miércoles, 17 de mayo de 2017

CAPITULO 17 (TERCERA HISTORIA)




Pedro soltó un profundo suspiro de alivio cuando ella no tomó el camino más obvio. Confirmaba todo lo que sospechaba de ella.


Era una mujer dulce y buena, que le había hecho una simple broma a su jefe, pero no era moralmente corrupta. Podría haberles vendido los secretos del negocio de su jefe a sus competidores; en cambio, había dado vuelta los cuadros y movido las sillas del lugar; se había robado sus bolígrafos ordinarios, y envuelto la oficina entera con un ridículo papel de regalo. No era una persona malintencionada, sino una persona graciosa y creativa.


De pronto, se le ocurrió una idea, y se preguntó si sería lo
suficientemente honesta con él como para que funcionara.


—Dame un dólar —dijo. Los ojos se le iluminaron por lo que sentía por esta mujer. ¡Su mujer! Y él protegía lo que era suyo. ¡Maldita sea! ¡Ahora la amaba aún más! Y ahora que sabía que no le había sido totalmente falaz, tuvo que admitir que lucía espectacularmente sexy con aquel atuendo de ladrona. No le importaría volver a verla usándolo. A solas. En su dormitorio, donde podía explorar todas esas curvas bajo la delgada tela negra.


Ella no entendió nada. ¿Había pasado de tratar que se prostituyera a pedirle dinero? Habría jurado que la mirada que se cruzó por aquellos ojos azules fue una de alivio. Pero ¿por qué habría de sentir alivio? No tenía ningún motivo para sentirlo. ¿Y por qué habría de necesitar un dólar? ¡El tipo era
increíblemente rico! Había estado en su casa. Cada habitación había sido decorada a pedido por algún arquitecto famoso.


Paula parpadeó. Seguía sin entender por qué habría de pedirle algo así.


—¿Disculpa? —preguntó.


—Dame un dólar —repitió con suavidad y orgullo en la voz—. Rápido, Paula —dijo, para añadir urgencia al momento. 


Era consciente que otros empleados pasaban por el corredor. El día laboral estaba comenzando, y sabía que tenía que resolver esta cuestión rápido o les podía estallar a ambos y perjudicarlos.


Paula se agachó para pasar por debajo de su brazo, y buscar la billetera. Sacó un dólar y estaba a punto de dárselo, aún sin entender nada, cuando se echó atrás en el momento en que él estuvo a punto de tomarlo.


—¿Para qué necesitas un dólar?


—¿Acaso no confías en mí? —preguntó. Casi se rio de la expresión de desconfianza en su mirada.


Paula lo observó un largo instante, a punto de sacudir la cabeza para indicarle que, efectivamente, no confiaba en él, cuando se oyó decir "sí". Se quedó sorprendida por su respuesta. Jamás confiaba en nadie. Tenía amigos y conocidos, pero nunca había dejado que sus sentimientos personales llegaran al punto de confiar en alguien. Hasta que lo conoció a él. Estaba literalmente poniendo su vida en las manos de este hombre. Podía hacer que la despidieran, y no le gustó. Ni un poco.


Pero al mirarlo, advirtió que realmente confiaba en él. De hecho, confiaba absolutamente en él. Sabía que jamás haría nada para perjudicarla, ni siquiera entregarla a su jefe como la culpable de la última jugarreta en la oficina, de la cual Ramiro ni siquiera se había enterado aún por haber estado en viaje de negocios la semana anterior.


Lo amaba, y esta nueva sensación de amar, además de confiar en alguien, era completamente nueva.


—Bien —dijo él, ocultándole el alivio que sentía a esta mujer
sorprendentemente complicada—. Entonces, dame el billete de un dólar —le ordenó una vez más.


Lentamente, Paula le entregó el billete. Se devanaba los sesos tratando de entender lo que iba a hacer.


Pedro tomó el dólar y lo metió en su bolsillo.


—Muy bien. Ahora que me has pagado un anticipo, soy tu abogado. ¿Me prometes que jamás forzarás la entrada para ingresar en el negocio, el hogar, el edificio o ningún otro edificio que asume la responsabilidad de una persona?


Paula no pudo evitar una sonrisa por el modo en que el tipo abarcaba mucho más que el hogar o la oficina de una persona.


—Lo prometo —respondió con una carcajada.


En su mirada azul hielo vio cuánto la amaba, y casi se derritió al advertirlo.


—Bien. Ahora, esto es lo que va a suceder —le dijo, volviendo a acercarse.


Puso las manos sobre las caderas de ella y la atrajo hacia sí.


—En primer lugar, jamás te volverás a escabullir de mi cama ni de mi casa. ¿Entendido?


—Entendido —replicó ella, sin consentir a ello, pero asegurándole que comprendía el sentido de sus palabras. Tal vez fuera un tecnicismo, pero no le estaba garantizando que, tal vez, se enojaría con él y querría salir de su cama.


Como estaba entrenada para actuar con disimulo, él lo podía interpretar como un acto furtivo.


El entornó los ojos porque sabía lo que estaba haciendo.


—Jamás volverás a evitar mis llamadas, jamás me volverás a ignorar por el motivo que fuera. Cuando estés enojada conmigo o tengas un problema, lo solucionaremos juntos. —Hizo una pausa para que pensara en sus palabras antes de continuar—. Y esta noche saldrás a cenar conmigo. A Antoines, y no vamos a salir a escondidas del edificio ni a desviarnos varias cuadras para averiguar quién podría estar siguiéndome a mí, o a ti, o a ambos, ¿está claro?


Paula quería estar de acuerdo con eso, pero no pudo.


—Este..., ¿podríamos, en cambio, ir a...?


—No —le interrumpió, resoluto—. Vamos a ir a Antoines y tú vas a escuchar lo que te quiero decir. Y cualquiera que quiera encontrarnos también tendrá que reservar mesa allí.


La idea angustió a Paula, sabiendo que su padre era increíblemente creativo para entrar y salir de un lugar.


—Estaré allí.


—Así me gusta —dijo, sabiendo que no había accedido a la forma en que llegaría al restaurante, sólo que llegaría allí y posiblemente cenaría con él. Se enteraría por fin de lo que le estaba ocurriendo, aunque lo volviera loco tratar de resolverlo. —Entonces, te veré a las siete.


Tras estas palabras, la soltó y se apartó, pero a último momento, regresó, la tomó entre sus brazos, se inclinó y le dio un beso tan apasionado que, para cuando volvió a levantar la cabeza, ella estaba completamente aferrada a él. 


Casi gimoteó cuando él dio un paso atrás, y tuvo que tomarse del escritorio para no caerse.






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