miércoles, 10 de mayo de 2017

CAPITULO 19 (SEGUNDA HISTORIA)




Pedro Alfonso —dijo Pedro bruscamente al atender el teléfono.


—¿Te encuentro en un mal día, viejo? —una voz familiar le retrucó con una carcajada.


— ¿Brian? —preguntó Pedro, pensando que se podía tratar de su viejo amigo de la universidad.


—A tus órdenes —respondió Brian Hanson con otra risotada jovial.


Pedro se recostó hacia atrás sobre la gran silla de cuero, olvidando por un instante su frustración por la situación actual con Paula.


Los dos hombres hablaron varios minutos, poniéndose al día acerca de sus vidas respectivas. Pedro sólo estaba ligeramente celoso de que su antiguo amigo ya tuviera dos hijos y estuviera locamente enamorado de su mujer. Pensó cómo sería estar hablando de los hijos que tuviera con Paula durante su etapa escolar. Y luego pensó en Paula, embarazada de sus hijos, y por un instante tuvo dificultades pata respirar.


Paula embarazada podía llegar a ser lo más hermoso del mundo. Siempre que tuviera hijos varones. No podía imaginar criar a una hija que pudiera parecerse a Paula. Ya tenía problemas suficientes. Si añadía a ello una hermosa adolescente, directamente lo tendrían que internar. Apartó esos pensamientos de la cabeza, negándose a quedar atrapado en ese sueño. Sabía que Paula no quería eso. 


Ella deseaba una carrera.


Tal vez en algún momento, en el futuro, podrían hacer que las cosas funcionaran, y ella se sentiría con ganas de comenzar una familia. Si sólo pudiera retenerla a su lado hasta que sucediera eso, pensó. No le había hablado acerca del tema por un tiempo. Quizás era momento de hablarlo. La deseaba para sí, y estaba dispuesto a hacer prácticamente lo que fuera con tal de que fuera suya.


Pedro volvió a concentrarse en la voz de Brian, oyendo todas las cosas extrañas y maravillosas que hacían su esposa y sus hijos. Tomó nota mental de que debía intentar regresar a Washington D. C. para visitarlo a él y a su familia. Brian era un buen tipo. Había iniciado un negocio por su cuenta mientras Pedro estudiaba leyes.


Juntos habían cometido algunas locuras durante sus años universitarios.


—Pues, ¿a qué se debe el llamado? -Seguro que no me llamaste sólo para que nos pusiéramos al día? —preguntó Pedro—. Siempre me llamas con una segunda intención.


Brian se rio.


—Me agarraste. Me contó un pajarito que alguien de tu firma contrató a una mujer que se llama Paula Chaves. Está graduada de Georgetown y me han contado que es justo la persona que necesito.


Pedro dudó, sin querer confirmar o negar que Paula fuera miembro del staff.


— ¿Qué quieres saber acerca de ella? —En lo que concernía a él, Paula era suya.


Brian debía guardar distancia de ella. Pedro demoró varios segundos en recordar que Brian estaba locamente enamorado de su mujer y que Antonia estaba igualmente enamorada de él. Y le llevó otros segundos más contener los celos que surgieron.


Brian continuó, sin advertir los pensamientos homicidas de su amigo.


—Tengo un puesto que creo que sería perfecto para ella. Es en París, y sé que ella domina el francés a la perfección. Además, trabajó con un cliente internacional que le robé a Watson y Watson hace tres días. Son ellos quienes me están pidiendo que la señorita Chaves trabaje con ellos en París y los ayude a resolver algunas cuestiones legales que tienen. —Pedro escuchó mientras Brian continuaba describiendo la labor y los problemas penales del cliente.


Pedro sintió como si su amigo le acabara de pegar una trompada.


— ¿Por qué habrías de necesitarla en tu equipo? —preguntó, apretando el auricular con tanta fuerza que se sorprendió de que no se partiera—. Paula es más una abogada litigante que una abogada ejecutiva. Es fantástica en un tribunal.


—Es lo que me han dicho. Y exactamente la persona que necesito para el trabajo. La señorita Chaves tiene fama de poder ver los pequeños detalles y transformarlos en grandes cuestiones que un jurado pueda comprender. Es una gran litigante incluso para ser tan joven.


—Tienes razón. Es bastante asombrosa —le dio la razón Pedro. Pero no significaba que quisiera a Brian dentro de un radio de veinte kilómetros de la mujer que consideraba suya.


Brian se rio, tratando de mantener un tono distendido.


—Es una oportunidad increíble para ella. —Brian siguió contándole más detalles del puesto a Pedro. A medida que Pedro escuchaba, sentía un nudo cada vez más doloroso en el estómago. Verdaderamente, era una oportunidad única para Paula.


Sería una locura rechazarla.


—Entonces, ¿qué dices? -¿será posible que me ayudes a convertirla para el lado oscuro? —bromeó.


Pedro suspiró y se frotó la frente. No estaba seguro de cómo debía manejar esto.


Si convencía a Paula de aceptar el puesto, sería el fin de su relación. Si no se lo contaba, estaría construyendo su relación sobre una mentira. Se trataba de la pesadilla que tanto había temido, pero que había aparecido bastante antes de lo esperado. -Maldición,¡ ni siquiera hacía un mes que Paula trabajaba en el estudio!


De todos modos, seguía siendo una oportunidad maravillosa. 


Una parte de él estaba encantado por ella, entusiasmado de que su trabajo y su reputación hubieran rendido frutos. La otra parte quería ocultarla para que nadie más descubriera qué fantástica era como abogada.


—Le hablaré sobre tu propuesta —fue todo lo que pudo prometer en ese momento.


— ¡Me parece genial, amigo! —le respondió Brian—. Te hablaré en unos días. Y gracias por tu ayuda. Este puesto sería un gran paso para su carrera.


Pedro colgó y pegó un puñetazo sobre el escritorio. Se puso de píe y caminó hacía el gran ventanal, contemplando la tarde plomiza, pero sin percibir nada en realidad.


Su mente estaba recordando a Paula tal como anoche, envuelta en sus brazos y mirándolo con una sonrisa, mientras le tocaba diferentes partes del cuerpo, haciendo que la deseara tanto como ella lo deseaba a él. Cada instante a su lado era como una aventura para explorar su mente o su cuerpo, y no sabía cuál le gustaba más, hacerle soltar un grito de éxtasis salvaje o discutir con ella sobre cuestiones legales. Ambos le estimulaban la mente como ninguna otra mujer lo había logrado.


Se paseó de un lado a otro de la oficina, en tanto comenzaba a formular un plan.


No estaba seguro de si funcionaría, pero al menos debía intentarlo. Subió las escaleras, ignorando por primera vez a sus empleados cuando lo solicitaban. Tenía una misión y debía ultimar detalles lo más rápido posible. No quería que Brian llamara a Paula antes de tener una oportunidad de hablar primero con ella.


Tenía tanto que hacer antes de que esto realmente pudiera funcionar... Pero no era una oportunidad que pudiera dejar pasar.


Maldición, ni siquiera estaba seguro de si Paula se plegaría al plan. Ni siquiera sabía si ella iba a querer que él la acompañara a París.


No dudaba de que Paula aceptara el puesto. Era una oportunidad demasiado buena como para dejarla pasar. Se trataba de un puesto que podía definir el resto de su catrera. Una vez que terminara de gestionar esos asuntos en París, algo que podría llevar de dos a tres años por lo que explicó Brian, podía, básicamente, elegir lo que quisiera en donde quisiera.


Simon iba a estar furioso de perderla después de tan poco tiempo. Ya había comenzado a alabar sus méritos, y sus clientes, incluso en el breve período como abogada de la firma, habían comenzado a depender de ella mucho más de lo esperable. Las cosas que todo el mundo decía de Paula eran ciertas. Era una abogada brillante. Pero seis años atrás él ya sabía que llegaría lejos.


Subió a la oficina de Ricardo, e hizo una pausa al llegar al escritorio de su asistente.


— ¿Está en su oficina? —le preguntó a Joan, que siempre estaba de buen humor, a pesar de la fama de Ricardo de ser un cascarrabias la mayor parte del tiempo. 


Joan levantó la mirada y sonrió: —Está revisando unos expedientes. Entra. 


Pedro entró y se detuvo en el medio de la oficina de su hermano, paseándose de un lado a otro mientras seguía dándole vueltas al asunto en la cabeza. Ni siquiera advirtió cuando Ricardo depositó los documentos con los que estaba trabajando sobre el escritorio y se puso a observar el ir y venir de Pedro, quien se encontraba tratando de imaginar los problemas que podían surgir y las soluciones, para remontarlos o incluso evitarlos antes que aparecieran.


Después de unos minutos en que Pedro seguía sin hablar, Ricardo levantó el teléfono y llamó a Javier.


—Será mejor que subas. Hay novedades. Trae también a Simon cuando pases por su oficina, ¿sí? —Escuchó unos instante más, y luego, echando un vistazo a Pedro, dijo:
—Sí. — El ir y venir de Pedro continuó, y Ricardo esperó con paciencia que terminara de resolver lo que parecía estar debatiendo en su mente. Ricardo confiaba en sus hermanos: si Pedro se hallaba en su oficina debatiendo un conflicto, se trataba de algo importante.


Unos minutos después, Simon y Javier irrumpieron en la oficina de Ricardo para encontrarse con el mismo panorama que su hermano mayor. Entraron y cerraron la puerta, suponiendo correctamente que debía tratarse de una conversación que era mejor reservar para ellos cuatro. Todos se miraron, comunicándose con los ojos su sospecha de que estaba relacionado con el tema que habían estado discutiendo unas noches atrás.


— ¿Qué sucede? —preguntó Javier, el que siempre daba el primer paso ante cualquier confrontación o dilema. Salvo, eso sí. en una sola área. Y los tres hermanos de Javier deseaban que enfrentara el conflicto sentimental con Abril, pero ninguno era lo suficientemente valiente como para urgirlo a que lo hiciera.


—No tengo la más remota idea —replicó Ricardo, reclinando la cabeza sobre el enorme sillón de cuero y esperando que Pedro diera una explicación.


Pedro oyó el ruido y se volvió. El alivio se expresó en su rostro al ver reunidos a rodos sus hermanos.


—Tengo un problema —dijo. Se volvió para mirar a Simon. —Sigo enamorado de Paula, y no puedo dejar que se me vaya seis años más. Simon esbozó una sonrisa. 


—- ¿Entonces qué harás?


Pedro no se sorprendió. Simon debía saber que no se trataba de una relación caprichosa que causaría inconvenientes posteriores por la relación sentimental entre dos empleados del estudio, aunque hubiera sucedido en el pasado.


—Gracias. Sé que hablamos de este tema la otra noche, pero ahora estoy preparado para tomar cartas en el asunto, o al menos espero que ella me lo permita, para hacer que nuestra relación se vuelva permanente.


Javier sacudió la cabeza. Se sentía aliviado de que su hermano finalmente diera un paso adelante para retener a la mujer que evidentemente amaba.


—Ya era hora —bromeó.


—El muerto se ríe del degollado —masculló Simon por lo bajo. Pero cuando Javier se volvió para mirar a su hermano, Ricardo intervino e hizo que volvieran a centrarse en la cuestión planteada antes de que la situación pasara a mayores. No estaban en el gimnasio con un espacio abierto, y no tenía ganas de terminar con sus muebles de oficina hechos añicos por una de las batallas campales de sus hermanos—. ¿Estás anunciando tu compromiso? —preguntó. Pedro se pasó una mano, frustrado, por el rostro y sacudió la cabeza. —Me encantaría, pero dudo de que acepte. Como les conté la otra noche, no se quedará mucho tiempo —explicó—. Lo peor es que me acaba de llamar un amigo de la universidad. Tiene un puesto espectacular para
ofrecerle a Paula.


Simon ya se había puesto a sacudir la cabeza. —No se la puede llevar. Acaba de llegar, y ya es una de las mejores abogadas que tengo en mi equipo. Es inteligente y divertida, y los clientes la adoran. Tampoco la perjudica el hecho de que sea tan atractiva.


Pedro casi se abalanza sobre su hermano desde la otra punta de la oficina, pero Javier sabía exactamente lo que estaba a punto de suceder e intervino en ese preciso instante para evitar el ataque. —¡Ahora no! —ordenó, aferrándose a los hombros de Pedro mientras Ricardo se paraba y daba la vuelta al otro lado de su escritorio.


—Simon tiene razón —dijo Ricardo—. Hasta yo me he quedado impresionado por el trabajo de Paula. La pregunta es ¿qué vas a hacer para retenerla en el equipo?.


Pedro se volvió y comenzó a ir y venir otra vez. —No la puedo retener —dijo, y todos sus hermanos fueron testigos del sufrimiento emocional que se coló en su voz —. Se trata realmente de una gran oportunidad, y no la puede desaprovechar. — Respiró hondo y cerró los ojos. —Es exactamente lo que sucedió en Washington D. C, pero al revés. En ese momento era yo el que me iba por un puesto importante, y ella, la que se quedaba anclada donde estaba. Ahora es ella quien tiene la gran oportunidad y yo quien me quedo anclado en Chicago.


Ninguno se tomó el trabajo de señalar que no debía considerarse "anclado" cuando era uno de los socios principales de uno de los estudios de abogados más prestigiosos del país,


—Eso fue hace años.


Pedro asintió.


—Lo sé. Y no voy a volver a cometer el mismo error que entonces. En aquella oportunidad la perdí porque fui un inmaduro egoísta. En ese momento, no me di cuenta, pero ahora sí, y esta vez no puedo perderla.


Los tres hermanos se mostraron unidos, preparados para lo que fuera que Pedro les fuera a decir.


Pedro respiró hondo, tratando de mantener la calma. No quería dejar Chicago ni a sus hermanos. Pero ahora Paula era más importante. Además, podía viajar para ver a sus hermanos. Pero no tener a Paula en su vida sería como una mutilación. Así de esencial se había vuelto para él. Lo había sido hace seis años, aunque en aquel momento no lo terminó de comprender. No sería tan estúpido como para perderla esta vez.


—Me gustaría abrir una filial del grupo Alfonso en París.


— ¿Francia? —preguntó Simon como para clarificar. Se trataba, obviamente, de una observación estúpida, pero no atinó a decir otra cosa por la sorpresa.


Pedro asintió, incluso cuando Javier le pegó una palmada en la parte de atrás de la cabeza por ser tan obtuso.


—Por supuesto. París en Francia, idiota.


Aquello le recordó a Pedro la conversación que había oído por casualidad recientemente. Dándose vuelta para mirar a Ricardo, dijo:
—Carla Fairchild está planeando teñirse el cabello castaño —dijo y esperó el estallido.


—¿Qué? —-preguntó Ricardo. Todo su cuerpo se tensó de rabia ante la idea—. ¿Por qué diablos haría algo así?


Pedro sonrió, sintiendo un instante de alivio ahora que no era el único con dificultades. Ya volverían a su problema, pero al menos por unos minutos habría otro que se sentiría desorientado.


—Porque cree que tú la crees una idiota. Dice que si tuviera el cabello castaño la gente dejaría de tener esa percepción acerca de ella.


Ricardo puso los ojos en blanco.


— Qué idiotez más grande... —se frenó y respiró hondo—. Yo hablaré con Carla. Cuéntanos de París.


Pedro aún no había terminado:


—Oh, y Mía quiere rosas para su boda, pero no quiere que tú tengas que pagarlas. Estaba tratando de reducir el costo de la boda porque no puede costearla y tú ya te has ofrecido para hacerlo.


Los cuatro hermanos se miraron entre sí y estallaron en carcajadas. Cuando se calmaron, Simon asintió con la cabeza.


—Gracias por el dato. Hablaré con ella.


Pedro estaba a punto de decirle algo a Javier, pero se frenó:
—Descuida —dijo, y se volvió.


— ¿Qué? —preguntó Javier, adelantándose a Ricardo y Simon.


Pedro deseó no haber dicho nada. Pero como ya había hablado, respiró hondo y dijo:
—A Abril le gustaría ser más alta para poder enfrentarte y no sentirse intimidada cuando pelean. Algo que últimamente parece suceder todo el tiempo.


Javier se quedó con la mirada fija un largo instante, sin percibir la tensión que esa afirmación había desatado en el recinto. Ricardo y Simon dieron un paso hacia atrás lentamente, sabiendo que últimamente Javier tendía a estallar toda vez que alguien nombraba a Abril.


Increíblemente, Javier no dijo una palabra. No se enojó ni tuvo una reacción violenta. Se limitó a asentir con la cabeza y cruzarse los brazos delante del pecho.


—Me ocuparé del tema —dijo con suavidad pero con vehemencia—. ¿Algo más?


Pedro se dio vuelta para mirar a Simon y se rio:
—Mia dijo algo acerca de querer labios más gruesos. No tengo ni idea de a qué se refería.


Simon volvió a reírse.


—Yo me aseguraré de que sus labios... —se detuvo y sonrió—. Olvídalo.


Los demás hermanos se volvieron nuevamente hacia Pedro, interrogándolo con las miradas para saber si había algo más de lo cual debían estar enterados.


—Eso es todo —confirmó Pedro—. Oh, esperen —dijo, recordando una cosa más—. Aparentemente, Linda Sanders se realizó un implante de pechos para que te fijaras en ella —le dijo a Ricardo con una sonrisa maligna—. Carla no está de acuerdo con los métodos que emplea Linda para atraer tu atención. 


Por un instante, Ricardo pareció no entender. — ¿Linda Sanders? Acaba de regresar de una licencia por enfermedad, ¿no?


Pedro soltó una carcajada: —Aparentemente, se hizo una cirugía plástica. 


Ricardo seguía sin comprender.


—A mí me parece que está igual. —Encogió los hombros. —¿Cómo te enteraste de todo esto? —preguntó Simon.


Pedro sonrió cuando le vino a la memoria la conversación que oyó por casualidad.


—La semana pasada durante mi almuerzo de negocios con Phil Matthews estuve escuchando de casualidad lo que decían. Estaban en una mesa cercana. Salió el tema del implante mamario de Linda y todas comenzaron a considerar cambios cosméticos o físicos que se harían. Les aseguro que no tenia desperdicio.


—¿Y Paula qué se haría? —preguntó Javier, riéndose del hecho. Deseaba poder escuchar una conversación de vez en cuando a escondidas.


—También, un implante mamario. 


Los otros tres hombres se sorprendieron.


—¡Ya sé! —dijo Pedro, sacudiendo la cabeza como si no entendiera por qué Paula pensaría en hacérsela. Luego dirigió una mirada ceñuda a sus hermanos, porque se acababa de dar cuenta de que también ellos consideraban que tenía una figura fabulosa, lo cual era signo evidente de que habían estado comiéndosela con los ojos.


— ¡Somos hombres! —dijo Javier reaccionando, como si fuera explicación suficiente.


— ¡Que no vuelva a suceder! —masculló, y los tres hermanos se rieron.


Como siempre, Ricardo fue el primero en volver al tema inicial.


—En cualquier caso, ¿cuáles son tus planes para París?


Pedro suspiró y comenzó de nuevo a caminar de un lado a otro de la habitación.


—Todavía no estoy seguro de los pormenores. Lo único que sé es que estoy enamorado de Paula Chaves, y creo que ella está enamorada de mí. Pero también me amaba antes y no estaba dispuesta a sacrificar su carrera para estar conmigo. Yo no voy a sacrificar mi carrera, pero definitivamente sacrificaré mí oficina si significa que pueda ser parte de mi vida.


—-Así que … ¿vas a renunciar a tu área por ella? —preguntó Javier, sin terminar de entender, pero comenzando a hacerse una idea de lo que sucedía.


Pedro no dudó en responder:


—No volveré a perder a Paula —replicó—. La abandoné antes para comenzar mi área. Si significa que tengo que renunciar al trabajo que realizo acá e irme con ella, lo haré.


Ricardo se quedó mirando a su hermano durante un largo rato. 


—Tengo varios clientes en París. Estoy seguro de que la ampliación internacional me ayudará también con mi grupo. 


Javier intervino con su propio aporte: —Y yo acabo de
rechazar ayer a un cliente potencial porque no tenemos presencia en Europa. Si abres una filial allá, podríamos retener también a algunos de esos clientes.


—No es fácil —agregó Simon—, pero se puede hacer. Los hombros de Pedro se relajaron. Debió saber que sus hermanos lo apoyarían. Los cuatro siempre se habían cuidado las espaldas. Eran sólo ellos cuatro, aunque ahora estaba Mía. Y, si todo salía bien, Paula.


—Entonces supongo que me toca ir a intentar convencerla de aceptar este empleo —dijo. No quería ir a París. Amaba su casa y le encantaba estar con sus hermanos.


Pero más amaba a Paula. La última vez había dejado que se le escapara, pero no creía poder sobrevivir si la dejaba escapar una vez más. Había tanto que no conocía de ella, y quería conocerlo todo acerca de su personalidad.


—Será mejor que comiences a practicar tu francés —dijo Javier, dándole una palmada a Pedro en la espalda.


Simon sacudió la cabeza.


—Sólo es un vuelo de diez horas de aquí a París. Nos veremos seguido. Así que comienza a buscar un departamento grande en París. Mía irá a hacer compras todo el tiempo. Yo me ocuparé de que lo haga.


Pedro se rio. Estaba realmente agradecido por los hermanos increíbles que tenía.


— ¡Trato hecho!


Salió de la oficina de Ricardo. Se sentía mejor de lo que se había sentido en muchas semanas. Tenía un plan y maldita sea si no iba a lograr convencer a Paula de que esta vez sí funcionaría. Sabía que lo amaba. Era sólo una cuestión de conseguir que se lo admitiera. Y, tal vez, también a ella misma. Después, sería cuestión de resolver todas las pequeñas minucias que surgían con la convivencia. Pero lo lograrían. Tenían mucho más a favor que muchas otras parejas.



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