jueves, 4 de mayo de 2017

EPILOGO (PRIMERA HISTORIA)




Ella se echó ligeramente hacia atrás, sin saber aún si podía confiar en él. Ya lo había intentado, y ¿adónde la había llevado? A beber margaritas con amigas en un bar. No era exactamente el lugar adonde había planeado estar esa noche.


¡Pero al menos no estaba en la cárcel!


— ¿Y qué me dices de todas esas veces en las que te echaste atrás? ¿Todas las veces en las que me miraste horrorizado, como si acabaras de hacer algo espantoso?


Él la atrajo aún más cerca, arrastrando las manos por su espalda.


— ¡Había hecho algo espantoso! ¡Eras mi clienta! Me estaba aprovechando de tu situación de vulnerabilidad, y eso no era justo.


Ella se mordió el labio.


— ¿Era ilegal eso? — preguntó. Ahora estaba preocupada por él.


Él suspiró, pero no la dejó despegarse de sí.


— Ilegal, no, pero violaba mi propio código de ética, y probablemente el de todo el resto de los abogados.


Ella se estremeció.


— ¿Entonces todas esas veces que te alejaste después de besarme o tocarme no era nada más que… culpa?


— ¡Pero por supuesto!


— ¿Y ahora qué significa?


Él la levantó en brazos y la llevó adonde había estado sentado unos minutos antes.


— Significa que ahora nos casaremos. Tú me amas.


— ¿Cómo lo sabes? — preguntó, pero pasó los brazos alrededor del cuello de Pedro.


¿Podía confiar en lo que estaba diciendo?


— Porque anoche te entregaste a mí. Y se lo dijiste a las chicas hoy en el bar.


Ella soltó un grito ahogado, y se echó atrás, tratando de empujarle el pecho para apartarse, pero él no la dejó moverse de su regazo.


— ¡Nada que ver! — negó con vehemencia.


— Claro que lo dijiste. Tengo varios testigos. Es más, yo estoy enamorado de ti. Probablemente me haya enamorado en el momento en que Abril me dijo que salvabas a las lombrices de tierra — le dijo.


Ella se rio, pero puso los ojos en blanco.


— Vas a tener que olvidarte de las lombrices. — Luego hizo una pausa— . Espera, Abril te lo dijo incluso antes de que me conocieras. No podrías haber estado enamorado
de mí en ese momento.


Él encogió los hombros.


— Está bien, tal vez "amor" sea una palabra demasiado fuerte. Pero me fascinó que hubiera alguien que pudiera preocuparse tanto por una especie con un cerebro sólo lo
suficientemente grande para sobrevivir, y que no puede experimentar dolor o ansiedad por el hecho de quedar chamuscado por el sol.


Ella ya estaba sacudiendo la cabeza.


— No puedes estar seguro de ello. Y ponte en su lugar.


Él la besó para terminar la discusión. Y cuando la tuvo nuevamente dócil y relajada en sus brazos una vez más, levantó la cabeza y la miró.


— No voy a discutir sobre lombrices — le dijo, deslizando la mano por su espalda y haciendo que ella contoneara el cuerpo deliciosamente.


Ella le tomó la mano para frenársela y volvió a concentrarse en su declaración:
— Entonces, si estabas tan convencido de mi inocencia, ¿por qué dejaste mi cama esta mañana?


— Una combinación de culpa por acostarme con una clienta, incluso sabiendo que me iba a casar con dicha clienta, y una necesidad imperiosa de protegerte, de evitar que regresaras a la cárcel, además de un pálpito de que algo nuevo sucedería esta mañana. Sabía que había algo, y corría contrarreloj para descubrirlo.


— ¿Ése es el motivo por el que no me prestaste atención en la oficina? ¿Porque estabas intentando trabajar?


— ¿Te ofendiste? — preguntó, y llevó la otra mano para tocarle la mejilla con dulzura.


— Sí, pensé que estabas enojado contigo mismo por ceder y hacerme el amor.


— Estaba furioso conmigo mismo por violar mi código de ética y decidido a demostrar tu inocencia para poder estar en tu cama esta noche sin sentir la culpa.


Una sonrisa iluminó el rostro de Paula.


— ¿Así que todo lo que pasó hoy tenía que ver con asegurarte de que me tendrías en tu cama?


— Exacto. Y que accederías a casarte conmigo — dijo, acercando la cabeza al cuello de Paula y acariciando la piel sensible.


— No te he dicho que me casaría contigo — replicó ella, pero inclinó la cabeza, y dejó que su propia mano se deslizara sobre el pecho de él.


— Lo harás — dijo él, y le mordisqueó el lóbulo de la oreja con suavidad, pero con suficiente presión como para hacer que exhalara un jadeo.


— Tal vez no lo haga — le replicó.


Él deslizó la mano bajo el suéter de ella.


— Tengo maneras de convencerte.


Ella se rio y le volvió a aferrar la muñeca. Pero él no lo permitiría. Con un ágil movimiento, la levantó en los brazos y la llevó al sofá, donde la suave frazada ya cubría el respaldo. 


La tiró hacia abajo y la apoyó encima. Luego le cubrió el cuerpo con el suyo.


— Me perteneces, Paula Chaves. Y cuanto más rápido lo aceptes, mejor, porque no te dejaré marcharte de esta casa hasta que aceptes casarte conmigo.


Ante aquella amenaza que se cernía sobre ella, sonrió y se acurrucó contra el pecho de Pedro. No tenía ningún problema con que la retuviera allí con él. Tal vez si lo rechazaba una y otra vez, él le haría el amor una y otra vez. 


Ciertamente, aquel panorama no le desagradaba para nada.


— Si insistes — le dijo con una enorme sonrisa.


— Te amo — dijo, inclinándose para besarla.


Ella suspiró y envolvió los brazos alrededor de su cuello.


— Yo también te amo, hermoso.




CAPITULO 17 (PRIMERA HISTORIA)




Dado que ya estaban estacionados en su garaje, le intrigó cómo llegaría Paula a su casa. Pero no se lo señaló. 


Sencillamente, salió del auto y dio la vuelta, con la intención
de levantarla una vez más del asiento y llevarla a su casa, donde pertenecía.


En cambio, ella se puso de pie, un tanto tambaleante, al lado del auto, con una mirada triunfal.


— ¿De qué estás tan orgullosa? — preguntó, tomándole la mano y conduciéndola a su casa.


— ¡De mantenerme tan firme respecto de todo! — dijo, y luego arruinó su momento triunfal al tropezar y caer en los brazos de él. Paula jadeó al sentir el contacto, y Pedro ni siquiera movió la mano cuando advirtió que la tenía sobre el pecho de ella.


Ella se volvió a enderezar y dio un paso hacia atrás.


— Tú no eres un caballero.


Pedro se rio suavemente y descendió la mirada hacia ella.


— Y tú estás borracha. ¿Qué tal si te preparo un café? — sugirió.


Ella sacudió la cabeza.


— No estoy borracha y no puedo tomar café tan tarde. No me dormiré nunca — dijo.


De todos modos, Pedro preparó dos tazas de café y le tendió una taza mientras que ella deambulaba por la casa. Ni siquiera se opuso, sino que comenzó a dar sorbitos al café mientras investigaba los libros de la biblioteca.


— ¿Los has leído todos? — preguntó, contenta de, al menos, poder enfocar la mirada.


— Sí.


Se quedó impresionada.


— Entonces, eres bastante inteligente. — Se volvió para sonreírle— . Pero supongo que ya diste sobradas muestras de ello, ¿no es cierto?


Pedro estaba sentado en su gran silla de cuero, y ya había prendido la chimenea a gas.


Los leños ardían crepitantes y las llamas lamían el aire.


— Impedí que fueras a la cárcel.


Ella se volvió para mirarlo. Había recuperado la enorme sonrisa luminosa.


— Eso hiciste, ¿no?


— Y te marchaste de mi oficina cuando te dije que te quedaras quieta donde estabas.


Ella se rio y asintió con la cabeza.


— Si quieres a alguien que se quede quieto en su lugar, consíguete un perro.


— Pero yo te quiero a ti.


— No, lo que quieres es un perro.


Él echó la cabeza hacia atrás y soltó una carcajada.


— Te garantizo que no me casaré con un perro, Paula. Tendrás que aceptarlo, y aceptar tu destino.


Ella tomó otro sorbo de café, impresionada por lo rápido que estaba recuperando la sobriedad.


— Tendrás que buscar a otra persona. No me casaré con un hombre que no confía en mí.


Él suspiró y se puso de pie, acercándose para imponer su presencia sobre ella, a quien la luz del fuego iluminaba con su suave resplandor.


— Paula, hablemos de este tema de una vez por todas, y ojalá te acuerdes de esto para que nunca más se tenga que repetir esta conversación. Tal vez no haya confiado en ti aquella primera mañana, pero en ese momento estábamos atravesando demasiadas dificultades. El día que te llevé a almorzar y que no comías por no haber traído la billetera, se me acabaron las dudas.


— ¿De qué hablas? — exigió ella. Volvió a sentir la vergüenza de aquel almuerzo.


Él la atrajo hacia sí, quitándole la taza de la mano.


— Un delincuente de verdad no hubiera intentado pagar su propia comida. Los delincuentes verdaderos hacen todo lo que pueden para que sean otros los que paguen por la vida que llevan de un modo u otro. Así que, a partir de ese momento, no dudé de tu inocencia.





CAPITULO 16 (PRIMERA HISTORIA)




Pedro ni siquiera se molestó en responderle. Sencillamente le sacó la copa de la mano, se inclinó y la levantó en sus brazos. Salió del restaurante, asintiendo con la cabeza hacia sus hermanos, que comenzaban a dirigirse hacia lo que suponía eran sus mujeres. O al menos lo que esperaba fueran las mujeres acerca de las que estos hombres habían estado rezongando. Por fin sintió alivio de ver a Javier caminando hacia la silla de Abril, pero no se demoró en preguntarse qué sucedería entre los dos. Tenía demasiado para pensar con la que llevaba en los brazos.


— Suéltame — masculló ella— . Soy demasiado pesada para que me cargues — dijo, y apoyó la cabeza sobre su hombro robusto.


Pedro levantó la ceja al escucharla, pero no se detuvo. La quería en su casa, donde podía arrancarle ese horrible traje que había elegido, y encontrar toda aquella preciosa suavidad que sabía tenía por debajo. Iba a pasar el resto de la tarde y toda la noche convenciéndola de que confiaba en ella, de que siempre había confiado en ella y de que siempre confiaría en ella en futuro, y de que tenía que casarse con él lo antes posible.


— Voy a contratar a otro abogado — dijo ella, mientras él la colocaba en el asiento de acompañante de su vehículo.


— Por supuesto que no lo harás — dijo él, y le ajustó el cinturón de seguridad.


Ella observó con ojos entornados la cara burlona de Pedro, pero sospechó que su mirada carecía de eficacia porque le estaba costando enfocarla.


— Tal vez seas estupendo y tengas un cuerpazo — dijo con un suspiro, y soltó una risa cuando él le hizo cosquillas— , pero eres muy fácil de resistir.


— ¿Ah, sí? — respondió, sin creerle una sola palabra. Pero era agradable saber que lo consideraba estupendo, pensó.


— ¡Por supuesto! No confías en mí. Eso es fácil de resistir.


— Pero sí confío en ti — le retrucó, y enseguida cerró de un portazo para que no pudiera seguir discutiendo.


Soltó una risa por lo bajo mientras caminaba hacia el lado del conductor. ¿Así que esta mujer increíble lo creía "estupendo"? Eso le gustó.


Deslizándose dentro del auto, lo encendió y retrocedió del lugar del estacionamiento, echando una mirada en dirección a ella para ver si estaba bien. Tenía los ojos cerrados y una mirada de satisfacción en sus preciosos rasgos, tal como la noche anterior cuando le había hecho el amor.


— Y no vas a contratar a otro abogado — le dijo en voz baja, pensando que se había dormido después de todas las margaritas que había bebido.


Se equivocaba. Se dio cuenta por su sonrisa, cada vez más ancha.


— No puedes impedírmelo — le respondió en el acto, sin molestarse en abrir los ojos.


Él se rio entre dientes mientras manejaba por las calles céntricas de Chicago.


— ¿Por qué habrías de necesitar otro abogado? ¿Estás planeando dejar que mueran algunas lombrices de tierra sobre la vereda?


Aquello le borró la sonrisa, y se volvió para mirarlo, furiosa.


— Te aviso que las lombrices de tierra son una parte muy importante de nuestro ecosistema. Y por ello, son uno de los mejores fertilizantes. Si quieres tener plantas y flores espectaculares, consíguete un montón de lombrices.


Él se rio y sacudió la cabeza.


— ¿Estamos hablando de nuestra relación o sobre las lombrices de mierda? — preguntó, maniobrando con seguridad por las calles.


— Nosotros no tenemos una relación. Así que hablemos de la m… — dudó de usar el otro término, y se limitó a decir "caca".


— Definitivamente tenemos una relación. Y me aseguraré de que no te consigas un nuevo abogado.


Ella se rio como si su afirmación y la confianza que se tenía fueran un delirio.


— ¿Cómo crees que me vas a detener? — preguntó, acurrucándose en el suave asiento de cuero— . Y deja de ser tan seductor. No me gustas. — Su rostro se llenó de líneas de preocupación, y se volvió para mirarlo— . En este momento no recuerdo bien por qué, pero ya me voy a acordar.


— Crees que no confío en ti — le dijo guiñando el ojo.


— ¡Eso! — dijo, tratando de hacer un chasquido con los dedos, aunque por algún motivo no pudiera coordinarlos como debiera. Después de varios intentos fallidos, simplemente sacudió las manos y dejó que cayeran en su regazo.


— Abril está enamorada de Javier, ¿no es cierto? — preguntó Paula, entrecerrando los ojos para ver a través del parabrisas oscuro.


— Es nuestra teoría. Pero nadie la cuestiona ni le ha preguntado a cualquiera de las partes por qué no ha hecho nada al respecto.


Paula le dio vueltas a eso en la cabeza.


— Creo que yo tampoco tengo el valor para hacerlo.


Pedro se rio, sacudiendo la cabeza.


— Paula, eres una de las mujeres más valientes que conozco.


Ella parpadeó, sin saber si lo había escuchado correctamente.


— Eso fue tal vez una de las cosas más dulces que alguien jamás me haya dicho en mi vida.


Él frenó ante la luz roja, y la miró:
— Sabes que nos vamos a casar, ¿no?


Paula entornó los ojos.


— Y ahí desaparecieron la dulzura y el encanto. — Encogió los hombros filosóficamente— . Me lo imaginaba. Sólo un ogro insensible le pediría a una mujer que se case con él de un modo tan intolerable.


Él volvió a reírse.


— Ya me dijiste que era "estupendo" y "encantador".


— Jamás dije "encantador". Y menos aún "estupendo".


— Yo escuché "estupendo" — replicó.


— Jamás admitiré que dije "estupendo". — Habiendo dicho esto, se volvió a recostar en el asiento de cuero una vez más— . ¿Y adonde me estás llevando? — preguntó impaciente, tratando de ver dónde estaban— . No iré a tu casa — le dijo con firmeza— . Necesito ir a mi casa.


— Paula, vas a tener que vender tu preciosa casa. No puedo vivir en una casa con una cocina color azul. Ya lo hemos charlado.


— No venderé mi casa. No viviré contigo, así que tu masculinidad está a salvo de mi cocina, que, dicho sea de paso, es color malva. No azul.


No podía creer que estuvieran discutiendo el color de su cocina cuando acababa de pedirle que se casara con él. 


Aunque habría que reconocer que lo había hecho de una
manera un tanto prosaica. Hasta él tenía que admitir que anunciarle a alguien que se casarían era bastante poco romántico. Pero, maldición, ¡ella estaba hablando de conseguirse un abogado nuevo! ¿Qué se suponía que tenía que hacer un hombre?


No es que se sintiera amenazado para nada. La mujer era demasiado buena. No podía imaginar ninguna otra situación extraña en la que necesitaría un abogado. Así que el
punto estaba fuera de discusión.


— Vendrás a mi casa, y trataré de ser más romántico una vez que se te haya ido el efecto del alcohol. ¿Qué te parece?


Ella negó con la cabeza de inmediato.


— No volveré a tu casa — dijo con firmeza una vez más— . Iré a mi casa, y tomaré el desayuno en mi cocina color malva, y dormiré con mis sábanas floreadas y tú no puedes hacer nada para impedírmelo.






CAPITULO 15 (PRIMERA HISTORIA)







Dos horas después, ya iban por la tercera jarra de tragos y las cuatro mujeres se habían convertido en íntimas amigas.


— ¿Entonces qué pasa con el jefe? — preguntó Carla, riéndose y tomando otro nacho.


— ¿Te refieres a Ricardo? — preguntó Abril, dando un largo trago de su margarita, a pesar del hecho de que el bar comenzaba a dar vueltas alrededor de ella.


Carla también tomó un largo trago de la bebida helada y asintió.


— O más conocido como el hombre más antipático, irritante, autoritario y arrogante del planeta.


Abril se rio y sacudió la cabeza.


— Tan malo no es. Si creen que Ricardo es malo, aún no conoces a Javier. ¡Javier es un imbécil!


— ¡Mierda! — exclamó Paula. La copa que se dirigía a su boca quedó suspendida en el aire.


Carla le dirigió la mirada:
— ¿Qué sucede?


Apoyó la copa sobre la mesa con un golpe.


— ¡Me acabo de dar cuenta de que estoy enamorada de ese tipo inaguantable!


Karen sonrió. Hace rato que se había dado cuenta.


— ¿Y? Parece que todas tenemos problemas de hombres.


Paula, Abril y Carla dirigieron la mirada a su nueva mejor amiga.


— ¿Tú también? — soltaron al unísono.


Los ojos de Abril se estrecharon. Miró a su alrededor y contó. Cuando llegó a la conclusión acertada, ella también exclamó horrorizada.


— ¡No!


A Paula le costó entender lo que estaba sucediendo.


— ¿Qué sucede? — ¿Seguían hablando de los hermanos Alfonso? Se sentía un poco mareada.


Carla se rio y sacudió la cabeza.


— Me lo imaginaba… — dijo, y le sirvió otra copa a Karen.


— ¿Qué? — volvió a preguntar Paula, pero dio un sorbo mientras miraba por encima del borde de la copa.


Abril arrojó la cabeza hacia atrás y soltó una carcajada.


— ¡No lo puedo creer! ¿Tú también?


Karen suspiró y bebió un largo trago de su margarita.


Paula hizo un gesto de contrariedad al poner en palabras la conclusión a la que había llegado unas horas atrás.


— ¿Axel? — preguntó, y de inmediato sintió pena por la pobre mujer.


Karen encogió levemente los hombros.


— Todo el mundo tiene su cruz.


Los cuatro hombres parados detrás de la mesa escuchaban con diversión apenas velada. Axel puso los ojos en blanco cuando oyó que lo considetaban una "cruz".


— Al menos no me trataron de "antipático", "irritante" y "autoritario".


— No te olvides de "arrogante" — señaló Javier, agregando el único adjetivo del que su hermano se había olvidado.


Ricardo puso los ojos en blanco, y señaló:
— Acuérdate de que tú recibiste el cumplido de "imbécil" hace un rato.


Javier se apartó del bar y apoyó su cerveza a medio terminar sobre la barra que se hallaba detrás de él.


— Creo que llegó el momento de colarnos en la fiesta. ¿Están de acuerdo, caballeros?


Ricardo estuvo completamente de acuerdo.


— Pagaré su cuenta. ¿Quién será el primero en contarles las novedades antes que nos linchen?


Se volvió y le hizo un gesto a la camarera de las mujeres, tras lo cual le entregó una tarjeta de crédito para pagar por todas las bebidas que habían consumido.


Pedro fue el primero en aparecer, y comenzó a acercarse detrás de Paula, pero las siguientes palabras de Abril lo hicieron detenerse a algunos centímetros de la mesa. No se movió; sólo esperó que se revelara más información interesante.


— ¿Por qué dijiste "mierda" antes? Tú y Pedro hacen una hermosa pareja — señaló Abril, recostándose sobre el respaldo del asiento, completamente ajena al hecho de que
cuatro hombres de extraordinaria altura se acercaban a su mesa.


Paula se encogió de hombros y bebió otro trago de su bebida.


— Oh, no tiene importancia. Sucede que realmente no quiero enamorarme de ese idiota.


Las tres mujeres dejaron de beber y le clavaron la mirada.


— ¿Bromeas? — preguntó Abril, con una enorme sonrisa en el rostro.


Paula estrechó los ojos como si se le acabara de ocurrir algo. Se quedó mirando a su amiga, intentando que le funcionara la cabeza, a pesar de ver todo borroso por el alcohol.


— ¿Ya tenías todo esto planeado? — preguntó.


Abril se rio, divertida.


— En absoluto. Cuando vi tu nombre en el expediente de la corte, no me dio tiempo de nada. Pero ¿recuerdas la última vez que viniste a buscarme para ir a yoga? — preguntó.


Paula asintió con la cabeza; todavía albergaba sospechas.


— Sí, ¿qué pasó?


— Llegaste tarde. Tenías que pasarme a buscar, y yo iba a hacer que te cruzaras accidentalmente con Pedro.


Paula soltó un grito:
— ¡Eres una tramposa! ¿Por qué me harías una cosa así?


Abril sonrió.


— ¿Cuál es el problema? Ya estás enamorada de él.


— Sí…, pero él no está enamorado de mí. Además, no confía en mí.


— Claro que sí — la desmintió Abril.


— Claro que sí — interrumpió una voz grave.


Paula se dio vuelta y soltó un gemido:
— ¿Qué haces acá? — preguntó bruscamente, casi derramando la bebida en su mano temblorosa— . Vete. No confías en mí, y no me voy a enamorar de un hombre que no tiene confianza en mí.