miércoles, 17 de mayo de 2017
CAPITULO 18 (TERCERA HISTORIA)
Tal como lo sospechaba, apenas se abrió la puerta, Josefina, Debbie y Alicia estaban paradas justo atrás, evidentemente tratando de oír lo que pasaba. Se quedaron literalmente boquiabiertas cuando vieron a Pedro pasar por la puerta.
Este les hizo un gesto cortés con la cabeza, se disculpó galantemente, y se alejó por el pasillo y fuera de su línea de vista.
Las tres mujeres se agolparon en la oficina de Paula, y comenzaron a pedir explicaciones de manera insistente y ruidosa.
Paula las miró un largo instante, paseando la mirada entre una y otra al tiempo que la peloteaban con preguntas.
Después de unos minutos, Paula levantó las manos para intentar detener, o al menos apaciguar, la andanada de preguntas, pero se detuvo cuando oyó un gritito de Alicia.
—¿Qué es eso? —exclamó—. ¿Es él el motivo por el cual tenías un aspecto tan deplorable la semana pasada? ¿Es por él que nos has dejado plantadas tantas veces durante las últimas semanas? ¡Yo también lo habría elegido a salir con nosotras! —decían atolondradas, soltando pequeñas exclamaciones al ver el anillo—. ¿Quién es?
Paula apartó la mano, enroscando los dedos para que el anillo no se le pudiera caer del dedo. Se había olvidado por completo de él por el beso de Pedro, ¡jamás habría sido tan olvidadiza!
Antes de poder explicar lo que fuera a sus amigas, oyeron la voz del jefe que venía del corredor, gritando para que le acercaran diferentes cosas. Con un suspiro de irritación, las tres mujeres pusieron los ojos en blanco y salieron en fila de la oficina de Paula, para comenzar un nuevo día laboral y satisfacer los reclamos del jefe. Era evidente que éste no había entrado aún en su oficina o estaría gritando por un motivo completamente diferente.
Cualquier otro día, estaría anticipando su ira, pero hoy no. Tenía demasiadas otras cuestiones que le rondaban la cabeza.
Paula se sentó detrás del escritorio y de inmediato acercó una pila de facturas. Tenía que ingresar los datos de cada una, asegurar que estuvieron correctos, y luego hacer que se pagaran. Dejó que los dedos volaran por el teclado y terminó la pila en tiempo récord, haciendo caso omiso al bramido de furia de Ramiro cuando arrancó el papel de regalo de sus muebles de oficina.
Durante todo ese tiempo, se devanó los sesos pensando en una razón para darle a Pedro, una explicación en la que creyera, y que estuviera lo más cerca posible de la verdad, sin que terminara odiándola.
No liberó ninguna de las facturas, sabiendo que no estaba
concentrándose lo suficiente, y ello afectaría la precisión de su trabajo. De cualquier modo, se puso delante otra pila de facturas, porque necesitaba la distracción de realizar una tarea mecánica, para que la otra parte del cerebro pudiera dedicarse a procesar la conversación que había tenido esa mañana con Pedro. No parecía enojado, pero tampoco conocía la historia completa. Y, para decir verdad, el video no revelaba nada sobre la identidad de Paula, así que cómo podía saber Pedro que era ella quien se había descolgado del cielo raso?
Durante el día estuvo pensando en todo tipo de explicaciones. Incluso se olvidó de comer a la hora de almuerzo. Pero a las dos de la tarde, aterrizó un sándwich sobre su escritorio, en manos de la secretaria.
—¿Qué es esto? —preguntó.
Sally, la recepcionista, le sonrió a Paula.
—Lo acaba de entregar un cadete. Pero es raro, porque hace como una hora llamó una mujer para preguntar si habías salido a almorzar.
Paula se quedó mirando el sándwich y sonrió.
—Gracias —dijo, conmovida por un gesto tan dulce y considerado. ¡Pedro!
Estaba tratando de ablandarla, pensó, mientras desenvolvía el sándwich. E incluso era de pavita con pan de centeno, con la mostaza especial que tanto le gustaba! Sólo habían salido a almorzar una vez, pero él se había acordado exactamente de lo que le gustaba.
Se comió el sándwich y luego suspiró con la sensación de saciedad y felicidad que la embargó. Ni siquiera se dio cuenta de lo que estaba haciendo hasta que se encontró en el área de recepción del estudio de Pedro.
—¿Hay una posibilidad de que pueda hablar con Pedro Alfonso? — preguntó, nerviosa.
La recepcionista sonrió y levantó el teléfono.
—¿Tienes una cita?
Paula sacudió la cabeza, mordiéndose el labio.
—No, pero dígale que Paula vino a verlo si tiene un minuto. No es importante, así que si...
La puerta del área de recepción se abrió y saltó una mujer madura muy sofisticada.
—¿Señorita Chaves? —preguntó, extendiendo la mano—. Soy Joan, la asistente del señor Alfonso. ¿Podría pasar por acá, por favor? —preguntó, abriéndole la puerta a Paula.
Paula ya le había dado la mano a la mujer, pero seguía aturdida por su repentina aparición en el lobby, y miró, a la recepcionista.
—¿Cómo...?
La mujer se rio con suavidad.
—No, no tengo super poderes —replicó—. Estaba justo pasando por acá, y Diane, la recepcionista, tipió su nombre. Lo recibí hace un instante cuando pasaba por el loby. Sólo fue una coincidencia que llegara a la misma hora.
Paula suspiró. Se sintió aliviada de que la mujer no fuera tan rápida ni eficiente. ¡Resultaba inquietante!
—¿Está ocupado, Pedro? No quiero interrumpirlo.
—Acaba de entrar en una reunión, pero no creo que le importe si lo saco de ella para que la vea. De hecho, me da la impresión de que se enojaría mucho si se entera de que pasó por acá y no se lo dije —dijo con una sonrisa, abriendo una puerta que daba a la oficina enorme y lujosa de Pedro—. Puede esperar acá. ¿Le gustaría un café o un té? —preguntó.
Rápidamente, Paula sacudió la cabeza.
—No, pero, en serio, no lo interrumpa. Yo no... —Paula ni siquiera sabía lo que le iba a decir. Ayer, había estado destrozada por no volver a verlo. Hoy la habían atrapado, y no habían resuelto absolutamente nada.
—No hay problema —sonrió Joan, que ya se encontraba tipiando el teclado de su teléfono celular.
Un instante después, la puerta a la sala de conferencias del otro lado del pasillo se abrió, y Pedro pasó por ella.
Literalmente, el hombre le quitó el aliento al venir hacia ella. No podía arrancarle los ojos de encima, y no se dio cuenta de que estaba sonriendo mientras se acercó caminando hacia ella.
—Gracias, Joan —dijo, al pasar al lado de su secretaria.
Pero cerró la puerta un instante antes de tomarla en sus brazos y besarla.
Una vez más, no se detuvo hasta que los brazos de Paula se hubieran envuelto alrededor de aquellos enormes hombros, presionando su cuerpo contra el suyo, demostrándole que necesitaba que siguiera besándola.
—¿Viniste sola? —dijo con un gruñido grave y ronco cuando finalmente levantó la cabeza.
—Me mandaste un sándwich —replicó con una sonrisa cada vez más amplia y una sensación cada vez más fuerte de que esto era lo correcto. ¡Tenía que haber un modo de incluir a Pedro en su vida, sin poner en peligro la libertad de sus padres!
Su mirada se volvió seria.
—Sospeché que estarías demasiado preocupada por el archivo y por nuestra cena de esta noche como para acordarte de almorzar. Y dudo de que hayas tomado desayuno, ¿no? —preguntó.
Ella lo miró sonriendo con timidez. Seguía desesperada por encontrar una manera de lidiar con los problemas que estaban enfrentando juntos. Pero eso era para después. En ese momento, sólo disfrutaba de volver a estar en sus brazos.
—No, tienes razón. Y eres muy dulce de haber pensado en mí. Sé que estás terriblemente ocupado. ¿Interrumpí una reunión importante? —preguntó.
Ni se molestó en tratar de mirar del otro lado de sus hombros, porque eran demasiado macizos.
—Pueden esperar.
Ella se rio. Se sentía eufórica rodeada por sus brazos. De hecho, sentir sus caricias y estar en sus brazos parecía algo tan perfectamente adecuado que en ese mismo instante tomó una rápida decisión. Solucionaría las cosas con sus padres. Como fuera, haría que esto funcionara.
— Te contaré todo esta noche —le aseguró. Habiendo tomado esa decisión, sintió que le quitaban un enorme peso de encima, y levantó la cabeza para besarlo. El no iba a dejar que ella lo conformara con un simple beso, y se inclinó aún más, profundizando el beso. Soltó un gemido y finalmente levantó la cabeza.
—Te acompañaré afuera —le dijo—. Tal vez te pueda presentar a uno o más de tus futuros cuñados.
Paula sintió una cierta aprehensión ante la propuesta, pero supuso que si le iba a contar acerca de su pasado y su familia, bien podía conocer a sus hermanos.
El le puso una mano en la parte baja de la espalda mientras la conducía por la oficina. Bajaron una elegante escalinata y entraron en una sala llena de personas que corrían apuradas de un lado a otro.
—Aquel es Simon —dijo, señalando a un hombre que era, increíblemente, más alto que Pedro.
—¿Ese es tu hermano? —preguntó, mirando azorada al enorme individuo.
Pedro miró a Simon, y luego de nuevo a la asombrada mirada de Paula.
—Sí, ¿por qué?
Ella sacudió la cabeza.
—No creí que pudiera haber alguien más alto que tú. —Se rio cuando levantó la mirada y advirtió la media sonrisa de Pedro. —¿Todos tus hermanos tienen tu tamaño? —preguntó.
—Sí. Tienes mucho por conocer —dijo y le guiñó el ojo.
Estaba a punto de saludar al hermano de Pedro cuando le llamó la atención una foto que tenía en la mano.
—¿Me están siguiendo? —preguntó a Pedro, que estaba caminando justo atrás. Su apuesto rostro adquirió una expresión de leve irritación con su pregunta.
Pedro la miró abruptamente.
—¿Por qué habrías de preguntar una cosa así? —la interrogó con brusquedad. Echó una mirada al archivo que llevaba Simon. En ese momento, se le ocurrió algo.
—¿Conoces al hombre de la fotografía? —preguntó, al tiempo que tomaba la carpeta que llevaba su hermano menor y se la entregaba para que pudiera ver mejor las fotos.
Paula dirigió a Pedro una mirada de furia, preguntándose si toda la tensión de esa mañana había sido en vano. Volvió a mirar a la sonriente pareja de la foto, que estaba abrochada a una gruesa carpeta, pensando en lo desagradable que le habían caído el día anterior. Su irritación fue en aumento al levantar la foto en alto.
—Estas dos personas son los directores de la organización benéfica que mi jefe quiere que considere para poder deducir impuestos. Estuve con ellos ayer por la tarde. ¿Me estás diciendo que no me has hecho seguir por nadie?
Simon avanzó hacia la bella rubia, pero su hermano lo apartó a un lado, y pasó el brazo de manera protectora alrededor de los hombros de la mujer. Simon no tenía tiempo para reprender a su hermano en ese momento. Tenía que aclarar este nuevo giro en los acontecimientos.
—No sé quién es usted... —comenzó a decir. Pedro lo interrumpió. No estaba dispuesto a dejar que su hermano menor se comportara de manera grosera con su novia, pero también sospechó que Paula no iba a querer anunciar su relación con él justo en ese preciso instante. Incluso esa sospecha lo irritaba, porque él quería gritar a los cuatro vientos que ésta era su mujer.
En parte, porque quería reclamarla como suya, pero también para que no pudiera escaparse como la semana anterior. En cambio, dijo:
—Te presento a Paula Chaves, mi cliente.
Paula ahogó una sonrisa.
—Está bien, ahora que hemos aclarado quién soy —dijo, aliviada de que Pedro no hubiera ventilado la relación a todo el mundo, especialmente porque tenían que hablar sobre ese video, y él tenía que escuchar todo lo que le tenía que contar esa noche en la cena antes de anunciarlo a sus hermanos—, ¿podría alguien explicarme por qué tienen en la mira a la persona que yo estoy investigando?
Paula no lo había advertido antes por la confusión existente, pero había cuatro oficiales de la policía y una preciosa mujer de cabello castaño parada detrás de Simon Alfonso. El grupo se inclinó hacia delante, manifestando un interés inusitado en las dos personas de la fotografía. Un oficial de policía intervino en ese momento, haciéndose cargo del problema:
—Señorita, ¿me está diciendo que ayer por la tarde estuvo con este hombre?
Paula asintió con la cabeza, y los rubios bucles bailotearon alrededor de sus bellas facciones. El oficial de policía se sonrojó ligeramente bajo la mirada directa de aquellos ojos verdes.
—¿Acaso no lo acabo de decir? Fue un almuerzo de negocios a pedido de ellos —explicó—. El pidió un bife, y ella se comió un pescado desagradable.
Varios pares de ojos asombrados la miraron.
—¿Y estaría dispuesta a declarar como testigo? —preguntó el oficial.
Paula miró a su alrededor. Sus verdes ojos reflejaban el deseo de entender por qué todo el mundo estaba tan tenso, como si sus siguientes palabras fueran una cuestión de vida o muerte.
—Por supuesto. ¿Por qué? ¿Acaso alguien llevó a la organización a la bancarrota o algo parecido? Son unos apasionados de salvar a las ballenas que se encuentran cerca de las costas de Groenlandia.
A Paula le había parecido que su pasión por los cetáceos era un tanto exagerada, pero de todos modos tomó la información que le ofrecieron, prometiendo pasársela a Ramiro.
Pedro observó con un alivio cada vez mayor a medida que los ojos de Simon comenzaban a despejarse, y aparecía una sonrisa en su rostro.
—Paula, este hombre fue asesinado hace poco —le explicó Pedro con calma.
Ella se quedó un instante sorprendida, pero luego se rio y sacudió la cabeza.
—No, no está muerto. Me estaba tratando de convencer de que financiara el siguiente barco que están tratando de comprar.
Paula observó asombrada cómo, de pronto, cambiaba el ánimo general.
La tensión desapareció de inmediato, y la bonita mujer que había estado parada detrás del enorme hombre pareció dar saltos de felicidad. Paula no entendió bien por qué, pero sospechó que la policía había estado a punto de arrestarla.
—Eres la heroína del momento —le dijo Pedro al oído y la condujo fuera del área después de sacudirle la mano a su hermano Simon—. ¡Hazlo! —lo oyó decirle, y luego Pedro la acompañó fuera de la sala. Miró hacia atrás y vio la dicha en el rostro de todos, y supo que debió haberles dado una información vital.
—¿Qué está sucediendo? —preguntó cuando ya estaban en el corredor.
—La mujer que estaba detrás de mi hermano había sido arrestada por asesinar a su ex novio. La supuesta víctima era el mismo hombre que estaba en la foto, el que tú conociste ayer en el almuerzo. Eso significa que no fue asesinado y que está vivito y coleando, haciendo otra de las suyas. Así que no sólo salvaste a la mujer..., quien sospecho que es muy importante para mi hermano, basándome en sus actividades recientes..., sino que también salvaste potencialmente a varias, posiblemente a muchas personas de ser estafadas por el tipo de la foto. Si tenemos suerte, la policía cambiará la carátula de la investigación de asesinato a fraude,
El rostro de Paula se iluminó de emoción.
—¡Eso es increíble! ¡Vaya! Me alegro de haber pasado justo en ese momento —añadió.
—Yo también —replicó Pedro, tomándola en sus brazos, sin que le importara que el resto del mundo lo estuviera viendo al inclinarse para besarla en su propio lobby.
—Te veré esta noche —dijo cuando levantó la cabeza—. Y vamos a hablar. Me vas a contar todo, y nos ocuparemos de solucionar lo que sea.
Ella se desembarazó de sus brazos e intentó disimular la preocupación.
—Nos vemos esta noche —replicó asintiendo nerviosamente con la cabeza. Tal vez hubiera accedido mentalmente a darle la información, pero hacerlo la seguía intranquilizando.
Jamás le había contado a nadie la historia familiar. Se trataba de un paso enorme para ella.
Estaba en el pasillo esperando el ascensor cuando apareció la preciosa joven de cabello castaño, acompañada de otra espectacular mujer de cabello castaño, más alta que la anterior. Ambas eran hermosas de maneras diferentes. La más baja parecía más simpática, pero la otra tenía la figura
esbelta, como la de una modelo de pasarela, sin ser tan alta.
Y no tenía aspecto de pedante. Ni parecía matarse de hambre. Las curvas sensuales de su cuerpo eran mucho más atractivas que los esqueletos anoréxicos que caminaban por las pasarelas, desprovistos por completo de grasa corporal y sin muelas de juicio, para hacer que sus pómulos lucieran más prominentes.
Apretó el botón del ascensor con más fuerza que la necesaria, ya que se sentía pálida e insulsa al lado de estas dos llamativas mujeres. ¿Dónde había una planta para poder esconderse cuando hacía falta?
—Tú eres la mujer que acaba de impedir que me metieran en la cárcel — dijo la mujer más baja con una enorme sonrisa en su precioso rostro—. ¿Te encuentras bien?
Paula volvió a tocarse el anillo en el dedo. Necesitaba sentir que era real. Que él realmente le había dado un símbolo tan manifiesto de lo que sentía por ella. Seguramente querría que se lo devolviera después de que terminara la cena con él, pero por ahora era suyo, y no lo iba a ocultar en la cadena alrededor del cuello.
—Estoy bien —dijo. Le hubiera gustado que las cosas fueran diferentes, y que su vida no fuera tan complicada. —Nada que un buen martini no pueda remediar —replicó con una sonrisa, como burlándose de sí misma. Pensó en su padre y en Pedro. Todavía no sabía cómo haría para que todo les terminara funcionando a los hombres que amaba. —¡Es que los hombres son tan difíciles de entender!
—¿Por qué no vienes con nosotros? No sé cómo serán los Martini — advirtió—, pero las margaritas de Durango son perfectas para remediar cualquier mal.
Paula pensó en el ofrecimiento. No conocía a aquellas dos muchachas, pero no le venía nada mal salir a divertirse una noche con dos mujeres jóvenes como ella.
—No sé si en este momento estoy en condiciones de establecer cualquier tipo de conexión con el género humano —respondió, pensando en el enorme problema que pesaba sobre ella. Su amante o el padre que la amaba... Qué obstáculo tan difícil de allanar. Mia se rio.
—Me siento exactamente igual. Me llamo Mia Paulson —dijo—, y estamos yendo a celebrar el hecho de no haber ido a parar a la cárcel por el resto de mi vida.
La esbelta belleza dio un paso adelante en ese momento, y extendió la mano, saludándola con calidez y simpatía.
—Yo soy Abril. Trabajo como gerente de oficina del Grupo Alfonso, así que ¡sé perfectamente lo frustrantes que pueden ser los hombres!
Paula sonrió a su vez, tomando la mano de Abril en la suya y
estrechándosela con más seguridad que la que sentía. Hacía mucho tiempo que no tenía amigas de su edad. Recordó las furiosas diatribas de Ramiro, despotricando acerca de su oficina envuelta en papel de regalo, y decidió tomarse la tarde. Ya tenía la carta de renuncia tipiada, así que ¿por qué no?
—Parece una excelente manera de comenzar el fin de semana. Creo que, después de todo, las acompañaré.
Quince minutos después, estaban instaladas en una de las mesas del fondo del bar local, con una jarra de margaritas delante, y tres copas llenas.
—¡Brindo por evitar la cárcel y los hombres! —dijo Abril. —¡Esperen! — gritó Abril a medio brindis. Un instante después, se puso de pie de un salto y se dirigió a otra mesa, donde una mujer estaba sentada sola. Observaba a su martini, como si fuera un enemigo. Intentaba contener el cabello rizado que tendía a desbandarse, pero Paula sospechó que no siempre le era fácil.
Cuando Abril y la mujer regresaron a su mesa, Abril las presentó de inmediato:
—Ella es Karen, y es una de las nuevas integrantes del Grupo Alfonso.
Mia estaba tan entusiasmada de conocer a la mujer que acababa de incorporarse al grupo que casi saltó de su silla.
—Ella es la que encontró la información sobre el nuevo BMW que se compró la novia más reciente de Federico—le explicó a Paula con una enorme sonrisa—. Si no fuera por ustedes dos, en este momento estaría en la cárcel, acusada de asesinato.
Cuando las cuatro se volvieron a sentar, Karen ahora también con su margarita a tope, se abocaron a beber, comer papas fritas y arremeter contra la población masculina, riéndose de sus debilidades y de lo difícil que resultaba convivir con ellos,
La gerente de la oficina de Pedro le cayó bien en seguida a Paula. Si bien parecía una modelo espectacular, era simpática y tenía los pies sobre la tierra. Y, por lo que parecía, Abril también tenía problemas de hombres, como las otras.
Paula se rio y participó de la conversación, disfrutando enormemente.
Tenía una conexión con estas mujeres que no había sentido en mucho tiempo.
Josefina, Alicia y Debbie eran estupendas, pero estaban en una etapa diferente de sus vidas que Paula. Ésta no podía conectarse con sus amigas de la oficina.
No como podía hablar con estas tres mujeres.
Cuando apareció Pedro, Paula de hecho soltó un rezongo. Y al ver a los otros tres hombres que eran iguales a él, miró su copa de margarita, preguntándose si tal vez había bebido más de la cuenta. Volvió a levantar la mirada para ver a Pedro parado detrás de ella, tomando su copa y bebiéndose el resto.
—¿Qué haces? —preguntó irritada cuando le robó la bebida.
—Te estoy salvando de ti misma —le explicó, guiñándole el ojo. —¿Por qué son tantos? — preguntó, volviéndose para sonreírle, olvidándose por un instante de lo nerviosa que estaba por tener que explicar su historia familiar. Bueno, y por el hecho de que él iba a huir despavorido apenas se enterara. Tan sólo se quedaría para disfrutar estos últimos minutos con él, le dijo su mente borrosa.
El la levantó con cuidado de la silla, y estuvo a punto de reírse cuando ella quedó apoyada como una bolsa de papas sobre él. —Yo soy uno solo, mi amor. El resto son mis hermanos.
Sus ojos se abrieron grandes.
—¿En serio? ¡Pude haber sido su cuñada! —suspiró, deseando que las cosas tuvieran otro final.
—Vas a ser su cuñada —replicó, sacándola del bar. No lo vio saludar a sus hermanos con la mano, pero tampoco sus hermanos le estaban prestando demasiada atención. Advirtió que cada uno se encontraba convenciendo a su respectiva mujer, discutiendo con ella y tratando de levantarla también de su asiento. El y sus hermanos habían estado sentados en el bar escuchando a las cuatro hermosas mujeres mientras despotricaban de cada uno de ellos en particular, y de los hombres en general. Sospechó que Paula no estaba borracha, pero se sentía muy relajada.
Cuando llegaron a la puerta, miró hacia atrás y se dio cuenta de que cada uno de sus hermanos parecía sentir lo mismo que él en ese momento: un sentimiento de posesión respecto de la mujer que tenían en brazos. Qué interesante, pensó, pero no tenía tiempo para analizar la situación en ese momento. Quería estar a solas con Paula y aprovechar que estaba relajada por el tequila para que, con suerte, le revelara todos sus secretos. En realidad, debía comportarse como un caballero y llevarla a casa para que se repusiera de la borrachera, pero quería la información. Una vez que supiera lo que andaba mal, sería más fácil protegerla. ¡Y vaya si no la iba a proteger! Tampoco huiría de él, que era justamente lo que él sospechaba que quería hacer.
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