miércoles, 3 de mayo de 2017
CAPITULO 11 (PRIMERA HISTORIA)
Hacia el final del día, el jardín estaba otra vez prolijo. Pedro sospechó que no había recuperado la belleza anterior, pero de todos modos lucía bastante bien. Sin decirle a nadie, había llamado a un vivero para que entregaran algunos arbustos nuevos. No tenía ni idea de lo que debía elegir, pero les dijo que trajeran plantas resistentes, y varias bolsas de abono. También hizo traer cincuenta pizzas, que llegaron al mediodía. Alguien trajo jarras de limonada e incluso cerveza, aunque nadie dejó de trabajar. El camión del vivero llegó justo después de que se devoraran las pizzas, y todo el mundo sencillamente tomó un arbusto o una bolsa de abono y plantó el arbusto, rodeando las raíces con mantillo para protegerlas del frío del invierno que se avecinaba. Las noches ya estaban más frescas, y se comenzaba a respirar el aire frío. El otoño era una época rara, con días de calor, en los que todo el mundo se paseaba con mangas cortas, y días de frío, en los que se necesitaba un abrigo.
Por mucho que le dijeran los vecinos que se hiciera a un lado, Paula estuvo en medio del operativo. Estaba sucia y traspirada, y le sonreía a cualquier que se acercara para preguntarle dónde poner una u otra planta. Pedro mismo se fue a su casa para ponerse jeans y una camiseta. Le llevó menos de una hora, pero volvió en seguida, para ayudar a levantar las cosas pesadas y evitar que los mayores se lastimaran. Todo lo que tuviera que ser movido o levantado lo intentaba hacer él mismo. Varias veces en el día, la miró y le guiñó el ojo o simplemente disfrutó de la felicidad de Paula. No había mucho que pudiera hacer, pero cuanto más la observaba, más se la quería llevar a la cama. Quería ser él quien le regalara aquella expresión de satisfacción o entusiasmo.
Si sólo pudiera cambiarle la idea de que lo estaba haciendo todo por compasión, se podrían acurrucar juntos en la cama, los dos solos, esa misma noche, y hallar la dicha el uno en brazos del otro. Y si sólo pudiera quitar del medio el cargo de homicidio, le podría demostrar a Paula lo importante que comenzaba a ser para él. En pocos días, lo había afectado como ninguna otra mujer lo había conseguido antes.
Para el final del día, justo cuando el sol comenzaba a hundirse en el horizonte, se paró al lado de ella cuando el último de los vecinos le dio un abrazo débil, al tiempo que se alejaban por la vereda hacia sus propios hogares. Cada uno de ellos le pidió que lo llamara si necesitaba algo para sacarla de aquel embrollo.
Cuando la puerta se hubo cerrado tras despedir al último vecino, Paula miró a Pedro del otro lado de la habitación.
— Apestas — le dijo burlona.
Pedro se rio y avanzó hacia ella.
— Y tú te ves increíblemente sexy — respondió él. Había disfrutado trabajando codo a codo con ella ese día, riéndose, observándola con los vecinos. Trataba a cada uno como si fuera especial y, a su vez, ellos la trataban como si fuera uno de sus hijos.
Paula entornó los ojos.
— Seguramente yo apeste más que tú.
— ¿Dónde tienes la ducha? — preguntó.
Los ojos de ella se agrandaron.
— ¿Ducha?
— Sí, ya sabes, el lugar donde baja el agua de una canilla y donde generalmente hay jabón. — No esperó que ella respondiera. En cambio, subió las escaleras para buscarla él mismo— . Descuida — llamó a voces desde arriba. Luego cerró la puerta del baño de un portazo.
Oyó que abría el agua y no pudo evitar imaginarlo en la ducha. Y Paula tenía una imaginación frondosa. El agua caliente deslizándose por aquellos músculos sería como una
obra de arte, pensó. Lo podía imaginar tomando la esponja y pasándose el jabón por el pecho, los brazos fornidos, y toda esa deliciosa piel de la espalda. Pensándolo bien, mejor prescindir de la esponja. Quería ponerle las manos encima.
No quería nada entre los dedos y su piel.
En menos tiempo de lo que hubiera deseado, el agua se detuvo. Sólo pasaron unos instantes hasta que abrió la puerta. Se deslizó por las escaleras, con una mano que sostenía una toalla rosada sobre la cabeza mientras se frotaba el cabello, y otra toalla rosada envuelta precariamente alrededor de la delgada cadera. La toalla tenía un tamaño perfecto para Paula, pero a él apenas le rodeaba las piernas musculosas, y cada vez que daba un paso hacia delante ella se regodeaba con lo que había debajo.
Sabía que lo estaba mirando demasiado, pero a medida que se acercaba, no creyó que ninguna mujer en el mundo se lo reprocharía. El tipo era realmente sublime. Tenía cada centímetro del cuerpo cubierto de músculos. Sospechaba que el porcentaje de grasa era inexistente. No había ninguna parte que no estuviera perfectamente cincelada.
Parado a su lado mirándola, le dijo:
— Te toca a ti — con aquella voz sexy y enérgica que tenía.
Paula no entendió a qué se refería.
— ¿Me toca a mí? — preguntó, queriendo saber si ahora le tocaba a ella acariciar aquel maravilloso, delicioso, increíble…
— Ducharte — aclaró.
Paula se quedó muda. Había estado con la cabeza tan lejos que no entendió. Pero luego cayó en la cuenta.
— ¡Ducharme! — exclamó, enderezándose— . ¡Sí, allá voy!
Pasó al lado de él y se dirigió escaleras arriba lo más rápido que pudo. Se enorgulleció de tropezarse sólo tres veces sobre los escalones, pero también creyó muy meritorio el no haberse dado vuelta para seguir contemplándolo un rato más.
En la ducha, se apoyó contra la puerta, oliendo su propio jabón mezclado con el aroma viril, que era puro Pedro.
— Estás enganchada — se murmuró a sí misma.
— Apúrate, Paula. Prepararé la comida.
Al oírlo se apartó de la puerta, y extendió la mano para abrir la ducha. No vio dónde había puesto su ropa, pero se quitó la suya y la arrojó en el canasto de la ropa sucia. Se metió bajo el tibio chorro de agua, experimentando una fuerte sensación de intimidad, sabiendo que Pedro acababa de estar allí pocos minutos antes. Le encantaba sentir el baño tibio por el vapor de la ducha que se acababa de tomar.
Estaba tan perdida en fantasear que Pedro seguía con ella en la ducha y la ayudaba a enjuagarse… y que ella lo ayudaba a él, que no oyó el golpe en la puerta.
No fue sino hasta que asomó la cara detrás de la cortina de ducha que advirtió que se había metido en el baño. Gritó, tratando de ocultar su desnudez con lo que tuviera a mano, pero la jabonera de plástico no alcanzaba en lo más mínimo a cubrirla. Su sonrisa y la oscura mirada que le dirigió a su cuerpo le indicaron que había fracasado estrepitosamente.
— Eres demasiado lenta, cariño. Apúrate. La cena está casi lista.
Luego desapareció de nuevo y oyó que la puerta se cerraba con suavidad.
Le llevó varios minutos antes de poder reaccionar. Pero después de eso, terminó de ducharse en tiempo récord, enjuagándose el champú y la crema de enjuague más rápido de lo que creyó posible.
En su dormitorio se ajustó la toalla alrededor del pecho, mirando el ropero y tratando de decidir qué se ponía.
— ¿Por qué te demoras tanto? — preguntó él, parado justo atrás.
Paula se dio vuelta en el acto, al tiempo que tomaba con fuerza la toalla que se hallaba anudada justo debajo de los brazos.
— ¿Qué haces aquí? — jadeó. Lo miró de arriba abajo, apenada porque ya no llevaba la toalla rosada, y ahora tenía puesto un par de jeans limpios y otra de aquellas camisetas que la hacían delirar porque dejaban ver los músculos que tensaban la tela al máximo.
— Tratando de entender por qué dejas que nuestra cena se enfríe. — Recorrió con una mirada de satisfacción su cuerpo húmedo— . Si quieres saber si eso que llevas te queda bien, déjame ser el primero en decir que estoy completamente de acuerdo con que bajes a comer así como estás — dijo con una sonrisa lasciva en el apuesto rostro.
Ella tomó rápidamente un par de pantalones de yoga del ropero y una camiseta limpia.
— En menos de cinco minutos estaré abajo — le prometió.
— Que sean dos — le dijo, y volvió a desaparecer.
Paula no lo contradijo. Se puso un par de pantalones de gimnasia, un corpiño, una camiseta, y un par de medias, como si pudieran protegerla de lo que estaba sintiendo en ese momento.
Las medias no eran en realidad la mejor arma para impedir que se arrojara en brazos de Pedro, pero no tenía otra cosa. Le pareció que vestirse de modo hogareño haría que lo deseara menos.
Apenas llegó abajo, supo que se había equivocado por completo. Sus ardientes ojos la miraron desde los platos que ya había dispuesto sobre la mesada. Aquellos ojos la recorrieron de la punta de la cabeza, donde el cabello seguía húmedo, pasando por el cuerpo, hasta los dedos enfundados en medias, que asomaban por debajo de sus pantalones de yoga.
— ¿Ésa es tu ropa de yoga? — le preguntó, con una espátula en una mano y la manija de la sartén en la otra.
— Sí — respondió ella, pasándose las manos sobre los muslos, tímida.
Él asintió lentamente, recorriendo aun con la mirada su menuda figura.
— Tal vez algún día me anote en yoga sólo para poder mirar.
Pensar en este tipo grande, fuerte y musculoso asistiendo a su clase de yoga, adoptando todas las diferentes posiciones, le pareció por algún motivo increíblemente gracioso.
— No creo que sea una buena idea — replicó— . ¿Qué hiciste hoy para la cena? — preguntó, acercándose a la mesada y mirando los platos.
— Panqueques. Necesitas alimentarte con algo más que comidas dietéticas — masculló y miró hacia el plato, sobre el cual colocó dos panqueques más— . ¿Y estas salchichas de verdura? — preguntó con desconfianza evidente— . No creo que se deba presentar la carne como otra cosa que no sea carne. — Pero dejó caer tres salchichas sobre su plato y dos sobre el de ella.
Ella se volvió a reír, aliviada porque la tensión sexual entre los dos se hubiera aflojado levemente.
— Las salchichas son deliciosas — respondió, sacudiendo la cabeza ya que por lo general sólo comía una para el desayuno con un pedazo de fruta. Jamás podría comer tanta comida, pero Pedro no parecía entender que sólo podía consumir un tercio de lo que él consumía en una sola comida.
— Y necesitas almíbar de verdad — gruñó, apoyando con fuerza el almíbar dietético en el medio de la mesa— . Siéntate — dijo, pero suavizó la orden sacándole la silla, y deslizándosela hacia dentro cuando se sentó. Luego se dirigió a la silla que se encontraba justo en frente, y ella no pudo evitar una sonrisa. Parecía tan sexy moviéndose en su cocina color malva, rodeado de cortinas y almohadones llenos de volados, por no mencionar las flores en la repisa de la ventana, que se hallaba encima de la pileta. La policía no le había destruido nada dentro de la casa, y hasta las flores y plantas se habían salvado de su implacable búsqueda, probablemente porque sabían que no podía ocultar un cadáver en el interior una maceta diminuta.
— ¿De qué te ríes? — le preguntó, cortando en pedazos su descomunal torre de panqueques, y luego vertiendo el almíbar dietético encima.
— De ti.
Alzó la mirada, y las oscuras cejas se levantaron como interrogándola.
No pudo contener la risa. Es que lucía tan recio…, la antítesis perfecta de todo el estilo de su casa.
— Tengo que decirte que no encajas para nada con la bonita cocina color malva — dijo, soltando otra risotada.
Él puso los ojos en blanco.
— Seguramente debería ofenderme por eso, pero no puedo sino estar de acuerdo. Mi virilidad corre un grave peligro en esta casa.
Ella se rio, pero se metió una porción de panqueque en la boca, disfrutando del asombroso sabor.
— Mmmm… ¿Qué les pusiste? — preguntó, cerrando los ojos sorprendida.
— Vainilla y canela — respondió, sirviéndole un vaso de leche— . También necesitas un poco de cerveza.
Ella suspiró como si estuviera en el cielo.
— Tengo limonada si no te gusta la leche.
Él sacudió la cabeza como si fuera algo inconcebible.
— Eres demasiado pura. Tengo que hacer algo para remediarlo.
Paula sintió que la recorría una ola de vergüenza.
— No tan pura… — murmuró, pensando en las imágenes que se le cruzaron por la cabeza al salir del baño.
Aunque miraba su plato cuando lo dijo, levantó la mirada con brusquedad cuando oyó que el cuchillo y tenedor de Pedro se caían con un estrépito sobre el plato.
— ¿A qué te refieres? — preguntó, mirándola fijo a los ojos con una intensidad que la hizo olvidar todo pensamiento racional.
— Yo… este… ehhh…
— ¿Qué pensamientos no tan puros te atormentan, Paula? — preguntó. Su tono de voz era suave, pero estaba lejos de ser apacible. Era como si deseara convencerla de que hablara. Como si quisiera que revelara…
— Yo simplemente… — encogió los hombros, ruborizándose penosamente e incapaz de sostenerle la mirada.
— No estarás teniendo pensamientos "impuros" acerca de mí, ¿no es cierto?
Paula levantó la mirada. La asustó que pudiera leerle la mente tan fácilmente. Por otra parte, no era demasiado difícil adivinar hacia dónde se encaminaba esta conversación.
— Yo…
Pedro advirtió que se sentía incómoda. Pero también vio la verdad en sus ojos.
— Te garantizo que, cuando estoy contigo, casi ninguno de mis pensamientos es puro.
Al escuchar estas palabras todo su cuerpo se encendió con tanto ardor que pensó que la silla se prendería fuego. De hecho, cambió de posición, incómoda ahora de estar de un lado de la mesa mientras que él estaba de la otra.
— Tú eres mi abogado.
— Lo soy, pero pronto dejaré de serlo.
— ¿Por qué? ¿Porque iré la cárcel? — preguntó con un grito ahogado.
— No, porque quedarás libre. Y entonces dejarás de ser mi clienta.
Paula jugueteó con el tenedor, sin saber qué hacer con las manos. Estaba desesperada por acariciar aquellos hombros como la última vez que la había besado.
— ¿Tan avanzado estás con el caso? — preguntó, esperando que se lo confirmara. Ni siquiera le importó el hecho de quedar libre. Sólo quería que él la deseara, que creyera en su inocencia.
— Hablé esta mañana con el fiscal antes que decidieras venir aquí a investigar. Discutimos tu caso, y cada vez que me salía con algo, yo se lo impugnaba en el acto. Ahora no le queda mucho de dónde agarrarse. Y él lo sabe perfectamente bien.
Paula suspiró aliviada.
— Entonces van a retirar los cargos, ¿no?
— No te puedo garantizar nada — le advirtió.
Ella esbozó una tibia sonrisa, sabiendo en el fondo que él creía en ella, que sabía que no había cometido aquel acto terrible del que la acusaban.
— Así que listo, ¿termina todo?
— No te ilusiones demasiado — dijo, y se inclinó para tomarle la mano— . No quiero que te hagas esperanzas sobre nada porque no sé qué sucederá mañana.
Miró hacia abajo a sus oscuros dedos enlazados con los suyos, más pálidos, fascinada por la imagen. ¿Cómo sería enlazar algo más que los dedos con él? ¿Cómo sería que él la besara hasta el cansancio? Jamás había deseado esto de ningún otro hombre y ahora estaba desesperada por conseguirlo.
Basta de temores, se dijo con firmeza. Así que cuando los dedos de él se apretaron alrededor de los suyos, acudió de buen grado a sus brazos, sintiendo la firmeza de su cuerpo contra el suyo y gozando de la magia de sus caricias.
— ¿Y la cena? — preguntó tímidamente Paula, sin que le importara realmente qué sucedía con la comida mientras que la siguiera tocando así.
— Ésta no es una cena de verdad — protestó él, tomándola en los brazos— . Es una salchicha falsa y un almíbar falso.
Paula no pudo evitar reírse. Pero la risa se apagó rápidamente cuando él le cubrió la boca con la suya. Un instante después, la levantó en brazos y la llevó escaleras arriba, posándola suavemente sobre la cama.
— ¿Estás segura de esto, Paula? — preguntó con cuidado, inclinándose sobre ella pero sin apoyarse encima.
Paula se retorció debajo de él, casi furiosa de que mantuviera el cuerpo alejado del suyo.
— Estoy muy segura — jadeó. Fue la última oportunidad que tuvo de hablar. Él no esperó que cambiara de parecer o se diera cuenta de que no era buena idea. Si tuviera más control sobre sí mismo, esperaría hasta que ella quedara absuelta de todos los cargos. Pero no lo tenía. La quería y sentía que la deseaba hacía mucho tiempo.
Con cuidado, le levantó la camiseta por encima de la cabeza y se tomó un momento para observar los suaves y firmes pechos, que casi desbordaban del corpiño de encaje blanco.
— Por acá no veo nada puro — dijo con voz ronca, mientras los dedos trazaban la línea del corpiño justo en el borde, provocándola con sumo cuidado.
— ¡Ahhh! — gritó ella cuando él no se detuvo ni se acercó adonde ella quería que pusiera los dedos— . ¡Por favor! — jadeó, Y entonces él se acercó aún más. Justo donde ella deseaba que pusiera los dedos. Cuando el pulgar frotó el duro nódulo del pezón, Paula se sacudió con violencia y apartó su mano a un lado. Pero apenas desapareció la sensación, la volvió a necesitar. Sosteniéndole la mano por la muñeca, se la acercó una vez más a su pecho, forzándolo a cubrírselo todo.
— ¡Paula! — gimió, y luego inclinó la cabeza, cubrió su boca con la suya mientras exploraba sus pechos a tientas una vez más. Primero, uno, y luego, el otro, los dedos y las palmas aprendieron cómo le gustaba a ella que la tocaran. Parecía que no había una manera errada de acariciarla; respondía con tanto entusiasmo a todo lo que le proponía que se volvió loco de deseo mientras el cuerpo de ella se apretaba contra su mano, y su boca se volvía más voraz a medida que él descubría todos sus secretos.
— No más — jadeó ella cuando los dedos de él se volvieron a mover y ella se arqueó contra su cuerpo, gimoteando por la necesidad y el frenesí que le hacía sentir.
— Mucho más… — le replicó, y deslizó la boca hacia abajo, besando el cuello, el hombro y luego deteniéndose un instante encima del pecho. Aguardó, preguntándose qué haría ella, y casi sonrió cuando Paula quedó inmóvil, con todo el cuerpo rígido a la espera de su boca.
Cuando él tomó el pezón en la boca, ella prácticamente lo instó a más, pero él estaba preparado, recordando la mano que había apartado los dedos hacía un rato. Así que cuando ella intentó tomarle la cabeza, él tan sólo le tomó las manos en las suyas y la inmovilizó con su cuerpo para hacer lo que le venía en gana. No se detuvo hasta que ella volvió a arquearse una vez más contra el cuerpo de él, y luego hizo una pausa para enfocarse en el otro pecho, prodigándole la misma atención.
— ¡Pedro! — gritó, desesperada por que se detuviera, pero sin saber si no estaría rogándole al mismo tiempo que siguiera. En aquel momento no estaba segura de nada.
— Lo sé — le dijo tranquilizándola, aunque él no lo estaba en absoluto. Las reacciones de Paula lo estaban enloqueciendo cada vez más. Quería tan sólo hundirse en su calor. En cambio, descendió la boca aún más, recorriendo su suave vientre con un rastro de besos.
No supo si era más fuerte de lo que aparentaba o si estaba debilitado, pero lo cierto es que de pronto Paula se levantó, y lo empujó hacia atrás. Él la miró, advirtiendo la mirada apasionada en sus ojos, y sonrió. Al quitarse la camisa, sintió que se rasgaba la tela, pero no miró hacia abajo.
— Eres mía — dijo con un sonido gutural, arrojando los jeans a un lado. Una vez desnudo, se acercó a ella, y advirtió su mirada de preocupación cuando vio el tamaño de su miembro— . No te preocupes — susurró, sabiendo que sería su primera vez. Tomó el envoltorio de aluminio que tenía reservado en la billetera desde la noche en que ella se
había aventurado a comprar helado. Una vez enfundado, se volvió a recostar sobre su cuerpo.
— ¿Pedro? — jadeó, sintiéndolo contra la pierna.
— No te preocupes — le dijo, y se inclinó hacia abajo, atrapando sus labios con los suyos. Con mucho cuidado, la besó, y ella volvió a alcanzar aquel estado abrasador en el que se movía debajo de él, buscándolo desesperadamente con las caderas. Sospechó que no sabía lo que quería, pero él sí. Cuando se movió entre sus piernas, deslizó un dedo dentro de ella. Al inclinar la cabeza, ella abrió las piernas instintivamente, y entonces él supo que estaba decidida a entregársele.
Sintió su húmedo calor y tuvo que cerrar los ojos para controlarse. Cada célula de su cuerpo quería lanzarse dentro de ese calor, pero deseaba que ella lo acompañara cada
paso del camino.
Cuando ella le volvió a tomar la muñeca, él sonrió pero pudo haber sido un gesto de contrariedad. A esta altura, ya no lo sabía.
— Eso no me detuvo la última vez — dijo y se inclinó para besarle el estómago— , y ahora tampoco me va a detener.
Ella comenzó a sacudir la cabeza, pero él no le dio oportunidad de objetar.
Sencillamente deslizó otro dedo dentro de ella y la mano sobre su muñeca se aflojó, a medida que su cuerpo se entregaba a un nivel de excitación aún mayor. Cuando inclinó las caderas para acoger aún más profundamente sus dedos, él ya no pudo detenerse. Se posicionó encima de ella y rápidamente ubicó el cuerpo en su lugar y cambió los dedos por el miembro sólido, penetrando su centro abrasador lentamente para no lastimarla.
Paula se aferró a sus hombros, habiendo perdido ya el control de su cuerpo. Lo deseaba tan desesperadamente que no podía siquiera formar palabras. Lo quería más adentro, pero también quería que se apartara. Pero si lo hacía, corría el riesgo de derretirse en un charco de deseo y evaporarse con el calor.
— ¡Por favor, ahora! — jadeó cuando finalmente lo sintió dentro de ella, cada vez más profundo con cada embestida. Era tan lento, tan suave, y ella realmente no deseaba eso en aquel momento. No estaba segura de cómo decírselo, así que deslizó las manos sobre su cuerpo. Mañana tal vez estaría arrepentida de tomarle las nalgas y de apretarlo con fuerza para que la penetrara aún más, pero en ese momento, cuando ya estaba plenamente dentro de ella, no podía lamentarse. Hubo una ligera puntada de dolor, pero al mover las caderas, sincronizó el cuerpo completamente con su tamaño y su grosor. ¡Y qué bien calzó!
Desafortunadamente, él comenzó a moverse y pasó el momento de armonía. No es que no le gustara, pero los movimientos se volvieron desesperados. Cuando él retiró su miembro, ella se mordió el labio y levantó las caderas para tratar de detenerlo. Al penetrarla una vez más, muy lento, pensó que gritaría o le pegaría.
— ¡Más rápido! — aulló, sin saber qué haría, pero percatándose por instinto que necesitaba que se moviera dentro de ella y no a un ritmo lento.
Pedro se rio suavemente, encantado de que se hubiera vuelto tan tirana. Era tan excitante, además del hecho de sentir que el cuerpo de ella se fundía completamente con el suyo. Levantó las piernas de Paula, envolviendo cada una alrededor de su cintura para poder penetrarla aún más, y le dio exactamente lo que deseaba. Mientras le embestía una y otra vez, la observó y apenas pudo contenerse. En el delirio de su pasión, Paula era la personificación de la sensualidad. Tenía los ojos cerrados, las caderas levantadas, y movía las manos sobre el pecho de él, frotándole los brazos cuando él se movía en un ángulo particularmente excitante.
En menos tiempo de lo que le hubiera gustado, Paula explotó alrededor de él, alcanzando el clímax de un modo tan poderoso y alucinante que casi se detiene para observarla caer rendida en sus brazos. Pero en seguida su cuerpo advirtió lo que la mente estaba a punto de hacer y protestó con vehemencia. La penetró con fuerza, necesitando su propia liberación. Y cuando la alcanzó, pensó que estaba realmente derramando su propia vida dentro de su bello y delgado cuerpo. Fue tan completo, tan intenso que ni siquiera se pudo mover durante un largo tiempo al terminar.
Más tarde, esa misma noche, Pedro miraba el cielo raso, abrazando a Paula contra su cuerpo. No podía creer que hubiera violado su código de ética personal acostándose con
su clienta. Se trataba de un enorme conflicto, pero al oír su respiración profunda y acompasada y sentir su cuerpo acurrucado contra el suyo, supo que no habría cambiado
la noche anterior por nada en el mundo. Se dijo que al menos debía sentirse culpable.
Pero al examinar sus sentimientos, no había absolutamente ningún tipo de culpa. Si tuviera la oportunidad, seguramente lo volvería a hacer otra vez. De hecho, la dejaría dormir algunas horas, y luego lo volvería a hacer otra vez. Más lentamente, disfrutándolo más. Y gozaría de cada minuto del acto.
Así que realmente no había nada más que hacer salvo probar que era inocente.
Acostado en la cama de Paula, rodeado por sábanas y almohadas floreadas, su mente repasó cada pormenor de la causa. Además de la víctima, había algo más que faltaba.
Verificó cada detalle, revisó varios precedentes que podían venir al caso, ideas que podían ayudar a desestimar la evidencia o refutar cada una de las pruebas presentadas ante la corte.
Cuando tuvo todo mentalmente ubicado en su lugar, y supo exactamente cómo destruir el alegato de la fiscalía aun antes de que se celebrara el juicio, asintió con la cabeza. Pero no era suficiente. Su plan sólo lograría evitar que fuera a juicio.
Pero aquello no probaría que no había asesinado a su exnovio. Tenía que trabajar aún más para encontrar la pieza que faltaba y sacarla a la luz. Sabía que estaba en algún lado, sólo que no sabía exactamente dónde buscarla.
Y, sin embargo, lo haría.
Asintiendo con determinación, se dio vuelta y mordisqueó el cuello de Paula. Había resistido su cuerpo apetecible mientras hacía su trabajo mental, pero una vez concluido
ya no podía resistir más. Era demasiado suave, demasiado dulce y sencillamente demasiado tentadora. Le pasó la mano por la superficie del cuerpo, despertándola lentamente y sonrió con anticipación cuando vio que ella sonreía aun antes de abrir los ojos.
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