miércoles, 3 de mayo de 2017
CAPITULO 10 (PRIMERA HISTORIA)
Pedro apretó el celular con fuerza. En aquel momento, lo único que sentía era preocupación.
— Paula, ¿dónde estás? — preguntó, sabiendo que ella se había marchado de su casa, y no estaba en la oficina con él. Es decir, estaba en algún lado donde no la podía proteger, y no le agradó para nada esa sensación.
Aquella mañana se marchó temprano de su casa después de pasar por su habitación, y observarla dormir durante más tiempo del que hubiera sido el adecuado. Pero después del beso, le costaba dejar de mirarla. Parecía tan serena esa mañana…, exactamente lo contrario de cómo se sentía él en ese momento.
— Pasaré un rato por casa. Necesito buscar ropa, y tengo que ver en qué estado quedó todo. Me preocupó un poco cuando me contaste que están destruyendo el cemento fresco del sótano. Justamente lo pusieron para impedir las frecuentes inundaciones, así que ahora tengo, además de todo, la posibilidad de que mi casa se inunde con el próximo temporal.
Como Pedro acababa de hablar con el detective a cargo de la investigación sobre el estado en que se encontraba su casa, sintió un nudo de preocupación en el estómago cuando imaginó la reacción que tendría Paula al verla.
— Paula, si necesitas algo, dile a Abril que vaya y te lo busque. Si no puede, enviaré a otra persona que lo haga, o iré yo mismo — dijo, tomando rápidamente su saco del respaldo de una silla y saliendo a las apuradas de la oficina. Tal vez conocía a Paula hacía pocos días, pero ya comenzaba a advertir lo testadura que podía ser; estaba seguro de que no le haría caso.
Ella se rio y él apretó los dientes. Estaba realmente de un humor fantástico esa mañana. Era increíble cómo se había repuesto tras una noche de descanso. Ojalá él pudiera decir lo mismo. Anoche aquel beso eliminó toda posibilidad de dormir. Se había quedado despierto, pensando en su suave y tibio cuerpo, mientras ella descansaba en la habitación contigua a la suya, y deseó volver a tocarla, oír sus suaves suspiros cuando acariciaba aquella piel sedosa.
— Pedro, no te preocupes por mí. Estoy cansada de depender de los demás, especialmente cuando me puedo ocupar perfectamente bien de lo que necesito.
Pedro apretó el botón del ascensor varias veces, desesperado por alcanzarla antes de que pudiera ver el daño que había provocado la policía a su casa.
— Paula, da la vuelta ahora mismo y regresa a casa — dijo, lo más tranquilo posible, aunque no estuviera seguro de ello. Apretó los dientes al hablar, demasiado preocupado por que Paula no viera el estado en que estaba su jardín— . Nadie cree que te has vuelto demasiado dependiente. Todos estamos felices de poder ayudarte.
— Estoy bien, Pedro. Gracias por tu ayuda, pero solo pasaré un minuto por casa, me daré una ducha con mis propias cosas y sacaré mi propia ropa. Sé que la prensa sigue siendo un problema, así que estaré atenta.
No lo estaba escuchando, y todo lo que decía parecía perfectamente razonable, ¡pero él conocía los pormenores! ¡Tenía que impedir que llegara a su casa!
— Paula, no te atrevas a volver a tu casa — le ordenó, imperioso, recuperando el tono firme que empleaba en su profesión.
Paula se apartó el celular de la oreja.
— ¿Te pasa algo? — preguntó, y se notó la frialdad en su voz— . No me puedes dar órdenes, Pedro.
Sabía que tenía razón, pero no le agradó. Maldición, hubiera querido tener el derecho de decirle sencillamente que se diera la vuelta, o aun mejor, deseó que confiara en él lo suficiente como para hacerle caso. Pero en aquel momento no importaba. Si veía el estado de su casa, sufriría una pena terrible. ¡Estaba seguro de ello!
— Paula, después de las últimas noches, estoy en todo mi derecho de decirte lo que debes hacer, y quiero que le pidas al taxista que regrese a mi casa o a mi oficina en este preciso instante. Si no quieres que vaya nadie más a tu casa, lo respeto. Iré a buscar tus cosas después. O si prefieres, te llevaré allí yo mismo. — Era verdad. Lo único que no quería era que ella viera cómo había quedado la casa antes de que él pudiera reparar el daño— . Regresa ahora mismo — dijo con toda la autoridad de la que fue capaz— . Estoy entrando en el ascensor en este momento. Nos vemos en casa.
Paula se sintió irritada con su tono de voz, y no estaba dispuesta a acatar órdenes ni de Pedro ni de ningún otro hombre. No después de todo lo que había sucedido en la última semana.
— Adiós, Pedro — dijo, y apretó la tecla de su celular para finalizar la llamada.
Lo metió en la cartera, y luego lo volvió a sacar para apretar la tecla de silencio. Si había aprendido algo de Pedro, era que no se daba por vencido. La llamaría en dos segundos.
Pedro miró el teléfono medio segundo antes de estallar de ira. Inmediatamente pulsó la tecla para repetir la llamada mientras corría a su auto. Cuando oyó el buzón de voz, se
sintió furioso y preocupado a la vez.
— Maldición, Paula. Atiende el teléfono y llámame. ¡No te atrevas a ir a tu casa! Te repito: date la vuelta de inmediato. Yo mismo te llevaré esta noche.
Saltó dentro del auto, y salió a toda velocidad del estacionamiento, haciendo chirriar las ruedas del vehículo. Se pasó tres luces rojas tratando de llegar antes que ella. No quería que viera el desastre que había hecho la policía. Después de todo lo que había tenido que soportar, sería la gota que colmara el vaso. No sabía cómo reaccionaría, y no quería correr el riesgo de que este disgusto la terminara quebrando.
Apretó la tecla de llamada sobre el volante, maldiciendo cuando volvió a saltar el buzón de voz.
— ¡Paula, llámame ya! ¡No vayas a tu casa! ¡Llámame!
Manejó cinco kilómetros más y volvió a apretar la tecla.
Cuando oyó el mensaje de voz una vez más, sacudió la cabeza y apretó el acelerador.
— Paula, no lo hagas. Te lo pido — dijo, esta vez deponiendo el tono de ira y adoptando uno más persuasivo, decidido a impedir como fuera que llegara a su casa— , por favor da la vuelta y regresa a mi casa.
Ella ni siquiera volvió a mirar su celular. Ahora que finalmente se dirigía a su casa, se sentía llena de valor. Sintió que se había marchado hacía meses en lugar de tan sólo unos días, y estaba ansiosa por estar rodeada de sus cosas, de reflexionar acerca de todo lo que había pasado y de organizar sus ideas.
Ya tenía el dinero listo para pagarle al taxista antes de girar en la esquina de su calle. Pero cuando el taxista estacionó frente a su casa, no pudo dar crédito a sus ojos.
Con un terrible dolor punzante que pareció atravesarle el cuerpo, le entregó al taxista el dinero y bajó del vehículo. Desafortunadamente, no pudo dar un paso más.
Todo el jardín del frente de la casa había sido destruido tras la excavación. Todas sus hortensias, tan cuidadosamente plantadas, tan hermosas al comienzo del verano, algunas rosadas, otras azules y otras blancas, se hallaban dispersas y marchitas sobre el suelo. Las rosas y las hostas eran una masa informe de color marrón sobre la vereda.
Hasta el césped había sido arrancado. No quedaba nada que no hubiera sido arruinado. Incluso pudo ver a través de la verja posterior que el jardín de atrás estaba aún peor que el de adelante, aunque no pareciera posible.
Había pasado tantas horas felices trabajando en su jardín, investigando las plantas que podían crecer mejor en esa ubicación, asegurándose de que estuvieran fertilizadas con compost orgánico, yendo a las diferentes tiendas de café para obtener la borra que les sobraba, pidiéndoles a todos los vecinos que guardaran las cascaras de huevo y de banana sólo para que sus hostas cobraran un intenso color verde, y sus rosas pudieran soportar las inclemencias de invierno y verano. ¡Y ahora, todo, destruido! No era solo que el jardín hubiera sido excavado: lo habían devastado. No tenía ni idea de cómo salvar estas plantas. Si las hubieran extraído dejando un trozo de tierra alrededor de cada una, podrían haber sobrevivido. Pero estas parecían haber estado varios días fuera de tierra, sin agua ni sustento, y sus raíces se habían secado por el calor y la falta de protección.
Se quedó ahí parada, con el corazón hecho pedazos.
Ni siquiera oyó el auto que se frenó en seco detrás de ella con un chirrido de ruedas. Pero sintió la presencia de Pedro apenas llegó a su lado. Sintió su calor y aquella extraña sensación de seguridad y de tensión sexual que siempre percibía cuando estaba con él.
— Paula — comenzó a decir, sin saber bien cómo explicar el desastre de su hogar. Ni siquiera se fijó en la casa, sino en la expresión desolada de su rostro, y ansió poder reparar el daño de alguna manera.
Ella no dijo nada, sólo lo miró a los ojos. Un instante después, se arrojó sobre él, y Pedro la envolvió en sus brazos, abrazándola con fuerza y susurrándole al oído cómo
lamentaba el daño que había sufrido su pequeña casa en manos de los investigadores.
Jamás había visto algo así. Nunca, en toda su carrera, había visto que una orden de registro acarreara semejante destrucción, pero reprimió su cólera para ayudar a Paula a sobrellevar el dolor.
Paula no supo cuánto tiempo lloró, pero cuando los sollozos menguaron, se quedó en los brazos de Pedro, sacando fuerzas. Sabía que podía soportar cualquier cosa si sentía la
solidez de sus brazos alrededor de ella.
Se apartó ligeramente, advirtiendo el lugar húmedo en el pecho donde las lágrimas habían mojado su camisa. Él bajó la mirada, y ella vio la ternura y la rabia en sus ojos.
Era rabia que sentía por ella, no hacia ella, e incluso ese hecho le mejoró el ánimo, y la consoló por algún motivo.
— Vamos, Paula. Déjame que te saque de acá. Cuánto lamento que hayas tenido que ver esto — dijo con dulzura.
Paula le sonrió.
— ¿Por eso me estabas tratando de dar órdenes antes, cuando hablamos?
Él sonrió suavemente, a pesar de la frustración que sentía por su tozudez.
— Sí, sabía lo que habían hecho.
Se sentía mejor. No era que hubiera intentado ser un mandón. Por el contrario: estaba intentando ser un tipo dulce y cariñoso, al tratar de evitarle este disgusto.
— Gracias — respondió con franqueza, respirando hondo y volviéndose hacia su casa — . Bueno, supongo que tengo mucho trabajo por delante. — Se puso las manos sobre las
caderas y miró a su alrededor, haciendo un inventario mental de todo lo que debía arreglarse.
— Me imagino que adentro debe ser peor, ¿no es cierto? — preguntó, sin siquiera darse vuelta para mirarlo.
Sabía la respuesta. Si la policía pensó que ella había enterrado el cadáver y habían dado vuelta el jardín, tal vez consideraron que había cortado el cuerpo en trozos y lo había ocultado de algún modo dentro de las paredes. La idea era tan truculenta que la descartó, decidiendo no deprimirse por anticipado antes de ver el alcance del daño en el interior de la casa. "No te adelantes", se dijo con firmeza.
Caminó por el sendero, agachándose para examinar algunas de las plantas esparcidas por el camino.
— Podrían haber tenido más cuidado con las raíces — dijo, casi para sí.
Pedro caminó detrás de ella, sin saber bien qué hacer ni cómo ayudarla a transitar tanto dolor. Tampoco entendía qué podía estar pensando. Apenas unos minutos antes sollozaba de angustia al ver su casa destruida, y ahora caminaba por esta especie de zona de guerra como si fuera una tarea más que debía enfrentar.
— ¿Paula? — preguntó, extendiendo la mano para tocarle el hombro.
Paula se detuvo y lo miró con una planta de hosta en cada mano.
— ¿Qué sucede? — preguntó.
Pedro no sabía qué decir.
— ¿Qué sucede? — repitió, asombrado de que siquiera preguntara— . Tu casa ha sido destruida; tus plantas están todas muertas, y tú sigues enfrentando un cargo por homicidio. Eso es lo que sucede. — Le puso las manos sobre los hombros, tratando de determinar cuan afectada estaba. Si él hubiera estado en su lugar, estaría furioso y haciéndole un juicio millonario a la ciudad por el modo de aplicar la orden de registro.
Paula suspiró, paseó la mirada a su alrededor una última vez, y luego lo miró con una sonrisa.
— Sí, todo eso es cierto. No puedo hacer nada respecto de los cargos de homicidio. Para esto estás tú. Yo sólo puedo responder a las preguntas que vayan surgiendo. Tú eres el abogado brillante que impidió que me metieran en la cárcel, así que eso te lo dejo a ti. — Exhaló antes de seguir— . No me puedo imaginar qué pudo pasarle a Federico. Algo me dice que está bien, posiblemente en una cálida isla tropical en el medio del Caribe, descansando a sus anchas, sin tener idea de que lo están buscando. Pero no puedo creer que ni él sea tan egocéntrico. Además, no tengo mi pasaporte, así que ni siquiera puedo subirme a un avión para ir a buscarlo, ¿no? — Miró a su alrededor contemplando el jardín. La voluntad de no claudicar le encendió las mejillas y enderezó la columna— . Pero sí puedo hacer algo respecto de mi jardín. Y tú me vas a librar de los cargos de homicidio. Todo lo demás es pura cháchara.
Le impresionó que tuviera una actitud tan sensata. Y sí, decididamente se ocuparía de que le retiraran esos ridículos cargos de homicidio. La oficina del fiscal de distrito ni siquiera podía encontrar el cuerpo, aunque eso no eliminaba la posibilidad de una condena; sólo complicaba la tarea de la fiscalía para probar su caso. Podían llegar a demostrar sus alegaciones con pruebas circunstanciales.
Por eso, siempre era peligroso depender de la lógica en este tipo de situaciones; no todos los miembros de un jurado solían ser tan razonables.
— Marcos y el resto de mi equipo están tirando abajo los argumentos de la fiscalía, Paula. Nos vamos a deshacer de esas acusaciones y esclarecer qué pasó realmente. — Volvió a contemplar el jardín— . Pero no puedes quedarte aquí. Regresa a mi casa, y conseguiré que alguien venga a arreglar esto.
Paula sacudió la cabeza.
— Cielos, no puedo pagarle a nadie para que venga a arreglarme este desastre — respondió.
Después de todo lo que había soportado, no podía permitir que enfrentara esto sola.
Era demasiado.
— Déjame que haga esto por ti — argumentó, decidido a protegerla como fuera.
Ella sonrió, agradecida por el ofrecimiento, pero sacudió la cabeza.
— No puedo permitir que lo hagas. Ya has hecho demasiado. — Exhaló y miró a su alrededor— . Además, disfruto con la jardinería. — Hizo un leve mohín y lo miró— . Eso sí: asegúrate de tener suficiente helado en el freezer esta noche, porque me va a doler hasta el tuétano.
Pedro tenía ganas de maldecir, pero se abstuvo, sabiendo que ofendería a Paula.
— Realmente me quiero hacer cargo yo de esto — dijo, intentando convencerla— , y no tienes por qué agobiarte con semejante esfuerzo.
— En realidad — dijo ella, sonriendo y dándose vuelta— , arreglar todo esto me va a tener ocupada, y no tendré que pensar ni en Federico ni en el juicio que tengo por delante. El trabajo no me resulta penoso. Como no puedo ir al colegio hasta que se resuelva todo, más vale hacer algo productivo. — Lo miró con una sonrisa— . Será como las refacciones que hiciste en tu casa. Tú mismo me dijiste lo fácil que es manejar problemas mientras trabajas con la madera o patinas algo. Pues yo me siento igual con la jardinería. Me siento fuerte y poderosa devolviéndole a la tierra un poco de lo que nos da. — Encogió los hombros y dijo— : La jardinería es sanadora para el alma.
Con el rabillo del ojo, Pedro advirtió que alguien se acercaba por la vereda. Lo primero que atinó a hacer fue ocultar a Paula detrás de su auto, para que no tuviera que lidiar con algún vecino hostil que viniera a insultarla.
Ambos se volvieron al mismo tiempo para ver a una pareja de ancianos acercándose.
Pedro estaba a punto de empujar a Paula detrás de él, para protegerla de lo que pensó sería un brutal ataque verbal. Por lo general, los vecinos confiaban en la policía, así que cuando se arrestaba a alguien, la comunidad automáticamente suponía que la persona era culpable.
Pedro volvió a sorprenderse. La pareja se detuvo justo delante de Paula, dirigiéndole una mirada de dulzura y preocupación sin una pizca de malicia.
— Paula, dinos cómo te podemos ayudar — dijo el hombre que parecía de unos sesenta o sesenta y cinco años, al tiempo que su mujer asentía con la cabeza— . Estamos acá
para darte una mano con este desastre y puedas volver a la normalidad.
La mujer extendió la mano y tocó la de Paula con suavidad, manifestando su apoyo con el gesto de ternura.
— No podíamos creer lo que le hizo la policía a tu hermoso jardín, querida. Les insistimos una y otra vez que no mataste a ese hombre espantoso. Sabemos que no lo hiciste. Así que dinos lo que necesitas y estamos para lo que nos precises, cariño.
Paula les sonrió con calidez, extendiendo la mano hacia ellos. En cambio, la pareja abrió los brazos y la enfundó en un abrazo que casi le parte los huesos.
— Les estoy tan agradecida — dijo, y Pedro oyó que le temblaba la voz.
Cuando se apartó, les presentó a Pedro a la pareja.
— Arnie, Beth, éste es mi abogado, Pedro Alfonso. Pedro, ellos son los Corrinder. Viven a tres casas de la mía y tienen cuatro hijos y diez nietos.
Arnie Corrinder observó a Pedro entrecerrando los ojos, y se acercó un poco más.
— Vas a sacar a nuestra chiquita de este lío, ¿verdad? Es imposible que Paula haya asesinado a ese imbécil, pero si vuelve a aparecer por aquí alguna vez, ¡puedes estar seguro de que seré yo quien lo mate por todo el daño que le ha causado a nuestra querida Paula!
Pedro se asombró tanto de que el hombre dijera semejantes pensamientos homicidas que sonrió.
— Tengo todo un equipo de personas que está trabajando incansablemente para determinar quién mató realmente al señor Richardson.
Beth sacudió la cabeza.
— No puedo creer que Federico haya desaparecido así como así, pero realmente no me gusta esa nueva novia que tiene — explicó, enlazando el brazo con el de Paula de forma protectora— . Estoy segura de que algo está tramando. Cuando aparezca Federico, vivo o muerto, apuesto a que por algún motivo estará en el sótano de esa mujer. — Hizo un chasquido con la lengua en señal de desaprobación— . Seguramente estará encadenado y amordazado sólo para mantenerle la boca callada — le dijo a su esposo con una expresión completamente seria— . Intentó patear al perro de los Jameson — dijo, como si eso lo explicara todo— . Y cuando los Jameson lo detuvieron, ese hombre estúpido les gritó. Como si tuviera todo el derecho de estar parado aquí afuera y despertarnos un sábado por la mañana con su ridícula furia.
Paula asintió, recordando aquel día.
— Fue uno de los días en que apareció sin avisar, tratando de que recapacitara sobre nuestro compromiso. Fue hace como dos meses.
Pedro oyó algo detrás de él y se dio vuelta rápidamente.
Alrededor de cinco personas más se acercaban desde direcciones diferentes, algunas con palas, otras con herramientas de jardinería en las manos. Parecían preparadas para arremeter contra Paula o abalanzarse sobre la tierra. No estaba seguro de cuál de los dos.
— ¡Te vimos llegar! — dijo uno de los hombres al dar vuelta en la esquina, empujando una carretilla llena de herramientas de jardinería— . ¡Vinimos para ayudar! Sólo tienes que decirnos lo que hay que hacer.
Los ojos de Paula se nublaron, y miró hacia abajo. Pedro creyó ver que le temblaban los hombros ligeramente, pero se repuso y levantó la cabeza. Casi lanza una exclamación al ver el resplandor de felicidad que emanaba de ella. Quedó impactado tanto por su belleza interior como por la exterior a medida que amigos y vecinos la rodeaban, abandonando sus quehaceres para venir a ayudarla a replantar su devastado jardín.
— Adentro también está destruido, Paula. Ni te atrevas a entrar — se oyó que decía una voz de mujer. Pedro se volvió y vio a cinco mujeres, todas con baldes, escobas y trapos. — Tú sólo danos la llave y quédate aquí afuera para dirigir el trabajo. Nosotros iremos adentro, para limpiar lo que esos imbéciles le hicieron a tu casa.
Pedro sacudió la cabeza: jamás había visto algo tan asombroso. Cada uno tomó un trozo del jardín y comenzó a pasar el rastrillo o a cavar, preparados para volver a plantar los arbustos marchitos y las matas de rosas. Un hombre hasta llegó a jurar que podía revivir las hostas, y las levantó todas en brazos como si fueran bebés
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