lunes, 8 de mayo de 2017
CAPITULO 12 (SEGUNDA HISTORIA)
Pedro había tenido un día terrible, enfadándose con todos. En primer lugar, su cliente había desoído sus consejos, así que surgió la posibilidad de una demanda judicial por algunos problemas con materiales que entraban en el país. Pedro consiguió solucionarlo, pero para ello tuvo que acudir al puerto, y luego regresar a los tribunales para defender a su cliente delante del juez.
Al menos, se había acabado el día, pensó, frotándose la nuca para tratar de aliviar el estrés. Podría no haber sido un día tan espantoso, pero el inicio lo había predispuesto negativamente con el mundo en general, y con una bella y testaruda mujer que lo exasperaba, en particular. Pedro condujo el auto por el pesado tránsito de la hora pico. Seguía furioso con las respuestas de Paula de aquella mañana. O la ausencia de una respuesta que quería escuchar. No podía creer que se hubiera abrazado a él toda la noche sabiendo que no estaría allí en un año o dos.
¿Cómo podía comportarse así con él, sabiendo que iba a desaparecer de su vida?
¿Acaso no se daba cuenta de lo especial que era su relación? Había salido con otras mujeres, por supuesto. Pero ninguna lo había afectado como ella. Oh, claro, tal vez había disfrutado sexualmente con ellas, pero Paula le provocaba un sentimiento mucho más profundo, más fundamental, y sabía que ella también lo sentía.
Odiaba la idea de que se terminara marchando, de que otro hombre la acariciara como la quería acariciar él. Había logrado que estuviera en su casa, en su cama, y nuevamente estaba en la situación de pensar en un modo de hacerla querer permanecer allí y vivir con él para siempre.
El teléfono sonó y echó una mirada a la persona que llamaba. Como era su hermano Simon, pulsó un botón sobre el volante para responder al llamado.
—-Cómo va todo? —preguntó. ¿Qué podía necesitar Simon ahora que tenía a Mía en su vida? El tipo estaba loco por ella. Pedro se sentía feliz por su hermano, pero no podía negar que hubiera una gran cuota de celos por el hecho de que su hermano menor hubiera encontrado al amor de su vida.
Para decir verdad, Pedro también había encontrado al amor de su vida. Sólo que todavía no sabía cómo convencer a la terca mujer de corresponder ese amor.
—Oye, ¿vuelves a la oficina esta noche? —preguntó Simon.
—Estaré llegando en alrededor de treinta minutos —replicó, aún distraído por su situación con Paula. No contribuía el hecho de que Simon estuviera insoportablemente feliz con su flamante novia y él siguiera furioso con Paula.
—El auto de Mia no está funcionando bien. Acabo de conseguir que lo recojan y lo remolquen al taller, pero ¿podrías pasar a buscarla por su clase de yoga? Está justo en camino a la oficina desde donde estás en este momento.
—Claro. Mándame la dirección y te la acerco.
—¡Gracias, hermano! —dijo Simon, y colgó.
Un instante después, apareció un mensaje de texto en la pantalla del celular, y lo enchufó al GPS. Se encontraba justo camino a la oficina, así que no tenía que siquiera desviarse de su recorrido.
Diez minutos más tarde, tras estacionar y caminar al centro de yoga al que lo había enviado su hermano, estaba aún más furioso que cuando recibió la llamada de su hermano.
Por supuesto que no le importaba pasar a buscar a Mia. Era una mujer dulce y hacía feliz a su hermano, así que para él, Mia ya era parte de la familia. La protegería igual que a sus hermanos.
No, no estaba enojado por tener que recoger a Mia. El problema era que Mia estaba en una clase de yoga con nada menos que Paula. Y Paula se estaba moviendo de un modo poco menos que... erótico. Odiaba emplear ese término para describir un tipo de ejercicio, pero la postura del perro mirando hacia abajo exponía su adorable trasero en el aire.
Pedro tragó penosamente al mismo tiempo que imaginaba todas las cosas que quería hacerle a Paula mientras se hallaba en esa posición.
Pedro observó en estado de éxtasis una posición tras otra, completamente absorto por las largas piernas y el increíble trasero de Paula, sus fuertes brazos y su cuerpo delgado.
Después de cada movimiento, quería gritarle por hacer que
estuviera duro como una piedra, pero no podía hablar, tan sólo contemplar fascinado.
Y eso fue antes de arquear la espalda con las piernas extendidas sobre el suelo.
Parecía una especie de cobra con la cara hacia arriba mirando el techo.
Pedro recordó anoche las expresiones en el rostro de Simon y de Ricardo después del partido de sóftbol. ¿Habría planeado este encuentro su hermano menor? Ambos se habían dado cuenta, sólo por el modo en que estaba comportándose con Paula, de que ella le importaba. Cuando Paula cambió una vez más de posición, tuvo que apartar la mirada con violencia. Era eso o entrar como una tromba en el salón, agarrar ese cuerpo delicioso y llevársela a algún lugar privado para poder hacerle apasionadamente el amor.
Se apartó un poco para que no pudieran oírle la voz, y marcó el número de Simon.
Cuando su hermano respondió, su tono de voz confirmó sus sospechas.
—Hiciste esto a propósito, ¿no es cierto? —preguntó furioso.
La única respuesta de Simon fue una carcajada a través de la línea de teléfono.
—No sé de qué hablas. Pero ¿no está Paula también en la clase? La vi salir con Abril hace un rato, y parecían muy apuradas por salir de la oficina.
— ¡Pagarás por esto! —bufó Pedro, mientras observaba fascinado al grupo ponerse de pie, y luego bajar el torso con los dedos apoyados en el suelo. Una postura más para observar el trasero de Paula. Volvió la cabeza. —¿Por qué no dedicas tus energías casamenteras a Abril y Javier? —dijo con brusquedad-—. Algo hay que hacer con esos dos antes de que se maten.
— ¡Qué dices!. ¿Quieres que me maten a mí? —preguntó Simon divertido
—No te metas mas en esto —gruñó con el tono de voz más bajo que su cuerpo ardiente le permitía.
Oyó un coro de "Namaste" y apagó el teléfono bruscamente.
Al darse vuelta, intentó mostrarse relajado, pero la mirada recelosa de las cuatro mujeres fue indicio suficiente de que su intención no había funcionado.
—¿Qué haces aquí? —preguntó Paula, lanzando chispas por los ojos al enfrentarlo delante de sus amigas.
Miró a los ojos de Paula, tratando de volver a controlar su cuerpo. Se hallaba parada delante de él con las mejillas rosadas y el sudor que le perlaba cada centímetro de su pálida y perfecta piel. Respiró hondo, pero eso no ayudó en absoluto porque lo único que olió fue la dulce fragancia de Paula, que no hizo más que intensificar su deseo.
—Estoy acá para buscar a Mia. Simon dijo que te remolcaron el auto para que te lo repararan. —Se dirigió a Mia, pero tenía los ojos fijos en Paula, advirtiendo el sudor que brillaba sobre su pecho y sus hombros, donde no la tapaba el traje de yoga. — ¿Estás lista?
Paula dio un paso delante de Mia, sacudiendo la cabeza.
—Mia no hizo nada para que estés tan enojado. Yo la llevaré adonde necesite ir.
A Pedro le estaba costando reprimir el impulso de arrastrarla en sus brazos y besarla hasta que se le acabaran las ganas de discutir, así que su beligerancia sólo incrementó su enojo.
—Paula, hazme el favor, después de esta mañana, tengo ganas de arrojarte sobre el hombro y terminar nuestra discusión. Así que déjame llevar a Mia y salir de tu camino, o prepárate para una batalla que no podrás ganar.
Paula pensó en sus palabras; no estaba segura de cómo encararlo en ese estado.
Jamás lo había visto tan furioso, pero no iba a permitir que su amiga se metiera en su auto.
—Yo la llevo...
—Está bien —dijo Mia detrás de ella, apoyando una mano tranquilizadora sobre el hombro de Paula—. Si lo envió Simon, estoy segura de que está todo bien.
Paula pensó en ello un instante.
—-Te vas a portar bien? —le preguntó a Pedro, poniéndose furiosa, nerviosa de que él estuviera demasiado enojado para manejar.
Él enarcó las cejas ante la actitud desafiante de Paula. Le resultaba increíble que ella siquiera se atreviera a desafiarlo de ese modo.
— ¿Qué vas a hacer para impedirlo si no lo hago? —la retó, dando un paso más para acercarse a ella y fulminándola con la mirada.
Paula se dijo a sí misma que no le tenía miedo, y esperó fervientemente estar simulándolo bien.
—No te dejaré llevar a Mía.
El casi suelta una carcajada ante las palabras valientes de ella, advirtiendo el rápido pulso que palpitaba en la base de su garganta.
—¿Y crees que eres lo suficientemente fuerte para detenerme? —preguntó. Su tono se volvió de pronto tranquilo y suavemente aterciopelado.
—Creo que te podría derribar —replicó, pero las palabras habían perdido su fuerza.
—¿Está todo bien? —se oyó una nueva voz que preguntaba.
La nueva voz pertenecía a la instructora, que se hallaba reuniendo al grupo para la siguiente clase.
Paula le lanzó una mirada a la amable mujer y sonrió:
—Está todo perfecto —dijo, y miró a Pedro—. -No es cierto?
—Perfecto —le replicó—Vamos, Mía? —preguntó, aún observando a Paula.
Mia sonrió y asintió la cabeza, animada, comprendiendo la tensión subyacente entre los dos.
—Vamos —respondió, tratando de ahogar la risa mientras observaba al par de adversarios tratar de intimidarse mutuamente. Pedro era tan parecido a Simon en eso que no le preocupaba en lo más mínimo. Sabía que Pedro no lastimaría a nadie, y Mia también sabía que Paula estaba loca de amor por ese hombre.
Pedro se volvió para mirar a Mia, forzándose a sonreír.
—Entonces, vamos —dijo y le posó una mano suave sobre el brazo para guiarla hacia la puerta.
La sonrisa de Mia se amplió aún más, y comenzó a caminar, pero justo antes de llegar a la puerta, se dio vuelta y le guiñó el ojo a Paula. Luego echó a correr y abrió las puertas de un empujón para preceder a Pedro.
CAPITULO 11 (SEGUNDA HISTORIA)
Paula despertó y advirtió en seguida que algo andaba mal.
Miró a su alrededor, palpando las sábanas para encontrar a Pedro, pero halló su lado de la cama vacío.
Suspiró y pensó un instante en ello antes de abrir los ojos, acercando la almohada pero sabiendo que no era más que un frío reemplazo del hombre. Tal vez era lo mejor. No debió haber sucumbido a la pasión la noche anterior. Era un error, y no era el comienzo de nada. Ambos tenían objetivos diferentes, y ella seguiría adelante al próximo puesto mientras que él seguiría instalado allí en Chicago.
Luego oyó un ruido en la cocina y se dio vuelta bruscamente, justo a tiempo para ver a Pedro regresando al dormitorio.
Los ojos de él recorrieron velozmente su cuerpo, que se perfilaba por la sábana bajo la cual se seguía ocultando ella.
—Anoche no llegaste a responder nunca a mi pregunta, Paula —dijo, parado a los pies de su cama, mirándola.
Paula lo miró curiosa, apartándose los bucles de los ojos al mismo tiempo que se sentaba en la cama, asegurándose de que la sábana le tapara bien el cuerpo desnudo.
Ignoró su ceja enarcada y se concentró en lo que él le decía.
¿Una pregunta? No recordaba ninguna pregunta. Lo único que recordaba era aquel increíble y maravilloso calor que irradiaba al estrecharla en sus brazos a lo largo la noche.
Aunque la había despertado varias veces, hacía mucho tiempo que no dormía tan profundamente. Bueno, para ser precisos, seis años.
— ¿Cuál era la pregunta? —preguntó. Seguía dormida. Pero incluso si estuviera despierta, no estaba segura de poder concentrarse. No teniéndolo a Pedro parado a los pies de la cama llevando encima sólo el par de shorts que se había puesto para el partido, y nada más. Aquellos músculos formidables y los anchos hombros la distraían demasiado.
— ¿Por qué no has decorado este lugar aún? —le lanzó, con las manos apretadas sobre las caderas.
Paula se inclinó hacia atrás sobre las almohadas, tratando de pensar en la hora que era.
— ¿Por qué no lo decoré? —Echó un vistazo al reloj del otro lado de la habitación, frente a la cama. —No son aún las seis de la mañana, ¿y me estás preguntando por qué no he decorado mi departamento? —Intentó recordar qué día de la semana era, pero era como si todo estuviera distorsionado.
Él dirigió la mirada al otro lado de la habitación y sonrió levemente.
—Veo que tu incapacidad de despabilarte con un despertador no ha cambiado, ¿no es cierto? —Sacudió la cabeza. —¿Todavía lo tienes que poner del otro lado del cuarto para poder salir de la cama?
Ella se sonrojó, recordando cómo la despertaba él cuando intentaba apagar el despertador. Pedro solía reírse y hacerle cosquillas, y luego hacerle el amor hasta que ambos terminaban jadeando y completamente despiertos.
Ella encogió los hombros, desestimando la dificultad que tenía de despertarse por la mañana como algo normal.
—A mí me funciona —dijo con suavidad, y se movió incómoda sobre la cama—. ¿Qué hacías?
El la miró furioso.
—Pensaste que me había ido, ¿no? —Su rostro sonrojado fue toda la respuesta que hizo falta. —Paula, ¿por qué no has decorado este departamento? —volvió a insistir.
Paula suspiró y bajó la mirada al edredón, fingiendo que no quería que regresara a la cama con ella para volver a hacerle el amor.
—Es sólo que todavía no he tenido tiempo de hacerlo.
Hubo un largo silencio mientras ella esperaba, nerviosa, que él respondiera. No estaba segura de lo que debía decirle, cómo explicarle la absoluta falta de muebles en el departamento.
—No te vas a quedar aquí, es eso, ¿no? —adivinó. Pero no era una pregunta. —Sólo te quedarás un tiempo, el que haga falta para poder poner al grupo Alfonso en tu curriculum antes de continuar al siguiente trabajo. —La observó con detenimiento y, por la culpa en sus ojos, supo que había dado en la tecla.
Ella paseó la mirada a su alrededor, tratando de pensar en algún comentario que pudiera aplacarlo. Pero tenía razón. Y sabía que su mirada lo revelaba todo.
— ¿Cuánto tiempo pensabas quedarte, Paula? —le lanzó, enojándose por su falta de franqueza—. ¿Un año? ¿Dos? Ella encogió los hombros ligeramente.
— ¿Por qué te importa? —Se deslizó fuera de la cama y tomó su bata. — ¿Y cómo puedes juzgarme cuando tú hiciste exactamente lo mismo hace unos años? Cuando nos conocimos, ni siquiera te molestaste en desempacar algunas de tus cosas —le replicó, refiriéndose a las cajas que guardaba en el desván con todas las cosas que no necesitaba y que no se había molestado en ubicar en su departamento—. No me juzgues por hacer exactamente lo mismo que tú.
Estaba furioso porque ella se negara a reconocer la relación que habían tenido.
Se hacía la tonta a propósito.
—Salvo que el puesto que ocupé en la Corte Suprema fue justamente eso, un puesto temporario. Lo tomé sabiendo que no me quedaría con ellos.
—Entonces, ¿qué tiene de malo que yo haga lo mismo? —le gritó a su vez, sintiéndose a la defensiva porque la hubiera agarrado in fraganti. Deseó no haber tenido esa conversación, pero no le iba a mentir. Además, de toda la gente que conocía, Pedro era la persona más indicada para comprenderla.
Pedro se pasó la mano por el cabello, desordenándolo. Se le veía frustrado.
—La diferencia es que mi puesto en Washington D. C comenzó siendo un puesto temporario. Un empleo con el grupo Alfonso no es algo temporario. Tampoco les ofrecemos un puesto a las personas que creen que sólo somos un escalón intermedio para seguir desarrollándose en otro lugar.
Aquello no era justo. Paula no tenía ni idea de lo que podía pasar en el futuro, pero él estaba siendo deliberadamente obstinado respecto de admitir que el futuro le podía deparar cualquier cosa. —Pero ustedes contratan a personas que van y vienen todo el tiempo. No es como si el grupo Alfonso fuera la panacea para toda la gente que entra a trabajar allí.
—¡Podría serlo para ti! —le retrucó de inmediato, furioso con Paula por darle tan poca importancia a la relación entre ellos dos, aunque hubiera recomenzado recién la noche anterior—. No me vas a decir que creías que el grupo Alfonso te estaba ofreciendo trabajo sólo por un período de tiempo limitado.
Ella se movió incómoda, deseando que él no fuera tan perceptivo. Pero justamente había sido uno de los motivos por los cuales se había enamorado de él. Era increíblemente inteligente y astuto, y había percibido cosas dentro de ella que ni ella misma sabía que existían. La creía preciosa, le gustaban sus pecas y la había hecho reír de las cosas ridículas de la vida. Pero aquello no le servía en ese momento. —No, pero ése no es el punto.
—¿Cuál es el punto? —Estaba tan furioso con ella que apenas podía pensar con lucidez. Paula había regresado, pero no por él. Anoche pensó que..., pero todo lo que esperó anoche mientras le hacía el amor, mientras la tomaba en sus brazos, había sido una mentira. —¿Yo también soy un escalón intermedio para seguir avanzando? —preguntó con un tono de voz sin emoción.
Paula giró bruscamente el cuello, shockeada por semejante pregunta.
—-Y qué se supone que significa eso?
—-Que si soy solo tu próximo amante en una larga serie de amantes?
Ella soltó un grito ahogado.
—Jamás... —Se detuvo y cerró la boca. —No... —Le dolía tanto que pensara una cosa así de ella, especialmente cuando no había estado con ningún otro hombre aparte de Pedro. A pesar de salir con diferentes hombres a lo largo de esos años, ninguno la había hecho sentir la misma intensidad que Pedro con sólo mirarla. — ¡Sal de mi casa! —le dijo bruscamente. No le confesaría una cosa así. Jamás!
Que pensara lo peor de ella. El no significaba nada para ella.
¡Era sólo un idiota que pensaba lo peor de todo el mundo!
— ¡Con mucho gusto! —le ladró. Tomó su camiseta de sóftbol y se la pasó a toda velocidad por encima de los hombros. Ni siquiera se molestó en colocársela bien, sino que tomó rápidamente sus medias y zapatos, y salió de su departamento.
Paula lo vio salir, furiosa y dolida, deseando tener el coraje de volver a llamarlo.
Pero -qué le iba a explicar? Tenía razón. Había aceptado la oferta de trabajo y la había considerado un escalón intermedio para seguir avanzando en su carrera profesional.
Todos los abogados iban cambiando de un estudio a otro, adquiriendo experiencia hasta que hubieran obtenido la capacidad y la reputación necesarias como para abrir su propio estudio jurídico o pasar a ser socios en una firma que fuera lo suficientemente prestigiosa para aceptarlos. El grupo Alfonso era uno de los más prestigiosos estudios jurídicos en los Estados Unidos, pero eso no significaba que en el camino no pudiera aparecer una mejor oportunidad que le sirviera para alcanzar sus objetivos. Sólo una persona estúpida tomaría un trabajo pensando en permanecer allí para siempre. Sucedían cosas, el mundo se transformaba, las personas cambiaban, y las compañías eran compradas y vendidas.
Pero se equivocaba respecto de lo que ella pensaba de él.
Jamás lo habría considerado un amante pasajero, mucho menos un hombre dentro de una larga serie de amantes. Se sacó la bata a toda velocidad y entró como una tromba en la ducha, tratando de quitarse las huellas de sus manos, de su aroma. Pero por más que frotara con fuerza, no podía olvidar el perfume increíblemente seductor de Pedro.
Se apuró para prepararse para ir al trabajo. Necesitaba algo que la distrajera de sus palabras hirientes.
Le dolía el muslo y tomó un ibuprofeno. Se metió el frasco en la cartera, sabiendo que iba a necesitar tomar más durante el día. Era un día de trabajo, y no tenía tiempo para estar soñando con un hombre que tuviera expectativas poco realistas respecto de ella. ¡Y completamente injustas!
Una vez más estaba completamente vestida, y se sintió acorazada con el traje de negocios y los zapatos de tacón alto. Tenía un día atiborrado de citas con clientes y reuniones de estrategia. Debía tipiar varios informes y ocuparse de demasiadas cosas que no tenían nada que ver con ponerse a especular acerca de lo que estaría haciendo en un año o dos. Y definitivamente no tenía tiempo para perder con Pedro Alfonso y todas sus odiosas conjeturas.
Se acordó en el último momento de que había quedado con Abril, Mia y Carla reunirse después del trabajo para hacer un poco de ejercicio. Así que volvió corriendo, metió a toda velocidad la ropa de yoga en un bolso, y se lo arrojó sobre el hombro antes de salir hecha una tromba del departamento. Como si no estuviera lo suficientemente irritada esa mañana, tuvo que tomarse un taxi para regresar al campo de sóftbol, por la actitud sobreprotectora de Pedro de la noche anterior.
Como había insistido en llevarla él a su casa, se había quedado sin auto.
Podía preguntarles a Abril, Mía y Carla qué hacer. Después de la clase de yoga, saldrían a comer y podía explicarles toda la situación.
Pensó en la posición de Abril dentro del grupo Alfonso, y se mordió el labio, indecisa. Tal vez no fuera buena idea contarle a la gerente acerca de su conflicto.
Pero luego sacudió la cabeza. Abril era amiga suya. Habían compartido otras cosas, y esto sólo sería una más. Confiaba en el consejo de Abril, y sabía que su amiga podía separarse de su situación y darle una opinión objetiva. Además, Mia estaba comprometida con uno de los otros socios, y Paula sospechaba que había algo entre Carla y Ricardo. Así que estaban todas conectadas de alguna manera con los socios
del estudio.
Mientras subía al taxi y le daba al conductor la dirección del campo de sóftbol, volvió a considerar sus opciones desde la perspectiva de sus amigas. Tal vez no fuera tan buena idea, pensó, mientras el taxi se abría paso a través del intenso tránsito de la hora pico. No quería poner a sus amigas en apuros.
****
Fue un día complicado, pero trabajó esforzadamente y obtuvo el reconocimiento de varios abogados sénior por los informes que les facilitó. De todos modos, cuando se hicieron finalmente las seis de la tarde y pudo salir de la oficina, respiró aliviada.
Había intentado pasar lo más inadvertida posible, porque no quería encontrarse con Pedro. Tenía las emociones demasiado a flor de piel como para verlo, y había hecho todo lo posible por evitar cruzarse con alguien.
Cuando salió a la calle con Abril, respiró aliviada. Había conseguido evitar a Pedro durante todo el día. En el camino a la clase de yoga, se enteró de que Pedro había estado todo el día fuera de la oficina, en los tribunales. Paula estaba tan aliviada que respiró hondo varias veces. De inmediato se sintió mejor.
Las cuatro jóvenes se cambiaron en los vestuarios del gimnasio, riéndose y bromeando sobre el día. Abril y Mia eran amigas hace tiempo, pero Paula sentía como si esas tres mujeres fueran sus hermanas. Se habían reído y cenado juntas, y sentía una afinidad con ellas que jamás había sentido con sus otras amigas en el pasado.
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