jueves, 18 de mayo de 2017

EPILOGO (TERCERA HISTORIA)




—¿Pensaste alguna posibilidad de anunciar nuestro compromiso a mis hermanos después de la boda? —preguntó Pedro, ajustándose la corbata del esmoquin frente al espejo.


Paula había desaparecido hacía varios minutos dentro del vestidor, y no tenía ni idea de lo que estaba sucediendo.


—¿Paula? —llamó, levantando los gemelos de oro que Simon le había regalado como padrino de boda.


Paula salió del vestidor, y las cejas de Pedro se hundieron sobre sus ojos al echar una furiosa mirada al vestido de raso azul que le ceñía la figura.


—¿Qué diablos te pusiste? —preguntó enojado, mirando el cuerpo espectacularmente sensual envuelto en el raso azul.


Paula sonrió calurosamente, dando vueltas para él.


—¡Es un vestido de dama de honor, tonto! —Se alisó el raso sobre las caderas, y Pedro sintió que se le secaba la boca. —¿Qué piensas?


Pedro la perforó con la mirada. Pensaba que tenía ganas de arrancarle el vestido, no de sacarla a la calle con él.


—Creo que deberías buscar otra cosa para ponerte —le dijo con voz grave.


Paula lo miró, sorprendida. Caminó hacia él con una enorme sonrisa en el rostro.


—Creo que Mia debe estar tramando algo —explicó deslizando las manos sobre la camisa de seda del esmoquin.


Pedro le tomó las caderas con fuerza.


—Misión cumplida —le dijo, y su voz se volvió ronca a medida que sus dedos recorrían su cuerpo y exploraban sus deliciosas curvas bajo el vestido de raso. De pronto, sus manos se detuvieron, y la miró sorprendido.


—¿Qué sucede? —preguntó, nerviosa por su mirada.


—¿Todas las damas de honor se pondrán este vestido? —preguntó, pensando que le gustaría que una persona en particular se pusiera el mismo vestido.


—Sí, parecido —replicó, confundida—. ¿Por qué?


Pedro sonrió y la besó detrás de la oreja.


—Porque eso significa que Javier verá a Abril con este vestido.


Paula se quedó con la mirada perdida un largo rato hasta que entendió lo que quería decir, y sonrió también como él.


—¡Pues sí, claro que la verá! —dijo, y se puso en puntas de pie para abrazarlo—. ¿Crees que funcionará? —preguntó. El cuerpo le vibraba excitado anticipando ese momento.


Pedro encogió los amplios hombros:
—Ninguna otra cosa ha logrado arrancar a aquellos dos de la costumbre que tienen de pelearse. —Creyó que habían alcanzado un impasse últimamente, porque habían dejado de provocarse, pero la hostilidad mutua que se tenían se había vuelto a instalar entre ellos, incluso más agresivamente que antes.


—No sé por qué Abril directamente no besa a Javier —dijo Paula, alejándose de Pedro para ponerse un par de pendientes de perlas falsas.


Pedro la observó con las cejas hundidas.


—Necesitas joyas de verdad —dijo con firmeza—. Y Abril no lo hará porque Javier se comporta como un imbécil con ella. —Sacó una caja que tenía a sus espaldas, y se la dio.


Paula miró la caja. Tenía miedo de tocarla.


—¿Qué es eso? —preguntó, poniendo las manos detrás de la espalda para no poder tomar lo que fuera que había adentro.


—¿Por qué no la abres para averiguarlo? —sugirió con un brillo casi maligno en los ojos.


Paula sacudió la cabeza.


—No. Es una joya, y no voy a aceptar más regalos de tu parte. Ya has gastado demasiado en este anillo —le dijo, tapándose el anillo de compromiso con la otra mano, como hacía a menudo por el enorme aprecio que sentía por él.


—Toma la caja, Paula.


Sacudió la cabeza.


Pedro, guárdala y regrésala a la tienda.


—Toma la caja —repitió, y el brillo de sus ojos se transformó en un desafío.


Paula se cruzó de brazos y sacudió la cabeza una vez más.


—No puedes darme órdenes todo el tiempo —dijo con firmeza.


El no respondió, tan solo enarcó una ceja.


Ella soltó un bufido:
—Está bien. Es cierto que me puedes dar órdenes en la cama. A veces.


El soltó una carcajada y volvió a poner la caja detrás de é!. 


Pero allí no terminó todo. Él mismo abrió la caja y sacó un deslumbrante collar de brillantes. Las gélidas piedras le cubrieron los dedos como una reluciente cascada.


Paula soltó un grito ahogado y lo miró fijo. Su cuerpo entero se quedó paralizado ante semejante extravagancia.


—¡No! —susurró con reverencia e indignación.


El sonrió al percibir su mirada y le susurró a su vez:
—Sí —mientras le besaba el cuello. Las manos se movieron con pericia al tiempo que lo acomodaban alrededor del cuello y cerraban el broche. La miró en el espejo, enderezando con la mano los diamantes que formaban un círculo perfecto alrededor de su cuello delicado. —Así me gusta más.


Paula levantó la mano, y tocó los brillantes maravillada.


—Esto es demasiado —dijo con suavidad. Su mirada de preocupación atrapó la suya en el espejo. —No lo puedo aceptar.


—No tienes alternativa —replicó, y extendió el brazo detrás de ella para levantar la caja negra una vez más.


Ella casi dio un respingo hacia atrás cuando vio los pendientes de brillante que hacían juego, enclavados en la pana negra, justo en el centro de donde había estado el collar.


—¡Pedro! —jadeó, pero él contuvo su espasmo contra su cuerpo, envolviendo los brazos alrededor de su cintura para afirmarla—. Esto es escandaloso —exclamó.


—Ahora tengo el derecho de llenarte de regalos —le dijo, extendiendo los pendientes frente a ella—. Y será mejor que te acostumbres. Tengo mucho dinero guardado, y no he tenido nadie en quién gastarlo. Así que aguántate. Quítate las perlas, Paula —le dijo, acariciándole la piel detrás de las orejas y provocándole un escalofrío de placer.


—No. Por favor, devuélvelos —le suplicó.


—No puedo devolverlos —se rio suavemente de ella—. Y me hace sentir bien verte con estas joyas que te regalo. ¿Por favor, puedes ponértelas? —le pidió.


Cuando se lo pidió así, no fue posible negarse. Rápidamente se quitó el otro par de pendientes y los reemplazó con los brillantes. Luego se dio vuelta para mirarlo:
—Me vas a malcriar —dijo, sonriéndole a su apuesto rostro.


—De eso se trata, mi amor —dijo, y la beso con dulzura—. Ahora, larguémonos de acá, y vamos a ver qué hace Javier cuando vea a Abril con ese vestido. —Le tomó la mano y la condujo hada la puerta. —Además, cuanto más rápido lleguemos, más rápido podré tenerte de regreso en casa. Sin ese vestido.


—Eres detestable —dijo riéndose, pero lo siguió igual de impaciente.





CAPITULO 21 (TERCERA HISTORIA)




Paula corrió por el aeropuerto, al tiempo que la mente intentaba frenética hacer una lista de todo lo que debía hacer. Se casaba en... pues, pronto, pensó, porque no estaba realmente segura de qué día era. Pero no podía creer el nuevo empleo que tenía, e incluso ¡la primera tarea que le asignaban!


Mauricio Hamilton la había contratado durante la entrevista, que no fue en realidad una entrevista sino más bien un test para probar sus habilidades.


Cuando pasó todos los test, el hombre y otros miembros del equipo con quienes trabajaría se quedaron parados al lado del edificio "con medidas de seguridad" con la boca abierta de asombro al verla aparecer desde la parte posterior.


Tuvo que reírse al recordar a los cuatro hombres, todos enormes y corpulentos, dos con armas aseguradas a los muslos al estilo cowboy, pero vestidos más como miembros de un equipo SWAT, con pantalones con bolsillos, negros y camisetas tejidas negras que se estiraban sobre sus pechos fibrosos.


Los cuatro tenían la mirada clavada en el edificio, esperando que ella saliera por arriba. Así que cuando apareció por atrás, de hecho sorprendiéndolos con la carpeta del archivo en la mano, se dieron vuelta rápidamente, preparados para atacar, pero se quedaron paralizados al verla sonriendo frente a ellos.


Las únicas palabras que se dijeron fueron: "Estás contratada", pronunciadas por Mauricio mismo, a medida que las sonrisas aparecieron en los rostros de los demás hombres.


El resto de la tarde transcurrió repasando su primer encargo. 


Tenía los planos del edificio metidos en la cartera, aunque no había determinado aún cómo entraría. En cada trabajo que realizaba ella o el equipo de personal de Hamilton Securities debía quebrar el sistema de seguridad de una compañía y
colocar una nota sobre el escritorio de alguna persona en particular. Si lo hacían, entrando y saliendo sin que nadie se enterara, la misión estaba completa. A continuación se escribía un informe, donde se explicaba la misión y se brindaban recomendaciones de seguridad, que se entregaba al cliente.


Mauricio cobraba una cifra descomunal por este servicio, pero también le pagaba muy bien a su equipo. Le había cotizado a Paula un sueldo que triplicaba lo que ganaba en su empleo como contadora. Tenía que entregarle a Ramiro Moran su renuncia y se iba a poner furioso cuando no pudiera darle las dos semanas acostumbradas que se solían dar de preaviso. Pero ¿cómo se suponía que debía una mujer dar dos semanas de preaviso cuando tenía que poner su casa en venta, trasladar todos sus artículos personales a casa de su novio, planear una boda y pensar en una manera de forzar la entrada de un museo que se parecía a Fort Knox, todo al mismo tiempo? Algo tenía que ceder, y lo primero era salir de un empleo para comenzar el nuevo.


Oh, y tenía que pedirles a sus amigas que vinieran a su boda. Sí, eso también tenía prioridad. Suspiró al salir del aeropuerto O'Hare de Chicago, a punto de parar un taxi para regresar a casa de Pedro. Pensó que tal vez podía prepararle la comida también. La cena...


—¿Necesitas ir a algún lado, hermosa? —oyó que decía una voz profunda detrás de ella.


Paula dejó caer el brazo y sonrió al girar y arrojarse en brazos de Pedro.


—¡Me contrataron! —exclamó, tan excitada que apenas podía pensar en otra cosa que en casarse con este hombre y en hacerlo tan feliz como él la hacía a ella—. ¡Te amo! —dijo antes de pararse en puntas de pie para besado.


Pedro la miró sonriendo. Se sentía eufórico por verla entusiasmada. Por supuesto, había sabido que la habían contratado, porque Mauricio lo había llamado esa misma mañana, preguntándole dónde la había encontrado. Cuando explicó que Paula era su novia, Mauricio se rio y Pedro incluso pudo ver a su amigo sacudiendo la cabeza.


—Te espera una vida larga y muy interesante, amigo —dijo.


Pedro envolvió el brazo alrededor de su bella novia y la condujo al vehículo. ¡Eso mismo esperaba él!