miércoles, 3 de mayo de 2017
CAPITULO 14 (PRIMERA HISTORIA)
Paula observó con creciente terror que los policías la veían y comenzaban a caminar en dirección a ella. ¡Había cuatro! ¿Realmente creían que se iría a escapar?
Se tomó del escritorio detrás de ella, y sintió que se desvanecía. ¡Esto no podía estar pasando! Tenía que ser una pesadilla; estaba atrapada en un sueño, desesperada por despertarse.
A medida que se acercaron los oficiales, supo que no se trataba de un sueño. Era una pesadilla, por supuesto, pero una pesadilla de la vida real, en la que estaba a punto de ser arrestada luego de que le revocaran la libertad condicional porque todo el mundo creyera que había robado más de un millón de dólares del sistema escolar, y que tenía los medios para huir del país. ¡Ni siquiera tenía un pasaporte!
Y luego apareció Pedro, interponiendo su cuerpo fuerte entre ella y los oficiales.
— Caballeros, no pueden arrestar a la señorita Chaves por un asesinato que no cometió — dijo Pedro.
— Doctor Alfonso — dijo uno de ellos, evidentemente el que estaba al mando de todos, con una mano en el revólver— , aprecio los esfuerzos que ha realizado por su clienta, pero tenemos una orden de arresto por supuesta malversación de fondos. Un juez firmó la orden justo después del almuerzo, y se le ha revocado la libertad condicional.
Pedro sacudió la cabeza y levantó una foto en alto.
— No puede arrestar a alguien por un crimen que ni siquiera se ha cometido aún — dijo.
Paula no entendía nada. Trató de echar un vistazo por encima de los hombros de Pedro, pero él la empujó con la mano detrás de él. Debió irritarla, pero la estaba protegiendo, y eso le gustó. Tal vez fuera un poco anticuado, pero en esta situación en particular prefería ser protegida por un hombre extremadamente inteligente, musculoso y dominante, que evidentemente tenía un poder especial para salvarla de la cárcel. Porque en ese momento los oficiales estaban analizando la fotografía con detenimiento.
— ¿Ése es…? — comenzó a preguntar uno de ellos.
— Sí, caballeros, ése es Federico Richardson en la cocina de su novia actual— . Sacó otra foto, una que mostraba un flamante y reluciente vehículo de alta gama. — Y este es el auto de la señorita Knightely, comprado, en efectivo, un día después de que la señorita Chaves fuera arrestada.
Leslie se acercó y le pasó otra fotografía.
— Sé que la primera foto está un poco borrosa, así que aquí hay una más clara de los dos durante su compromiso.
Los oficiales miraron la primera, luego la tercera, obviamente confundidos.
— ¿De dónde sacaste esa fotografía? — se oyó otra voz que preguntaba.
Todo el mundo se volvió para ver a una rubia que se acercaba con paso decidido a donde estaban parados los oficiales. Le arrancó de la mano la foto al oficial, y se dio vuelta.
— ¿Me están siguiendo? — le preguntó a Ricardo Alfonso, que se acercó desde atrás, con una mirada de leve irritación en su rostro.
— ¿Por qué lo preguntas? — preguntó— . ¿Conoces al hombre de la fotografía?
Carla le dirigió una mirada de furia al hombre, cada vez más irritada, al tiempo que levantaba la foto en alto.
— Estas dos personas son los directores de la organización benéfica que mi jefe quiere que considere para poder deducir impuestos. Estuve con ellos ayer por la tarde. ¿Me estás diciendo que no me has hecho seguir por nadie?
Pedro avanzó hacia la bella rubia, pero su hermano lo apartó a un lado. Pedro no tenía tiempo para reprender a su hermano. Tenía que aclarar este nuevo giro en los acontecimientos.
— No sé quién es usted… — comenzó a decir.
Ricardo lo interrumpió.
— Te presento a Carla Fairchild. Es cuenta mía.
La mujer puso los ojos en blanco.
— Está bien, ahora que hemos aclarado quién soy, ¿podría alguien explicarme por qué están investigando a la persona que yo estoy investigando?
El oficial se adelantó en ese momento.
— Señora, ¿me está diciendo usted que estuvo con este hombre ayer por la tarde?
Carla asintió con la cabeza, y los rubios bucles bailotearon alrededor de sus bellos rasgos.
— Estuve con ambos ayer al mediodía. ¿Acaso no lo dije recién? Fue un almuerzo de negocios a pedido de ellos — explicó nuevamente— . Él pidió un bife y ella se comió un
pescado desagradable.
— ¿Y estaría dispuesta a declarar como testigo? — preguntó el oficial.
Carla miró a su alrededor. Sus verdes ojos reflejaban el deseo de entender por qué todo el mundo estaba tan tenso.
— Por supuesto. ¿Por qué? ¿Le han provocado la bancarrota de la organización o algo por el estilo? Parecían realmente tan apasionados de salvar a las ballenas que se encuentran cerca de las costas de Groenlandia.
Pedro observó divertido cuando su hermano mayor puso los ojos en blanco.
— Carla, la policía cree que este hombre fue asesinado la semana pasada.
Ella se rio y sacudió la cabeza.
— No, no fue asesinado la semana pasada. Me estaba tratando de convencer de que financiara el barco que están tratando de comprar.
Ricardo miró por encima de su cabeza a su hermano menor.
— Supongo que eso viene a resolver todo este asunto, ¿no es así? — preguntó, y volvió a echar un vistazo a la mujer de cabello castaño con una mirada risueña.
Pedro tenía una amplia sonrisa en la boca.
— Así es — dijo y se volvió a los oficiales— . ¿Necesitan algo más? — preguntó.
Los oficiales sacudieron la cabeza asombrados, pero todos sonreían.
— Está todo en orden, doctor Alfonso.
— Me pueden llamar Pedro — dijo, dándole una palmada jovial a uno de ellos en el brazo— . Creo que hay unas masitas en la sala de estar — les ofreció— . Por favor, pasen y sírvanse a su gusto. Me dijeron que están riquísimas.
Paula se mordió el labio. Tenía todo el cuerpo tenso con la espera. Sólo comenzó a aflojarse cuando uno de los oficiales le asintió cortésmente:
— Creo que esta vez mejor no probamos las masitas, pero lo dejaremos para más adelante. ¿Puedo llevarme estas dos fotografías? — preguntó.
Pedro asintió rápidamente.
— Avisen si necesitan copias adicionales. Estaremos encantados de imprimirles todas las que quieran.
El oficial de policía tomó las fotos, pero hizo una pausa delante de la rubia. Ricardo comprendió en seguida lo que temían preguntar, y se anticipó para tranquilizar a los cuatro.
— La señorita Fairchild hará una declaración si la precisan — les aseguró.
— ¿Ah, sí? — preguntó Carla, mirando al hombre que parecía detestar inmensamente— . ¿Y qué se supone que voy a declarar?
— Que ayer almorzaste con una supuesta víctima de homicidio — afirmó, conciso, sin terminar de aclararle el panorama a la mujer antes de tomarle el brazo y llevársela por el corredor— . Ven conmigo. Tú y yo tenemos mucho de qué hablar.
Paula observó con fascinación al mayor de los hermanos Alfonso arrastrando a la hermosa mujer por el pasillo.
Obviamente ella no deseaba acompañarlo, pero tampoco le
ofreció resistencia.
La sonrisa de Paula comenzó como una pequeña mueca. Pero a medida que entendió lo que acababa de suceder, todo su rostro se iluminó con una enorme sonrisa, que creció en intensidad. Se sentía casi eufórica por el alivio que estalló dentro de ella. Y se sorprendió cuando la rubia se dio vuelta para sonreírle a su vez, sacudiendo la mano en el aire antes de desaparecer tras la esquina.
— Estoy en mi oficina — le dijo Pedro, bruscamente.
Paula se sobresaltó, al tiempo que apartaba la mirada de la rubia que se alejaba y levantaba la mirada a Pedro. Había desaparecido aquella sensación de libertad que le comenzó a burbujear por dentro. Toda la ira que había sentido hacía sólo instantes volvió a hacerse presente con todo su furor.
— Yo no… — comenzó a decir, pero Pedro no esperó que respondiera. Se acercó aún más a ella, con la cara a pocos centímetros de la suya.
— No digas una palabra más, Paula. Sólo ve a mi oficina. Tenemos algunos puntos que discutir, y definitivamente no lo voy a hacer delante de todo el personal.
Paula se apartó apenas y miró a su alrededor. Tal como le indicó, prácticamente todas las personas del área se hallaban quietas en su lugar, esperando para ver qué haría.
Nadie desobedecía una orden directa de Pedro Alfonso. Pero algunos sospechaban que Paula lo haría. Advirtió la esperanza en sus miradas.
Desafortunadamente, tampoco ella tenía el coraje de ignorarlo. Al menos, no esta vez.
Dio un paso atrás y marchó hacia su oficina. Estaba a punto de cerrar de un portazo, cuando sintió que la puerta se detenía. Al girarse, lo miró furiosa, desafiándolo con las manos en las caderas, mientras lo observaba entrar en la oficina detrás de ella.
Esperó una fracción de segundo a que se cerrara la puerta de su oficina con un estrépito antes de comenzar a increparlo:
— ¡Nunca más te atrevas a hablarme así! — casi le gritó— . ¡No puedo creer que me haya acostado contigo anoche! — dijo, y esta vez la voz se elevó considerablemente— . ¡No puedo creer que te invité a mi casa, que creí que estaba enamorada de ti y que dormimos juntos! — Hundió las manos en el cabello— . ¡Qué fastidio! Si ni siquiera dormimos, así que no sé por qué lo digo. ¿Y quién me manda a mí a dormir con el enemigo? No es que tú seas verdaderamente el enemigo — se aclaró a sí misma, caminando de un lado a otro de su oficina, enojándose cada vez más al contemplar todo lo que había arruinado en su vida— . ¡Qué ingenuidad la mía! ¡No puedo creerlo, cada vez que me tocabas, creí que estabas sintiendo lo mismo que yo! ¡Creí que te importaba! Y en realidad sólo te estabas divirtiendo, ¿no es cierto? Y en realidad, creías que yo no era sólo una asesina, ¡sino una ladrona! ¡Y una ladrona que roba en los colegios! ¡A los chicos!
Soy un ser humano terrible, porque les robo el dinero que los chicos necesitan para su educación. No alcanza con que a algunos ni siquiera les alcance para comprar ropa o comida. Ahora hay una mujer espantosa que les roba el equipamiento deportivo bajo sus propias narices.
A estas alturas, la diatriba ya era un ejercicio de furia en sí mismo.
— ¡Y ni siquiera me manejé con astucia! ¡No! Una ladrona inteligente hubiera empleado un pseudónimo para malversar fondos. Yo usé mi propio nombre — jadeó y se dio vuelta— . ¡No puedo creer que hayas creído que sería tan estúpida como para no saber cómo malversar fondos! — Se dio cuenta de lo ridículo de su discurso, y sacudió la cabeza— . Está bien, puede ser que no sepa malversar dinero, ¡pero te aseguro que no soy tan estúpida como para usar mi propio nombre!
— Lo sé — dijo Pedro con suavidad, apoyado contra la puerta, con los brazos cruzados sobre el pecho, limitándose a observar el espectáculo de su ira.
Ella no lo oyó, y siguió su perorata acerca de lo tonta que había sido la noche anterior.
— Y aunque no lo puedas creer, esta mañana cuando me desperté me dolió no verte en la cama. — Se dio una palmada en la frente, fingiendo exasperarse de su ingenuidad— . ¡De hecho, ¡busqué disculparte! Me hice la película de que en medio de la noche te acordaste de algo y saliste bien temprano. Preferiste dejarme dormir por verme agotada tras todo lo que debí padecer en los últimos días. Pero, en realidad, lo único que hacías era ¡buscar más evidencia de mis crímenes!
La puerta se abrió, y ambos se dieron vuelta para ver a la asistente administrativa de Pedro asomando la cabeza:
— Siento interrumpir — dijo, con el rostro ruborizado por algún motivo— , pero el fiscal quiere hablar con usted por teléfono. Dice que es urgente, y no parecía de buen humor.
Pedro se volvió para mirar a Paula.
— No te muevas. Todavía tenemos que seguir hablando — dijo, y salió por la puerta, dejándola a solas con la esperanza de que se calmara.
Apenas se marchó, la mujer de mediana edad entró en la sala con una taza de café.
— Me pareció que te vendría bien una tacita de café — dijo con suavidad— . Me llamo Jeannie — dijo— . Creo que pronto vamos a tener la oportunidad de conocernos muy bien.
Paula tomó la taza, agradecida, y bebió un sorbo de la bebida energizante.
— Gracias — susurró, completamente exhausta ahora que el objeto de su ataque hubiera desaparecido de la vista— . Le agradezco el café, pero realmente me tengo que ir.
Jeannie se quedó en silencio un largo momento, dirigiendo una mirada comprensiva a la preciosa mujer de cabello castaño.
— Te equivocas respecto de él — dijo en un tono tranquilizador.
Paula detuvo su ir y venir, y se volvió hacia la amable señora.
— ¿Disculpe? — preguntó.
Jeannie sonrió dulcemente:
— Te equivocas. Digo, acerca del señor Alfonso.
Paula sacudió la cabeza.
— ¿Cómo lo…?
La bondadosa mujer sonrió cálidamente, y se acercó aún más, como si necesitara enfatizar en las siguientes palabras:
— El señor Alfonso jamás se involucra en una investigación — explicó— . Él se dedica a la gerencia en un nivel más elevado, trabajando con la estrategia de la corte, supervisando más de veinte casos diferentes a la vez. Va a los tribunales para representar a los clientes sólo en una proporción muy pequeña de esos casos. — Dejó que Paula pensara en lo que había dicho antes de seguir— . El señor Alfonso estuvo en el colegio esta mañana, entrevistando a tus colegas. Luego fue al colegio secundario cuando Marcos lo llamó acerca de algunas cuestiones extrañas que había detectado.
Aquello la irritó.
— Lo sé. Fue en ese momento en que comenzó a pensar que yo, además, era una ladrona.
Jeannie sonrió y bajó la mirada, tratando de pensar cómo ayudar a esta joven hermosa a entender lo que le quería decir:
— Este caso es diferente — ensayó un nuevo enfoque— . No es que el señor Alfonso estuviera tratando de que te absolvieran de los cargos.
Paula respiró hondo e intentó escuchar, tratando de comprender lo que estaba intentando decirle:
— Siempre trata de absolver a la gente. Es su trabajo.
— Justamente. El señor Alfonso no estaba tratando de absolverte. Estaba tratando de probar que eras completamente inocente.
Paula sabía que esta buena mujer intentaba comunicarle algo importante, pero no entendía qué.
— Lo siento, no entiendo bien a qué viene todo esto.
Jeannie se rio.
— El señor Alfonso es un director de primer nivel. La gente viene de todo el país para que los defienda, porque es quien mejor consigue absolver a las personas.
— Eso sólo me dice que no le importa de dónde obtiene su dinero, con tal de que el flujo sea constante.
Jeannie volvió a sacudir la cabeza.
— No entiendes. El hombre que amas tiene uno de los códigos de honor más elevados que yo jamás haya visto en esta profesión. El señor Alfonso no acepta casos cuando tiene la certeza de que el acusado es culpable.
Con estas palabras, Jeannie se volvió y salió de la oficina.
Paula quedó sola, pensando en lo que le acababa de revelar.
Estaba agotada tras una noche de dormir mal, además del estrés de los últimos días.
No estaba segura de lo que estaba sucediendo, y no terminaba de entender lo que le había estado tratando de decir la asistente de Pedro.
Desafortunadamente, o tal vez fuera una suerte, Abril entró corriendo en la oficina y abrazó a Paula con fervor.
— ¡Me acabo de enterar! — gritó feliz— . Estoy tan aliviada. ¡Te dije que Pedro sería capaz de sacarte de este embrollo! — dijo, meciéndose de un lado a otro mientras rodeaba los hombros de Paula.
Paula se rio y trató de asentir con la cabeza, pero Abril la estaba apretando demasiado fuerte.
— Tenías razón. Aclaró todo. ¡No puedo creer que haya terminado!
Abril se rio, encantada.
— ¡Tenemos que salir a celebrar! — exclamó— . ¡Vayamos a Durango!
— ¡Sí! — asintió Paula, sabiendo que una margarita era exactamente lo que necesitaba en aquel momento.
Necesitaba pensar en los comentarios de Jeannie; todavía no entendía lo que le había querido decir. Tal vez estuviera demasiado cargada emocionalmente. Necesitaba relajarse y tratar de asimilar el hecho de que la cárcel ya no era una posibilidad en el futuro cercano— . ¡Qué buena idea! — No le contó a su amiga que quería beber para olvidarse de una buena vez de ese hombre que la trastornaba tanto. Ni le contó a Abril que su jefe le había dicho a Paula que permaneciera en la oficina. No le iba a hacer caso; aún se sentía traicionada tras lo que había sucedido la noche anterior.
Se le ocurrió que debía estarle más agradecida a Pedro. Sin su ayuda, en ese momento estaría en la cárcel. Sus investigadores habían descubierto la verdad, y él había unido las piezas con su capacidad. Pero quedarse allí donde podía regresar y trastornarla aún más no era una buena idea. Jamás podía pensar con claridad cuando estaba Pedro cerca, así que lo mejor era tratar de entenderlo todo bien lejos de él.
Se detuvo cuando salió de la oficina y miró a su alrededor a los rostros sonrientes.
— Muchas gracias a todos — dijo despacio, pero con sinceridad— . Gracias por resolver este misterio. Les estoy tan agradecida por su esfuerzo. ¡Son todos increíbles! — dijo. Todo el mundo le devolvió la sonrisa, y algunos levantaron la taza de café para brindar, en tanto Paula inclinaba la cabeza en señal de reconocimiento.
Abril sacó a Paula de un tirón de la oficina, saludando a su vez a la multitud. Cada uno celebró un instante antes de seguir al siguiente caso. Se detuvo ante el escritorio de Jeannie.
— Si Pedro está buscando a Paula, dile que la secuestré y me la llevé a Durango, ¿sí?
La sonrisa de Jeannie se amplió.
— Así me gusta. ¡Brinden por mí!
Abril vaciló y le sonrió:
— ¿Quieres venir a celebrar con nosotros?
Jeannie sacudió la mano.
— Gracias, pero me voy temprano porque tengo que buscar a mis hijos; esta tarde tienen turno en el dentista. Vayan y diviértanse. Asegúrate de que recupere la tranquilidad — le dijo a Abril, refiriéndose a Paula, que evidentemente no estaba tan relajada como debiera estarlo tras ser absuelta de los graves delitos de los que la habían acusado injustamente hacía menos de una semana.
Abril miró a Paula, y luego de nuevo a Jeannie:
— Por supuesto.
Al llegar al ascensor, Abril y Paula se reían; poco a poco caían en la cuenta de que Paula era realmente libre.
— ¡Ay, los hombres! — suspiró una bonita rubia al tiempo que apretaba el botón de llamada del ascensor una y otra vez. Paula y Abril la observaron tocarse el anillo de diamante que llevaba en el dedo con reverencia, y luego sacudir la cabeza. Paula miró a Abril y ambas mujeres asintieron a la vez; evidentemente, ambas pensaron lo mismo.
Paula le sonrió a la mujer con genuina apreciación.
— Tú eres la mujer que acaba de evitar que me metieran en la cárcel — dijo Paula— . ¿Te encuentras bien?
Carla se dio vuelta y vio a las dos hermosas mujeres paradas detrás de ella.
— Lo siento — dijo, inhalando profundamente mientras cerraba los ojos— . Nada que un buen martini no pueda remediar — dijo, respirando profundamente tratando de calmarse— . ¡Es que los hombres son tan difíciles de entender! — dijo bruscamente. Se notaba que las respiraciones profundas no la estaban ayudando a recuperar la calma.
Paula se sintió identificada.
— ¿Por qué no vienes con nosotros? No sé cómo serán los martinis — advirtió— , pero las margaritas en Durango son perfectas para cualquier tipo de disgusto.
Carla pensó en el ofrecimiento. No conocía a aquellas dos mujeres, pero no le venía nada mal salir a divertirse una noche con dos mujeres de su edad.
— No sé si estoy en condiciones de establecer cualquier tipo de conexión con la raza humana — respondió.
Paula se rio.
— Yo me siento exactamente igual. Me llamo Paula Chaves — dijo— , y estamos yendo a celebrar el hecho de no haber terminado en la cárcel por el resto de mi vida.
Carla le sonrió a su vez, tomando la mano de Paula en la suya.
— Parece una excelente manera de comenzar el fin de semana. Creo que las acompañaré después de todo.
Las tres mujeres salieron por la puerta y se dirigieron por la vereda hacia el bar, que se encontraba en la misma calle que la oficina. Encontraron una mesa en el fondo, y se instalaron, pidiendo una enorme jarra de margarita con tres copas.
Cuando ya se las habían servido, junto con un plato de nachos y salsa en la mitad de la mesa, Abril levantó la copa:
— ¡Brindo por evitar la cárcel y los hombres! — dijo con convicción.
Paula estaba a punto de levantar su copa cuando vio a otra mujer que estaba sentada sola en el bar.
— ¡Esperen! — exclamó, instantes antes de que bebieran un sorbo— . Esa mujer es Kira o Karen, ¿no es cierto?
Abril dirigió la mirada al bar y asintió.
— Sí, es la nueva abogada del equipo de Pedro. Comenzó a trabajar el día que te arrestaron.
La sonrisa de Paula se extendió aún más al observar a la mujer de aspecto melancólico, sentada a un costado en uno de los sectores más oscuros.
— Ella es la que encontró la información sobre el nuevo BMW que se compró la novia más reciente de Federico.
Sin decir otra palabra, Abril se puso de pie y caminó hacia la mujer, que se veía tan triste y desdichada como se sentía Paula en ese momento.
Carla y Paula observaron mientras Abril le hablaba discretamente a la otra mujer, señalando en dirección a ellas.
Paula supo al instante lo que estaba sucediendo y tomó una
silla de la mesa de al lado para acercarla a las de ellas.
— ¡Hola, Karen! — llamó a voces, haciendo una señal a la mesera para que trajera otra copa— . Parece que estás en el mismo barco que todas nosotras, así que más vale que vengas a unirte a nuestra mesa — dijo, sirviéndole una copa.
Karen sonrió agradecida y se presentó a Carla.
— Volvamos, entonces, adonde estábamos — dijo Carla, levantando la copa una vez más— . ¡Por librarnos de las penas de la prisión y de los hombres odiosos!
Las otras tres mujeres se rieron, pero todas chocaron las copas y bebieron un largo sorbo de la mezcla dulce y amarga, riéndose de los hombres con los que habían salido en el pasado. Paula no trajo a colación el hecho de que estuviera personalmente involucrada con Pedro Alfonso. Pensó que sería un tanto indiscreto comentarlo, pero le pareció interesante que Carla despotricara contra el hermano mayor de Pedro, Ricardo. Y sabía que Abril se negaba a salir con ninguno de los hombres que le presentaban sus amigas, pero insistía en que Javier Alfonso era el peor de los cuatro hermanos Alfonso, lo cual le pareció sumamente sugestivo a Paula.
Y tal vez fuera el tequila, que finalmente la estaba golpeando, pero Paula creyó fascinante que la preciosa abogada de cabello castaño mirara su copa cada vez que se mencionaba a alguno de los hermanos. ¿Estaría la hermosa Karen interesada en otro hombre? ¿O tal vez en uno de los que ya se habían mencionado? Paula la observó con atención y supo que estaba en lo cierto cuando la delgada mujer contuvo el aliento al oír mencionar a Axel Alfonso. Era eso, pensó Paula y se reclinó hacia atrás, felicitándose por dentro por haberlo descubierto.
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Qué manera de reírme con el discurso de Paula jaajajaja. Buenísimos los 5 caps.
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