martes, 2 de mayo de 2017
CAPITULO 8 (PRIMERA HISTORIA)
Pedro oyó el clic de la puerta que se cerraba y se despertó en el acto. ¡Apenas habían pasado unos minutos después de la medianoche! ¿Adónde se estaría dirigiendo Paula a estas horas de la noche?
Se le ocurrieron varias ideas, una de las cuales podía ser su casa, para ocultar cualquier evidencia que la policía no hubiera descubierto aún. Tal vez debía haberle prestado más atención a la posibilidad de que quisiera violar la ley para salvarse. Pero lo único que pensó en ese momento era que debía impedir que regresara a su casa, porque la policía debía estar ahí, esperando que volviera. ¡No podía dejar que ocurriera!
Se incorporó en la cama y se quedó un largo rato tratando de escuchar algún sonido, pero cuando no oyó nada, maldijo en silencio y arrojó el cobertor a un lado. Se puso un par de jeans y unas viejas zapatillas de correr, y sólo demoró un segundo en agarrar una camisa, ponérsela sobre los hombros y precipitarse al corredor. Echó un vistazo en su habitación y, tal como se había imaginado, el acolchado estaba a un lado, y la cama, vacía.
Corrió a toda velocidad por el pasillo, soltando otro insulto, y esperando no romperse el tobillo o tropezarse en la oscuridad de la casa. El edificio tenía cuatro pisos, así que, en lugar de esperar que volviera a subir el ascensor, se lanzó escaleras abajo, tomando los escalones de a dos. Si había salido para encontrarse con alguien, para ocultar evidencia o incluso para matar a otra personas, la detendría de cualquier manera.
Descartó la idea de haber asumido que era inocente. Una y otra vez le había repetido a la gente que las apariencias engañan y no iba a dejar que la libido lo obnubilara. Sólo porque quería acostarse con ella no significaba que automáticamente era inocente.
Nadie aparentaba ser más inocente que Paula. ¡Pero nadie podía ser tan ingenuo como ella!
¡Maldita mujer! Lo había convencido prácticamente de que era una santa y ahora salía en puntas de pie para escapar quién sabe dónde. Nadie salía a medianoche a escondidas para hacer algo inocente, lo cual significaba que iba a tener que buscar una manera de impedirle cometer el crimen que estuviera a punto de ejecutar.
Apenas consideró el hecho de que la estaba persiguiendo para detenerla, sólo para traerla a la fuerza de nuevo a su casa. Un hombre razonable sencillamente la dejaría sola, para que se tropezara y cometiera sus errores. Pero algo lo impulsó a buscarla de todos modos, decidido a salvarla aunque fuera de ella misma.
La alcanzó justo cuando salía del edificio. Pero en lugar de anunciar su presencia y exigirle que subiera de inmediato y se metiera en su cama donde pudiera vigilarla, esperó, observando para ver adonde iba.
Cuando entró en una tienda de comestibles, en la esquina, parpadeó sorprendido. ¿Se le habría acabado el efectivo? ¿Estaría a punto de asaltar el lugar? Se quedó de pie en la escalera de entrada, pensando en lo que debía hacer. Un abogado en su sano juicio llamaría a la policía y la haría arrestar, pero rechazaba por completo la idea de volver a ver a Paula esposada. No, no le podía hacer una cosa así. No de nuevo. De sólo pensar en alguien que le pusiera las esposas, sintió un nudo en el estómago. Bueno, salvo que fuera él, pensó con la cabeza llena de pensamientos lujuriosos.
Sacudió la cabeza para apartar las imágenes, y se recordó que la policía no sería muy amable con ella si llegaba a apresarla de nuevo tras arrestarla dos veces en menos de veinticuatro horas.
Así que cuando la volvió a ver, con los brazos llenos de un producto que no pudo identificar de inmediato, volvió a repasar lo que conocía de ella. No tenía un revólver, al menos no uno que él pudiera ver. Entonces ¿con qué asaltaría la tienda? Pedro conocía al dueño del negocio y él no permitiría que lastimara a ninguno de los empleados de Louey.
Louey era un buen tipo con cinco hijos y diez nietos.
Dependía de cada centavo que ganaba en la tienda.
Estaba ahí parado, decidiendo qué hacer, cuando el empleado del turno noche se rio de algo que le dijo Paula, y comenzó a llenar una gran bolsa marrón con lo que fuera que había descargado en el mostrador.
¿Se estaría robando provisiones para realizar algún atraco?
Vio que le entregaba al cajero una tarjeta de crédito y algo se aflojó levemente en el pecho. Un criminal de verdad no compraría provisiones con una tarjeta de crédito. Rastrearla resultaba demasiado fácil. Y sí, se trataba de una idea ridícula más. Un verdadero criminal ni siquiera tendría tarjetas de crédito. ¿O sí?
Entonces ¿qué estaba comprando? ¿Qué diablos podía ser tan importante para hacerla salir de la casa a medianoche cuando debía estar exhausta luego de semejante día?
Cuando Paula salió de la tienda, él seguía allí parado, con las manos en las caderas, mirándola furioso.
— ¿Se puede saber qué era tan importante, Paula, que te hiciera levantarte a esta hora? — preguntó.
Le agradó ver que ella se sorprendía. Levantó la cabeza para mirarlo, preocupada y tratando de esconder la bolsa bajo el brazo.
— ¡Pedro! ¿Por qué diablos saliste de la cama a estas horas de la noche? — preguntó.
Pedro no le iba a permitir que le ocultara nada.
— ¿Recuerdas cuando te dije hace unas horas que debías ser completamente franca conmigo? — preguntó, acercándose a ella, invadiendo su espacio personal antes de arrancarle la bolsa de las manos— . ¿Qué diablos podías necesitar con tanta urgencia que tuviste que escabullirte a…? — Miró la bolsa y se quedó mudo. Parpadeó una vez. Luego de nuevo. Entornó los ojos para asegurarse de que veía bien.
¡Imposible!
— ¡Paula! ¿Se puede saber por qué te escapaste en el medio de la noche para comprar helado? — le preguntó furioso.
Paula cambió de posición, muerta de vergüenza de que le hubiera descubierto su punto débil.
— ¡Devuélvemelo! — le exigió, extendiendo las manos y tratando de que se lo diera sin llegar a tocarlo. Si antes había pensado que era buenmozo con el traje, y luego durante la cena al mostrar un poco de esa piel bronceada y deliciosa, ahora vestido de jeans que se ajustaban a sus nalgas musculosas y una camiseta estirada sobre aquella musculatura abultada de los brazos y el pecho estaba indignada. ¡No era justo! ¡Debió haber sido feo, gordo, bajo, maleducado o… ¡lo que fuera! El hombre era sencillamente… ¡maldita sea! ¡Era tan sensual!
El alivio se apoderó de Pedro y soltó una carcajada.
— ¿No podías dormir, así que tuviste que salir a escondidas para… — contó rápidamente— comprar seis gustos de helado? — preguntó.
— ¡Devuélveme mi bolsa! — masculló, estirando las manos para intentar recuperar su bolsa de helado. Pero él era demasiado alto y la sostuvo por encima de la cabeza, fuera de su alcance.
— Pedro, te estás comportando como un idiota. ¡Dame la bolsa de una buena vez!
Pedro le envolvió la cintura con el brazo, riéndose de su expresión furibunda.
— ¿No recuerdas que te dije que todo lo que necesitas está en mi casa? — preguntó.
Ella suspiró y lo miró con furia, apretando las palmas contra su pecho, tratando de separarse de su cuerpo, pero él no cedía un centímetro, y ella comenzó a reaccionar a su cercanía. ¡Necesitaba el helado!
— Pedro, si no me devuelves mi bolsa, ¡no respondo por mis acciones! — Deseó que se le ocurriera una advertencia un poco más intimidante, alguna amenaza ominosa que lo hiciera reconsiderar quedarse con su helado. Pero no podía pensar con el brazo de él alrededor de su cintura. ¡Y olía tan bien! Ahora que estaba tan cerca de él, podía oler aquel aroma especiado y masculino que se le metió por las fosas nasales y le provocó un deseo irresistible de hundir la nariz en su pecho o contra su cuello, y tan solo ¡inhalar!
— Ven conmigo — le dijo y le tomó la mano, arrastrándola de vuelta a su edificio.
— ¡Me estás maltratando! — dijo, pero lo siguió porque no tenía otra opción. En primer lugar, no iba a poder dormir hasta que se hubiera comido su helado, algo que él no parecía querer devolverle. Y en segundo lugar, cuando Pedro quería que se moviera, no aceptaba un "no" por respuesta.
En el pequeño ascensor, apretó los hombros contra el panel de la pared, y cruzó los brazos delante del pecho.
— Eres un déspota maleducado, ¿lo sabías?
Ni las palabras parecían afectar al grandulón, pensó resentida. Sólo se rio de su enojo. Cuando la puerta de entrada se abrió, le volvió a agarrar la mano y tiró de ella hasta que llegaron a la cocina de acero y ladrillo. Cuando se hallaban parados delante del enorme freezer, la miró un instante antes de abrir la puerta con una sonrisa.
Paula se quedó mirando fijo, sin dar crédito a sus ojos.
Allí delante de ella estaban acomodados, hilera tras hilera, prácticamente todos los gustos imaginables de helado. Había tal vez veinte gustos diferentes. La boca se le comenzó a hacer agua.
— Esto es una broma, ¿verdad? — exclamó boquiabierta, encantada y sorprendida.
— Supongo que debí decirte que amo el helado — dijo. Se volvió para mirarla, y un instante después, la tomó de la cintura para levantarla. La alzó con facilidad y la sentó sobre la mesada que estaba detrás de ella. — Mi gusto favorito es el praliné de avellanas, pero puedes probar el que quieras.
Paula sintió que estaba en la gloria. Cuando Pedro le puso una cuchara delante de la cara, la tomó, y luego se volvió, haciendo equilibrio sobre la mesada para tomar el helado
de brownie de chocolate. Sin decir una palabra, hundió la cuchara en el helado, apoyándose en la mesada mientras se llevaba a la boca cucharadas del postre suave y cremoso.
— Creo que me tendré que casar contigo — susurró, pero luego cuando advirtió lo que acababa de decir, levantó la mirada, asustada y preocupada por su reacción.
Pedro también estaba metiendo la mano en el freezer para sacar el helado de vainilla y cerezas, al tiempo que sostenía con la otra mano una cuchara.
— Acepto. ¿Cuándo es la boda?
Paula se quedó helada y lo miró, advirtiendo de pronto lo que acababa de decir.
Cuando él le guiñó el ojo al tiempo que metía la cuchara dentro de su pote de helado, suspiró aliviada. Por suerte, se había tomado el comentario como una broma. Esa había sido su intención original Al menos, en cierto sentido…
¿Qué? No podía creer lo que estaba pensando. ¡Por supuesto que había estado bromeando! Se movió ligeramente sobre la mesada, acomodando los pies para sentarse encima de ellos. Tomó otra cucharada del helado de chocolate.
— ¿Te costó dormirte? — preguntó.
Él tomó una enorme cucharada de vainilla y cereza, y volvió a ponerle la tapa al pote.
Luego de considerar sus opciones, sacó el de granizado de chocolate.
— Estaba profundamente dormido, pero oí cuando salías en puntas de pie y el ruido me despertó.
Ella lo miró avergonzada; se sentía mal por interrumpirle el sueño.
— Lo siento — dijo, y comió otra cucharada— . Cuando no me puedo dormir, el helado siempre me induce al sueño. Debe ser el azúcar y la leche, o algún otro ingrediente.
Hablaron un poco sobre el caso, conversaron sobre sus gustos favoritos de helado, y sobre las diferentes actividades que realizaban para relajarse cuando se estresaban con el trabajo o la vida. Para cuando comenzó a bostezar, ya era la una de la mañana.
— Creo que ahora sí tengo sueño — dijo con una sonrisa somnolienta, y se bajó de la mesada de un salto. Volvió a meter los potes de helado ya mayormente derretido en el freezer. De pronto se sintió expuesta al observar que él la veía descalza, con aspecto desuñado luego de un día largo y agotador.
Se apoyó hacia atrás sobre la mesada, y le sonrió:
— Este… — De pronto, la inseguridad se volvió a apoderar de ella— . Buenas noches — dijo con suavidad— . Por segunda vez.
Él soltó una risita, pero se acercó a ella, atraído fatalmente por su dulzura.
— Buenas noches, Paula — respondió. Quería tocarla, besarla, pero era demasiado tarde. Hacía veinticuatro horas que estaba despierta, y se negaba a aprovecharse de ella.
Paula se movió nerviosa, sintiendo que una fuerza extraña se apoderaba de ella. Tal vez fuera sólo cansancio, pero no le importó. Al menos no en ese momento.
jCaminó hacia él y se irguió sobre los pies desnudos. Su intención fue darle un beso suave y tierno en la mejilla, y luego desaparecer rápidamente.
Al menos, ése era el plan.
Se puso en puntas de pie, pero perdió el equilibrio y tuvo que apoyar la mano en el medio del pecho de él. Se miró la mano, y sintió los latidos del corazón bajo sus dedos.
Entonces, fijó la mirada, sin moverse ni respirar. Pasaron varios segundos en que continuaron así, quietos.
Ella sintió que los ojos se dirigían hacia arriba en cámara lenta. Lo había visto tantas veces en las películas. Pero ahora era surreal. Cuando lo miró a los ojos, fue plenamente
consciente de la hombría de Pedro.
Movió la mano aún más arriba, envolviendo los dedos alrededor del cuello, y levantó la cabeza para besarlo.
Contuvo la respiración, con una necesidad imperiosa de sentir sus labios contra los suyos, de saber lo que era ser besada por este hombre. Él vaciló apenas una fracción de segundo antes de descender la cabeza.
No pudo haberlo besado sin la ayuda de él, y casi lloró de alivio cuando sus labios por fin se apoyaron finalmente sobre los suyos.
Jadeó al sentir el calor que estallaba apenas se rozaron.
Paula se echó hacia atrás, sorprendida y lo miró a los ojos.
Él la miró a su vez. Pero su expresión se endureció y al instante el calor estalló en una llamarada ardiente, y sus manos, que habían estado aferradas a la mesada de piedra detrás de él, se soltaron rápidamente para rodear el cuerpo de ella, y apretarla con fuerza contra su cuerpo duro. Una mano se hundió en su cabello, sosteniéndole la cabeza mientras sus labios devoraban los suyos. El otro brazo se envolvió alrededor de su cintura, levantándola para acomodarla contra su cuerpo sólido y hacerla gemir de deseo.
Después de ese primer contacto, Pedro dejó la suavidad a un lado. Pero tampoco Paula deseaba que fuera suave. Habría llorado ante cualquier signo de ternura por parte de
este hombre. En aquel momento, necesitaba desesperadamente que la devoraran. Quería todo lo que este hombre inteligente, generoso, amable y recio pudiera darle, y él se lo estaba dando sin mayor vacilación. Con la cabeza inclinada, la besó una y otra vez, embistiéndola con la lengua y exigiendo que la de ella se apareara con la suya.
Y cuando ella obedeció, todo su cuerpo se fundió en el suyo al sentir que la estrechaba aún más fuerte.
No sintió que la levantara o que la diera vuelta. Sólo supo que el calor que emanaba de él se extendió a todas las partes de su cuerpo. Su mente había perdido la capacidad de controlar la situación. Sólo la dominaba el deseo. Las manos le aferraban el cabello, estrechándolo cerca para que no se escapara. Cuando finalmente arrancó la boca de la suya, ella gimió de deseo, pero la mano con que él le aferraba el cabello le apartó la cabeza, y ella suspiró extasiada cuando su boca le mordisqueó el cuello y el lóbulo de la oreja, haciendo que temblara con un deseo cada vez más fuerte. De pronto, su boca volvió a arremeter contra la suya. Esta vez pedía más, besándola como si sintiera todo lo que ella estaba sintiendo. Se excitó al sentir la fuerza de su deseo, incluso la asustó un poco.
Y luego todo acabó. Jadeando, Pedro se echó hacia atrás, y se miraron a los ojos. Poco a poco, Paula advirtió lo que había sucedido y la mente le volvió a funcionar. Miró a su
alrededor, tratando de recuperar la calma. Ya no se hallaba parada en el suelo, sino sobre la mesada, con las caderas de él entre sus piernas, presionando su centro.
Él dio un paso hacia atrás justo cuando ella tomaba conciencia de su posición.
— Lo siento, Paula. No volverá a suceder — dijo con suavidad. Con dedos fuertes y diestros, la bajó de la mesada. Pero luego se apartó caminando con dificultad, y subió las escaleras de a dos o de a tres, intentando poner la mayor distancia posible entre los dos.
Paula se quedó parada unos minutos más, preguntándose cómo un simple beso había desencadenado semejante locura. Jamás había sentido algo así. Y experimentarlo ahora, con un hombre que ni siquiera le gustaba…, y que…
— Oh, no — suspiró, y todos los hechos horripilantes del día le volvieron a la mente — . No — se dijo con firmeza.
Sacudiendo la cabeza, hizo un esfuerzo por recuperar la cordura. Cansada pero decidida, subió las escaleras una por una y se dirigió a la habitación que le había asignado. Se deslizó entre las sábanas, y lo último que pensó fue si sería capaz de dormirse tras aquel beso.
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