lunes, 1 de mayo de 2017

CAPITULO 6 (PRIMERA HISTORIA)




La posibilidad de que las lombrices de tierra tuvieran la capacidad de sentir dolor y sufrimiento le causó gracia. Echó la cabeza hacia atrás y soltó una carcajada. Sabía que la estaba haciendo sentir incómoda e intentó ocultar su risa, pero cada vez que la miraba del otro lado de la mesa, se volvía a tentar. No lo podía evitar. Era tan simpática y sincera sobre su necesidad de salvar a las mismas lombrices que él y sus hermanos habían traspasado con un anzuelo cada vez que iban a pescar…


Por suerte, los platos llegaron en ese instante, y ella pudo ocultar sus mejillas sonrojadas detrás de la hamburguesa que de hecho sabía fantástica, a pesar de su preocupación por los problemas legales que la acechaban. Él la dejó comer la mitad de la hamburguesa y las papas fritas antes de recomenzar el interrogatorio. Esta vez, a ella no le quedó muy clara la relevancia de algunas de las preguntas, pero las respondió lo más sinceramente posible, aunque se tratara de aspectos como su color favorito, si sus padres seguían vivos y por qué había elegido dedicarse a la docencia en lugar de elegir una profesión que fuera más lucrativa.


— No todos nacimos para ser abogados importantes y multimillonarios, ¿no crees? — observó con una sonrisa, acostumbrada a que la gente le preguntara por qué había
elegido ser maestra— . No es demasiado complicado — explicó, limpiándose los dedos con la servilleta— . Amo a los niños. Me encanta verlos aprender. Cuando entran en mi
clase al comienzo del año escolar, la mayoría no sabe leer y apenas pueden identificar las letras del alfabeto. Para cuando termina el año, se entusiasman leyéndome libros,
algunos han comenzado a desarrollar habilidades matemáticas, y sienten más confianza en sí mismos y más ganas de agradar a los docentes. Es un proceso fascinante — le dijo, y luego tomó el último aro de cebolla, de lo que tampoco se arrepintió.


Él la miró inexpresivo, y ella se preguntó en qué estaría pensando. La mayoría de las personas la creían loca de elegir encerrarse en una clase con veinticinco a treinta chicos. Imaginaban un infierno de caos y gritos, pero la realidad estaba lejos de ser así.


Ella se divertía con sus alumnos.


Volvieron en el auto a la oficina, y Paula, cansada, lo siguió una vez más al ascensor, agradecida de que todos los reporteros hubieran evacuado la zona, pero aún nerviosa por las preguntas que quedaban por responder. Jamás había hablado tanto sobre sí misma como ese día, y la ponía muy incómoda.


Una vez dentro del edificio, se paró del otro lado del ascensor, sintiéndose rara cuando estaba demasiado cerca de él. Sabía que Pedro no se sentía atraído por ella, y aquello le generaba una irritación insoportable. Este hombre tenía algo que la afectaba en lo más profundo, que la hacía sentir… sí, era un cliché, pero le movía el piso. El hecho de que le hubiera comprado una hamburguesa con papas fritas no resultaba muy disuasivo. La mayoría de los tipos se horrorizaban con la capacidad que tenía para devorar grandes cantidades de comida, pero él sólo la miró con admiración.


Tenía que repetirse una y otra vez que él no creía en su inocencia. Estaba involucrándose con el caso porque era su trabajo y le iban a pagar una suma extraordinaria por sacarla de la cárcel y evitar que la volvieran a meter adentro. No le importaba su inocencia o su culpabilidad. Sólo le importaba el dinero y cuántas horas podía facturarle a su magra y sufrida cuenta bancaria.


Cuando salió del ascensor, se apartó para que él no pudiera ponerle la mano en la espalda. Aunque su cuerpo le dijera que era el tipo más sexy que conocía, su mente rechazaba la idea de que la tocara un hombre que no creyera que fuera buena y honesta, y lo más importante, que no fuera una asesina.


Pedro levantó la ceja cuando ella se movió para evitar que la tocara. Como quieras, pensó irritado. Ni siquiera era su tipo de mujer. Prefería a las rubias, se dijo a sí mismo.


¡Las rubias altas, con piernas kilométricas!


¿Y qué si no podía evitar mirarle ese trasero sexy y adorable? Y de hecho no le estaba mirando las piernas largas, para saber cómo sería la sensación de deslizar la mano sobre su muslo y ver si tenía cosquillas en la parte de atrás de la rodilla.


Pedro se acomodó un poco la hebilla del cinturón mientras la conducía a la sala de conferencias en donde ya estaban todos reunidos. Ella se dirigió a una silla que estaba contra la pared de la sala, pero él le tomó el brazo y la obligó a sentarse al lado de él.


Por qué diablos le importaba dónde se sentaba ella era un misterio en el que prefería no indagar. Sólo quería que la maldita mujer se sentara donde pudiera verla. Podía ser falta
de confianza o tal vez incluso instinto de supervivencia. Esta vez confiaría en la intuición. Al diablo con la lógica.


— Muy bien, señores, tomen asiento — dijo en voz alta al grupo reunido. No quería condicionar el pensamiento de nadie, pero necesitaba que todas esas ideas estuvieran organizadas y encauzadas en la misma dirección— . Tenemos a alguien nuevo en el grupo. Si no la conocen, por favor preséntense a Karen Ward. Si no han oído hablar del caso que acaba de ganar en California, entonces se pueden dar por despedidos porque tendrían que estar actualizados de todos los casos judiciales, sin importar en donde se juzguen — dijo, y el resto del grupo se rio— . No se dejen engañar por su edad. Tiene un temple a toda prueba, y es admirable su aporte de pasión y dedicación al grupo. Su habilidad para ganar casos en varios juicios de alto perfil será muy valiosa para nuestro equipo. No duden en incluirla en la investigación de este caso— . Obviamente, todo el mundo estaba al tanto del asunto, así que siguió adelante. — ¿Qué han conseguido?


Pedro se quedó parado en la cabecera de la mesa, mientras el resto del equipo legal y de investigación le informaba acerca de lo que se había avanzado aquella mañana.


Marcos, el investigador principal, se puso de pie y leyó sus notas.


— En primer lugar, tenemos la supuesta sangre de la víctima sobre el trofeo de béisbol, con las huellas de la señorita Chaves impresas por todos lados. La policía lo ha incautado, pero estoy tratando de averiguar el lugar de las huellas digitales para determinar por dónde se tomó el trofeo.


Paula miró rápidamente a Pedro para ver su expresión. Lucía tan duro y severo como siempre, pero no parecía haberse alterado mayormente por el hecho de que sus huellas digitales hubieran aparecido sobre aquello que todo el mundo creía el arma del crimen.


Entonces decidió intervenir, para ofrecer su ayuda en la medida de lo posible.


— Conozco ese trofeo. Federico me lo mostró cuando comenzamos a salir — interrumpió, nerviosa porque todo el mundo la estaba mirando— . Era su orgullo — explicó.


— Eso explica por qué tus huellas digitales quedaron en el trofeo. Marcos obtendrá más información acerca del lugar de las huellas.


Ella se mordió el labio. No entendía bien a qué venía todo eso, pero tenía miedo de volver a hablar. No le gustaba ser el centro de atención, y estaba rodeada de un grupo de hombres y mujeres que la intimidaban.


Pedro advirtió la expresión nerviosa en sus ojos, y no lo dejó pasar. Por lo general, no se detenía para dar explicaciones cuando había tanta gente alrededor, pero en este caso parecía estar haciendo todo al revés. Incluyendo el hecho de que la deseaba tanto que se sentía tentado a echar a todo el mundo de la sala de conferencias para finalmente poder besarla y saborear aquellos labios que ella se mordía a cada rato. Él mismo quería mordisquearlos, ver lo suaves que eran y…


Concéntrate, se dijo a sí mismo.


— El lugar de las huellas dactilares muestra cómo tomaste el trofeo. Tomarlo desde arriba para que la parte inferior más pesada le pudiera dar a la víctima en la cabeza es diferente de encontrar las huellas en la base del trofeo. En este caso se advertiría que sólo lo estaban sosteniendo para admirarlo más que para usarlo de arma mortal.


Paula sonrió, agradecida por la explicación, pero al instante intentó recordar el momento en que había tomado el trofeo entre las manos. Trató de imaginarse con él, y estaba casi segura de que lo había agarrado de arriba y de abajo, sabiendo lo orgulloso que estaba Federico de la copa y no queriendo romperla o dejarla caer por accidente.


Pedro ya había avanzado al siguiente problema que tenía la defensa de su caso. Se volvió hacia Marcos, haciéndole un gesto con la cabeza para que continuara con sus
investigaciones.


— La cuestión más obvia es la desaparición de la supuesta víctima hace más de una semana. No ha llamado para avisar que estaba enfermo y ninguno de sus compañeros de trabajo ha sabido de él. Directamente, no fue a trabajar. Según los vecinos con los que hablé esta mañana, no se ha visto ningún movimiento en su casa, pero eso no significa gran cosa dado que no parece que nadie lo conociera demasiado. Los vecinos tampoco parecen ser demasiado sociales.


Paula le dio la razón. Justamente había sido motivo de una de las tantas peleas que habían tenido durante su relación. Ella odiaba el barrio de Federico, y él, a su vez, intentó por todos los medios impedir que ella comprara su casa. 


Pero ella se había enamorado de su casita y de los vecinos incluso antes de mudarse. Por eso no le hizo caso a su sugerencia de ahorrar dinero para comprarse algo más grande.


Tampoco en aquella oportunidad lo vio reaccionar a Pedro ante la noticia de que Federico había desaparecido, que no se sabía dónde estaba y que nadie lo había visto. Ni siquiera la miró para ver cómo reaccionaba.


¡Ayyy! Estaba comenzando a odiar a aquel hombre. Pero ¿cómo pretender que un tipo que pensaba que ella había matado a su exnovio le cayera bien?


— ¿Qué más? — insistió, apuntando algo en su cuaderno de notas.


Marcos señaló a otro investigador.


— Una colega del colegio donde trabaja la señorita Chaves prestó declaración a la policía y dijo que la señorita Chaves y la supuesta víctima discutieron en varias oportunidades. Nadie oyó de qué hablaban, pero explicaron que se notaba que eran discusiones acaloradas.


Finalmente Pedro se volvió a Paula. Levantó una ceja con arrogancia como señalando que por fin le había llegado el turno de explicar las circunstancias. Ella se enderezó en su asiento, nerviosa ahora que todas estas personas educadas y seguras de sí aguardaban su explicación.


— Sólo se me ocurre pensar que se refiere a las discusiones que tuvimos cuando le exigí a Federico que dejara de acosarme. Le insistí una y otra vez que me dejara tranquila después de romper con él, pero se le había metido en la cabeza que tenía que convencerme de que le diera otra oportunidad.


— ¿Por qué rompieron? — exigió saber Pedro, apoyándose en la mesa de la sala de conferencia, con los enormes brazos cruzados delante del pecho. La fina tela de su camisa se tensó sobre sus bíceps abultados.


Paula se encogió de hombros.


— Supongo que ambos, o tal vez fuera yo, sentimos que la relación no iba a prosperar.


De nuevo, sin decir una palabra, inclinó la cabeza, esperando que continuara.


Paula suspiró y se dio una palmada en los muslos.


— Federico se volvió demasiado exigente. Quería… avanzar en la relación, y yo no sentía que estábamos preparados para hacerlo.


Paula sintió y vio que el cuerpo de Pedro se ponía rígido.


— ¿Quieres decir que tú…?


— ¡No sigas! — soltó bruscamente. Lo miró furiosa. — Mi relación personal con Federico no es asunto de ninguno de los que está aquí.


Pedro sacudió la cabeza y se acercó a ella. Sin darle explicaciones, la tomó del brazo y la sacó de la sala de conferencias, tras lo cual la llevó a una sala vacía más pequeña justo del otro lado del pasillo.


Apenas se cerró la puerta, se dio vuelta para enfrentarla, con una mirada severa.


— A ver si nos entendemos, Paula. A partir de este momento, toda tu vida personal se vuelve asunto nuestro. Cada detalle de tu vida será expuesto ante los tribunales. Si esto va a juicio, puedes estar segura de que el fiscal te lo preguntará. Intentará hacerte sentir terriblemente incómoda y, si eso significa ensuciar tu vida sexual, pues lo hará.


Esperó un instante para que pudiera digerir lo que le acababa de decir. En seguida, continuó:
— Entonces, ¿qué fue lo que te pedía Federico que no quisiste hacer?


— ¡Nada! — soltó un grito ahogado, y se llevó la mano al cuello, intimidada.


Pedro se pasó la mano por el cabello.


— ¿Qué? ¿Quería que te disfrazaras de mucama francesa y limpiaras la casa en ropa interior?


— ¡No!


— ¿Que te pusieras cadenas y ropa de cuero?


— ¡No!


— ¿Que usaras látigos? ¿Ataduras con sogas?


— ¡Por supuesto que no!


— Entonces, ¿qué diablos era?


— ¡Nada! — dijo bruscamente, asqueada por la idea de siquiera pensar en hacer alguna de esas prácticas con Federico.


Pedro puso los ojos en blanco. Tenía los puños cerrados sobre las caderas y su mirada echaba chispas.


— Paula, ¿qué no querías hacer con Federico? Tengo la impresión de que estamos ante la punta de la madeja.


— ¡Nada! — le gritó a su vez, apartándose el cabello de los ojos— . ¡Nada!, ¿entiendes? ¡Absolutamente nada! No me quería acostar con él, no quería tener sexo con él, no quería más que besarme con él, y al final hasta eso me daba asco. ¿Entendiste? ¡Así que nada! El problema es que yo no quería hacer nada con ese imbécil. ¿Te queda claro?


Pedro bajó la mirada hacia ella, tratando de entenderla.


— ¿Qué no querías hacer qué? — volvió a preguntar. Tenía una leve sospecha, pero era tan imposible que no lo podía concebir.


Paula cruzó los brazos delante del pecho, tratando de controlar la furia y la vergüenza que sentía frente a este hombre alto, apuesto y evidentemente muy sexualmente activo, que continuaba mirándola como si fuera un bicho raro.


— ¡No quería tener sexo! — le volvió a decir— . ¿Cómo quieres que te lo explique? ¡No tuve sexo con él! Ya lo sé, soy una ridícula. Pero no es porque sea una maniática. Es
solo que… — se encogió de hombros, sin saber cómo explicar que jamás había tenido ganas tener sexo, ni siquiera con un hombre con el que había aceptado casarse.


— ¿Jamás? ¿O sólo con tu ex? — aclaró. Se dijo que probablemente no fuera importante para el caso. Pero algo dentro de él le decía que era extremadamente trascendental para él.


Paula no lo podía mirar a los ojos. Se volvió ligeramente hacia el costado y fijó la mirada en la pared completamente vacía.


— Jamás.


Hubo un largo y doloroso silencio mientras Paula esperaba que este hombre espantoso comenzara a reírse de ella. 


Sintió que se le tensionaba todo el cuerpo ante la expectativa de que se burlara de ella, justamente la reacción que había tenido Federico cuando le contó. Y una vez que dejó de reírse, quiso saber si tenía alguna deformación física o estaba avergonzada de su cuerpo.


Odiaba esto. Deseó haber tenido sexo con alguno de sus novios en la universidad. Las oportunidades no habían faltado. Y no era que estuviera en contra del sexo. Era sólo que quería que tuviera un sentido. Quería ser arrastrada por un torbellino de pasión y sentir la desesperación por que un hombre la tocara. No quería que fuera un ejercicio forzado e incómodo. Y desde luego no quería tener sexo con un hombre simplemente para probarle que se sentía atraída hacia él, motivo justamente por el cual había terminado rompiendo con Federico. Él le dijo que tenía que acostarse con él para probar que lo amaba o de otro modo la dejaría. Entonces, dejó que se fuera.


Pero Pedro no dijo una palabra. Se quedaron de pie uno frente al otro. Paula, con la mirada fija en el pecho de él, mientras esperaba tensa que la ridiculizara y se riera de ella.


— Muy bien. Volvamos a la reunión — dijo él y pasó por la puerta, manteniéndola abierta para ella.


Paula no lo podía creer. ¿Acaso no se iba a reír? ¿No le iba a hacer más preguntas? ¿Exigir que le diera detalles? ¿Decirle que era un bicho raro?


Decidió no insistir. Salió por la puerta y regresaron a la sala de conferencias donde las conversaciones se detuvieron de forma automática. Todos se volvieron para mirar a Pedro, esperando su siguiente línea de interrogación.


Paula sintió deseos de besarlo cuando simplemente pasó al siguiente asunto. No comentó nada sobre lo que ella acababa de decir ni ofreció ningún tipo de explicación.


— Está bien, Marcos, tú estás a cargo del trofeo de béisbol. Yo entrevistaré a las compañeras de trabajo de Paula para ver qué nos pueden decir. Ana — se dirigió a otra joven investigadora— , ve a la escuela donde trabajaba Federico y averigua detalles de su vida laboral. — Miró alrededor de la sala— . ¿Qué más tenemos? — preguntó.


La gente comenzó a sugerir diferentes ideas, y Pedro asentía con la cabeza aprobándolas o les corregía ligeramente el foco. Paula escuchó, todavía más asombrada con su manejo de la reunión que lo que había estado aquella mañana cuando evitó que fuera a la cárcel sin fianza. Era una topadora; estaba realmente impresionada. Dominaba la sala con equidad pero con absoluta autoridad. Advirtió que todos los que estaban involucrados en el caso estaban impresionados por su modo de trabajar. Se entusiasmaban con cambiar de rumbo cuando sugería un cambio de dirección y se enorgullecían cuando aprobaba el modo en que estaban llevando a cabo su tarea.




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