martes, 9 de mayo de 2017
CAPITULO 15 (SEGUNDA HISTORIA)
Pedro entró como una tromba en su oficina y cerró la puerta.
Había tomado una decisión y no estaba de ánimos para ser interrumpido.
—Tenemos que hablar —le dijo, apoyándose contra el marco de la puerta.
Paula levantó la vista. No sabía si quería escuchar lo que tenía para decirle.
— ¿Por qué?
— Porque no puedo seguir así.
— ¿Seguir cómo? —preguntó, dudando del asunto del que quería hablar. Aunque no era difícil adivinarlo.
El suspiró y pasó una mano por su oscuro cabello.
—Escucha, no quiero que sigamos así. —Comenzó a caminar de un lado a otro de su pequeña oficina mientras Paula se inclinaba hacia atrás en su silla y lo observaba
nerviosa.
No le gustaba para nada el rumbo que estaba tomando la conversación.
— ¿A qué te refieres? —preguntó. Sintió un intenso nudo de temor en el estómago porque sabía exactamente de qué tenían que hablar. Mia, Carla y Abril le habían dicho todas lo mismo, pero ella había desestimado sus consejos, demasiado asustada de enfrentar el posible desenlace de la conversación.
— De nuestra relación.
Paula bajó la mirada al escritorio, incapaz de poder mirarlo directamente.
—No podemos tener una relación.
—Sé que eso es lo que piensas, porque estás empeñada en obtener experiencia laboral y después salir corriendo. Pero escúchame —ofreció—: entre tú y yo existe una atracción mutua —dijo, apoyando los brazos sobre su escritorio e inclinándose hacia ella, como desafiándola a contradecir aquella afirmación audaz.
—Yo no...
—No, ni trates de negarlo, Paula. No era una pregunta. Por nuestra forma de reaccionar cuando nos vemos, es bastante obvio que la atracción que sentíamos el uno por el otro sigue ahí, sin importar cuánto finjamos que no existe.
Paula podía aceptar eso, pero seguía sin entender su problema. —¿Y estás sugiriendo...? —Tragó, demasiado asustada para terminar la idea.
Cuando no siguió, Pedro terminó por ella. —Estoy sugiriendo que dejemos de hacer de cuenta que no existe esta atracción mutua. ¿Por qué no aprovechamos y seguimos el impulso? No hemos tenido mucha suerte tratando de ignorarlo, ¿por qué no directamente dejamos que se consuma?
Ella parpadeó, sorprendida por su oferta.
—-¿qué se consuma?
—Exacto. Reprimir el fuego no ha sido muy útil. Sigamos juntos hasta que tú sientas que tienes que marcharte. Cuando suceda, nos despedimos como amigos.
—Como amigos. —Probó la palabra, sin que la idea la terminara de convencer. No quería ser su amiga. Quería... —No creo que podamos ser muy buenos amigos. —Le había dolido demasiado la última vez que se habían separado.
¿Cómo volvería a hacerlo?
Él se puso de pie, y encogió aquellos hombros musculosos.
—Pues obviamente no somos muy buenos para fingir que no somos amantes. Así que algo tiene que suceder. —Suspiró. —La gente está comenzando a hablar.
Aquello era una novedad para ella; había estado tratando de pasar inadvertida las primeras semanas en el trabajo.
—¿Quién? —preguntó, preocupada. Los rumores eran mortales y podían arruinar una carrera si no se los cortaba de cuajo.
—No sé específicamente quién está haciendo correr los rumores, pero están comenzando a especular sobre nuestra relación. Nos vieron en el partido de sóftbol, y luego de nuevo en el gimnasio.
Ella abrió los ojos horrorizada:
— ¡Es imposible!
—No, es muy posible. Y la única manera de evitarlo es no darles pasto a las fieras. Estimo que si dejamos de hacer un esfuerzo tan grande por evitarnos, entonces tal vez podamos superar esta atracción mutua que sentimos, y poco a poco se irá muriendo. El fuego entre nosotros es demasiado ardiente. Cada vez que estamos juntos, nos quemamos por el calor. Así que sugiero que lo dejemos arder. Como todos los fuegos, a la larga se quedará sin combustible. Estoy casi seguro de que también nos sucederá a nosotros.
Ella consideró su propuesta, al tiempo que se pasaba la lengua por los labios.
-— ¿Me estás proponiendo que seamos amantes, lisa y llanamente, sin esperanza ni futuro? —preguntó, tratando de aclarar su oferta.
A Pedro le sonó horrible. Definitivamente sí quería un futuro.
Con Paula. Pero había estado pensando en la situación, y no veía cómo evitar cruzarse con ella en los pasillos y reuniones de la oficina. Los casos en los que trabajaban terminarían conectándolos a veces, así que tenían que hacer algo.
—Déjame explicarte cómo lo veo yo —dijo—. Ambos nos sentimos atraídos físicamente. Pero tú tienes planes en el futuro que no incluyen necesariamente instalarte en Chicago. ¿Voy bien?
Paula quería negarlo todo, pero no podía. Así que no dijo nada.
La mandíbula de él se tensó furiosa cuando su silencio reconfirmó lo que él ya había adivinado.
—Me pareció. Así que disfrutémonos mutuamente hasta que uno de nosotros decida que no va más o hasta que tú sigas tu camino. ¿Te parece bien?
Ella comenzó a sacudir la cabeza.
—Perfecto. Esta noche te paso a buscar para salir a cenar, y ultimamos detalles. —Él se apartó de su escritorio y se dirigió a la puerta.
Paula se mordió el labio. Le temblaba todo el cuerpo ante la perspectiva de volver a ser amante de Pedro.
El salió de su oficina y desapareció por el corredor. Paula no sabía qué hacer o pensar, así que se quedó un buen rato con la mirada fija en la pantalla.
No registró cuánto tiempo estuvo así paralizada, pero sabía que tenía que terminar su trabajo. Simon esperaba que tuviera el escrito terminado para el final del día, para presentarlo en los tribunales. Eso significaba que tenía que apurarse y finalizarlo para las cinco de la tarde.
Haciendo un esfuerzo sobrehumano, trabajó sin descanso, principalmente para cumplir con el plazo pero con la ventaja agregada de apartar la propuesta de Pedro de la cabeza.
Para cuando le envió el escrito, tenía los dedos agarrotados.
Si fue por la velocidad y el tiempo que había estado enfrascada tipiando o simplemente por el terror de enfrentar una noche con Pedro, no lo supo.
El teléfono le sonó al lado del codo, y sintió un sudor frío.
Sabía que era Pedro quien la llamaba aun antes de mirar el identificador de llamadas. Efectivamente, apareció su nombre, y le tembló la mano al hacer un intento por atender la llamada.
Por desgracia, se demoró demasiado, así que para cuando tomó el receptor, Pedro había colgado.
Una parte de sí se sintió aliviada de tener un breve período de gracia, pero entonces le comenzó a sonar el celular y se apuró por responderlo antes de que colgara y creyera que estaba intentando evitarlo. Intentó torpemente apretar la tecla para responder la llamada, pero lo consiguió finalmente y se acercó el dispositivo a la oreja.
— ¿Hola! —preguntó.
—No me estás evitando, ¿no? —preguntó Pedro con voz grave.
Paula no supo cómo responder.
—No estoy segura —respondió finalmente.
La risa retumbante que le llegó del otro lado de la línea le hizo saber que apreciaba su franqueza.
—De acuerdo. Bajo en un minuto —respondió.
— ¡Espera! —gritó, enderezándose en su silla y mirando a su alrededor para ver si alguna otra persona había advertido su exabrupto—. Puedo... Tal vez deberíamos encontrarnos en mi casa. Prepararé algo para la cena.
Hubo un largo silencio. Finalmente, él dijo:
—Encontrémonos en mi casa. La tuya es aburrida.
Paula intuyó de inmediato que no le agradaba su propuesta, pero no supo decir por qué. Sólo había una manera de saberlo, se dijo, y terminó de organizar todo para irse. Pasó apurada por el lobby y marchó escaleras abajo, esperando salir del edificio antes que Pedro. Su intención era que nadie de la oficina los viera juntos. Si Pedro estaba en lo cierto y otros abogados y empleados los estaban viendo juntos, no quería agregarle leña al fuego. Ya tenía que lidiar con bastante fuego.
Salió del edificio, cruzó el estacionamiento, y supo de inmediato que Pedro estaba también allí. Podía sentir cómo la seguía con los ojos mientras se dirigía hacia su pequeño vehículo. Pero se negó a mirarlo. Si había cualquier otra persona en el estacionamiento en ese momento, los verían cruzándose miradas y aumentaría la especulación. No estaba segura de lo que quería de Pedro, o siquiera lo que él quería, pero su objetivo principal era evitar que otros supieran que estaban saliendo. Por qué, no estaba segura.
Al salir del estacionamiento, un escalofrío la recorrió de pies a cabeza al ver a Pedro clavándole la mirada. Pero ella lo ignoró y siguió manejando, buscando enlazar a la autopista que la llevaría a su casa. Cuando lo vio pasarla a toda velocidad en su coche deportivo, suspiró y aceptó que realmente estaba enojado con ella. Pedro se situó delante de ella y la guio a través de las calles. Por suerte, ya no había demasiado tránsito y llegaron a su casa sin grandes dificultades. Habría sido más fácil ir a su departamento, que estaba más cerca, pero ella comprendió que su casa representaba algo que él no quería reconocer.
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NO me gusta lo que está sufriendo Pau.
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