miércoles, 3 de mayo de 2017
CAPITULO 13 (PRIMERA HISTORIA)
Al cabo de dos horas y de hablar con varios otros docentes que pasaron por la sala de profesores, Pedro consideró que tenía una idea bastante clara de lo que estaba sucediendo. Ahora sólo le quedaba demostrarlo. Siempre era complicado probar una malversación de fondos, pero había resuelto casos más difíciles.
— Paula, necesito que vengas a mi oficina — dijo, apenas le atendió el teléfono— . Tenemos un problema, y necesitamos tu ayuda.
No bien entró en su oficina, convocó una reunión para revelar los últimos acontecimientos. Dirigió la mirada a Paula y deseó que no se viera tan nerviosa. Pero no podía interrumpir la reunión para tranquilizarla. Había demasiado que hacer, y tal como estaban las cosas estaba corriendo contrarreloj. Apenas supieran los profesores que la prensa y la policía no tenían esta información, se la notificarían. Y apostaba a que la policía se presentaría allí para arrestar a Paula. Tenía que sacarla de este lío antes de que sucediera.
Y eso quería decir que tenía que tratar de entender bien lo que estaba sucediendo.
"¡Qué desastre!", pensó.
Paula observó a Pedro del otro lado de la oficina, deseando que se detuviera un instante y le explicara lo que estaba sucediendo. Se había marchado de su casa bien temprano esa mañana antes que ella se despertara.
Después de la noche anterior, había querido despertarse en sus brazos y sentir aquel calor maravilloso. Pero al verlo ahora, ¡parecía tan hosco! ¿Se había equivocado en algo? ¿Por qué anoche no se había dejado guiar por su inteligencia en lugar de dejar que fuera su cuerpo el que decidiera por ella? Una y otra vez se dijo a sí misma que Pedro sencillamente no creía en ella. Pensaba que era una asesina, pero los últimos días, y especialmente anoche, su actitud había cambiado. Fue amable y cariñoso.
Pensó en la noche en que la había seguido cuando ella se había escabullido para ir a comprar helado. ¡Seguramente había pensado que quería asaltar el almacén! Aquella noche le demostró lo contrario. Además, todas las pruebas de la fiscalía contra ella era evidencia circunstancial. Pedro le contó que creía que se retirarían los cargos. Entonces, ¿qué le pasaba?
¿Por qué parecía tan enojado?
Se abrazó con fuerza, sintiéndose asustada y con frío. Él apenas la miró. Era casi como si no soportara mirarla.
Seguramente, estaba avergonzado de haberse acostado con ella la noche anterior.
¡Maldita sea! ¿Por qué no le hablaba? La había interrogado una y otra vez durante los últimos días. ¿Por qué ahora no le dirigía la palabra? Si había descubierto algo nuevo, algo terrible, ella debía ser la primera en enterarse, ¿no es cierto?
Lo observó cruzar la sala, conversar con Marcos y asentir con la cabeza. Era tan increíblemente apuesto y fuerte. Suspiró para sus adentros, deseando no haber hecho el ridículo ante él la noche anterior. Debió ser más reservada. Debió mantenerlo a raya.
¿Y qué si se había mostrado tan solícito ayudándola a reparar su jardín? Sospechó que había sido él quien encargó todas esas pizzas para los que estaban allí trabajando.
De pronto se acordó de haber visto un enorme camión que había estacionado frente a la casa en el momento en que ella venía del jardín trasero. ¡De allí debió venir todo ese abono! ¿También lo había mandado a pedir Pedro?
Si lo había pedido él, ¡le devolvería hasta el último centavo!
No quería quedar en deuda con un hombre que no creía en su inocencia. ¡Era ridículo! El tipo era su abogado.
Debía sencillamente mantener distancia profesional de él.
Pero incluso mientras se lo decía, lo observó con una mirada voraz. En ese momento le entregaba unos papeles a uno de los abogados, y discutían la información que se hallaba allí escrita.
Paula sacó la billetera de la cartera y escribió un cheque.
Cuando terminó, caminó furiosa hacia él. El cuerpo le temblaba de rabia y de dolor.
— ¡Toma! — le dijo con brusquedad, extendiéndole el cheque.
Pedro la miró, y advirtió la vulnerabilidad en sus ojos. Por más deseos que tuviera de atraerla en sus brazos y calmarla, no podía detenerse ahora. Jeanie había recibido un mensaje del fiscal del distrito, pero él no lo había respondido. Sólo podían ser malas noticias. Las buenas noticias sería que le retiraran los cargos, pero era más probable que ello les llegara como una notificación oficial, además de una llamada. Como se trataba de sólo una llamada, estaba corriendo contrarreloj.
— ¿Qué es esto? — preguntó, tratando de enfocarse en ella, pero se detuvo para gritarle una orden a uno de los investigadores— . Dame una lista de todo el equipamiento. — Y luego se le ocurrió una cosa más y le puso una mano en el hombro a Paula. Pero un gesto de desazón se adueñó de su rostro cuando ella dio un paso atrás— . Marcos, revisa las unidades de depósito. Y vuelve a chequear las cuentas bancarias. Sabes lo que buscamos. Necesitamos hallarlo antes que la policía, para controlar mejor la información.
Marcos salió corriendo hacia su computadora, y los dedos eficientes comenzaron a volar sobre el teclado.
Entonces Pedro se volvió a Paula.
— ¿Para qué es esto? — preguntó, sacudiendo el cheque.
— Es por la pizza y el abono que compraste ayer. Si no cubre el gasto, por favor dile a tu secretaria que me envíe la cifra exacta. Yo pagaré por ello.
Alguien pasó a su lado y le entregó otra cosa, que él miró rápidamente.
— Estas son buenas noticias. Dáselo a Marcos; está investigando este tema.
Suspiró y la volvió a mirar.
— Paula, ¿por qué habría de necesitar un cheque para lo que fuere? ¿Y por qué crees que fui yo quien pagó la pizza?
— Y el abono — dijo, combativa, y se alejó aún más. No podía estar demasiado cerca de él. Corría el riesgo de arrojarse en sus brazos y rogarle que la salvara. No quería ser salvada. Podía ocuparse de esto sola.
— Paula, no te dejaré pagar nada. ¿Puedes esperar un segundo? — preguntó, tomándola del brazo antes que pudiera alejarse aún más. Seguía distanciándose como si Pedro estuviera por algún motivo contaminado. Y después de anoche, no lo podía soportar.
— No puedes simplemente… — le dijo con desdén y sacudió la cabeza— . Ya basta. No te dejaré seguir con todo esto — dijo con firmeza, y comenzó a alejarse. Tenía que salir de ese lugar. Contrataría a otro abogado. Tenía que haber otros abogados cerca de Chicago que fueran igual de buenos, o aun mejores, que Pedro Alfonso.
— ¿No me dejarás no seguir con qué? — le preguntó bruscamente, ahora sí totalmente atento, con las manos en la cadera, echando chispas por los ojos.
Paula se negó a que Pedro la intimidara con su enojo. Tal vez fuera más alto y fuerte que ella, pero no iba a sucumbir ante su mirada de furia.
— Con todo esto — dijo, sacudiendo la mano a su alrededor para indicar la cantidad de personas que iban y venían a las apuradas, tratando de resolver la incógnita— . Quiero que dejen de hacer lo que están haciendo. Buscaré a otra persona. A alguien que crea en mí y no me considere una delincuente.
Pedro la miró, azorado. No estaba seguro de cómo decirle las cosas para que las entendiera mejor, pero, más que eso, tenía casi la certeza de que la policía y el fiscal de distrito estarían analizando los pormenores que había descubierto aquella mañana.
— Paula… — comenzó a decir, pero sacudió la cabeza. En lugar de eso, la tomó con fuerza del brazo y la metió de un tirón en su oficina. Tras cerrar con un portazo, la atrajo en sus brazos y la besó. Ella se resistió sólo un instante antes de sentir que le rodeaba el cuello con los brazos, y el cuerpo de él se aflojaba levemente.
Aquel instante de solaz duró apenas unos segundos antes de que la suavidad del cuerpo de Paula y su boca deliciosa lo golpearan con toda su fuerza. Su intención había sido calmarla con una rápida explicación, pero en el momento de tomarla entre sus brazos, el plan fracasó estrepitosamente. Como siempre le sucedía al tocarla, el intenso calor de su deseo avivaba sus sentidos, y tuvo que hacer un esfuerzo sobrehumano para apartarse de ella.
— No te irás a ningún lado — le dijo, firme.
Le tomó la mano y la sacó de un tirón de la oficina, sonriendo ante la mirada asombrada y aturdida de Paula. No había sido el único en quedar desarmado ante aquel beso.
— ¡Oigan, todos! — llamó a voces— . Hay que organizarse. Traigan todo lo que tengan a la sala de conferencias.
Cuando todo el mundo se reunió, miró a su alrededor.
— Marcos, diles a todos lo que averiguaste.
Marcos giró en la silla de cuero para quedar enfrentado al grupo.
— Hallamos que se encargó por escrito a través de la señorita Chaves equipamiento y hardware para la escuela por un valor de aproximadamente un millón doscientos mil
dólares. Y eso sin contar el equipamiento que todos suponen pidió prestado la señorita Chaves, y que no ha devuelto.
Estos datos captaron la atención de Paula, que se inclinó hacia adelante preparada para dar su versión de los hechos, pero Pedro levantó la mano y le pidió en silencio que esperara unos segundos. Paula cerró la boca furiosa, irritada de que ni siquiera le permitiera defenderse. ¡Qué maleducado! Y qué arrogante, pensó, recostándose hacia atrás en aquel sofá tan irritantemente confortable, y fulminándolo con la mirada.
Pedro ignoró su enojo y continuó mirando a Marcos.
— ¿Has desglosado lo que se pidió prestado versus los artículos que fueron comprados y jamás entregados? — preguntó.
Paula sacudió la cabeza.
— Yo jamás…
Pedro la volvió a interrumpir. Paula se volvió a echar hacia atrás con un resoplido. Le lanzó una mirada asesina a Pedro, furiosa por que no la dejara hablar.
Después de todo lo que habían compartido la noche anterior, había creído que Pedro comenzaba a sentir algo por ella.
Qué rabia sentía ahora consigo misma por rendirse a
sus encantos. ¡Qué imbécil! ¡Había confiado en él! Había creído que podían compartir algo juntos.
Sí, era cierto que sólo se habían conocido hacía un par de días. Y durante esos días, Pedro había estado ocupado defendiéndola de un cargo de homicidio. Como si fuera poco, ahora también resultaba que era una ladrona.
Cielos, ni siquiera sabía cómo encargar algunos de esos elementos, mucho menos lo que eran. ¡Era una maestra de preescolar! ¿Para qué diablos podía necesitar equipamiento de fútbol?, pensó indignada, mientras Marcos leía la lista de artículos que habían sido robados. ¿Y por qué diablos le contaría ella a Federico que necesitaba ese equipamiento para una excursión de su colegio? ¡Ellos tenían su propio equipamiento! Por otra parte, cualquier persona sabía que los materiales deportivos de una escuela secundaria eran demasiado grandes para niños de la primaria. ¡Hasta las pelotas de básquet eran más pequeñas!
Se cruzó de brazos, y comenzó a dar golpecitos de impaciencia en el suelo, pensando en lo ridícula que era esta versión. Por no mencionar lo traicionada que se sentía por el
hecho de que Pedro ni siquiera respondiera que Paula no había prestado ni robado ninguno de estos materiales. Se lo veía discutir todo con un frío desapego, mientras que ella
esperaba sentada, echando chispas, esperando que la defendiera de esas falsas acusaciones.
Después de la noche anterior, pensó que confiaría más en ella. Pero por el modo en que la estaba tratando, parecía que la consideraba una delincuente aún más peligrosa de
lo que la había considerado antes. Como si ser una asesina en comparación con ser una asesina y ladrona… Se quedó un instante pensando en ello. Está bien, era peor ser una
asesina en comparación con ser ladrona. Matar a una persona era mucho más reprobable que robar cosas materiales. Por supuesto que no haría ninguna de las dos cosas, pero aun así… tenía que admitir que, en el ranking de las faltas graves, el asesinato se colocaba muy por encima de la malversación de fondos y el robo.
Se cruzó de piernas, balanceando la de arriba de adelante hacia atrás con impaciencia y rabia. La cabeza le daba vueltas, tratando de dilucidar por qué se le ocurriría a alguien siquiera acusarla de semejantes cargos. Ni siquiera conocía bien a los profesores y administrativos que trabajaban en el colegio de Federico. Por supuesto, los había conocido en reuniones sociales. Federico era el director del colegio, así que, como su novia, había tenido oportunidad de interactuar con los miembros del personal.
Soltó un grito ahogado.
— ¡Eso podría ser considerado el móvil del crimen! — exclamó, enderezándose en el asiento, y dirigiendo una mirada de preocupación a Pedro, rogándole que la tranquilizara.
Pedro sacudió la cabeza una vez más y se volvió a su equipo.
— ¿Karen? Parece que has encontrado algo…
La nueva abogada asintió con la cabeza, y leyó por encima el informe que acababa de elaborar antes de la reunión. Su mirada reflejó confusión:
— Podría ser. Comencé a investigar la situación financiera de la señorita Knightley, como me pidió — explicó.
Aquello no podían ser buenas noticias, pensó. Sintió que se le hacía un nudo en la garganta, y el estómago se le comenzó a acalambran.
— Yo no hice esto, Pedro — le susurró, suplicándole que le creyera.
Su única respuesta fue plantarle una mano firme sobre el hombro, como diciéndole en silencio que se callara.
Ella se deshizo con un movimiento brusco de su brazo, y sacudió la cabeza.
— ¡No! ¡No me callaré! — gritó a viva voz, furiosa con él y con ella misma por ponerse en una situación de ese tipo.
Había creído que Federico era dulce y amable.
Apenas descubrió cómo era, había intentado escapar de sus garras, aunque fuera demasiado ingenua para hacer lo correcto. Ahora volvía a suceder lo mismo con Pedro, y otra vez, la sensación de engaño. No lo soportaba más.
Se puso de pie y miró furiosa a Pedro, desesperada por que le creyera. Necesitaba que confiara en que era incapaz de realizar alguna de esas acciones.
— Intenté alejarme de él — le explicó a Pedro, tratando de contener las lágrimas y el pánico— . Y después… — Se paró en seco, haciendo un esfuerzo por no darle un puñetazo en el brazo, pues no creía en la violencia. Pero todo tenía un límite… Y en ese momento, estaba cerca de alcanzar el suyo.
No podía seguir hablando sin quebrarse, y definitivamente no quería quedar expuesta ante todas esas personas.
— Tengo que salir de aquí — dijo, advirtiendo que todo el mundo la estaba mirando, esperando que terminara la frase.
Antes de hacer un papelón y de echarse a llorar, salió corriendo de la sala de conferencias.
— ¡Paula! — la llamó Pedro. Quería ir tras ella, pero tenía un pálpito de que lo que iba a contar Karen era importante.
Suspiró, pasándose una mano por el cabello, como un gesto de frustración. Iría a buscarla una vez que se le aclarara un poco el panorama. La intuición le decía que ignorara la evidencia contra Paula. No condecía para nada con lo que conocía de su personalidad. Era plenamente consciente de que las personas no siempre eran lo que aparentaban ser, pero él se resistía a creer que lo engañara a tal punto.
Además, tenía todo un séquito que la apoyaba. En el peor de los casos, podía llamar a absolutamente todos sus compañeros de trabajo y vecinos como testigos. Cada uno de ellos podía contar una historia diferente sobre cómo Paula los había ayudado. ¡Caramba!
No tenía ni el tiempo de hacer ninguna de las estupideces que le atribuían, porque siempre estaba cocinando una torta para alguien, preparando una sopa para algún enfermo o ayudando de alguna manera.
No, Paula no había malversado más de un millón de dólares del sistema escolar. Y decididamente no había matado a su exnovio. Podía apostar toda su carrera profesional.
Maldita sea, estaba apostando la vida.
Sonrió al pensarlo. Sí, tenía una vida larga y feliz por delante. Llena de sorpresas y lombrices rescatadas, pero lo podía manejar. Aunque decididamente no le daría un trato preferencial a las arañas. Se trataba de bichos totalmente prescindibles, y ella tendría que aceptarlo.
Volvió a mirar al grupo con férrea determinación.
— Bueno, Karen, ¿qué has averiguado? — le dijo, animándola a seguir.
Karen se movió ligeramente en su asiento.
— Esto es apenas un hallazgo preliminar, así que habrá que ver. Estuve repasando los datos de ayer y no encontré nada, pero esta mañana algo me llamó la atención. Las finanzas de Paula son impecables. No hay evidencia alguna de cuentas bancarias adicionales, sus gastos son mínimos, salvo por la compra de su casa. Todos sus gastos concuerdan con los ingresos de una maestra escolar con su nivel de experiencia. Así que averigüé un poco acerca de las finanzas de Federico. Cuando no hallé nada, pasé a sus parientes o a cualquier persona de su círculo de amistades. — Bajó la mirada hacia sus papeles y deslizó uno hacia fuera— . La novia nueva de Federico es una enfermera — dijo con cuidado, pasándole el papel a Pedro— . Las enfermeras ganan bien — les advirtió— , pero no estoy segura de que les alcance para comprarse un BMW negro nuevo con la última tecnología.
Pedro levantó la mirada bruscamente de la hoja de papel.
— ¿Un BMW?
Karen asintió, confiada.
— La compra se realizó el día después de que la señorita Chaves fuera arrestada — agregó.
El rostro de Pedro lucía serio mientras leía los pormenores de la compra de la mujer.
Pero cuando fijó la mirada en el precio, sus ojos se abrieron comprendiendo. Cuando vio la fecha, se puso de pie y la preocupación desapareció de su rostro.
— Señores y señoras, creo que acabamos de encontrar a una nueva sospechosa de la muerte de Federico Richardson — dijo.
Leslie, una de las investigadoras de Marcos, entró de pronto corriendo a la sala de conferencias, jadeando y evidentemente ofuscada.
— ¿Doctor?
Pedro se volvió de las ventanas de la sala de conferencias, tratando de hacer a un lado su preocupación por Paula.
Concentrándose en el grupo, miró a Leslie, asintiendo con la
cabeza para que continuara.
— ¿Qué encontraste?
Leslie empujó unas fotos hacia el centro de la mesa.
— Usted me pidió que siguiera a la novia reciente — dijo. Con una sonrisa, sacó la foto más importante de la pila.
Pedro levantó las fotos que había sacado de la casa de la mujer, y a medida que las miraba su sonrisa se iba ampliando, al darse cuenta de lo que tenía adelante.
— ¿Y esto es lo que tú viste? — preguntó, pero no era realmente una pregunta, dado que estaba frente a la evidencia.
Leslie asintió con la cabeza, con una enorme sonrisa en el rostro.
— No pude sacar una buena foto — previno— , pero estoy casi segura de que ése es Federico Richardson.
Pedro estaba a punto de comenzar a reír cuando le llamó la atención una conmoción fuera de la sala de conferencias. Tal como lo había anticipado, había cuatro oficiales de la policía en el área de recepción.
Pedro tomó las dos fotografías y salió de la sala de conferencias en busca de Paula.
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