domingo, 7 de mayo de 2017

CAPITULO 9 (SEGUNDA HISTORIA)





—-Déjame ir a batear, Pedro —le exigió, mirándolo furiosa a través de los anteojos oscuros. El no necesitó mirarle los ojos para ver que estaba enojada.


Pedro la observó con detenimiento, preocupado porque se pusiera en una situación de hacer el ridículo. Debatió la decisión en la cabeza. Allá en el campo de juego estaban todas sus colegas, y si se equivocaba o quedaba eliminada, sería blanco de burlas toda la semana. Sabiendo que estaba en el equipo, debió traerla al campo de juego a comienzos de la semana para ver qué podía hacer, pero había estado ocupado en la corte. Y para ser completamente sinceros, no había confiado en su propia capacidad de reprimir el deseo de abalanzarse sobre ella. Incluso ahora, mirando sus piernas largas y sensuales enfundadas en esos shorts, se estaba volviendo loco. Tal vez tuviera un corpiño deportivo bajo la camiseta de sóftbol, pero eso no le impedía morirse de ganas de quitarle la camiseta y liberar aquellos pechos perfectos del impiadoso corpiño que los apresaba.


•Vamos, hombre, concéntrate! Durante la última semana se lo había repetido una y otra vez. La había visto tantas veces en la oficina, intentando por todos los medios encontrar un motivo para verla a solas. Pero siempre estaba trabajando.


Suspiró y miró a los otros jugadores. Algunos lo estaban mirando, preguntándose qué haría. Tenía que hacerla jugar o mañana todo el mundo estaría comentando su ausencia del campo de juego. Estaba perdido si la metía y perdido si no lo hacía.


—Estás segura de que quieres hacer esto? —le preguntó con suavidad.


Paula se contuvo de poner los ojos en blanco. Pero se quedó de pie mirándolo y esperando que entrara en razón.


Pedro suspiró, empujó su gorra hacia atrás y sacudió la cabeza.


—Escucha, Paula, sé que Abril te reclutó para que integraras el equipo cuando salieron todas a comer la semana pasada. Pero no estás obligada a hacerlo —dijo con calma.


Tras estas palabras Paula siguió sin decir nada; sólo esperó furiosa que accediera a su pedido.


—¡Como quieras! —dijo Pedro cediendo, reconociendo su famosa terquedad que, por otro lado, hacía que fuera tan buena abogada. Se inclinó y levantó el bate. — Párate con los pies separados en esta posición. No tomes el bate muy arriba. Agárralo de esta manera -—le dijo, mostrándole cómo sostener el bate de aluminio.


La ira de Paula aumentó al percibir su tono de superioridad. 


Tomó el bate, y lo hizo girar fácilmente en la mano para atraparlo por la empuñadura. Luego le dio un golpecito a Pedro en el medio del pecho con el otro extremo.


—Hazte a un lado, cariño —dijo burlonamente—. Quédate donde estás y mira.


Se oyeron varios gritos del otro equipo y del resto de la multitud que se había acercado para observar. Paula no volvió la vista atrás para medir la reacción de Pedro a su provocación, sino que fue directo al área de batear y le hizo un gesto al pitcher para indicarle que estaba lista.


El pitcher, otro abogado del grupo de Ricardo, asintió con la cabeza y sonrió, pensando que esto iba a ser pan comido. A Paula no le importó. Que pensaran lo peor. No era ninguna novata que necesitara ser defendida. No se había unido al equipo sólo para calentar el banco. ¡Maldita sea, era una buena jugadora!


Se concentró en mirar la pelota, sufriendo por la presencia de Pedro, que estaba parado justo atrás, y por el tamaño diminuto de sus shorts. Estaba casi segura de que le estaba mirando el trasero y no la postura, pero apartó la idea a un lado. Tenía una misión, y no iba a permitir que los pensamientos lascivos de él se interpusieran en su camino.


— ¡Strike!—gritó el arbitro detrás de ella.


Paula parpadeó y miró a su alrededor. ¿En qué momento había lanzado el pitcher la pelota?


¡Maldición! Concéntrate, mujer, se dijo con firmeza.


Estaba a punto de retomar su posición cuando Pedro interrumpió el juego.


Paula se volvió y lo miró, preguntándole en silencio por qué había detenido el juego.


Caminó hacia ella y se agachó:
—Tranquila... Tómate tu tiempo. Observa la pelota y cuando pase ese punto — explicó, señalando un lugar a pocos metros del cuadro de batear—, comienza a hacer tu swing. ¿Correcto?


Paula sacudió la cabeza.


Pedro, puedo hacerlo, en serio.


El sonrió levemente, y ella sintió un momento de pánico cuando pareció que se iba a agachar para besarla.


—Ya lo sé, cariño. Es sólo que... —no supo qué decir, y ella sintió que se derretía con su ternura.


—Te prometo que sé cómo jugar, Pedro —Sacudió la cabeza, diciéndolo más para convencerse a sí misma que a él. —Hazte a un lado —dijo, mirándolo, casi suplicándole con los ojos, imposibles de ver a causa de las lentes de sol—. Puedo hacer esto. Te lo prometo. Sólo tenme un poco de fe.


Pedro endureció la mandíbula, e hizo una brevísima pausa.


—Está bien —dijo y volvió a dar un paso atrás.


Pedro observó a Paula volver a posicionarse, y le hizo una señal al pitcher para que le tirara la pelota. Se sentía tenso y preocupado. No quería que sufriera la humillación de otra buena pelota, pero...


"¡Strike dos!", volvió a cantar el arbitro.


Pedro se mordió la parte interna de la mejilla, deseando no haberla metido nunca en el juego. Ni siquiera tenía que ver con ganar el partido, aunque era cierto que estaban tres puntos abajo y tenían tres jugadores en las bases. Acá se trataba de preservarla. ¡Mañana en la oficina las burlas serían feroces!


Intentó concentrarse en el pitcher, deseando poder enviarle una señal a Paula para que supiera cuándo batear, pero no podía verla. Sus ojos no le hacían caso ni al pitcher ni a la pelota. No con el adorable y redondo trasero de ella delante de sus ojos.


¡Entonces oyó el juac!. Giró rápidamente para ver lo que había sucedido, y, efectivamente, ¡la pelota estaba volando por el aire! Y no sólo volaba, sino que trazaba un arco en el cielo alejándose del campo de juego. Varios jugadores del campo del equipo contrario corrían a toda velocidad para intentar cruzarse con la pelota.


Miró el campo, y ¡una, dos y luego tres jugadores hicieron la entrada! La pelota voló lejos, y nadie fue capaz de conectar lo suficientemente rápido con ella, así que terminó por caer al suelo. Pedro contempló el campo y el aliento se le quedó atrapado en la garganta al observar las hermosas y largas piernas de Paula corriendo a la primera base, luego a la segunda. Miró la pelota y de pronto se dio cuenta de que se suponía que él debía estar guiándola, según el lugar en donde estuviera la pelota.


— ¡Ve a la tercera! —le gritó, corriendo a la tercera base. Sus ojos pasaron como una flecha de la pelota, arrojada de un jugador a otro, a Paula, que atravesó a toda velocidad la tercera base. — ¡Quédate allí! —le gritó.


•Pero ..¿le hizo caso la terca mujer? ¡No!


¡Maldita sea! ¡Ahora corría a la par de la pelota! El equipo contrario estaba recibiendo la pelota, y Paula corría a toda velocidad, pero ¿sería lo suficientemente rápida? A medio camino del home, el pítcher atrapó la pelota y giró, para arrojársela lo más rápido posible al cátcher.


Pedro observó a Paula mirar de reojo al otro integrante del equipo que pasaba la pelota y, aunque le resultó increíble, en un arranque de velocidad, la joven lo pasó fácilmente.


¡Qué cerca estuvo! Pero logró deslizarse por arena y tierra, y Pedro contempló asombrado cómo Paula y la pelota pasaban volando por la base. Las espesas nubes de polvo le impedían ver lo que sucedía, y el corazón le latía con fuerza en el pecho en tanto buscaba al arbitro, desesperado, con la mirada. Cuando vio que éste abría los brazos, indicando que ella estaba "a salvo", arrojó la cabeza hacia atrás y soltó una carcajada, liberando toda la tensión que tenía adentro.


¡Maldición! Caminó hacia donde se había congregado el resto del equipo. Todo el mundo le estaba dando palmadas en la espalda, pero Pedro observó su rostro a medida que el polvo se asentaba no sólo encima de ella, sino de todos los que la rodeaban, que prácticamente bailaban de asombro y alegría. Luego advirtió algo más. Algo que no le gustó. Una persona le dio una palmada en la espalda, pero la multitud la empujó sin querer encima de Paula. Fue algo rápido, apenas un instante, pero Pedro alcanzó a ver la mueca de dolor cuando la persona se tropezó encima de ella. Rápidamente se abrió paso entre la multitud. Agachándose delante de ella, vio los raspones en la pierna y la sangre que comenzaba a gotear a través de la gruesa capa de polvo.


— ¡Te lastimaste! —-gruñó, ignorando los gritos exaltados que lanzaba la gente felicitándose.


—Estoy bien —dijo, sonriendo de oreja a oreja, tratando de desestimar la preocupación en su voz. En seguida agregó: —¿Ya ves que podía hacerlo? —Estaba demasiado eufórica como para preocuparse por algunas raspaduras y moretones. Tal vez le doliera esa noche, pero por el momento estaba disfrutando del maravilloso momento en que le había demostrado a Pedro Alfonso lo equivocado que estaba.


Pedro se quedó embobado un largo rato, mirando sus preciosos ojos. Luego sacudió la cabeza:
—Claro que sí —replicó, sonriéndole.


Al advertir que toda la oficina la estaba felicitando, dio un paso atrás. No quería que nadie viera lo preocupado que estaba por ella, aunque siguiera abrumado por el orgullo que le henchía el pecho. Reconoció que ella les había ganado el partido. Pedro sacudió la cabeza: realmente les había ganado el partido.


— ¡Una cerveza en el bar Durango! —gritó y todo el mundo aplaudió, al tiempo que enfilaban hacia el bar que estaba a solo una cuadra del parque en el que habían jugado.


De pronto, un movimiento a su derecha le llamó la atención. 


Sacudió la cabeza al ver a Abril y Javier discutiendo sobre algo. Luego, a su izquierda ubicó a Ricardo y Simon, muy ufanos, ambos con los brazos cruzados delante del pecho observándolo con una sonrisa irritante.


Pensó en acercarse para exigirles una explicación, pero luego volvió a ver a Paula y se olvidó de sus hermanos. Todo el mundo había desaparecido rápidamente con la promesa de la cerveza, pero Paula fue una de las últimas en tomar su bolso. ¡Y estaba cojeando!


Echó un vistazo a su pierna y maldijo por lo bajo. Avanzó a grandes pasos hasta donde estaba. Estaba furioso por que le hubiera mentido.


— ¡Te lastimaste! —vociferó, al llegar a su lado.


Se inclinó pata examinar la herida, y se dio cuenta de que era más profunda y le dolía más de lo que ella exteriorizaba.


— ¡Maldición, Paula! .¿Por qué no me lo dijiste?


—-Porque sabía que ibas a reaccionar de este modo! —le soltó a su vez—. Además, ¡estoy perfectamente bien! —O al menos lo estaría si él le quitara la mano de la pierna. Aquellas manos grandes y suaves le provocaban el aleteo de mil mariposas en el estómago.


Y ni hablar de que el hermano de Pedro, su jefe, estaba mirando en dirección a ellos, con una expresión misteriosa, y que no le gustaba parecer débil cuando justamente fuera el jefe quien la estaba observando. Tenía que dar la impresión de ser aguerrida y de tenerlo todo bajo control. Gracias a su bateada logró que entraran tres jugadores en un partido que podrían haber fácilmente perdido.


¿Acaso no podía hacerse a un lado y dejarla disfrutar del logro?


Lo bueno era que, mientras que le tocaba la pierna, no pensaba en el dolor. Lo malo, cuando la tocaba se ponía a pensar en un montón de cosas vedadas.


Nada de eso le interesaba a Pedro. Paula podía ser todo lo fuerte y desenvuelta que quisiera en los tribunales. Pero no le iba a permitir caminar con una pierna herida fuera de la oficina.


— ¡No estás bien! —le replicó, y la levantó en brazos. Ignoró sus protestas y la llevó de regreso a la caseta, donde la apoyó con cuidado sobre el banco.


—Estoy bien —exclamó cuando se dio cuenta de lo que estaba por hacer. Intentó apartarse para evitar que su enorme mano le tocara la pierna, pero él simplemente deslizó la mano más arriba, sobre su cadera, para inmovilizarla. —En serio, estoy bien. Fue sólo un pequeño raspón, y le pondré un poco de hielo cuando llegue a casa esta noche.


Pero Pedro no le hizo caso.


—Cállate y déjame limpiarte la herida. —Caminó hacia el bolso que contenía un botiquín de primeros auxilios, y tomó también una toalla. Tras humedecer la toalla en la hielera, regresó y comenzó a limpiarle la pierna.


La toalla estaba helada, y Paula se estremeció al primer contacto.


Pedro, ¡está fría! —dijo, y el aliento siseó entre sus dientes apretados al tiempo que intentaba apartarse. Pero él acababa de ponerle una mano en el muslo, para que no se moviera.


—Hay que limpiar la herida —dijo, enfocándose en la pierna, en donde el hematoma comenzaba a extenderse rápidamente, aunque el sangrado se redujera.


Se rehusó a pensar en su cálido muslo o en la manera en que los músculos de su pierna se contraían bajo la palma de su mano. Y de ningún modo iba a pensar en cómo se había contraído todo su cuerpo cuando él solía acariciarla. O cómo a esos espasmos le seguían un "¡Por favor, Pedro!" o "¡Apúrate, Pedro!", o fuera él quien soltara un jadeo cuando ella lo tocaba, y lo hiciera convulsionarse y gemir de deseo.


—Muy bien, pero apúrate —masculló. Cerró los ojos, no queriendo ver su oscura mano contra la piel más clara de su muslo. Pero una fracción de segundo después, los abrió de golpe, aunque no bajó la mirada. Si cerraba los ojos, se le cruzaban por la mente varias imágenes que prefería no ver. 


En ese momento no podía manejar mentalmente esas imágenes junto con la suavidad de su mano. Estaba demasiado cerca y era demasiado formidable. Además, hacía tanto tiempo que la había tocado así...


Pedro levantó la mirada y alcanzó a ver el rubor tiñendo sus mejillas. Entonces se dio cuenta de que Paula estaba recordando esos mismos momentos.


Volvió a bajar la mirada a su pierna, limpiando con cuidado los raspones, en donde la tierra se había incrustado al deslizarse hacia el plato de home.


—Debiste quedarte en la tercera base —le dijo con un tono más grave que lo normal.


—Llegué a home e hice varias entradas —le replicó con una amplia sonrisa. Pero luego él tocó una zona en carne viva, y ella volvió a maldecir, saltando de dolor.


Pedro estrechó los ojos, frustrado por su terquedad.


— ¡Te voy a llevar al hospital —dijo con ceñuda determinación.


Paula sacudió la cabeza rápidamente.


— ¡No puedes llevarme al hospital por un corte en el muslo! —respondió, casi soltando una carcajada si no fuera porque un dolor punzante le atravesaba la pierna.


Sin embargo, la idea de ir a un hospital le resultaba absurda. 


Los médicos de la guardia tenían que lidiar con heridas de bala, miembros fracturados y ataques cardíacos. Un muslo lastimado no se consideraba lo suficientemente grave como para ser tratado en una guardia.


—-Puedo hacerlo y lo voy a hacer —dijo, levantando el bolso de Paula y el suyo un instante antes de tomarla una vez más en brazos. Ella se aferró a sus hombros sólo porque era lo único que tenía de qué agarrarse.


Pedro, ir al hospital por un par de rasguños y una lastimadura es ridículo. Déjame ir a casa y darme una ducha caliente.


—Como quieras —dijo, pero la depositó dentro de su propio auto de lujo en lugar del sedán más funcional de ella.


—Puedo conducir de regreso a casa —dijo, comenzando a salir del auto.


Él la detuvo tan sólo poniéndole las manos sobre las piernas y sentándola una vez más en el asiento de acompañante.


—O te llevo yo a tu casa y me aseguro de que te limpies la herida, o te llevo a la sala de emergencia para que un doctor se ocupe de ella. No me importa cuál de los dos prefieras, tú decides. - Paula masculló, pero sabía que él no iba a ceder. —Como quieras, pero puedo limpiarme la herida yo sola. 


Pedro cerró la puerta de un portazo y dio la vuelta al auto, al tiempo que llamaba a Ricardo por su celular.


—Vas a tener que pagar la cuenta en el bar. Voy a llevar a Paula a casa. Tiene la pierna bastante lastimada. —Había ignorado las expresiones burlonas de sus hermanos al terminar el partido, y no le importaba si él y Paula eran los únicos que no iban a celebrar con el resto de los jugadores. 


Que pensaran lo que quisieran. ¡El se iba a hacer cargo de Paula!


Escuchó un instante, y luego sacudió la cabeza. —Eres un imbécil —respondió a lo que fuera que su hermano mayor le contestó, y cortó.







CAPITULO 8 (SEGUNDA HISTORIA)




— ¿Estás lista? —preguntó Abril, pasando un segundo por la oficina de Paula.


Faltaban unos minutos para las cinco de la tarde.


Paula levantó la mirada, luego volvió rápidamente a la computadora.


—Termino algo y voy —dijo, y tipió varias palabras más en el escrito que estaba preparando—. Listo. —Presionó la tecla para guardarlo. — ¡Vamos! —Agarró su bolso y siguió a Abril al baño de damas. —-Y quién más está en el equipo? —preguntó, al tiempo que se metía en un cubículo para cambiarse el traje por shorts y la recién creada camiseta de sóftbol que Abril acababa de darle esa mañana.


—Somos diez. Tú reemplazarás a Samantha, que partió a su luna de miel la semana pasada. Nosotros vamos primeros en el campeonato, pero el equipo de Simon nos está pisando los talones. —Paula estaba colgando el saco sobre el gancho de la pared cuando oyó las siguientes palabras: —Pedro es bastante bueno motivando al equipo, pero somos todas muy competitivas.


—¿Pedro? —exclamó Paula. El corazón se le aceleró de sólo escuchar el nombre.


Había accedido por impulso a integrar el equipo de sóftbol del estudio, sólo con el propósito de integrarse más con el personal y para dejar de pensar en Pedro.


Contuvo el aliento mientras rogaba en silencio que el plan no tuviera justamente el efecto contrarío.


—Claro. Es el capitán —explicó Abril, aunque la voz se oyó amortiguada por la camisa que se estaba sacando por encima de la cabeza—. Pero no te preocupes. Es un gran coach, y te ayudará en el momento de batear. —Paula apoyó la frente contra el frío metal del cubículo, cerró los ojos, e intentó pensar de qué manera podía excusarse de jugar. Por más esfuerzos que hiciera para no verlo, estaba fracasando estrepitosamente. Después de ver su casa el fin de semana pasado y enterarse de que no había perdido interés en ella, se hallaba pensando todo el día en Pedro. Había intentado ser fuerte, pero cada vez que lo veía en el pasillo o si pasaba de casualidad por la sala de conferencias cuando ella se encontraba dentro, perdía la concentración durante unos instantes. Y aquellos eran los buenos momentos, porque justamente se hallaba sentada durante una reunión.


Cuando se lo cruzaba por los pasillos, sentía que perdía el equilibrio por la fuerza de su deseo. -Cuándo iba a atenuarse el impacto que tenía sobre ella?


Miró su conjunto de sóftbol. Debió haber traído otra cosa para ponerse.


Lamentablemente, no había terminado de desempacar, así que había sacado rápidamente un par de shorts de la caja de ropa de verano, sabiendo que iba a ser uno de esos días cálidos de otoño. Como no tenía otra cosa más que los shorts, se los puso, luego la camiseta de sóftbol y la gorra, asegurándose de atar y acomodar el cabello por debajo para que no se le metiera en los ojos. Respiró hondo y salió del baño, dándose ánimos.


Puedo lidiar con esto, se dijo, y abrió el agua fría para dejarla correr sobre las muñecas. Sólo tenía que mostrarse indiferente, enseñarle que podía manejar perfectamente el hecho de trabajar y jugar con él en el equipo de sóftbol del estudio. Ahora ella trabajaba de abogada en su estudio, habrían otras situaciones sociales en las que irremediablemente se cruzaría con él. Tendría que ver el modo de transitarlas lo mejor posible. Hasta ahora, nadie se había dado cuenta de los momentos en que quedaba bloqueada o, al menos, no lo habían conectado con la presencia de Pedro. Odiaría que sus colegas advirtieran lo que sentía por él.


Bueno, para ser completamente sinceros, Pedro era un tema prioritario en los pasillos; muchas mujeres estaban obsesionadas con él. De hecho, los cuatro hermanos Alfonso eran tema de conversación. Las mujeres de la oficina estaban constantemente hablando, especulando y echándoles el ojo a los jefes cuando podían. -Quién no lo haría? Los hermanos Alfonso, en su conjunto, eran muy atractivos y sexys, brillantes y seductores. Realmente no podía haber mejor partido para una mujer soltera. Pero ella sabía que toda esa especulación tenía su lado negativo. 


Javier era conocido por sus conquistas amorosas. Se hacían apuestas sobre cuánto duraría la novia de turno. El récord eran cuatro semanas, así que ya se decía que Javier Alfonso estaba disponible. Aunque encantador y muy dulce, su reputación era motivo de que la ronda de apuestas estuviera constantemente activa.


Simon era el único hermano del que Paula no sabía demasiado, salvo últimamente que salía con Mia. Después de salir de copas la semana anterior, las cuatro se habían reunido a cenar el sábado por la noche. Ahora que todo el mundo sabía que estaba comprometida con Simon Alfonso, Mia se había vuelto un encanto. Incluso lucía un enorme diamante en el dedo, que no dejaba de asombrar.


Ricardo Alfonso era el único acerca del cual nadie especulaba en la oficina. Claro, era obvio que las mujeres morían por él. Paula no lo entendía, porque pensaba que Pedro era el más buen mozo de los cuatro hermanos. Ricardo era más intimidante que otra cosa. Como hermano mayor, también parecía el más severo, lo cual significaba, básicamente, que resultaba intimidante. Por lo general, sus hermosos rasgos estaban tensos, y el entrecejo, levemente fruncido.


— ¿Lista? —preguntó Abril, saliendo con un par de preciosos shorts que hacían que sus largas piernas parecieran interminables—. ¡Te ves divina! —exclamó.


Paula se miró los shorts y se le ocurrió que se le habían acortado desde el último verano. Se miró disimuladamente el trasero y sintió un fuerte desaliento. No, definitivamente no habían estado tan cortos el año pasado. Ahora le cubrían el trasero, y se le veían un par de centímetros más de piernas.


—Apurémonos, ¡vamos a darles una paliza a esos Alfonso! —gritó Abril y agarró su bolso.


Paula la siguió de mala gana, deseando poder regresar a su oficina y encerrarse un rato más. Una y otra vez recordaba su desayuno con Pedro el fin de semana anterior. Le había dejado bien claro que seguía deseándola; por eso, la ponía nerviosa estar con él.


Y luego recordó aquellas veces en que últimamente pasaba por su oficina y la pescaba a cualquier hora de la noche. 


Justo la noche anterior pasó alrededor de las diez de la noche y se detuvo enfundado en un esmoquin espectacular, con la corbata de lazo desatada alrededor del cuello, como si acabara de salir de una reunión elegante cerca de la oficina, lo cual seguramente era así porque los hermanos Alfonso tenían una activa vida social, como cualquier otro director de empresa. Pero aquel día sacudió la cabeza cuando la vio. 


También la había encontrado bien temprano por la mañana, y varias veces a altas horas de la noche. Por la expresión de su rostro, sabía que creía que ella no hacia otra cosa que trabajar. Al recordar el gesto de desaprobación aquella noche, cuadró los hombros y siguió a Abril. ¡Ya vería!


Quince minutos después, el sol caía impiadoso sobre su gorra, en tanto los dos equipos contrincantes fanfarroneaban y se provocaban mutuamente. Pedro y Simon lanzaron una moneda en el aire para ver quién debía batear primero. Por desgracia, Pedro perdió el desafío. Vino hacia el equipo y comenzó a asignar puestos en el campo de juego. Cuando terminó, Paula se quedó sola mientras todos los demás salían corriendo a sus puestos designados.


—Y yo? —preguntó entonces, enfrentando, furiosa, a Pedro.


Pedro miró el campo de sóftbol. Paula no le pudo ver los ojos por los anteojos de sol.


-¿Por qué no esperas que termine esta entrada? —sugirió—Haré que salgas al campo en cuanto pueda. —Observó su pálida tez tornarse rosada. Sabía que no era vergüenza sino un signo cierto de que estaba furiosa con él. 


Lamentablemente, estaba pensando en lo preciosa que lucía con esos brevísimos shorts y el modo cómo resaltaban sus pecas aún más cuando estaba enojada. Además, tampoco quería que su pálida piel sufriera una insolación a causa de los rayos inusualmente fuertes del sol. Tal vez fuera otoño y estuviera refrescando, pero una piel como la de ella se quemaría al primer contacto con el sol.


Por otra parte, no quería que los demás hombres del equipo, o los hombres en la tribuna, le miraran el trasero con esos shorts. Eran demasiado cortos, pensó. Sentía que la imaginación se le desbocaba, preguntándose qué tipo de ropa interior llevaría debajo. Se dijo que jamás debió quitarle aquel vestido el fin de semana anterior. No sería capaz de aguantar verla agacharse para tomar el bate. Ni podría dejar de mirarla si salía al campo de juego.


También estaba la posibilidad de que hiciera el ridículo por no pegarle a la pelota o por sacarla out. Le gustaba jugar al sóftbol, pero Paula seguramente no sabía cómo agarrar el bate, mucho menos pegarle o atrapar la pelota cuando venía hacia ella.


Paula pensó en discutirle, pero, obviamente, él conocía a las demás jugadoras, sus fortalezas y debilidades. Se dio vuelta, pues, y se dirigió al banco con cierta incomodidad. Si hubieran tenido un par de sesiones de práctica le habría mostrado que no era ninguna principiante en sóftbol. Le encantaba el deporte, y lo había practicado en la escuela secundaria. Si bien era cierto que no había jugado demasiado en los últimos años, jugó algunos partidos con amigos en San Francisco.


Cruzó los brazos delante del pecho y recostándose sobre el muro de la caseta se puso a observar a través de sus anteojos. Sentía una cierta sensación de triunfo, ya que podía observar a Pedro caminando de un lado a otro, animando a los demás jugadores. Tenía una estupenda vista del masculino trasero y de los hombros deliciosamente fornidos.


Después de la primera entrada, tuvo que admitir que era un coach bastante bueno. No se metía cuando no hacía falta, y simplemente se reía cuando algún jugador quedaba fuera de juego. Reconocía que se trataba de una competencia, y no de una batalla de vida o muerte. Era sólo un partido divertido para encontrarse con amigos, en el que todos querían ganar, pero que si perdían no era ningún drama.


Lo único que realmente la irritó fue que no la ubicara en el campo de juego, y no la dejara batear. Se dijo una y mil veces que debía ser paciente, que él no sabía que podía realmente jugar al sóftbol. Jamás había sido tema de conversación en la época en que salían juntos, así que no tenía ni idea de que ella podía ser realmente una bateadora bastante buena.


Pero cuando pasó la sexta entrada, dijo basta.