hubiera salido tan bien.


Tal vez no tenía la vida que había soñado, pero, por suerte, ¡estaba resultando aún mejor!


De pronto, él se puso serio y la sonrisa de Paula desapareció.


— ¿Qué sucede? —preguntó, sin darse cuenta de que le estaba apretando los brazos con más fuerza.


Él suspiró y le recorrió la espalda con la mano como si necesitara asegurarse de que seguía allí con él.


—-No quiero que esto sea una cosa temporal.


—Yo tampoco —replicó ella, aunque no entendía por qué pensaría algo así.


—Me quiero casar contigo, Paula. Quiero estar seguro de que vas a estar aquí a mi lado todos los días. No me quiero preocupar de que te vayan a ofrecer otro puesto en algún otro lado y te pueda perder.


¿Era eso lo único que lo preocupaba? Se acercó a él, acurrucándose contra su pecho macizo y musculoso, gozando de su fuerza.


—Con suerte, tendré un puesto aquí con el grupo Alfonso por lo menos por algunos años. Hasta que decidamos...


— ¿Decidamos qué? —exigió Pedro, apremiándola, al tiempo que se apartaba un poco, pero sin dejar que se alejara de él—. Lo digo en serio. Lo quiero todo. Te quiero para siempre.


Ella se rio y lo besó en el medio del pecho.


—Hasta que decidamos tener hijos —explicó con timidez. Y luego se le ocurrió otra cosa más. —Quieres tener hijos, ¿no es cierto? —-preguntó, con cierta alarma.


Pedro soltó el aire con un fuerte resuello, aliviado de que no estuviera pensando en dejarlo en un par de años.


—Por supuesto que quiero tener hijos. ¡Contigo! Muchos. Y en este momento, quiero practicar mucho más cómo tenerlos —le dijo, levantándola sobre el escritorio y empujándola hacia atrás de modo que tuvo que aferrarse a sus hombros para no caerse—-. También te quiero tener completamente a mi merced —dijo, mordisqueándole el cuello y disfrutando de su risa.


Se oyó un golpe en la puerta, y antes de que Pedro pudiera darle permiso a la persona para que entrara, ya estaba entrando en la oficina.


Pedro se volvió para reprender con brusquedad a quienquiera que hubiera sido tan irrespetuoso, pero se detuvo cuando vio a su hermano Simon, con el entrecejo fruncido, parado en la puerta.


— ¿Qué quieres? —preguntó Pedro, sin soltar a Paula, incluso mientras ella intentaba sentarse. Sentía mucha vergüenza de que su jefe la viera en ese tipo de posición comprometida.


—¿Entonces lo harán? —-preguntó Simon, observando a su mejor abogada en brazos de su hermano—. ¿Te irás a París?


Paula intentó ponerse de pie y lucir profesional frente a su jefe, pero Pedro lo estaba haciendo muy difícil.


—Este..., no... vamos a... —No podía sacarle las manos de la cintura para bajarse el saco del traje, por más que intentara una y otra vez apartarle las manos.


—Sí, aceptará el puesto.


—No, nos quedaremos aquí.


Pedro se volvió para mirarla, furioso.


—Aceptarás el puesto. Yo abriré una filial del estudio en París. Podemos estar ahí el mes que viene, y comenzaré a ponerlo todo en marcha.


Ella lo miró con una sonrisa, sacudiendo la cabeza al hacerlo.


—Nos quedaremos acá, y yo voy a ser la abogada más brillante de tu hermano — replicó.


—Estoy totalmente a favor de esa decisión —expresó Simon con firmeza, cruzándose los brazos delante del pecho fornido.


Pedro suspiró.


—Aceptarás el puesto. Es una oportunidad única, y con el tiempo te arrepentirás si no lo haces. De otro modo, comenzarás a odiarme por no promover que fueras a París. Podrás regresar en dos o tres años, y podemos solucionar los detalles después.


Ella levantó la mirada sonriéndole, segura de que tenía el as de espadas.


—En realidad, me hacía ilusión estar embarazada en dos o tres años. Tal vez, incluso, de nuestro segundo hijo.


La imagen de Paula embarazada le produjo un nudo en la garganta, y tuvo que tragar varias veces para poder siquiera hablar. Incluso cuando lo hizo, no fue muy coherente:


Mientras Pedro intentaba pensar en una respuesta, ella se volvió a su jefe:
— ¿Necesitas algo? —preguntó.


Simon estaba sonriendo como un idiota, pero al escuchar su pregunta recordó el motivo por el cual había venido allí.


—Sí. —Se enderezó nuevamente y le entregó un pequeño trozo de papel. —Toma —le dijo—. Me voy a casar con Mia el fin de semana que viene. Dice que ya tienes el vestido para ser una de sus damas de compañía.


Pedro finalmente encontró la voz. Tiró de Paula hacia atrás de modo que le pasó el brazo alrededor de la cintura de modo protector.


—Creí que te casabas en tres meses. ¿Qué pasó con ese plan?


Simon sacudió la cabeza como si aún no pudiera creer lo que se había enterado.


—Me di cuenta de que Mia estaba postergando el casamiento para conseguir mejores precios en el tema de la comida, la tarta , y otros rubros. Así que llamé a todas las personas a las que les había pedido presupuesto y les dije que hicieran todo en una semana y no en tres meses, y duplicaría el monto en el que ya habían quedado.


Paula lanzó un grito ahogado, y su mano voló a la boca en estado de shock:
—¿Está al tanto Mia de esto? —preguntó.


Simon se rio.


—Lo sabe. Discutimos acerca de ello por teléfono, pero gané yo. —Le guiñó el ojo a Paula. —Principalmente porque ella también se quiere casar de todos modos, así que sólo tenía ciertos reparos por el costo de la fiesta.


Pedro se rio al pensar en la frugalidad de su futura cuñada. 


Le gustaba aún más que pasara a formar parte de la familia. 


—Por lo menos no se está casando contigo por la plata. 


Simon le sonrió a su vez.


—No, sólo por mi cuerpo —dijo antes de darse vuelta y marcharse. Estaba a punto de cerrar la puerta otra vez, pero se detuvo y dijo: —Ah, y ya que estamos, deja de manosear a los miembros de mi equipo durante las horas de trabajo.


—Sal de aquí —le ordenó Pedro, mirando a su alrededor para arrojarle algo a su hermano, que simplemente cerró la puerta mientras se alejaba con una estruendosa carcajada.


—Tiene razón —dijo Paula, tratando de que la soltara. Pero Pedro no lo permitiría.


Había esperado seis años para que esta mujer fuera suya, y no le iba a hacer caso a nadie que le dijera que no la tocara cuando lo quisiera.


—Nos ocuparemos de cambiar rápidamente la percepción que tienen todos —dijo, y le tomó la mano para sacarla por la puerta.


— ¿Adonde vamos? —preguntó. Casi tenía que correr para seguirle los pasos.


—Ya verás —dijo y se detuvo frente al ascensor. Ella le sacó la mano de la suya por la cantidad de personas que también estaban esperando el ascensor.



1 comentario:

  1. Ayyyyyyyy, me encantaron los 5 caps. Están re enamorados los 2 jajajajajajajajaja.

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