martes, 2 de mayo de 2017
CAPITULO 7 (PRIMERA HISTORIA)
Hacía dos horas que estaban deliberando y la tarde comenzó a cederle el paso a la noche, cuando otros dos hombres entraron y se sentaron en el fondo de la sala. Un tercer hombre llegó unos minutos después. Paula se movió incómoda cuando sintió que sus miradas la examinaban. Mientras tanto Pedro y su equipo seguían analizando el caso. Ella respondió las preguntas de todos sin entender bien por qué le formulaban algunas de ellas, pero dio toda la información que pudo.
Una hora después, Paula estaba agotada, aunque todo el resto siguiera discutiendo con intensidad.
— Por hoy hemos terminado — anunció Pedro.
Los miembros del equipo se pusieron de pie, con tranquilidad, estirándose después de una reunión tan larga mientras recogían sus pertenencias y salían lentamente por la puerta. Los tres hombres del fondo se quedaron y, cuando todo el mundo se marchó, se pararon y se acercaron a Pedro. Cuanto más se acercaban, más nerviosa se ponía Paula.
Advirtió el parecido entre los cuatro hombres: significaba que eran los otros hermanos Alfonso. Tenían reputaciones temibles, y sintió que se arrimaba a Pedro, aunque no fuera consciente de ello. Sólo supo que se sentía más segura ahora que estaba unos centímetros más cerca de su formidable cuerpo.
— ¿Cuáles son las posibilidades de éxito? — preguntó uno de ellos acercándose.
Pedro cambió ligeramente de posición, indicándoles con sutileza a sus hermanos que ella le pertenecía. Parecía tan primitivo reivindicar lo que era suyo, pero en ese momento se sentía primitivo y no pediría perdón por ello. Ni tampoco se iba a poner a analizar los motivos por los que se sentía así. Ella había puesto distancia entre los dos al comienzo de la reunión, pero ahora se estaba acercando. Y ésas eran las únicas señales sutiles que necesitaba para hacerse el cavernícola con sus hermanos.
Le apoyó la mano en la espalda, y su cuerpo reaccionó cuando ella se acercó aún más, casi recostándose sobre él, sin darse cuenta.
— Paula, estos bichos son mis hermanos — explicó— . Éste es Ricardo, el mayor y el más aburrido — dijo, refiriéndose al que tenía el aspecto más serio. Paula le dio la mano, pero se volvió a parar al lado de Pedro— . Y éste es Javier, el que le sigue y el más desvergonzado — esperó mientras Paula le daba la mano con cautela a Javier— , y Axel, el más irritante.
Paula le dio la mano a cada uno, esperando que su sonrisa transmitiera una franqueza que no sentía. Se le ocurrió que el contacto con ellos no le provocaba la misma reacción que cuando Pedro la tocaba. Cuando él lo hacía, era como si un relámpago le sacudiera el cuerpo. Quedaba confundida y desorientada, ni qué decir del efecto sobre su imaginación, que comenzaba a concebir situaciones descontroladas y deshonrosas. Los tres hombres se quedaron mirándola como si la estuvieran diseccionando con los ojos, y quería darle un puñetazo a Pedro en el brazo por ser tan maleducado. Le pareció que debía decir algo como "es inocente" o "en poco tiempo conseguiremos que retiren los cargos".
En cambio, se quedó allí parado discutiendo el caso, mientras les transmitía en silencio un extraño mensaje masculino a sus hermanos que ella no pudo descifrar.
— Parece una buena estrategia — dijo Ricardo— . Y también eres consciente de que no puede volver a su casa…
Paula miró de uno a otro. Todos asintieron.
Pedro la miró para explicarle.
— Tu casa y tu jardín han sido considerados como potencial escena de crimen. Alegan que aún no terminaron de buscar el cuerpo de tu ex así que no te pueden dejar reingresar a ella.
Ella agrandó los ojos.
— Han estado trabajando todo el día. ¿Qué han encontrado que los haga pensar que todavía puede estar escondido en algún lado? Además, la casa es bastante pequeña. Sólo tiene dos dormitorios, un baño, una cocina y una sala de estar. ¡Ni siquiera tengo un comedor formal!
— Por lo que me dijeron, es una casa antigua. Tienes un sótano.
Paula esperó, preguntándose cuáles serían las implicancias de ese extraño comentario.
— ¿Y? — lo animó a seguir cuando comprendió que no explicaría el significado de sus palabras.
— Y aparentemente hay cemento fresco.
Ella reflexionó, tratando de recordar lo que tenía en el sótano. Tenía razón, era una casa antigua, pero antes el sótano había sido de piedra. Los anteriores dueños habían cubierto el sótano con cemento por las goteras que se filtraban durante la temporada lluviosa de la primavera.
— Pero yo no puse el cemento — exclamó cuando advirtió lo que estaban pensando— . Estaba ahí antes que de me mudara. Ni siquiera sé si fueron los dueños anteriores o los anteriores a ellos.
Pedro se volvió a apoyar sobre la mesa.
— No importa. No se pueden dar cuenta de la antigüedad del cemento. Así que están tratando de determinar si hay algo enterrado abajo.
Paula casi se cae de espaldas.
— Así que están perforándome el sótano y destruyéndome los cimientos. Genial. — Ahora sí que no sabía qué haría. Le estaban echando abajo la casa— . Bueno, entonces… — se puso a pensar rápido, buscando una solución— . Me quedaré en un hotel hasta que pase todo esto. No será por mucho tiempo, ¿no? — Miró a Pedro, conteniendo las lágrimas y rogándole que le dijera que se haría cargo de resolver la situación lo más rápido posible. A esta altura, ya no le importaba si le mentía. Pero necesitaba que se lo dijera.
Si lo decía, podía aferrarse a eso. El tipo era demasiado fuerte como para que se le negara algo, ¿no?
Pedro vio las lágrimas que ella intentaba contener a toda costa y se le hizo un nudo en el corazón.
— Sí, resolveremos esto rápidamente. Pero la idea del hotel es demasiado costosa. Así que te quedarás conmigo.
Cuatro pares de ojos miraron sorprendidos a Pedro. Él se movió incómodo, pero no se echaría atrás.
— Se puede quedar en la habitación libre que tengo. Hay espacio suficiente — señaló como si fuera la decisión más obvia y natural del mundo, pero Paula ya se encontraba sacudiendo la cabeza.
— Yo me puedo cuidar sola — dijo— . Hay un pequeño hotel justo en la esquina de casa.
Pedro se dio vuelta para mirarla, logrando bloquear a sus hermanos.
— Paula, en tu barrio caminas dos cuadras en cualquier dirección y te encuentras con pandillas o con una autopista. Tal vez los hoteles de tu zona no sean caros, pero deben estar infestados de bichos, y no creo que te quieras topar con alguno de ellos. Y no estoy hablando sólo de insectos de ocho patas. — Dejó que lo pensara un momento antes de continuar— . No te puedes quedar en tu casa y no te vas a quedar en un hotel que te resulte demasiado caro o del que no puedas salir viva.
Ella seguía negando con la cabeza, firme en su posición.
— No me alojaré en tu casa.
— Se puede quedar en mi casa — ofreció Ricardo. Tanto Axel como Javier retrocedieron un paso al escuchar la oferta.
Pero Ricardo siguió mirando a su hermano menor, esperando la respuesta. Una chispa divertida brillaba en sus ojos de un azul más profundo.
— ¡De ninguna manera! — gruñó Pedro, cerrando los puños con fuerza a ambos lados, al tiempo que se controlaba para no pegarle un puñetazo a su hermano mayor. Ricardo podía
ser el miembro serio y conservador de la familia, pero eso no le impedía disfrutar de las damas. De hecho, las atraía como moscas, todas deseosas de gastar su dinero y de darle un respiro a sus frustraciones. Alguien carraspeó en medio de la tensión que crecía.
— Estoy seguro de que Abril la dejaría quedarse con ella — dijo Axel.
Pedro se volvió para mirar furioso a sus hermanos, irritado de que intentaran meterse en sus asuntos. Desafortunadamente, Abril estaría encantada de ayudar a su mejor amiga y darle refugio en su casa. A Pedro lo exasperaba que no pudiera echar esa opción por tierra.
— Hoy por la noche Abril tiene reunión en su club de lectores — dijo Javier.
Los tres hermanos volvieron su atención a Javier, preguntándose cómo conocía tan bien la agenda vespertina de Abril, pero nadie se animó a preguntárselo. Cada uno negó a su turno con la cabeza y reprimió su curiosidad.
— Se quedará conmigo — volvió a insistir Pedro— . Vamos — le dijo, tomándole la mano antes que alguien pudiera ofrecer una solución que funcionara. No tenía ni idea de por qué era tan importante asegurarse de que Paula durmiera bajo su techo esa noche. Sólo sabía que lo era y que la sacaría de esa sala antes de que alguien propusiera otra cosa.
— Busca tu cartera — masculló— . Hay alguien de la oficina que fue a tu casa y pudo rescatarte un poco de ropa, tu cartera, llaves y billetera. Están en mi oficina.
Metió la mano dentro de la puerta y sacó un bolso, se lo colgó al hombro y continuó caminando en dirección a los ascensores, todo el tiempo sin soltarla.
La sensación de su mano en la de él le generó todo tipo de fantasías, y le costó concentrarse. Jamás había tenido ese tipo de reacción cuando Federico la tocaba, o cualquier otro de sus novios anteriores. Entonces ¿por qué la afectaba de esta manera sentir su piel? ¿Por qué motivo el único hombre que creía que podía ser una asesina era también el único que le provocaba un chispazo eléctrico en todo el cuerpo?
Sintió que necesitaba alejarse de él, aunque fuera por una noche, e intentó por última vez proponer una alternativa a dormir en su departamento.
— Estoy casi segura de que esta noche Abril no irá a su club de lectores — dijo Paula, que prácticamente corría para seguirle el paso a Pedro. Este se hallaba de un humor muy raro— . Estamos juntas en el mismo club y el resto de los miembros son amigas mías. No se van a reunir sin mí.
Pedro apretó el botón del ascensor y fijó la mirada delante de él.
— Entonces seguramente ha ido para hablar con tus amigas y obtener su apoyo, tratando de imaginar qué pasó con tu ex. Como está ocupada, no hay que molestarla.
A Paula se le ocurrió que tal vez tuviera razón y se mordió el labio inferior, tratando de pensar en otro argumento.
— Pues yo también debería estar ahí para responder a sus preguntas. Después me puedo ir a casa con Abril.
— Vendrás a mi casa y repasaremos cada punto otra vez. Tal vez se te ocurra algo nuevo durante la cena.
Paula suspiró, sabiendo que tenía razón. Cada vez que alguien había mencionado algún hallazgo de la policía, ella había podido aportar información para que la gente de Pedro
pudiera investigar, alguna pista que les permitiera entender mejor por qué la policía la acechaba con tanta insistencia.
Por suerte, los guardias de seguridad habían dispersado a la prensa por lo que esta vez no había cámaras disparando flashes. Él la metió en el asiento del acompañante de su auto y una vez más ella especuló sobre la cantidad de dinero que debía ganar Pedro para poder tener un vehículo tan increíblemente lujoso.
Pero no era de extrañar: Pedro defendía delincuentes, les cobraba cifras exorbitantes y, básicamente, burlaba a la Justicia.
Tal vez no fuera una valoración justa de sus habilidades.
Pero era tan avasallador que no tenía ganas de ser justa. Lo observó dar la vuelta al auto para entrar por la puerta del conductor, fascinada por las largas piernas. Imaginó lo que tendría debajo de ese traje tan costoso. ¡No podía creer que su mente estuviera discurriendo por esos caminos! Era tan propio de las chicas malas. Y ella siempre había sido una chica buena.
El tipo no le gustaba nada. Siguió diciéndoselo durante todo el camino. Se lo repitió mientras que él le mostraba la espectacular casa de cuatro pisos recubierta de piedra arenisca, en uno de los sectores más antiguos de Chicago. Era un barrio tranquilo con viejos robles que cubrían las veredas con su sombra y barandas negras de intrincados detalles, que conducían a la casa recién refaccionada. Por dentro, se había dejado el ladrillo a la vista e incluso se había quitado el cielo raso para que se vieran las rústicas vigas de madera. El efecto era de un espacio moderno aunque acogedor.
Pedro la observó de reojo mientras Paula entraba en la casa, queriendo ver su reacción.
Amaba este lugar. Lo había comprado hacía varios años y había hecho casi todo el trabajo solo. Por supuesto, siempre podía recurrir a sus hermanos cuando había que levantar algo pesado. O cuando alguno quería descargar un poco de tensión de la oficina.
Por algún motivo, prefirió no indagar demasiado en la opinión de Paula; la reacción de ella era extremadamente importante para él.
Cuando vio que los ojos se le agrandaban al llegar a la sala, con los mullidos sofás y los tablones rústicos del suelo, no estuvo seguro de si le agradaba o no. Pero cuando ella percibió los enormes ventanales que miraban al jardín hermosamente diseñado que remataba en un deck, sonrió y él aflojó los hombros.
— Puedes quedarte aquí — dijo, dejando caer el bolso en la puerta de entrada de una habitación confortable, que parecía decorada por un profesional— . ¿Por qué no te relajas un poco y nos encontramos en la cocina? Prepararé algo para la cena y podemos hablar un poco más.
Paula quedó sola por primera vez desde que la habían despertado tan bruscamente aquella mañana. Se quedó de pie un momento, sintiendo el silencio. No pensó en su propia
casa ni en lo que podía o debía estar haciendo en ese momento. Se negó a ceder a las preocupaciones que le suscitaban sus alumnos, y a pensar en su reacción cuando se enteraran de su arresto. Sólo se concentró en descansar la mente.
Centró la atención en el aquí y el ahora. Echó un vistazo a la cómoda y espaciosa habitación. Alguien había evidentemente usado ese cuarto porque había camisas y trajes en el armario. Lo más seguro era que Pedro permitiera que sus hermanos usaran el lugar cuando salían de parranda o algo parecido. Realmente no le importó. Sólo agradeció el silencio.
Fue al baño y se lavó las manos y la cara, sintiéndose un poco mejor. Cuando buscó en el bolso que Pedro le había dejado en la entrada, encontró un par de pantalones negros y una camisa blanca con ropa interior. Esperó que hubiera sido Abril quien fuera a su casa y revolviera en su ropero, porque no quería pensar en que fueran otros quienes se metieran entre sus cosas personales. Al revolver entre su maquillaje, tuvo la certeza de ello. Sólo Abril podía saber qué lápices labiales eran sus favoritos y cuánto amaba lavarse los dientes. Cuando se sentía estresada, Paula se lavaba los dientes. El sabor a menta, la sensación de limpieza la ayudaban a sentirse más segura.
Eso fue lo que hizo y se sintió aún mejor. Pero sabía qué cosa la terminaría de relajar por completo. No tenía ropa de ejercicio, pero se quitó las zapatillas y las medias, y se paró en el medio del cuarto. Hizo varias respiraciones profundas, cerró los ojos y luego lentamente se inclinó hacia delante, dejando que los brazos colgaran hacia el suelo con las rodillas derechas. Al instante sintió un estiramiento profundo y agradable en los músculos de la espalda y en la parte de atrás de los muslos. Se aflojó por completo de la cintura para arriba, o para abajo, ya que estaba colgando hacia abajo, con las manos apoyadas sobre el suelo.
Hizo una postura de yoga tras otra, sintiendo que los músculos lentamente liberaban la tensión. Adoptó la postura de la cobra, con los ojos cerrados y la cabeza mirando el cielo raso, y luego pasó todo el peso a la postura del perro cabeza abajo.
Pedro sacó todos los ingredientes para la cena, abrió una botella de vino y bajó las copas de vino de la alacena. Por lo general, en su casa tomaba cerveza, pero no creía que Paula fuera el tipo de mujer que disfrutaría de un buen porrón. Le pareció que su estilo era más del merlot.
Varios minutos después, cuando aún no bajaba, comenzó a preocuparse. Había tenido un día terriblemente estresante. Paula parecía demasiado frágil para soportar todo lo que había tenido que aguantar aquel día, pero aguantó, respondiendo a todas sus dudas, soportando el arresto, los periodistas, el equipo de abogados que la bombardeó con ideas y preguntas. Y había respondido a todos con gracia y paciencia. Jamás había tenido un cliente con tan buena disposición. Y lo había soportado todo luciendo como la mujer más deseable que jamás hubiera conocido.
¿Y si estaba arriba, finalmente derrumbándose después de toda la presión del día?
Había tenido que aguantar tanto, ¿y qué si estaba llorando? ¿Tal vez había sido demasiado?
En ese momento tuvo miedo. Apretó los labios con gesto severo, y alzó la mirada hacia el hueco de la escalera.
Cuando aún no la vio aparecer con su sonrisa alegre y luminosa tal como él esperaba, arrojó el repasador sobre la mesada y cruzó a grandes pasos el área que unía la sala con la cocina para dirigirse a las escaleras. Subiendo los peldaños de dos en dos, Pedro avanzó a toda velocidad hacia la habitación donde la había dejado, al tiempo que su imaginación lo hacía apurarse aún más. Esperó que no fuera el tipo de mujer que hiciera algo estúpido. ¿Habría algún objeto filoso en el baño? Sabía que sus hermanos usaban la habitación cuando alguno de ellos pasaba la noche en su casa, así que podía haber navajas de afeitar en los cajones.
De sólo pensarlo, comenzó a trotar por el corredor.
La escena que halló al llegar al dormitorio fue lo último que hubiera imaginado. No, mentira. Jamás hubiera imaginado algo así.
Paula no estaba cortándose las muñecas o atando las sábanas para colgarse de las vigas del dormitorio. Ni siquiera estaba sentada sobre la cama o en el medio del cuarto llorando a moco tendido. Estaba de pie sobre el suelo de madera, moviendo el cuerpo de la manera más erótica que jamás había visto. Algo le decía que estaba haciendo yoga.
Pero estaba demasiado afectado para pensar racionalmente en lo que hacía. Quedó absolutamente paralizado… salvo por una parte importante de su anatomía, y ésa era la parte que estaba pensando en ese momento. Está bien, puede ser que "pensar" no fuera el término apropiado para lo que hacía. "Reaccionar" era más acertado.
Ella se movió lentamente. Los ojos de él siguieron la curva del cuello, el arco de su columna y el modo en el que la curvatura presionaba los pechos contra su camiseta.
Luego se volvió a mover, doblando el cuerpo hacia adelante, y ¡dejando las nalgas bien arriba! ¿Eran realmente tan largas las piernas? Y maldita sea si no se volvía a doblar en ocho una vez más, adoptando aun otra postura.
— ¿Qué diablos estás haciendo? — preguntó áspero Pedro, necesitando desesperadamente unirse a la actividad o evitar que ella adoptara otra postura más. No creyó que ella apreciara las posiciones que él la haría adoptar si se unía a su actividad.
Pero no podía retroceder y dejarla sola, lo cual sabía que era lo que debía hacer un caballero. Así que la única opción era dejarla seguir con lo que estaba haciendo.
Paula se desplomó violentamente de la posición en la que estaba. Intentó evitar el derrumbe, pero no lo logró. Se cayó torpemente sobre el suelo con un fuerte ruido.
Viéndolo parado allí, sin el saco de traje y la corbata, con la camisa abierta hasta la mitad del pecho y las mangas arremangadas que mostraban los fuertes músculos del antebrazo, ¿qué otra cosa podía hacer?
Se incorporó como pudo, sacudiéndose el polvo del trasero y mirándolo furiosa.
— ¡Yoga! — le espetó con rabia— . ¿Qué creíste que era?
— Una forma de tortura — replicó él con tranquilidad. O los movimientos más sexy que había visto en su vida, pensó mientras miraba su expresión de indignación. — ¿Te sientes mejor? — le preguntó, tratando de contener la risa al tiempo que ella se frotaba el bello trasero en el lugar en donde se había golpeado un instante atrás.
— Hasta que me interrumpiste, sí — Respiró hondo y advirtió lo grosera que había estado— . Lo siento. Estás haciendo lo posible por ayudarme y te trato mal. Muchas gracias por dejarme dormir en tu casa esta noche. Prometo que mañana ya no te molestaré más. Sea lo que sea.
Él se quedó un momento sin decir nada; sólo la miró.
— Veremos — finalmente replicó— . Vamos a comer.
Pedro volvió a la cocina, dolorosamente consciente de que lo seguía. Ya tenía el cuerpo duro y listo para ella. La mandíbula estaba tensa por el deseo de tocar su suave mejilla, ver si aquellos tiernos labios sabían tan bien como creía. Y quería llenarse las manos de los pechos grandes y deleitables y ver su peso, sentir con el pulgar los duros pezones que se traslucían debajo de la camiseta, observar su reacción.
¡Maldición! Sólo lo estaba empeorando.
Pero ¡seguramente la ayudaría a relajarse mucho más que haciendo yoga! ¡O tal vez lo haría relajarse a él! Lo cierto es que no se tranquilizaba en lo más mínimo viéndola hacer yoga. Y estaba casi seguro de que los cuerpos masculinos no tenían la flexibilidad que había visto en ella; no quería intentar ninguna de esas posiciones. Tal vez debía llamar a alguno de sus hermanos y decirle que lo acompañara al gimnasio. Un buen partido de box sería lo indicado, dado que no podía tocar a la bella dama sentada decorosamente del otro lado de la mesada.
Pedro se trasladó detrás de la isla de la cocina, a fin de recuperar la calma. Para ocupar la cabeza, le sirvió una copa de vino tinto.
— Espero que te guste la pasta — dijo. Las palabras salieron de un modo más brusco de lo que quiso. Tomó la copa y se la pasó. Carraspeó, tratando de recuperar el control de su lujuria galopante. Pero cada vez que pensaba que estaría ya más sereno, la miraba, veía los suaves rulos que bailoteaban alrededor de su rostro, ¡y la volvía a imaginar en una de esas malditas posiciones de yoga!
— Me encanta la pasta — dijo ella imperturbable, ajena a los pensamientos ardientes que acechaban la mente de Pedro, y se sentó con cautela sobre una de las modernas sillas.
Le sorprendió que fuera mucho más cómoda de lo que parecía— . Es realmente muy agradable — dijo, dando un sorbo del vino y mirando a su alrededor— . ¿Quién te decoró
la casa? — preguntó, mirando las vigas por encima, la pared rústica de ladrillos y la enorme chimenea en un rincón, tan grande que sospechaba que tendría capacidad para calentar la cocina en una tarde fría de invierno.
— Yo mismo la decoré — respondió, tomando un plato y sirviéndose una enorme porción de fideos en el medio. Luego tomó la sabrosa y fragante salsa roja con un cucharón, y encima de todo puso un puñado de queso— . Adelante.
Paula vio la enorme cantidad de comida que le había dado.
Era como la misma cantidad que preparaba ella cuando cocinaba pasta, pero la diferencia era que ella la dividía en cuatro porciones, y congelaba las otras tres para comer en otra oportunidad, calentándolas fácilmente en el microondas.
— Cielos, es demasiada comida. — Trató de no reírse ante su semblante sombrío, pero no pudo evitar la gracia que le provocaban sus enormes porciones. Aunque no lo pudiera creer, él mismo se sirvió más del doble de lo que le había servido a ella.
Arrimó su silla a la de Paula, ignorando su risa, y señaló el plato, indicando que debía abocarse a comer.
— Tuviste un día sumamente estresante. Vas a necesitar energía para reponerte.
Ella se rio con suavidad.
— Eso lo logro con el yoga — le replicó, mientras levantaba el tenedor.
Pedro no le creyó, aunque no se lo dijo. Paula Chaves haciendo yoga definitivamente no le reducía el nivel de estrés. De hecho, sus niveles de estrés se hallaban sorprendentemente altos en ese momento, a pesar de sus intentos por calmarse.
Para ayudar a distraerse, abrió el archivo del caso y leyó los pormenores. Mientras comían, la interrogó. Pero al responder, la conversación se iba por otros caminos, y le terminó haciendo preguntas mucho más personales de lo que le hubiera preguntado a sus otros clientes. La conversación terminó enfocándose menos en el caso y centrándose más en conocer a Paula como persona. Lo sorprendente fue que la halló graciosa e inteligente.
Paula no podía creer lo relajada que se sentía sentada en aquel lugar, conversando con él. En un momento hubo una pausa en sus preguntas, y ella aprovechó para intervenir, ansiosa por conocer también al hombre con quien parecía que había estado días o incluso semanas, aunque no fueran más que unas horas. Bebió un pequeño sorbo de su vino y se esmeró en reducir la enorme pila de pasta que le había puesto en el plato, mientras le hacía preguntas sobre cómo había refeccionado el edificio él solo. Le encantaba escucharlo hablar. Su voz grave le provocaba escalofríos en la piel. Parecía tan competente en temas legales, y sin embargo también tenía toda aquella otra faceta.
Descubrió que le gustaba cocinar y trabajar con las manos, mientras le explicaba que se trataba de algo completamente opuesto a lo que hacía todo el día.
— Me ayuda a concentrarme en los temas legales.
Pensó en ello un instante, y se le ocurrió que tenía sentido.
— Supongo que es como ocupar una parte de la cabeza con lo mundano, mientras el otro lado se ocupa de resolver un problema.
— Es una manera de verlo — accedió.
Ella sonrió.
— Es lo que hago con mis alumnos. Después del recreo, les doy una manualidad para que hagan. Mientras que tienen las manitas ocupadas cortando y pegando piezas de un rompecabezas o de una manualidad, les doy información sobre historia o ciencias. Siempre me sorprende ver todo lo que registran durante estas sesiones. Cualquiera creería que se encuentran distraídos con los materiales de las manualidades, y hasta cierto punto lo están. Pero nuestra mente puede procesar mucho más que una cosa por vez si las distracciones trabajan codo a codo con la información.
Se sintió conmovido. Pero luego bajó la mirada a sus labios, y una vez más se distrajo con la idea de probarlos. De sentirlos temblar bajo los suyos. Sabía que ella también temblaría. No tenía ni idea de cómo lo sabía. Era una intuición, o tal vez una cierta conexión con ella.
Estaba a punto de inclinarse hacia delante para probar su teoría. Pero se detuvo justo a tiempo, advirtiendo de golpe que se trataba de su clienta. Y estaba aterrada de lo que enfrentaba. No podía aprovecharse en ese momento de su fragilidad. Sin importar lo suave y sexy que fuera, no podía meterse con Paula Chaves.
— Debes estar cansada — dijo, poniéndose de pie abruptamente. Levantó los platos de ambos, advirtiendo al pasar que ella apenas había probado la pasta, y sólo se había bebido la mitad del vaso de vino— . ¿Puedo prepararte algo más? — preguntó, poniendo los platos en la pileta.
— ¡Oh, no! — exclamó Paula, de pronto incómoda. Había estado esperando que él se inclinara y la besara. ¿Pero por qué diablos habría de desear una cosa así? ¡Este tipo no la respetaba en lo más mínimo! Creía que era una asesina.
Debió ser ese pequeño detalle el que lo hizo desistir, repugnado por la idea de siquiera tocarla.
— Yo lavaré los platos — le ofreció, necesitando devolver de alguna manera tanta hospitalidad.
— Tengo una empleada que viene todas las mañanas a limpiar. Ella lavará los platos — le replicó— . ¿Por qué no te vas a descansar? Yo cerraré todo. — Se limpió las manos en el repasador, utilizándolo para evitar que se le escaparan para tocar a Paula, para acercarla hacia él y besarla hasta quedar sin aliento. Sólo se detuvo porque notó que tenía ojeras y que su sonrisa ya no era tan luminosa como la de aquella mañana.
Y por si fuera poco estaba aquella cuestión tan irritante: ¡se tenía que recordar una y otra vez lo poco ético que sería besarla!
Paula lo observó un largo y doloroso momento, deseando que envolviera aquellos brazos grandes y fuertes a su alrededor y la besara, para hacerla olvidar el drama en que se había transformado su vida las últimas dieciocho horas. Pero era incorrecto que lo deseara, y las insólitas palpitaciones que sentía debían ser porque transmitía un aura de eficiencia y fuerza. Y hoy necesitaba a alguien que le diera seguridad. No, seguramente no fuera nada, pero se sentía completamente vulnerable, y lo mejor era despedirse en ese momento antes de hacer una locura. Como, por ejemplo, arrojarse en sus brazos.
Cuando vio la distancia en sus ojos, supo que debía sentirse aliviada. No le gustaba. Y ella no le gustaba a él. Entonces ¿por qué se sentía al borde del llanto sólo porque el tipo no la besara?
Se volvió y se dirigió hacia el dormitorio que le había prestado aquella noche, pero hizo una pausa:
— Muchas gracias — dijo, con una mano sobre la barra de acero que hacía las veces de pasamos de las modernas escaleras, mirándolo un largo rato desde la distancia.
Lentamente subió las escaleras y giró en el pasillo, sintiendo que recorría el camino de la vergüenza. Debió alojarse en otro lado. ¿Por qué le había rogado en silencio que la besara? ¿Estaría volviéndose loca? Hoy había sido un día terrible, pensó mientras se cepillaba los dientes y se deslizaba dentro de la cama. De hecho, de todos los días malos que había vivido, éste se comparaba al día en que habían muerto sus padres. En este momento los extrañaba un montón.
Se quitó la ropa, decidida a no llorar. Sólo tenía que terminar el día concentrándose en un momento por vez. Debía escuchar los consejos de Pedro, porque sabía que era el
mejor. Cuestiones financieras a un lado, tenía razón. Debía pensar en cómo salvarse antes que preocuparse por cómo pagarle a él por salvarla.
Con un suspiro, se hundió bajo la frazada, impresionada por lo cómoda que era la cama y la suavidad de las sábanas. Su ama de llaves tenía buen gusto, pensó mientras miraba el cielo raso. ¡Y él hasta sabía cocinar! Se sonrió al recordar la expresión de preocupación en su rostro cuando sólo pudo comer una cuarta parte de la enorme cantidad de comida que le había puesto en el plato. Pero siguió bebiendo el vino, y terminó todo un vaso esa noche. El alcohol la había ayudado a relajarse y decididamente se sentía mucho mejor con los carbohidratos extra que le había aportado la pasta.
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