jueves, 25 de mayo de 2017
CAPITULO 21 (CUARTA HISTORIA)
Entró en la oficina, sintiéndose más feliz de lo que jamás había estado. Hasta que se topó de cara con la realidad.
—Dijo que anoche tenía que trabajar... —le decía a Diane una mujer enfundada en un vestido negro.
Paula estaba a punto de pasar de largo cuando algo la hizo detenerse y escuchar lo que seguía.
—No sé si trabajó hasta tarde, señora, pero aún no llegó. ¿Le gustaría dejarle un mensaje? —preguntó Diane con su voz más amable, señal de que hacia rato que la mujer vestida de negro estaba allí, causando un revuelo.
— ¿Puedo ayudarla? —preguntó Paula, dando un paso adelante para liberar a Diane.
La mujer giró, y arrojó el negro y sedoso cabello hacia atrás para encontrarse con el rostro de la recién llegada. La mujer miró a Paula de arriba abajo, desestimándola como poco importante.
—Vengo a ver a Pedro Alfonso —explicó—. Soy Marcy Duprey.
Paula esperó, pensando que seguiría. Cuando no lo hizo, como si no hiciera falta, Paula puso su mejor sonrisa de gerente de oficina.
— ¿Tiene una cita con el señor Alfonso? —preguntó, y comenzó a sentir que se le formaba un nudo en la boca del estómago. Sabía exactamente dónde terminaría todo aquello. Lo había sabido desde el principio, pero deseó que hubiera demorado más.
—No necesito una cita —afirmó la mujer, y se pavoneó ligeramente con una expresión de superioridad en sus hermosos rasgos—. Además, sólo vine para que me dijera con sus propias palabras si los rumores son ciertos.
Paula tragó con dificultad, plenamente consciente de que la mujer podía no estar exagerando. Apenas hacía una hora que se había marchado de la casa de Pedro, pero ya se sentía fría y rechazada.
—El señor Alfonso no se encuentra en la oficina en este momento. Si quiere sentarse y esperarlo, puedo traerle una taza de café. ¿O tal vez prefiera una cita para más tarde? —le propuso, e intentó que la voz le saliera lo más natural y profesional posible, aunque sospechó que el tono le salió crispado y a la defensiva, tal como se sentía por dentro.
La mujer descartó esa opción con una mano en el aire.
—No hace falta. Sólo necesito un minuto de su tiempo.
— ¿Entonces esperará? —preguntó Paula.
Marcy se rio.
—Cielos, no. Hace demasiado tiempo que espero a ese hombre. Ya no espero más. Además, si lo que leí es cierto, ¡entonces tiene mucho que explicar! —Se arrojó el cabello sobre el hombro con un gesto altivo y salió caminando por la puerta. Con una mano en el picaporte de la puerta, se dio vuelta—. Díganle que me llame apenas ponga un pie aquí dentro —ordenó como si Paula y Diane fueran subordinadas de ella, contratadas para cumplir sus órdenes.
Diane soltó un soplido y se desplomó sobre el respaldo de la silla.
—Esa mujer no parecía muy contenta.
Paula conocía la sensación. Había estado en la cima del universo apenas cinco minutos atrás. La presencia de esa mujer horrenda había arruinado la hermosa sensación con la que se había marchado de la casa hacía un rato.
Entró en su oficina y tuvo que controlar el deseo de cerrar de un portazo. Caminó con cuidado y precisión a su escritorio y se zambulló en el trabajo. Aquel día se esforzó más que nunca; necesitaba apartar la imagen de esa mujer de la mente.
— ¿Te enteraste? —Diane entró en su oficina. La excitación se notaba en su mirada.
— ¿Si me enteré de qué? —preguntó Paula, y extrajo un informe de la impresora, escudriñando los pormenores para asegurar que todo estuviera perfecto.
—¡Mía Paulson quedó en libertad! La policía llegó a venir al estudio, para volver a arrestarla por cargos de malversación de fondos, pero una amiga de Ricardo reconoció a la supuesta víctima.
—¡Bromeas! —Paula se puso de pie de un salto y salió a toda prisa de la oficina. — ¿Dónde está?
—En la oficina de Simon —le gritó Diane.
Paula no esperó un segundo más. Corrió escaleras abajo hacia la oficina de Simon.
Estaba tan excitada por su amiga. Era una noticia asombrosa y se le ocurrió que ni siquiera la había llamado los últimos días. Justamente en un momento de tanta necesidad. Últimamente, Paula había estado demasiado inmersa en su propio mundo y se avergonzó de ello.
— ¿Dónde está Mia? —le preguntó a Jean, la asistente administrativa de Simon.
—En la oficina de Simon.
Paula se precipitó por la puerta, ansiosa por ver a su amiga.
También se trataba de una excusa conveniente para evitar a Pedro, que resultaba más natural por el hecho de que realmente quería estar con Mia.
—¡Acabo de enterarme! —gritó al tiempo que la agarraba y le daba un fuerte abrazo—. Estoy tan aliviada. ¡Te dije que Simon te podía sacar de este lío! —dijo, meciéndose con Mia entre los brazos.
Mia se rio y trató de asentir con la cabeza, pero Paula la estaba apretando demasiado.
—Tenías razón. Aclaró todo el misterio. ¡No puedo creer que haya terminado!
Paula se rio, encantada.
—¡Tenemos que salir a celebrar! —exclamó—. ¡Vamos a Durango!
—Sí—dijo Mia, asintiendo. Sabía que una margarita era exactamente lo que necesitaba—. ¡Estoy completamente de acuerdo!
Salieron caminando del brazo hacia los ascensores, muriéndose de risa. Una oleada de alivio se derramó sobre Mia.
—¡Ay, los hombres! —masculló una bonita rubia al tiempo que apretaba el botón de llamada del ascensor una y otra vez.
Mia le sonrió a la mujer con sincero agradecimiento.
—Tú eres la mujer que acaba de impedir que me metieran en la cárcel —le dijo—. ¿Te encuentras bien?
Carla Fairchild giró rápidamente y advirtió a las dos preciosas mujeres detrás de ella.
—Lo siento —dijo. Respiró hondo y cerró los ojos. —Nada que un buen martini no pueda remediar —replicó, tratando de calmarse—. ¡Es que los hombres son tan difíciles de entender! —dijo con brusquedad. Era evidente que sus intentos por calmarse respirando pausadamente no estaban funcionando.
Mia sabía exactamente cómo se sentía.
— ¿Por qué no vienes con nosotros? No sé cómo serán los martinis —advirtió—, pero las margaritas de Durango son perfectas para remediar cualquier mal.
—No sé si en este momento estoy en condiciones de establecer cualquier tipo de conexión con el resto del género humano —retrucó.
Mia se rio.
—Yo me siento exactamente igual. Me llamo Mia Paulson —dijo—, y estamos yendo a celebrar el hecho de no haber ido a parar a la cárcel por el resto de mi vida.
Carla sonrió a su vez, tomando la mano de Paula en la suya.
—Parece una excelente manera de comenzar el fin de semana. Creo que, después de todo, las acompañaré.
La tensión en los hombros de Paula comenzó a aflojarse apenas comenzó a caminar al bar con sus amigas. La ansiedad no desapareció por completo, pero al menos estaba fuera de la oficina y podía evitar a Pedro el resto del día. Si se enteraba de que se había ido, la seguiría y le preguntaría por el motivo. Y en ese momento no era capaz de conversar acerca de ello con él. Se sentía demasiado vulnerable y desesperada para ignorar el hecho de que debía terminar su affaire con Pedro. Había sido tan maravilloso, tan espectacular e increíblemente perfecto.
Pero no era el tipo de mujer que podía hacer de cuenta que las demás mujeres en su vida no existían. Ni podía continuar engañándose respecto de la posibilidad de tener un affaire con un hombre que sabía que con el tiempo terminaría cambiándola por otra.
Ahora que conocía al hombre real, también sabía que su amor por él era más fuerte que lo que le hubiese gustado admitir.
Estaba enamorada de él. Lisa y llanamente, lo amaba con cada partícula de su ser.
Desgraciadamente, tenía que proteger su autoestima y dejarlo antes de que la destruyera.
—¡Esperen! —exclamó Mia—. Aquella mujer sentada en esa mesa es Karen, ¿verdad?
Paula parpadeó. Había estado a punto de comenzar a ahogar sus penas en el trago.
Al volverse, observó que, efectivamente, se trataba de la nueva abogada, Karen Ward, la que había salvado a Mia de ser acusada de homicidio. Tampoco ella parecía estar pasando por su mejor día; una sombra de tristeza rodeaba sus ojos. Paula sospechó que detrás de la aguerrida abogada penalista había una mujer que sufría.
De pronto, se olvidó de sus propias penas, y se puso de pie para acercarse a ella.
—Hola, Karen —le dijo, cuando la tuvo delante de ella—. ¿Quieres venir a nuestra mesa a beber unas margaritas con nosotros?
El rostro de la joven cambió al instante. Una tímida sonrisa asomó a sus labios.
Corriendo su silla hacia atrás, se puso de pie y la siguió a la mesa, donde las demás ya habían dispuesto una cuarta silla para que se uniera a ellas.
Entre risas y bromas, las jóvenes comenzaron a beber margaritas, mientras comían una picada salada, lo cual no hizo sino hacerlas beber aún más. Era un círculo vicioso y tramposo, pensó Paula, al tiempo que la conversación giraba a su alrededor.
Pero era exactamente lo que necesitaba: mujeres que estuvieran en la misma situación que ella, como resultaba tan evidente por las historias que contaban. Paula escuchó y observó. Registró la misma mirada triste en los ojos de Karen que en los suyos propios. Mia, en cambio, estaba furiosa con Simon, y Paula sospechó que se trataba de un mecanismo para defenderse de lo que sentía por él. En el caso de Carla, la única mujer rubia en la mesa, estaba indignada con Ricardo por algo que había pasado entre los dos.
No cabía duda de que las cuatro mujeres que estaban allí eran víctimas del encanto de los hermanos Alfonso. ¿Habría alguna manera de evitar su poder? Era el colmo que cuatro mujeres fuertes e inteligentes pudieran enamorarse así de hombres que, evidentemente, no querían ningún tipo de compromiso con nadie.
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