Pedro salió hecho una tromba del restaurante y regresó a la oficina, tan furioso que ni siquiera vio a sus hermanos entrando juntos al edificio.
—¿Pedro? —llamó Simon cuando Pedro pasó al lado de ellos, con un gesto tenebroso en el rostro.
Pedro se dio vuelta rápidamente, más que listo para lanzarle una trompada a quien fuera que lo detuviera. Cuando se dio cuenta de que eran sus hermanos, aflojó los puños, pero no del todo.
— ¿Qué pasa? —preguntó, pasándose la mano por el cabello en un intento por calmarse.
— ¿Estás bien? —preguntó Ricardo.
Pedro respiró hondo, tratando de controlarse. Asintió, pero en el fondo, no estaba seguro.
Javier no estaba convencido.
—¿Qué te parece si vamos al gimnasio y me mueles a golpes? —sugirió, sabiendo que ya hacía un par de semanas que algo lo molestaba a Pedro.
Pedro lo pensó, pero sacudió la cabeza. —No creo que sea buena idea —retrucó, apretando las manos sobre las caderas—. ¿Por qué están acá afuera los tres? — preguntó. Simon se rio y puso los ojos en blanco. —Estamos buscándote.
— ¿Qué sucedió?
Los tres hermanos se miraron entre sí, y luego de nuevo a Pedro. — ¿Qué les parece si vamos a casa y lo discutimos tranquilamente? —sugirió Simon.
Pedro pensó en el trabajo que tenía acumulado en su escritorio; luego recordó a Paula insinuando aumentarse los pechos y supo que ese día no podría seguir trabajando.
—Está bien —replicó, y los siguió para salir del edificio nuevamente, hacia el estacionamiento. Permitió que Simon lo condujera a su casa, y dejó su auto en el estacionamiento.
Una vez allí, se desplomó en el cómodo sofá de cuero y tomó la cerveza que le ofrecieron, para empinársela y acabarla de un solo trago.
Una vez que depositó la botella sobre la mesa y tomó otra, levantó la mirada, sólo para advertir a sus tres hermanos, esperando.
— ¿Qué? —preguntó. Le sorprendió que parecieran estar confabulándose contra él.
— ¿Qué está pasando entre tú y Paula? —preguntó Ricardo, tomando un trago de su propia cerveza.
Pedro se frotó la mano sobre la cara, tratando de entenderlo él mismo.
—No lo sé.
— ¿Por qué no comienzas por el principio? - ¿Hace cuánto que se están viendo? — preguntó Simon.
Pedro sonrió, advirtiendo que Simon no preguntaba sólo como hermano, sino como jefe. Consideraba que todos sus empleados eran parte de un equipo. No exactamente una familia. Todos tenían ya familia suficiente, decían. Pero los equipos tenían una relación estrecha, todos trabajaban juntos como una unidad cohesiva. También era cierto que un equipo no podría trabajar de ese modo sin que hubiera algún tipo de proximidad como la que existía entre los miembros de una familia.
En otras palabras, cada uno de sus hermanos, incluido él mismo, estaba pendiente de las personas que trabajaban con ellos, involucrándose cuando las cosas se ponían difíciles y asegurándose de que todos tuvieran un equilibrio entre la vida laboral y familiar dentro del ambiente estresante en el que trabajaban.
Ver que Simon defendía a Paula le dio tranquilidad. Pero sólo un poco. Quería tener el derecho de defenderla él mismo, pero ella se estaba alejando, volviéndose más y más distante, incluso mientras que el sexo entre ellos se volvía cada vez mejor, más explosivo, más adictivo. No podía imaginar una época cuando ella no estuviera durmiendo a su lado. De hecho, las noches en que ella insistía en dormir en su propio departamento eran las noches en que apenas dormía.
—Nos conocimos hace más de seis años —dijo finalmente Pedro.- Tenía la cabeza apoyada sobre el sofá de cuero y los ojos cerrados, así que no alcanzó a ver la sorpresa en el rostro de sus hermanos, pero la percibió. —Dejen de mirarme así — dijo, todavía con los ojos cerrados.
Sus hermanos soltaron una risa sofocada por conocerse tan bien. —¿Y por qué no dijiste nada cuando la presenté como candidata para ser contratada? —preguntó Simon.
Pedro sintió que uno de sus hermanos se sentaba en el extremo opuesto del sofá y entreabrió los ojos:
— ¿Qué se suponía que debía decir? -¿"No la tomen: es la mujer que me rompió el corazón"?
Ricardo estaba apoyado contra la repisa de la chimenea, pero Pedro lo vio abrir los ojos sorprendido por la confesión.
—¿Así que es ella? —preguntó, sólo para aclararlo. Los tres recordaban cuando Pedro había regresado de Washington D. C. Lleno de pasión, se presionaba a sí mismo hasta el cansancio para sacar su área adelante. Estar con él era insoportable.
Trabajaba entre doce y catorce horas todos los días por más productivo que estuviera el sector. Pedro suspiró y asintió con la cabeza: —Así es.
Javier encogió los hombros: —Entonces, ¿cuál es el problema?
Pedro se inclinó hacia delante, con la botella de cerveza fría entre ambas manos.
—Nos conocimos en Washington D. C. cuando ella estudiaba en la universidad, y yo estaba terminando mi trabajo como asistente legal en la Corte Suprema. Para cuando la conocí, ya tenía casi todo dispuesto para regresar aquí y comenzar a desarrollar el área en el estudio.
—Fue un momento difícil en tu vida —dijo Javier, y la preocupación se vislumbró en su rostro al ver el esfuerzo que hacía Pedro por relatar la historia.
—Me enojé bastante con ella. Y venir a trabajar con ustedes era para mí como comenzar mi propia firma de abogados. No quería apoyarme en ustedes dos para obtener clientes, ni quería ningún otro tipo de apoyo. —Se volvió a Simon y sonrió. — En aquella época tú también tenías un puesto como asistente legal de un juez federal en California, así que tampoco estabas aquí.
Simon asintió, luego hizo un movimiento expansivo con la cerveza, indicando que Pedro debía continuar la historia.
Javier interrumpió antes que pudiera continuar: —¿Por qué, simplemente, no la trajiste aquí contigo? —preguntó.
Simon se rio, y los otros tres hermanos lo miraron como si se hubiera vuelto loco.
— ¿Qué tiene de malo sugerir una cosa así? —preguntó Ricardo.
Aquello hizo que Simon se riera aún más.
—¿Querías que renunciara a todo para que pudiera venir aquí y estar contigo? — preguntó Simon. Extendió el brazo y le dio un puñetazo a su hermano en el brazo.
Pedro miró furioso a su hermano, pero no se la devolvió, como normalmente haría.
Estaba demasiado interesado en saber por qué Ash había dicho lo que dijo.
—Eso es casi exactamente lo que me dijo ella. Pero sigo sin comprender. Yo me quería casar con ella.
Aquello los sorprendió a todos, pero se repusieron rápidamente. — ¿Y ahora?
—Si me aceptara, me casaría sin pensarlo. Pero sólo está acá hasta que aparezca el siguiente puesto que le convenga.
A Simon no le gustó aquello en absoluto. — ¿Te lo ha dicho?
Pedro terminó su cerveza.
—No tan explícitamente, pero es cierto. Así que por ahora, sólo soy su novio por conveniencia.
Hubo un largo silencio antes de que Javier tomara la palabra: -—Eso no me lo creo ni por un segundo.
Pedro se puso de pie y caminó hacia la heladera. Sacó cuatro cervezas más y las destapó antes de regresar, tras lo cual las repartió entre sus hermanos y se quedó una para sí.
— ¿Por qué dices eso? —preguntó una vez que estuvo sentado de nuevo.
Javier cambió de posición sobre la enorme butaca de cuero para poder mirar mejor a Pedro.
—He visto la forma como te mira. Está enganchada. Y si eres demasiado estúpido para no darte cuenta, entonces realmente no la mereces.
Pedro dirigió la mirada a su hermano mayor, y luego a Ricardo y Simon, quienes obviamente estaban pensando lo mismo. ¡Javier decía eso sobre Pedro y Paula cuando él estaba tan evidentemente enamorado de Abril! ¿En serio?
Pedro se rio junto con Ricardo y Simon, los tres habiendo advertido la ironía en la afirmación de Javier.
—Está bien, supongo que estás en lo cierto. Tengo que encontrar un modo de retenerla yo mismo. Pero si tienen algún consejo, por favor, díganmelo. Hace un par de semanas que busco el modo de resolverlo, y hasta ahora pareciera que mi estrategia sólo se ha vuelto en mi contra.
*****
Los hombres cambiaron de tema después de eso, y los cuatro procedieron a emborracharse en un esfuerzo por olvidar sus problemas. Sólo Simon seguía sobrio para cuando cada uno se fue a buscar una cama en algún lugar de su casa. Sonrió cuando sonó el timbre, sabiendo que la recién llegada sería Mia. Ahora no la dejaba dormir sola, y había salido a comer con amigos.
—Hola, príncipe —dijo ella, apenas abrió la puerta.
— ¿Por qué no usaste tu llave? —preguntó, atrayéndola en sus brazos y besándola de modo que no pudo responderle.
—No lo sé —se río cuando él se echó hacia atrás ligeramente—. Supongo que no estoy acostumbrada a ella.
—Será mejor que te acostumbres —gruñó y tiró de ella a su habitación—. Por cierto, todos mis hermanos están en casa —le advirtió antes de cerrar la puerta a lo que ahora consideraba la habitación de ambos.
—¿Todos? —preguntó ella abriendo los ojos sorprendida. Él le respondió mientras los dedos comenzaban a desvestirla.
—Los tres. Están en los otros dormitorios. ¿Te importa que duerman aquí? —preguntó antes de levantarla y posarla sobre la cama.
Ella se rio, pero se acurrucó contra él, sin sorprenderse en lo más mínimo de que la hubiera desvestido apenas se hallaron solos. Ahora estaba acostumbrada.
—Sólo preguntaba —dijo misteriosamente.
—Olvida a mis hermanos —dijo Simon, inclinando la cabeza para besarla—. Tengo otros temas para discutir.
Mia estuvo completamente de acuerdo con su propuesta, y sonrió mientras le envolvía los brazos alrededor del cuello.
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