jueves, 11 de mayo de 2017

EPILOGO (SEGUNDA HISTORIA)







—-Estás... —Pedro se detuvo a pocos pasos de haber entrado en el dormitorio. Al ver a Paula, calló, estupefacto.


Paula se volvió nerviosa, alisando el vestido de satén sobre sus curvas.


— ¿Me veo bien? —preguntó. Tenía ganas de subirse el escote, un poco pronunciado—. ¿No es demasiado...?


Pedro encontró la voz de pronto y la miró.


—No es demasiado nada —replicó, y una sonrisa apareció en sus apuestos rasgos —. De hecho, creo que ¡voy a tener que perderme la boda de mi propio hermano!


Paula se rio; sintió alivio de que el vestido no le quedara horrible. Era un precioso tono de Abril, pero tenía un profundo escote, no tanto que resultara indecente, pero sí lo suficiente como para ser muy revelador. El resto del vestido de satén se abrazaba al cuerpo, ciñéndose a la cintura, y ajustándose a sus caderas y trasero.


Pedro se acercó y extendió la mano.


— ¡No! No puedes tocarme —dijo Paula, y dio un paso atrás—. ¡Podrías manchar el vestido!


Pedro se rio y la abrazó de todos modos.


—¿Quién eligió este vestido? -—preguntó mientras las manos se deslizaban sobre las caderas y el trasero de Paula para volver a subir.


Paula cerró los ojos, suspirando en tanto el deseo comenzaba a abrasarla por dentro.


—Mía, por supuesto. Dice que vio los vestidos y supo al instante que eran perfectos.


Pedro se inclinó para hociquearle el cuello, disfrutando fas cosquillas que le hacían sus bucles en la nariz.


—Le doy toda la razón —comentó, mientras sus dedos subían más y más, trazando el contorno del escote. De pronto, se detuvo y levantó la cabeza. —¿Carla y Abril también llevarán el mismo vestido? —preguntó bruscamente.


Paula había estado concentrada en sus dedos y en la sensación de su boca contra la piel de su cuello, así que al principio no entendió la pregunta. Tuvo que parpadear varias veces antes de entender lo que acababa de preguntar:
—Parecidos, pero con algunas mínimas diferencias. ¿Por qué?


Pedro no pudo responder de inmediato porque estaba demasiado ocupado riéndose.


Se reía tanto que se dobló, y tuvo que agarrarse a la cómoda, la mitad de la cual era ahora de Paula desde que se había mudado.


Paula se quedó allí parada, con los brazos cruzados sobre el estómago mientras esperaba que recuperara el control de sí mismo. Mientras tanto, contempló el espléndido cuerpo enfundado en el elegante smoking, gozando de lo bien que se veía con el refinado traje. El tipo lucía cualquier tipo de vestimenta excepcionalmente bien, pensó. Podía ponerse lo que fuera, que siempre estaba sexy.


Cuando se apaciguaron las carcajadas, ella enarcó las cejas esperando una explicación.


—Creo que mi futura cuñada está haciendo gala de sus dotes de casamentera. Y vaya si me alegro de haber sido lo suficientemente inteligente como para atraparte antes de que te presentaras con ese vestido —explicó, volviendo a reírse al imaginar la primera impresión que causarían Carla y Abril cuando sus hermanos las vieran luciendo ese vestido—. Javier, en especial, estará furioso.


Paula comprendió de inmediato y le hizo gracia.


¿ Crees que Mia eligió este vestido para que Javier finalmente se decidiera a hacer algo respecto de la atracción que siente por Abril?


Pedro asintió. Los ojos le brillaban por la risa contenida.


—Y también creo que hay algo entre Carla y Ricardo. —La guió escaleras abajo hasta el estacionamiento.


Paula estaba de acuerdo.


—A mí me parece fantástica Carla. Ella y Ricardo harán una gran pareja si alguna vez superan sus diferencias. Aunque en realidad no entiendo bien lo que pasa entre ellos. Pero existen definitivamente vibraciones extrañas.


— ¿Qué tipo de vibraciones extrañas? —preguntó Pedro, sosteniéndole la mano mientras ella se metía con cuidado dentro de su coche deportivo negro.


Paula se encogió de hombros.


—No sé bien lo que es —dijo.


Pedro dio vuelta al coche, y se deslizó en el asiento del conductor.


—Me alegro de no estar hoy en su lugar —dijo, mientras recorría las curvas de Paula ceñidas en aquel ajustado vestido—. Me gusta saber que cuando termina la noche puedo quitarte ese vestido —dijo y le tomó las manos, frotando con el pulgar el hermoso anillo de diamantes que le había puesto hacía tan poco en el dedo—. No me gustaría estar en la situación de no saber cómo hacer para no abalanzarme sobre ti —dijo y la besó con delicadeza para no estropearle el lápiz labial.


— ¿Estás lista para divertirte? —preguntó, dirigiéndole una mirada colmada de orgullo.


Ella se rio suavemente.


—Ahora que sé que tenemos más de una boda por delante, estoy más que lista. Debería terminar siendo un día muy interesante —dijo, y entrelazó los dedos con los de Pedro.


Él se detuvo de pronto y se volvió hacia ella. Con la mirada seria le dijo:
—Hoy no te he dicho que te amo —dijo. Su voz se tornó tibia y ronca al inclinarse para besarla con cuidado.


Ella suspiró de felicidad:
—Sí, lo hiciste —dijo—. Tal vez, no con palabras, pero sí con todas las cosas pequeñas y maravillosas que hiciste esta mañana.


Pedro pensó en la mañana que habían compartido y enarcó una ceja:
-— ¿Pequeñas? —preguntó de manera provocativa.


Paula puso los ojos en blanco, tratando de no reírse.


—No todo fue pequeño —aclaró, comprendiendo que él se refería a cómo la había despertado aquella mañana, con un aleteo de besos suaves sobre la espalda, que terminaron siendo besos no tan suaves una vez que estuvo completamente despierta. Pero estaba pensando en el café que le trajo a la ducha, o la toalla tibia con la que la envolvió después de que se ducharon juntos, los huevos deliciosos que le preparó con las últimas hortalizas del verano o el silencio quieto al tomarle la mano mientras leían el diario de la mañana. —Pero yo también te amo —susurró con toda la felicidad que sentía.




CAPITULO 21 (SEGUNDA HISTORIA)





Por más que le preguntara una y otra vez, él no le dijo dónde iban, sino que simplemente la sacó del edificio y la condujo por la acera . Cuando estaban delante de una de las joyerías más exclusivas de Chicago, ella se echó atrás, sacudiendo la cabeza:
— ¡No podemos entrar allí! —soltó, horrorizada por lo que intentaba hacer.


— Por supuesto que sí. Quiero que lleves un anillo en el dedo para que no haya más confusiones. No podemos estar besándonos en los pasillos si la gente cree que sólo estamos teniendo un affaire —le dijo, acercándola a él y mordisqueándole el lóbulo de la oreja.


Ella se rio y trató de escapar de sus brazos, pero él no la dejó, y de todos modos sólo lo intentó a medias.


—Me casaré contigo de todos modos, pero no necesito un anillo de diamantes para hacérselo saber a todo el mundo. Casémonos y punto —dijo con franqueza.


El bajó la mirada y sacudió la cabeza.


—Nos vamos a casar en casa, en medio del prado, rodeados por mis hermanos y tus amigas. La recepción será bajo el viejo roble, con lucecitas brillando entre las ramas y champagne para brindar por nuestra nueva vida juntos. Y habrá margaritas en todos lados.


La cabeza de Paula le daba vueltas por la sorpresa y el shock.


— ¿Cómo...?


—Te escuché decirlo aquel día en el almuerzo —dijo, y llevó la mano a su mejilla para acariciarla con suavidad—. Lo quiero todo, Paula. Te quiero a ti, la boda bajo el árbol, la celebración y los niños.


Ella no advirtió que una lágrima se le había escapado de los ojos hasta que él atrapó la lágrima con el dedo.


—La vez pasada me comporté como un cretino. Por ese motivo perdimos seis años de estar juntos. Así que ¿me dejarás que esta vez lo haga bien? —preguntó con suavidad pero emoción.


Ella no podía creer lo maravilloso que era.


—Está bien —le susurró a su vez. No podía hablar demasiado fuerte por los rápidos latidos de su corazón.


-Bien. Vamos —dijo y tiró de ella para entrar en la joyería.


Diez minutos después, salieron nuevamente, y Pedro la detuvo en plena vereda y la besó, mostrándole a ella y a todo el que estuviera presente cuánto la amaba. — Ahora voy a llamar a tu jefe y decirle que hoy no volverás a trabajar. Después te llevaré a tu departamento y trasladaré todas tus cosas a mi casa.


Ella sonrió.


-Debería ser bastante fácil, dado que casi no he desempacado.


Él puso los ojos en blanco:
—Tanta locura tiene sus ventajas —le dijo y la estrechó entre sus brazos.