jueves, 25 de mayo de 2017

CAPITULO 22 (CUARTA HISTORIA)








Pedro estaba sentado con sus hermanos en el bar, escuchando a las cuatro espectaculares mujeres insultando a sus hermanos, incluido a él mismo. La rubia era preciosa, pero estaba furiosa con su hermano mayor. Karen no paraba de lamentarse sobre el ridículo sector que dirigía Axel, y Mia no le daba tregua a la bebida, pero resultaba normal, ya que acababa de ser absuelta de un cargo de homicidio. Ese día, habían quedado pendientes los cargos por malversación de fondos, pero el caso se desestimó cuando Carla, la rubia preciosa, reconoció a la supuesta victima del homicidio. ¡Era difícil procesar a una persona por asesinato cuando el hombre se reunía con otros con el objetivo de cometer un fraude! Qué pedazo de idiota, pensó Pedro.


Y entonces sus ojos se posaron sobre Paula. Se había marchado temprano de la oficina. Al principio, se preocupó, pero luego se entero de que había salido a celebrar la libertad de su mejor amiga, y respiro aliviado. Paula merecía salir y divertirse. Últimamente, trabajaba demasiado, tratando de no dejar nada librado al azar para evitar a toda costa que se descubriera su relación.


— ¿Les parece que las avisemos? —preguntó Axel, reclinándose hacia atrás. No parecía tener ganas de ponerle fin a la conversación. ¿Quién querría hacerlo? ¡Era una fuente de información! Las cuatro mujeres estaban revelando todos los secretos oscuros que guardaban en lo más profundo de su corazón.


—Yo voto por que les enviemos otra jarra de margaritas —dijo Simon con una carcajada, al tiempo que Mia le contaba a las otras tres jóvenes lo insoportable, poco confiable y cínico que era aquél.


Pedro observó a Paula beber un largo trago de la margarita. Sentía el cuerpo en llamas al observar su cuello sensual. Adoraba ese pedacito de su anatomía.


—Mañana van a pagar las consecuencias de tanto trago —dijo Ricardo riéndose entre dientes.


Simon también se rio, y fingió estar ofendido.


—Será su castigo por todas las cosas perversas que están diciendo de nosotros.


Axel puso los ojos en blanco.


—Esa es tu opinión. —Le pegó un puñetazo a su hermano en el brazo—. Estas mujeres pueden llegar a ser unas harpías cuando están con resaca.


Pedro no aguantó seguir mirando a Paula. Tenía que tenerla en los brazos.


—Creo que llegó el momento de interrumpir la fiesta, ¿no les parece, caballeros? —preguntó, y posó su cerveza a medio terminar sobre la barra a sus espaldas.


No esperó que le dieran la razón. Tenía demasiadas ganas de sentir las suaves curvas de Paula amoldándose a su cuerpo.


—Cariño, es hora de partir —le susurró al oído.


Volvió la cabeza, sorprendida de tenerlo tan cerca.


—Yo no iré a ningún lado contigo —dijo. Levantó su copa y le dio un largo trago.


— ¿Por qué no? —preguntó, apartando su bebida a un lado apenas lo posó sobre la mesa.


—Porque Mia, Carla y Karen no andan saliendo con otras mujeres todo el tiempo. Son simpáticas, divertidas y nos entendemos.


Pedro miró a sus hermanos. Todos estaban tratando de encontrar la manera de sacar a las mujeres del bar. Simon encontró el mejor método. Sencillamente levantó a Mia en brazos y la sacó cargándola fuera del restaurante. Oyó que ella le decía a Simon algo así como que era una bestia repulsiva, pero después apoyó la cabeza sobre su hombro y soltó un suspiro que parecía de felicidad.


No pensó que podría hacer lo mismo con Paula.


— ¿Qué te parece si regresamos a casa y lo hablamos?


Ella resopló y sacudió la cabeza:
—No.


— ¿Por qué no? —preguntó, corriendo su silla hacia atrás, y pensando en la mejor manera de levantarla en brazos.


—Ni lo pienses —le espetó Paula—. ¿Por qué no vas a buscarte a una de esas mujeres con las que has estado divirtiéndote?


Ricardo resolló al escuchar el comentario:
—¡Más quisiera...!


Pedro le dirigió una mirada de furia a su hermano mayor. No quería que su celibato de los últimos... quién sabía cuánto tiempo ,fuera de conocimiento público.


Pero Paula no dejó pasar el comentario.


— ¿A qué se refiere con eso? —preguntó.


—A nada, mi amor. Vamos.


—No. Porque vas a tratar de quitarme la ropa apenas estemos afuera. 


Ignoró la risa de sus otros hermanos al escucharla.


—Justamente, es lo que haré —le confirmó, tomándole las manos y levantándola de la silla para estrecharla entre sus brazos—. ¿Alguna objeción?


Ella se echó atrás y se colgó la cartera sobre el hombro.


—Muchas.


Salió caminando del bar, sorprendida por la firmeza de su andar a pesar de todas las copas tomadas. Se sentía orgullosa por lo bien que soportaba el alcohol. Una adulta responsable, pensó con suficiencia.


Pedro sacó dos sillas del camino antes de que se las llevara por delante, y la hizo esquivar una de las mesas. Le pareció encantadora tratando de fingir que estaba sobria. Pero de ningún modo la dejaría ir manejando sola a casa.


Una vez afuera, Paula miró a derecha e izquierda, tratando de encontrar un taxi para poder llegar a su casa. Giró como un trompo y estuvo a punto de caerse sobre Pedro.


—¡Me olvidé de pagar la cuenta! —dijo horrorizada.


—Ricardo se ocupó de eso —le aseguró él, recorriéndole la espada con las manos.


De pronto, oyó un ruido a su izquierda y casi soltó un improperio cuando vio a Suzy Martin dirigiéndose a él mientras chillaba. Hacía tres meses que Suzy había intentado seducirlo por todos los medios para acostarse con él. Tenía el cabello largo y rubio, un cuerpo delgado y chato como una galleta, y ojos hermosos.


—¡Creí que eras gay!—gritó a todo pulmón.


Los ojos de Pedro se abrieron aún más, y tuvo que reprimir una carcajada.


—Ehhh, hola, Suzy. ¿Cómo has estado? —dijo, y extendió la mano incómodo.


Tampoco era inmune a la comicidad de su comentario.


—¡No te atrevas a preguntarme cómo he estado, canalla! ¡Se suponía que eras gay!


Pedro no puso los ojos en blanco, pero estuvo cerca de hacerlo.


— ¿Por qué se suponía que debía ser gay?


Ella hundió los brazos sobre las delgadas caderas; los pómulos parecían a punto de estallar por la falta de grasa.


—¡Porque no estabas interesado en salir conmigo! ¡Ni con nadie! —le gritó a su vez. Evidentemente, estaba furiosa con él.


El ahogó las carcajadas al tiempo que la mujer en la que sí estaba absolutamente interesado se acurrucaba contra su pecho.


—Me tengo que ir —dijo. Lo tenía sin cuidado lo que opinara Suzy de su sexualidad.


— ¿De qué habla? —preguntó Paula. Suspiró y apoyó la cabeza sobre su hombro.


Sabía que no debía hacerlo, ¡pero era tan placentero!


—No te preocupes por lo que dice —dijo Pedro, al tiempo que la conducía al estacionamiento y luego la acomodaba con suavidad en su auto.


Se quedó dormida casi en el acto. Él condujo directo a su casa sin siquiera considerar regresar a la de ella. La había escuchado decir algunas cosas extrañas, y quería tenerla allí donde pudiera estar seguro de hablar con ella por la mañana.








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