jueves, 25 de mayo de 2017

CAPITULO 23 (CUARTA HISTORIA)





Paula se sentó en la cama, y miró a su alrededor. Soltó un quejido de dolor: la cabeza la estaba a punto de explotar y el dolor le martillaba las sienes.


—No eres gay —susurró.


Pedro también se incorporó; observó preocupado los efectos de la resaca en Paula.


—No. Creo que eso quedó lo suficientemente claro.


Ella se apretó la cabeza con ambas manos y trató de cubrirse el cuerpo con la sábana.


—Pero Suzy dijo que no te interesaba ninguna mujer.


Él salió de la cama y entró al baño. Un instante después, le trajo un vaso de agua y una aspirina.


—No estaba interesado en ese tipo de mujeres.


Ella tomó la aspirina y bebió todo el vaso de agua.


— ¿Por qué no te interesaban? ¿Y por qué pensó que eras gay?


Paula se recostó hacia atrás, sin darse cuenta de que se estaba reclinando sobre el pecho de él y no sobre las almohadas. Lo único que sabía con certeza era que se sentía increíblemente cómoda y segura.


—No sé qué pensarán las otras mujeres a las que se refiere Suzy, pero con ella jamás me acostaría. Y eso no le gustó nada.


Recordó algo, y una alarma se prendió en algún lugar de su mente.


— ¿Y esa espantosa mujer que vino ayer a la oficina?


El le frotó los hombros con suavidad, tratando de calmar el malestar de la resaca, pero por su propia experiencia personal sospechó que sólo se sobrepondría con el tiempo.


— ¿Ahora de qué mujer espantosa estamos hablando?


—Esa bruja de cabello negro que vino ayer por la mañana a hablar contigo.


Sus dedos se detuvieron sobre sus hombros. Repasó mentalmente todas las personas con las que se había reunido el día anterior.


—Por casualidad, no estarás refiriéndote a Marcy Duprey, ¿no? —preguntó.



—Creo que se llamaba así. —Se recostó hacia atrás, sintiéndose mejor ahora que la aspirina le comenzaba a hacer efecto.


Pedro suspiró.


—Marcy Duprey vino para firmar su tercer acuerdo prenupcial. Sus anteriores esposos ya se lo habían requerido.


Aquello era una verdadera novedad para ella.


— ¿Por qué?


—Porque es una mujer cruel y despiadada, que cambia de marido con la misma velocidad con que otras mujeres cambian de bombacha.


Paula se rio levemente, pero en seguida se detuvo cuando sintió el dolor que le martillaba la cabeza.


—Creo que anoche bebí demasiado —suspiró, frotándose las sienes ligeramente.


Algo más se le cruzó por la cabeza, y se detuvo en seco. Se apartó de él y lo miró a los ojos; necesitaba comprenderlo.


— ¿Qué dijo tu hermano ayer?


Pedro puso los ojos en blanco.


— ¿Cuál de ellos? ¿A qué hora? Dijeron un montón de cosas, seguramente muchas que no escuchaste.


Ella sacudió la cabeza, pero se detuvo porque le dolía demasiado.


—No, estoy segura de que lo escuché. Aunque en ese momento, no lo entendí.


Pedro se puso tenso, preocupado por lo que fuera que sus hermanos pudieran haber dicho para ofenderla.


— ¿Qué comentario, amor?


Ella se mordió el labio, tratando de pensar, a pesar del constante dolor.


—Ricardo dijo "¡Más quisiera...!" después que yo comenté que saliste con todas esas mujeres.


Pedro tironeó de ella hacia atrás para que se apoyara contra su pecho y retomó su masaje.


—Ricardo no tiene ni idea de lo que está hablando.


Ella escuchó las palabras, pero algo en el tono de voz le sonó falso.


— ¿Por qué no me lo quieres decir, Pedro? —preguntó. Ahora estaba más preocupada que anoche. —No termino de comprenderte, y me gustaría poder hacerlo. Pero me doy cuenta de que me estás tratando de ocultar algo.


Pedro recostó la cabeza sobre el respaldo de la cabeza.


— ¿Estás segura de que quieres hablar de esto?


Ella lo pensó un largo momento.


—Sí, creo que sí. ¿Me vas a contar algo horrible? ¿Cómo que eres un asesino en serie y soy tu próxima víctima? Si es así, tal vez sí debas guardártelo. Si voy a tener una muerte truculenta, prefiero no saberlo de antemano.


Pedro estalló de risa antes de que terminara el comentario.


—No, no soy un asesino serial. Pero tampoco soy un fiestero serial.


— ¿Y qué se supone que quiere decir eso?


Pedro deslizó las manos sobre sus omóplatos para aliviar la tensión.


— ¿Has pensado bien si quieres hablar de esto? Marcará un antes y un después, y tal vez no te guste lo que escuches.


En ese instante, volvió a sentir toda la tensión anterior. Se alejó de él y se puso de pie, tomando su camisa de la silla y prendiéndose los botones antes de darse vuelta para enfrentarlo.


—Ahora sí. Dímelo. ¿Qué está pasando? ¿Cuál es el gran secreto que guardas?


Pedro volvió a reclinarse sobre la cabecera, mirando el cielo raso.


—Estoy enamorado de ti. Mis hermanos lo saben hace años.


Ella se quedó de pie, con la vista fija en él, sin comprender.


—Pero todas esas mujeres...


—Eran sólo una cortina de humo.


Sintió un aleteo en el estómago.


— ¿Así que cuando la mujer te dijo que eras gay en la calle, fue porque...? —No supo cómo decirlo.


El se pasó la mano por el cabello, frustrado.


—Suzy no cuenta.


Se trataba de un comentario que la sorprendió.


— ¿Por qué no cuenta?


—Porque es demasiado delgada. Jamás me sentí ni remotamente atraído por ella.


— ¿Y Jessica?


Pedro volvió a encoger los hombros.


—Demasiado agresiva.


— ¿Marcy?


Esbozó una sonrisa amplia.


—Una verdadera mercenaria.


No pudo evitar reírse de esta respuesta.


—¿Y las demás mujeres?


La miró con desconfianza e hizo una pausa. Pero cuando advirtió la vulnerabilidad en su mirada, suspiró y le contó la verdad.


—Sólo te quería a ti.


Ella soltó un grito sofocado e intentó inhalar otra vez; sus palabras le apenaron el corazón. Pero esta vez en un sentido positivo.


— ¿Cómo puedo estar segura de ello? —susurró.


Él sacudió la cabeza.


—No te puedo probar nada. Mis hermanos lo saben: hace tiempo que no me acuesto con nadie. Suzy lo sabe, razón por la cual ella y todas sus amigas creen que soy gay. No me acosté con ninguna de ellas, por más que hayan hecho esfuerzos sobrehumanos para que lo hiciera.


— ¿No te sentiste tentado?


—Ni en lo más mínimo.


—Pero son todas espectaculares —señaló, como si estuviera loco.


—Sólo te quería a ti, Paula.


Ella caminó de un lado a otro al pie de la cama, ignorando el dolor de cabeza.


—Es algo muy extraño. Eres un tipo tan sexual...


—Lo soy cuando estoy contigo. Por las demás mujeres siento indiferencia total.


—¡Pero discutimos todo el día! —dijo, moviendo las manos en el aire, exasperada.


—Me gusta discutir contigo —sonrió—. Me gusta discutir, hablar, reírme y cocinar contigo, pero más que nada me gusta hacer el amor contigo. Me encantan tus gemidos cuando hago algo que te gusta.


Ella sonrojó y se miró las manos.


—Gimo todo el tiempo.


El se rio, asintiendo con la cabeza.


—Lo sé. Me gusta.


Se sentó a los pies de la cama. Pensaba rápidamente en todo lo que le acababa de decir.


— ¿Por qué? —preguntó, tratando de comprender lo que decía y de creerle, pero le resultaba muy difícil. Porque si cambiaba de opinión, le rompería el corazón. — Pedro, ¿me estás tratando de decir que no has tenido sexo con nadie desde que me conociste?


El sacudió la cabeza.


—No, no puedo afirmarlo. He estado con otras mujeres desde entonces. Al principio, eras demasiado joven. Y luego comenzaste a salir con ese imbécil, Tim o Tom, o algo así.


—Tim —confirmó ella—. Era un buen tipo.


—Era un idiota. Cuando te daba un apretón de manos al saludarte, lo hacía sin fuerza, y les tenía miedo a las arañas.


Ella se rio. Se acordaba de haberle contado a sus colegas que una noche, cuando vio una araña en su casa, él se trepó a una silla. Había tenido que matarla por él, y después se marchó casi de inmediato.


— ¿Escuchaste la conversación? —preguntó.


—Sí. Y salí y maté cinco arañas ese día, sólo para demostrarte mi valentía


Ella se rio a carcajadas, e incluso fue capaz de imaginarlo yendo al bosque para encontrar arañas.


—Nunca me contaste sobre aquella masacre.


Él se cruzó los brazos delante del pecho desnudo, negándole ver aquello que tanto le atraía.


Se mordió el labio, intentando decidir si le creía o no.


—Entonces por qué no me dijiste nada en todos estos años?


—Porque no parecía que estuvieras interesada en mí.


—Solíamos ser amigos.


—Yo quiero más que una amistad.


Finalmente habían llegado al punto tan temido, pensó Paula. El meollo de la cuestión. ¿Se animaría a formularle la pregunta?


— ¿Qué es lo que quieres?


—Tú —dijo sin dudar—. Te quiero en mi casa. En mi cama. Quiero que te cases conmigo y que me hagas el hombre más feliz del mundo. Quiero discutir contigo y hacerte el amor diez veces por día.


Ella abrió los ojos enormes.


— ¿Diez veces? —preguntó, estremeciéndose.


—Me tengo que poner al día después de tanto tiempo —le explicó. Esperó tenso que ella respondiera a las otras cosas que le había dicho, pero cuando se quedó mirándose las manos, no pudo esperar más. — ¿Hay alguna manera en que puedas aprender a amarme?


Ella se río y soltó un hipo al mismo tiempo.


Pedro..., he estado enamorada de ti desde que me compraste esos guantes de cuero forrados de cachemira.


La miró sin entender nada, y le dijo:
—A alguien se le cayeron ese día en el estacionamiento.


Ella trepó por la cama gateando, sabiendo que él le estaba mirando el escote de la camisa, contemplando sus pechos.


—Los compraste en el negocio a la vuelta de la esquina una hora antes de que me los dieras. La vendedora hizo que te entregaran la factura, porque te olvidaste de llevártela.


Él hizo una especie de mueca, pero como a esa altura ella ya estaba a su lado, la ayudó a levantarse y sentarse a horcajadas sobre él, exactamente donde la quería.


—Está bien... Mentí. ¿Y respecto de todo lo demás que te dije? —preguntó, apoyando las manos sobre los muslos de ella.


Ella ladeó la cabeza. Pensó en todo lo que le había dicho.


—Te creo. —Le dirigió una sonrisa amplia. —O, para ser más precisa, les creo a Ricardo y a Suzy.


Pedro se quedó helado un instante. Luego, con un gruñido, la arrojó sobre la espalda, y le hizo cosquillas en todos los lugares que había descubierto le producían cosquillas. No cedió hasta que ella le rogó que parara, en medio de carcajadas tan fuertes que apenas le salían las palabras.


—Te amo —le dijo con ternura. Le besó los labios sonrientes y la miró con todo el amor de sus ojos.


Ella extendió los dedos para tocar su cabello y su rostro
—Yo también te amo. Siento que hayamos tardado tanto en darnos cuenta —le susurró.


El sonrió con lascivia.


—No te preocupes. Voy a compensar todos los años que fuiste demasiado cabeza dura como para darte cuenta de lo que estaba pasando —dijo.


Y en ese preciso instante, puso manos a la obra.




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