domingo, 21 de mayo de 2017

CAPITULO 9 (CUARTA HISTORIA)



Paula miró indignada la espalda de Pedro. Estaba tan furiosa que se quedó muda. Se había peleado antes con él, pero esto ya era el colmo. ¡No podía creer que fuera tan testarudo! Cada uno de estos currículums era una candidata ideal para ser su asistente. ¿Cómo podía haberlos rechazado a todos? ¡Era increíble!


Ahora sabía que, simplemente, estaba siendo poco razonable, y eso la enfurecía aún más que si sólo hubiera estado en desacuerdo. Si fuera así, se estaría equivocando. 


Y varias veces, pero esto era diferente.


¡Oh! ¡La volvía loca!


¿Cómo podía justificar semejante arbitrariedad?


Paula regresó a su oficina, y prácticamente arrojó la pila de currículums sobre su escritorio. No le importó que varios informes más hubieran caído de! otro lado de la mesa por la fuerza con que los lanzó.


Mary apareció detrás de ella. Tenía los ojos abiertos de par en par, y se mostró cautelosa.


— ¿No fue buena la reunión? —preguntó con recelo.


—¡Pésima! —exclamó.


Mary trató de reprimir una sonrisa, pero se alegró de que su jefa le estuviera dando la espalda pues no lo logró.


—Te reuniste con Pedro, ¿no es cierto? —insinuó. Al instante, dio un paso involuntario hacia atrás cuando Paula se dio vuelta echando chispas por los ojos. —Lo siento, no debí preguntar.


Paula cerró los ojos e hizo varias aspiraciones profundas.


—No, soy yo la que te pido perdón, Mary. Últimamente, me estoy comportando de modo horrible, y tú no tienes la culpa de nada. Lo peor es que me estoy desquitando contigo, y eso no es justo. —Paula trató de calmarse, pero no podía olvidar la imagen de Pedro en esa sala de conferencias exigiendo más currículums. Ni siquiera se dignó a hablar con algunas de las candidatas, ¡y eran lo mejor que había en el mercado!


—Entonces, ¿qué vas a hacer?


Paula no tenía ni idea. Ya había recurrido a todas sus fuentes en tres oportunidades. ¡No quedaban mis candidatos!


—No tengo ni la más mínima idea —dijo y se inclinó hacia atrás en la silla—. El tipo es realmente imposible.


Mary se tapó la boca con la mano.


—Creo que ya dijiste eso.


Paula se rio, pero en seguida miró furiosa a su asistente.


—Si me vas a señalar lo que es obvio, te asignaré a ti como su nueva asistente.


Los ojos de Mary se agrandaron y dio un paso atrás, al tiempo que extendía las palmas hacia fuera como si la estuvieran amenazando a punta de pistola.


—¡Por favor, no! —rogó—. ¡Cualquier cosa, menos eso! 


Pedro Alfonso es un bombón, pero también es agresivo e irascible. Prefiero no tener que trabajar con él a diario.


Paula sabía exactamente a qué se refería. Y además resultaba extraño, porque Pedro jamás había sido tan intransigente. Lo recordó ayer a la hora de almuerzo, y no podía creer que se tratara del mismo hombre. Sencillamente no comprendía lo que había sucedido con todas sus asistentes. ¿Por qué se habían marchado tan rápido y por qué era tan difícil encontrar a alguien que se hiciera cargo? 


Ni siquiera podía ascender a nadie a ese puesto, porque nadie lo quería.


Aunque tampoco Pedro aceptaría a alguien que ya estuviera empleado, pensó.


—Si se te ocurre algo, me lo dices.


Mary apretó los labios un largo rato hasta que finalmente respiró hondo y sugirió:
—Creo que es hora de que salgas a hacer shopping. Hace mucho que no te compras un par de zapatos nuevos. ¿Por qué no vas y te das un gusto?


Paula bajó la vista a sus pies y examinó sus zapatos negros. 


Seguían siendo un buen par de zapatos, pero no vendría mal reemplazarlos. Los bordes estaban un poco estropeados y el tacón comenzaba a gastarse.


Además, comprarse zapatos realmente la hacia sentir mucho mejor. Era algo completamente superficial, pero se sentía fantástica cuando llevaba un buen par de zapatos. Un par que combinara con su ropa, pero, incluso mejor, que le completara el equipo y la hiciera lucir impecable.


Paula sonrió y se puso de pie.


—Me parece una muy buena idea —dijo—. Y tienes razón. Comprar zapatos realmente me pone de buen humor.


—¡Así me gusta! —dijo Mary, aplaudiendo, aliviada por que su jefa saliera a tomar un poco de aire. La atmósfera en la oficina estaba tan densa por la guerra desatada entre ambos que se podía cortar con cuchillo. —¡Ve y diviértete! Y no vueltas hasta que te sientas mejor. Yo me ocuparé de todo.


Paula tomó la cartera, pero dejó el abrigo. Era un hermoso día soleado, y hacía suficiente calor como para prescindir de él. Le encantaban estas espectaculares tardes de otoño. El sol brillaba en un cielo azul nítido, y había tan poca humedad que no se le erizaba el pelo. En otras palabras, ¡se trataba de un día perfecto para ir de shopping!.


—Te veré más tarde —dijo, asegurándose de que el teléfono estuviera prendido en caso de que surgiera una emergencia y tuviera que regresar.


Paula salió de la oficina, sintiéndose mejor de lo que se había sentido en mucho tiempo. No sabía por qué pero salir a comprar un buen par de zapatos, o incluso anticipar que encontraría el par de zapatos Perfecto, la relajaba y liberaba.


Pedro observó con la mandíbula tensa mientras Paula salía de la oficina. Se la veía caminar animada, con una sonrisa en el rostro. como acababan de estar gritándose, eso sólo podía significar una cosa: estaba saliendo con otro tipo.


Quería lanzarle un puñetazo a lo que fuera, y de hecho tuvo que contenerse cuando su hermano Simon se acercó.


—Oye, necesito que me ayudes.


Pedro se volvió para mirar a Simon. Éste echó un vistazo a su hermano mayor y se detuvo en seco. Luego, retrocedió levantando ambas manos delante de sí.


— ¿Qué hice? —preguntó, tratando de entender el mal humor de su hermano.


Pedro respiró hondo y sacudió la cabeza.


—Nada. Lo siento. ¿Qué necesitas? —preguntó.


—Te quería preguntar por esta clienta... —y los dos entraron en la oficina de Pedro para discutir un asunto legal. Cuando terminaron, Simon se puso de pie y le dio una fuerte palmada a su hermano en la espalda. — ¿Era Paula la que salió hace un rato? Parecía feliz...


El estado de ánimo de Pedro volvió a opacarse.


—¿Y? —preguntó bruscamente.


—Es sólo que últimamente se la ve un poco alterada. ¿Tienes idea de lo que le está pasando?


Pedro sintió que se le retorcía el estómago. Si los otros estaban advirtiendo el nerviosismo de Paula, era porque la estaba volviendo loca. Se frotó la frente, deseando poder hacer algo para distender la tensión entre ambos. Evitar abalanzarse sobre ella era una lucha diaria. Y la única manera de conseguir que le siguiera dirigiendo la palabra era rechazando todos sus candidatos. De todos modos, se estaba pasando de la raya. Tenía que ceder de una vez.


Levantó la pila de currículums una vez más y releyó la lista de los candidatos.


—Está tratando de encontrarme una asistente nueva —le dijo.


Simon asintió, pero no terminaba de entender.


— ¿Y por eso la hostigas?


Pedro sacó tres currículums de la pila de veinte que él y Paula habían estado revisando los últimos dos días.


—Sí, la verdad es que he estado bastante insufrible. —Y luego recordó el rostro resplandeciente de Paula al salir de la oficina hacía apenas instantes, y volvió a sentir una puñalada en el estómago.


— ¿Así que se fue de nuevo a hacer shopping para comprarse un par de zapatos?


Pedro levantó bruscamente la mirada hacia su hermano menor, confundido.


— ¿Comprar un par de zapatos? —repitió.


Simon se encogió de hombros.


—Claro. Cada vez que está molesta por algo o que la sacas de quicio, sale a comprarse zapatos. Para cuando regresa a su oficina, ya se siente mejor y está sonriendo. —Simon le pegó un puñetazo a Pedro en el brazo, al tiempo que salía
rápidamente por la puerta. —AI menos, hasta tener que volver a lidiar contigo.


Pedro se quedó parado en el medio de la oficina. Era tal el alivio que sentía que un extraño vértigo se apoderó de él. Simon tenía razón. La sonrisa y el entusiasmo se debían seguramente al hecho de salir a ventilarse y hacer shopping. ¡No tenían nada que ver con la posibilidad de estar saliendo con un hombre!


Arrojó la cabeza hacia atrás y se rio. De pronto, se sentía fantástico.


Pero cuando le pasó el alivio inicial, y aunque seguía con una amplia sonrisa en el rostro, supo que debía hacer algo para recomponer la relación. Esa mañana se había comportado como un verdadero imbécil con ella. Y seguramente sin motivo alguno.


Agarró el saco del traje y salió rápidamente de la oficina.


—Vuelvo en un rato, Tilly —le dijo a la mujer, que ahora se sobresaltaba cada vez que le hablaba. Con ella también tenía que hacer las paces. En realidad no era tan terrible como la trataba. O tal vez estuviera nerviosa porque siempre lo veía discutiendo con Paula, que, al fin y al cabo, era su jefa mientras trabajara en el estudio.


Una vez que salió a la calle, caminó con paso rápido, escudriñando a las personas que andaban por la vereda, y mirando dentro de los diferentes negocios, buscando a Paula. La vio justo cuando estaba a punto de entrar en el enorme shopping ubicado en la siguiente cuadra. Comenzó a caminar más rápido y la alcanzó cuando entraba en el sector de calzado.


Observó entre divertido e interesado mientras pasaba caminando al lado de varios zapatos, levantándolos, examinando uno, doblando otro, metiendo el dedo adentro para hacer algo. Un vendedor se le acercó y ella miro anhelante dos pares de zapatos diferentes: uno negro y otro rojo. Pero caminó al estante para zapatos de descuentos y levantó un par de zapatos de tacón de aguja sexy negros. 


No eran tan espectaculares como los que acababa de ver, pero eran lo suficientemente atractivos. Pedro permaneció oculto, pero se abrió paso hasta la caja, asegurándose de mantenerse fuera de su línea de visión. Cuando el vendedor regresó con los zapatos que había elegido en su número, Pedro lo llamó a un lado.


—Tráigale los zapatos que estaba mirando hace unos minutos en su número, ¿sí?


El vendedor lo miró de arriba abajo, y sonrió al reconocer el traje a medida y la camisa de algodón indio. Todos los vendedores del mundo sabían cómo distinguir a un cliente adinerado y cómo atenderlo. Éste no era la excepción.


Rápidamente trajo los zapatos solicitados, pero luego volvió con los otros pares en el número de Paula. Mientras Pedro esperaba, escogió algunos pares de zapatos más que creyó que le podrían gustar, además de otros que a él personalmente le gustaban. Tras entregárselos todos al vendedor, que terminó con una pila alta de zapatos, le pidió que se los llevara todos en su número.


Luego Pedro se sentó en una de las sillas y observó mientras Paula se probaba cada par. Se daba cuenta, por la expresión de su rostro, de cuáles le gustaban y cuáles no. El vendedor hizo maravillosamente bien su trabajo, diciéndole que no tenía otra cosa que hacer, por lo que no le importaba buscarle los zapatos en los diferentes números. "Es un placer", fue lo que dijo.


Cada vez que Paula se probaba un par nuevo, si le gustaba, Pedro le hacía una seña al vendedor para ponerlos en la pila. Si no le gustaban los zapatos, el vendedor los ponía en otra pila. Fue el mejor mediodía que pasó en mucho tiempo. Bueno, además del almuerzo que había compartido ayer con ella en Durango. Había estado tan suelta y divertida, hablando sobre lo que se le cruzara por la cabeza, que disfrutó de sólo verla sonreír.


Al final, Paula compró los zapatos negros en oferta y salió de la tienda, con una sensación de satisfacción a pesar de todo. 


Cuando estuvo fuera de la vista, Pedro se acercó al vendedor y le entregó su tarjeta de crédito.


-Cobre todo el resto de los zapatos que le gustaron a mi tarjeta de crédito, y haga que los envíen a esta dirección —le dijo al hombre que parecía como si se acabara de ganar la lotería, gracias a la comisión que obtendría por ese extraordinario despilfarro.


Camino a la salida, compró una caja excelentes chocolates para Tilly .Contribuirían a tranquilizarla. Mientras la cajera le cobraba la compra, vio otra caja de chocolates. Ésta era más grande, más sofisticada, e inmediatamente pensó en Paula.


— ¿Me puede envolver esa caja? —le preguntó a la cajera—. Por favor, envíela a esta dirección —le dijo, entregándole una tarjeta profesional. Atrás, escribió el nombre de Paula y su teléfono, por si acaso.


—Gracias —dijo, y sonrió. Salió de la tienda con la caja más pequeña de chocolates, sintiéndose mucho mejor. Paula amaba los zapatos, pero también era fanática de los chocolates.




CAPITULO 8 (CUARTA HISTORIA)





Paula se quedó de pie un largo rato, dándole vueltas una y otra vez a sus palabras.


Hacía tanto tiempo que se vestía para él, y finalmente la había mirado. ¡Y ahora todo estaba saliendo tan mal!


Se desplomó sobre su silla, hundiendo el rostro en las manos y rogando no estallar en llanto. Después de un par de minutos, se dijo que debía recomponerse. Respiró hondo y se enderezó. Miró la computadora y advirtió que tenía más de cincuenta correos electrónicos; sabía que la mayoría eran asuntos que involucraban decisiones inmediatas. Los procesos en el Grupo Alfonso no eran lentos y pesados. 


Todo parecía suceder a la velocidad de la luz. Así que no había tiempo para lamentar el triste estado en que se había vuelto su vida. Tenía que ponerse a trabajar.


Aquel día anduvo bien, pero tuvo que trabajar duro para evitar a Pedro. Parecía estar en todos lados. Lo vio en la oficina de la fotocopiadora, en la cocina de la oficina e incluso cuando se dirigió al ascensor para salir a almorzar. 


En esta última oportunidad, simplemente se dio media vuelta, y se dirigió a las escaleras evitando el ascensor. No importaba que tuviera la cartera colgada del hombro y el saco sobre el brazo. Podía parecer ridícula bajando las escaleras, e incluso le podía parecer evidente que estuviera intentando rehuirlo. Pero no le importó. Por nada en el mundo se metería en ese ascensor con Pedro. Era demasiado pequeño; él, demasiado grande, y la necesidad de que la tocara como anoche, demasiado intensa. Haría el
ridículo, y ya estaba harta de quedar como una idiota.


Para media mañana del día siguiente, estaba recluida en su oficina, agotada. Tras desplomarse en su silla, desplazó con el mouse el cursor para ver sus mensajes, tratando de encontrar algún tema que pudiera resolver sin la necesidad de abandonar las cuatro paredes de su oficina.


— ¿Qué planes tienes respecto de conseguirme una asistente administrativa? — preguntó Pedro desde la puerta de su oficina.


Paula se enderezó abruptamente en su silla. Escrutó con avidez su figura alta y apuesta, a pesar de la mirada de furia en sus ojos y las manos crispadas sobre sus caderas.


—Este... —parpadeó. Había estado evitando el asunto los últimos días, porque no sabía bien cómo trabajar con él sin tener que verlo, hablarle o acercarse a él de algún modo.


—Necesito contratar a alguien, Paula. Las últimas tres asistentes no funcionaron para nada. Así que la que venga tendrá que ser bastante excepcional.


Lo sabía. Había encontrado asistentes fabulosos para sus tres hermanos, y para los demás abogados. Pero no le había ido tan bien tratando de encontrar a alguien que consiguiera trabajar con Pedro.


—Sí, tienes razón —dijo, haciendo un esfuerzo titánico por apelar a los últimos vestigios de profesionalismo que le quedaban—. Me pondré a buscar enseguida. Lamento que...


Su voz fue casi suave aunque firme cuando la interrumpió. 


-No quiero más excusas, Paula. Encuéntrame a alguien que me libre del caos administrativo en que me sumió la última. Sé que tienes cantidad de currículums a mano de potenciales candidatos. Revísalos y para las cuatro de la tarde quiero que me traigas los mejores. Comenzaremos las entrevistas de nuevo en dos días. —Habiendo concluido, se marchó de su oficina.


Paula suspiró y volvió a desplomarse sobre la silla, dejando caer la cabeza sobre las manos, derrotada.


¿Te encuentras bien? —preguntó Mary, entrando en la oficina de Paula.


Paula hizo un mohín. -Supongo que sí. —Los dedos comenzaron a deslizarse sobre el teclado. — ¿Conoces a alguna asistente idónea que esté buscando empleo? —preguntó.


Pedro tenía razón. Tenía un archivo de personal de apoyo, pero él ya había rechazado a las mejores candidatas.


Mary encogió los hombros.


—Conozco a un par de candidatas. Pero no son asistentes legales.


Paula se imaginó la reacción de Pedro.


—Tal vez no sea buena idea —replicó—. Supongo que lo mejor será llamar a las agencias para ver qué tienen para ofrecer.


—Creí que eso resultaba más caro.


—Lo es —explicó Paula, mentalmente irritada por que Pedro le exigiera semejante nivel de esfuerzo sólo por tener estándares tan elevados. Había rechazado a varias candidatas excelentes por el nivel de exigencia para con su staff administrativo. —Pero esta vez necesito a alguien realmente bueno. A alguien que pueda arreglar todos los desastres que hicieron las tres anteriores.


—Yo puedo ayudar —dijo Mary—. Tal vez si las dos trabajamos con los archivos, podemos organizados.


Paula pensó en la propuesta un momento. Sabía que podía organizar los archivos relativamente rápido, pero eso significaría estar cerca de Pedro todo el día.


Necesitaba, en lo posible, evitar esa situación.


—Lo tendré en cuenta. Pero déjame ver qué encuentro antes de optar por esa solución.


Mary desapareció, y Paula levantó el teléfono. Las siguientes dos horas, se dedicó a llamar a las agencias de colocaciones, revisó currículums y creó un gráfico con los diferentes candidatos y sus habilidades, los pros y contras de cada uno. También diseñó una hoja de observaciones para el proceso de entrevistas, un sistema que había desarrollado a lo largo de los años para tomar nota de los candidatos mientras las ideas y las impresiones seguían frescas en la mente del entrevistador.


A las cuatro de la tarde, llevó nerviosamente todo el material a la sala de conferencias, y dispuso las copias para Pedro y las suyas en lados opuestos de la mesa de modo que lo tendría en frente. En anteriores ocasiones, él se había sentado al lado de ella y siempre la había puesto nerviosa. 


Así, podía al menos tener un poco de espacio y tal vez no se enojaría tanto cuando él comenzara a plantear objeciones.


Pedro entró en la sala de conferencias y vio la pila de currículums en el lado opuesto de la mesa. Se dio cuenta de inmediato de lo que Paula intentaba hacer. Por un instante, pensó en ceder a sus deseos, pero al final no tuvo ganas de darle el gusto. Así que tomó los papeles del otro lado de la mesa y los deslizó delante de la silla justo al lado de ella, ignorando la mirada de horror en los ojos de Paula.


—A ver, ¿a quiénes tenemos hoy? —preguntó, estirando las piernas para acercarlas a las suyas.


Durante las siguientes dos horas, discutieron sobre los currículums de las candidatas. El intercambio de opiniones fue agotador. Paula señalaba las ventajas de una persona por encima de otra, mientras que él elegía a otras candidatas que creía tenían más puntos a favor, al menos sobre el papel.


—No puedes rechazar a alguien simplemente porque "parece" demasiado joven — lo reprendió Paula.


—Sí, puedo —respondió sin inmutarse—. No tiene suficiente experiencia. ¿La siguiente?


—¡Basta! Esto es ridículo. Señálame qué requisitos le faltan —le exigió, deslizando la hoja con la descripción del puesto.


Tuvo, de hecho, la audacia de quedarse allí sentado y señalar que el curriculum no especificaba las habilidades de organización de la candidata.


—Después de la última persona que me trajiste, me resulta de suma importancia. 


-Estuviste de acuerdo con que Rosa era una buena candidata! - soltó a su vez, defendiendo la decisión que habían tomado juntos.


—Sólo cuando me aseguraste que funcionaría. Me convenciste. Te hice caso. Rosa era agradable, pero era una idiota. Necesito alguien que pueda pensar.


—¡Necesitas a alguien que pueda obedecerte ciegamente! —le espetó—. Tú no quieres un ser humano —dijo, agotada por todas sus exigencias—. Quieres un robot.


— ¿Tienes uno? —le dijo, provocándola.


Ella movió las manos en el aire, derrotada.


—Entonces, ¿ninguna de las candidatas satisface tus requisitos...? —preguntó, totalmente perpleja.


—Ni una sola —dijo, inclinándose hacia delante, aparentemente para pasar revista a los cerca de doce currículums que le había traído. Pero en realidad sólo quería oler su cabello, sentir su piel suave una vez más. No la tocó ni percibió ninguna señal de que deseara ser tocada por él. Pero eso no significaba que no pudiera soñar...


Se puso de pie. Necesitaba alejarse de ella antes de sentirse tentado a tomarla entre sus brazos y besarla hasta que perdiera el sentido.


—Prepárame unos cuantos currículums más para mañana. —Sin decir otra palabra, salió de la sala de conferencias. 


Furiosa, Paula lo observó retirarse, lanzándole dardos con la mirada.


Al día siguiente, fue exactamente igual. Al cabo de una hora, había rechazado a todas las candidatas, y Paula se sentía superada.


—¡Estás procediendo de una manera completamente irracional! - le gritó y luego lo miró con una expresión horrorizada. —¡Lo siento! —jadeó. Jamás le había gritado a nadie antes, pero cuando estaba junto a él, se sentía demasiado nerviosa como para dominar su carácter. Podía oler su perfume y su jabón, y se moría por hacerse un ovillo en su regazo y sentir la fuerza de sus brazos alrededor de ella, consolándola.


Pedro se quedó mirándola un largo instante, y luego estalló en carcajadas.


—No lo lamentes —dijo, y apoyó una mano sobre su espalda. Ella hizo un gesto de rechazo, y él la aparto de inmediato, aunque sintiera una necesidad imperiosa de...pues, de hacerle de todo.


— ¿Qué te parece si salimos a almorzar para conversar sobre las opciones que tenemos? —sugirió.


Paula dio un hondo respiro; necesitaba calmarse.


—Tal vez sólo debamos reunimos y volver a hablar de tus exigencias. —Y tal vez contratar a dos personas, dado que ninguna candidata parecía cumplir con todos los requisitos por sí sola. —No hace falta que salgamos a almorzar.


Pedro miró su reloj, sacudiendo la cabeza.


—No creí que llevaría tanto tiempo reunir a unas pocas candidatas para ser entrevistados. El único tiempo disponible que tengo es la hora de almuerzo.


Paula suspiró, resignándose a almorzar con él.


—Como quieras —dijo, pensando en que podía ir corriendo a la cafetería y comprar algo rápido para que pudieran comer mientras analizaban currículums nuevos. Aunque de dónde iba a sacar más en apenas un par de horas, no lo sabía.


Eso, sin mencionar que cuando estaba con él siempre se le revolvía el estómago y le resultaba imposible comer. ¡Si por lo menos se sentara del otro lado de la mesa y no al lado de ella!


En ese momento, él salió de la sala de conferencias, y ella se derrumbó sobre el suave asiento de cuero, con una sensación de derrota. Había consultado a todas sus fuentes para reunir este segundo grupo de currículums. No se le ocurría adonde recurrir para obtener una nueva tanda. Tal vez si era franca con él, si le decía que ya no sabía qué hacer, se apiadaría un poco de ella.


Pero luego se acordó de la expresión de irritación en el rostro cuando había pasado por su oficina más temprano aquel día. Tilly debió estar buscando un archivo, Pedro estaba parado detrás de ella impaciente. Por lo general, ella exigía que sus asistentes supieran exactamente dónde se guardaban las cosas, y tuvieran los archivos a mano incluso antes de que se los pidieran. Si Pedro tenía una reunión con un cliente, necesitaba el archivo el día anterior para poder llevarlo a casa y revisarlo si hacía falta. El hecho de que Tilly recién estuviera buscando el archivo mientras Pedro esperaba era señal de que la joven no estaba haciendo bien su trabajo.


"¡Otro problema más!", pensó mientras reunía todos los currículums y las planillas que había creado. Tal vez había aparecido alguien esa mañana en alguna de las agencias que sería la candidata ideal. Y tal vez, si se alineaban todos los planetas los astros se acomodaban a su favor, la candidata vendría para ser entrevistada esa misma tarde. Entonces se libraría por fin de toda discusión con el hombre que estaba comenzando a aborrecer.


Caminó lentamente a su oficina, preguntándose dónde había quedado todo su encanto. Pedro solía ser uno de aquellos hombres que podía dejar a una mujer completamente embobada con su sonrisa. ¿Cómo había terminado con empleados tan desastrosos?


Está bien, la última había sido culpa de ella. ¿Pero y las otras? Las dos anteriores habían sido maravillosas. Hasta que se marcharon furiosas por las exigencias de Pedro. Había hablado con ellas cuando descargaron su frustración por sus empleos.


Nada de lo que dijeron le sonó poco razonable. Tal vez había estado hace tanto tiempo con el Grupo Alfonso que no se daba cuenta de la presión que tenían que padecer los empleados nuevos para estar a la altura de las circunstancias. Era posible que aquí todo funcionara más rápido. Desde afuera, era indudable que todo el mundo parecía estar trabajando todo el día sin respiro.


Pasó otra vez por la oficina de Pedro al regresar a su oficina e hizo un gesto de desazón cuando lo volvió a ver esperando impaciente a que Tilly le encontrara algo.


Apretó la carpeta con más fuerza y pasó de largo, con la cabeza gacha, avergonzada de no haber podido resolver ese problema. Hacía demasiado tiempo que las cosas no estaban funcionando, y Pedro tenia razón. Debía contar con alguien que pudiera desempeñarse con eficacia. Tenía demasiadas cosas de qué preocuparse, y la falta de una asistente competente era una enorme desventaja.


Entró apurada a su oficina y arrojó los currículums descartados en la basura, al tiempo que levantaba el teléfono. Le encontraría la candidata ideal, aunque se le fuera la vida en ello. Noventa minutos después, tenía cinco currículums más para mostrarle a Pedro. Caminó nerviosa por el corredor con la libreta y un bolígrafo, y los currículums apretados en la mano.


Pero antes de golpear a la puerta, hizo una pausa. Al verlo, sintió que el corazón le daba un vuelco en el pecho. Parecía tan serio detrás del enorme escritorio, revisando algo que parecía complicado e importante. Miró sus manos bronceadas y sensuales, y los dedos largos que la enloquecían con su suavidad. En ese momento, sostenían un bolígrafo rojo; quería inclinarse sobre su hombro y ver qué garabateaba en los márgenes. Se había quitado el saco del traje, y advirtió los músculos de sus brazos y hombros, músculos cuya sensación tenía tan grabada en sus propios dedos que ansiaba volver a tocar.


— ¿Lista para irnos? —preguntó, arrojando el bolígrafo a un lado sobre el escritorio y poniéndose de pie.


— ¿Irnos? —repitió sin entender, aún parada en la puerta—. Iba a comprar unos sándwiches en la cafetería para que comiéramos — replicó, sosteniendo el bolígrafo encima de la libreta de notas, lista para tomar su pedido y huir a toda velocidad—. Podemos comer en una de las salas de conferencia.


Él sacudió la cabeza y agarró el saco del traje. Deslizó los brazos largos y fuertes dentro de las mangas.


—Vamos a almorzar en otro lado. Seguramente, nos venga bien cambiar de ambiente.


Paula seguía sacudiendo la cabeza incluso mientras él saltó de la oficina, acercándose tan rápido a ella que le costó apartarse a tiempo para que pudiera pasar. Se quedó de pie, al lado de la puerta, intentando que desistiera, pero él ignoró sus balbuceos y fue directo a su asistente temporaria.


—Tilly, ¿puedes llamar a Mary y decirle que traiga el abrigo de Paula? Nos encontraremos en el lobby.


A Paula no le gustó el plan. No quería salir de la oficina con él. Allí se sentía más segura y capaz de centrarse en el asunto que tenían entre manos. Salir de la oficina era entrar en territorio peligroso. Territorio desconocido. No le gustaba lo peligroso ni lo desconocido. Y Pedro le provocaba pánico en muchos niveles. Mucho más ahora que antes de estar en su casa y en su cama.


—No deberíamos realmente...


—Deberíamos totalmente —replicó, y apoyó la mano sobre la parte baja de su espalda para guiarla hacia la salida.


La siempre eficiente Mary ya estaba en el lobby con la cartera y el saco de ella.


Pedro le entregó la libreta y el bolígrafo de Paula, y luego la ayudó a ponerse el abrigo.


Paula levantó los ojos para mirarlo. El estómago se le contrajo ante la idea de deslizar los brazos dentro del abrigo porque entonces las manos de él le rozarían los hombros. 


Sería casi como si la estuviera abrazando. Las rodillas le comenzaron a temblar y respiró con dificultad. No había nada que hacer sino ponerse el abrigo y apartarse de él lo más rápido posible. Hundió las manos en las mangas, pero olvidó lo que sucedió después. Sintió sus manos sobre sus hombros y se quedó helada. Luego él hizo algo igualmente irrazonable. Movió los dedos con cuidado debajo de su cabello, deslizándolos sobre su cuello y provocándole escalofríos que le recorrieron la espalda.


No tenía ni idea de lo que estaba haciendo. Sólo supo que sus manos la estaban tocando. En los últimos días había soñado tantas veces con que él lo volvía a hacer, y ahora estaba sucediendo. Sus dedos se enredaron en su cabello, y se deslizaron sobre sus mechones. Para cualquiera que estuviera observando, podía parecer que le estaba sacando el cabello de debajo del abrigo, pero era mucho más que eso. Era una caricia. Un gesto sensual que la excitó y estuvo a punto de hacer que se derritiera ahí mismo.


Sus ojos se encontraron con los suyos. Miró por encima del hombro para ver su apuesto rostro y el tiempo se detuvo. 


Podía oler su loción para después de afeitarse, sentir el calor de su cuerpo contra la espalda, que no tenía nada que ver
con la tela de lana de su abrigo otoñal. No pudo respirar ni percibir otro sonido que no fueran los latidos de su corazón.


Y luego se oyó la campanilla del ascensor, que la trajo de regreso de la fantasía que estaba teniendo, en la que él se daba vuelta para besarla. Entonces, las voces se abrieron paso hasta sus oídos, y los teléfonos que sonaban casi sin cesar comenzaron a oírse una vez más. Se apartó con un movimiento brusco, y dio varios pasos para poner distancia entre los dos. Bajó la mirada al suelo mientras los dedos temblorosos abrochaban los botones del abrigo.


—Gracias —susurró, y tomó la cartera de sus manos.


—El placer es mío —le dijo a su vez.


¡Y luego regresó la mano! Allí mismo, en el centro de su espalda. Se le ocurrió que era posible que la totalidad de su sistema nervioso comenzara y terminara en ese preciso lugar en donde se apoyaba su mano sobre la espalda, porque no hubo célula en su cuerpo que no se estremeciera, absolutamente consciente de que la estaba tocando.


— ¿Adonde vamos? —preguntó cuando habían salido del edificio y ya se encontraban a la luz del sol de octubre. Hacía más calor que el esperado, así que se quitó el abrigo, y volvió el rostro hacia el sol.


— ¿Prefieres comer en Antoines o en Durango? —preguntó, contemplándola absorber el calor sobre su rostro precioso—. O podemos también volar a Aruba para disfrutar aún más del sol —bromeó.


Paula abrió los ojos y miró su cara divertida.


—Lo siento —se sonrojó—. Me encanta el mes de octubre y el tiempo más fresco, pero sigue estando lo suficientemente cálido como para gozar del sol.


— ¿Cuál es tu estación favorita? —preguntó, apoyando la mano con suavidad sobre su espalda para guiarla hacia Antoines, uno de los restaurantes más exclusivos de la ciudad.


Pero ella se dio cuenta de inmediato adonde se dirigían, y se echó atrás.


— ¿Te importaría que fuéramos a Durango, en lugar de Antoines?


—Claro. ¿Por qué? —preguntó, pero se dirigieron en dirección opuesta, hacia el restaurante más informal.


Ella se mordió el labio y admitió:
—Es que hace mucho que quiero comer una hamburguesa.


Él se rio, pero entraron dentro del oscuro bar y restaurante. 


El dueño los reconoció de inmediato y les asignó una mesa al lado de una de las ventanas.


—Tengo cinco nuevos... 


Podemos hablar sobre ellos después. Ahora relájate y almuerzasugirió. Y habiendo dicho estas palabras, conversaron sobre todo excepto el trabajo y los currículums. 


Durante todo el almuerzo, mientras comían las grasientas hamburguesas y las papas fritas cubiertas de queso, charlaron como lo habían hecho hacía tanto tiempo, como amigos y seres humanos, en lugar de como adversarios.


Probablemente, fue uno de los almuerzos más agradables que hubiera tenido en años, pensó Paula mientras caminaba de regreso a la oficina aquella tarde.