miércoles, 17 de mayo de 2017

CAPITULO 20 (TERCERA HISTORIA)






Paula suspiró mientras arrimaba la espalda contra él, disfrutando de su risa profunda. Su enorme mano le alisaba el vientre, y la acercó aún más contra su pecho.


—Si vuelves a hacer eso, tendremos que volver a comenzar todo de nuevo.


Ella no presentó ninguna objeción, pero sonrió mientras le estrechó el brazo que tenía envuelto alrededor de su cintura.


—¿Por qué te quieres casar conmigo? —preguntó después de un largo silencio. Pensó que podría haberse quedado dormido, pero su inmediata respuesta contradijo tal posibilidad.


Lo sintió sonreír en la oscuridad al escuchar su pregunta un instante antes de besarle el cabello.


—Durante el último mes, cada mañana te veía cruzando la entrada y se me alegraba el día. —Le acarició la cadera con la mano, hasta alcanzar sus nalgas. —Te veía sonreír, y todo parecía brillar más. Ahora que te conozco y te siento, no me alcanzan las horas para estar contigo. Quiero pasar cada minuto del día contigo, haciéndote sonreír y protegiéndote.


Su sonrisa se ensanchó y tuvo que cerrar los ojos para que él no viera las lágrimas de felicidad que le humedecían los ojos.


—¿Sólo por eso? —se rio suavemente, pero le salió más como un hipo que como una carcajada, y sintió que su brazo la rodeaba con más fuerza para acercarla aún más.


—Pues, también hay que considerar que te amo. Amo tu risa y tu sonrisa. Amo hablar contigo y reírme contigo. —Su mano se deslizó hacia arriba para ahuecarle el pecho y ella exhaló un gemido; la intensidad del deseo le atravesó el cuerpo como un rayo. —Y cada vez que hacemos el amor, necesito volver a hacerlo una y otra vez. Parece que no me canso nunca de tu cuerpo hermoso y sensual. 


Ella volvió la cabeza, mirándolo por encima del hombro. —¿Y si engordo? ¿O si quedo embarazada? 


Él soltó una risa alegre:
—Voy a poner un gran empeño en asegurarme de que suceda lo segundo, porque quiero una familia grande. —Le besó el hombro y dijo: —Aunque solo niñas, por favor.


Paula se rio divertida. Se refería a sus tres hermanos menores. —¿Y qué me dices de mi familia?


Él suspiró y se acomodó sobre el codo, de modo que ella quedó boca arriba mirándolo.


—Quería discutir eso contigo hasta que me distrajiste esta noche. 


Ella se rio y le dio un puñetazo de broma en el brazo. 


—¿Yo te distraje? Me hallaba sentada inocentemente en el asiento de pasajero cuando...


—Te bajaste del auto —aseguró con firmeza, como si todo lo que tuviera que hacer era ponerse de pie para que él estuviera listo para ella. 


—No creo que se pueda considerar realmente como un método de seducción —apuntó, pero sus manos se deslizaron sobre sus brazos musculosos, gozando de la diferente textura de su piel bajo las puntas de los dedos.


—Pero sí como lo haces tú. —Y le dio un beso para que dejara de discutir.


Paula comenzó a caer bajo el influjo del beso cuando él le sujetó las manos por encima de la cabeza.


—Pero ahora tenemos que hablar de algo importante.


Ella levantó la pierna contra su muslo y se movió ligeramente.


—Yo creo que esto es muy importante —dijo, exhalando una respiración entrecortada cuando sus caderas se movieron para ubicarse justo donde lo quería. Bueno... casi.


—El archivo de video —dijo, y sólo hicieron falta esas tres palabras para que ella volviera a quedarse inmóvil, con los ojos abiertos por el temor, al tiempo que miraba su rostro serio.


—El archivo —suspiró.


—Eres igual que tu madre y tu padre, ¿no es cierto?


Ella intentó apartarse. No le gustó nada la pregunta.


—No soy para nada como ellos —replicó, tratando de zafarse de sus brazos, pero él la retuvo con suavidad, y no pudo desembarazarse.


—Lo eres. Tal vez no robes objetos, pero vi la mirada en tus ojos, en ese video. Disfrutas cuando invades una propiedad privada, ¿no es cierto?


Paula lo miró furiosa. Se rehusó a responderle la pregunta.
Pedro se rio de su intento de enojarse cuando se hallaba desnuda debajo de él.


—Admítelo. Disfrutas de la descarga de adrenalina, ¿no?


Paula se encogió ligeramente de hombros.


—Sí, ¿y qué? ¡Lo admito! Me encanta forzar la entrada de oficinas y casas sólo para ver si puedo hacerlo. Me gusta la emoción de que no me atrapen y escapar sin que nadie se entere de que estuve allí. ¿Significa que quieres terminar conmigo? ¿Huirás despavorido?


El se rio e inclinó la cabeza aún más para besarla, pero cuando ella movió la cabeza hada un costado, él simplemente le mordió el lóbulo de la oreja para castigarla. No con demasiada fuerza, pero si lo suficiente para mostrarle que seguía dominando su cuerpo, y que no debía siquiera intentar ocultarse de él.


—Creo que debes renunciar a tu empleo —le dijo con suavidad, mordisqueándole el cuello otra vez—. Tengo un amigo en Virginia, justo en las afueras de Washington D.C, que es dueño de una empresa de seguridad. Hablé con él esta mañana, le conté sobre ti. Tiene una división que pone a prueba los sistemas de seguridad de las compañías.


Ella se sintió intrigada de inmediato. Volvió el rostro para poder verlo a la escasa luz del dormitorio.


—¿A qué te refieres? ¿Cómo lo hace? —¡Pero sabía perfectamente cómo lo hacia! Y su cuerpo entero vibró de excitación ante la posibilidad.


Pedro se rio y se volvió a mover. Ella exhaló un jadeo.


—Tiene un equipo que asalta edificios, y concibe de qué manera una compañía puede mejorar la seguridad de su propiedad intelectual o física. Son una combinación de personal ex militar y de inteligencia, y todos disfrutan del desafío de violentar un sistema de seguridad y encontrar maneras de mejorarlo.


Con toda su fuerza, ella giró y se subió encima de él.


—¿Y? —preguntó, incorporándose para quedar sentada sobre su cuerpo.


Pedro le tomó las caderas con las dos grandes manos y la movió donde quería que estuviera. Le encantaba observaría arrastrada por el torbellino de la pasión. Y cuando la llenó, su cabeza se inclinó hacia atrás mientras su cuerpo se ajustó a su invasión.


—Y... —dijo mientras se colocaba un condón un instante antes de moverle las caderas, levantándola contra él, y luego dejando que se volviera a deslizar hacia abajo— tienes una entrevista con él pasado mañana. Está interesado en contratarte.


—¡Pedro! —susurró con todo el amor y la excitación que sentía.


Aquellas fueron las últimas palabras que pudo pronunciar hasta que volvió a desplomarse sobre su pecho, derramándose sobre su cuerpo al regresar lentamente de su clímax.


—Te amo —exhaló mientras caía en un profundo sueño, con una sonrisa en el rostro y la sensación de que su mundo ahora era perfecto por hallarse en sus brazos. Con la propuesta laboral, sabía que él la aceptaba en su totalidad, con sus rarezas y excentricidades, y todo lo que había en el medio.




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