martes, 9 de mayo de 2017

CAPITULO 14 (SEGUNDA HISTORIA)




Paula miró hacia fuera, suspirando al advertir que seguía en la oficina más tarde de lo pensado. -Pero por qué habría de importarle? No era como si tuviera que hacer algo particularmente especial esa noche. Mia saldría a comer con Simon, Abril estaba esperando a un técnico que viniera a arreglarle algo a su casa, y Carla tenía una cena misteriosa. Paula estaba ligeramente preocupada por Carla, ya que su amiga no parecía estar muy entusiasmada con el programa, pero no había mucho que pudiera hacer en ese momento salvo llamarla más tarde para asegurarse de que estaba bien.


Salvó el documento y apagó la computadora, despejando el escritorio todo lo posible para poder comenzar de nuevo a primera hora la mañana siguiente. Suspiró frustrada, sabiendo que lo único que tenía por delante era un departamento solitario y deprimente, y una cena para calentar en el microondas o un bol de cereal.


Soltó una exhalación resignada, y empacó su maletín, con la intención de trabajar en un escrito una vez que llegara a su casa y pudiera relajarse con un par de pantalones de yoga y un buzo suave. Las noches se estaban poniendo más frías, y ya se podía abrir las puertas del balcón y dejar que se colara el aire nocturno.


Resultaba un alivio refrescante tras el insoportable calor veraniego que venían sufriendo las últimas semanas. Era una señal de que finalmente se acercaba el otoño, y le encantaba anticipar temperaturas más frescas.


Había oído a varias personas hablar de un gimnasio para practicar boxeo, que se hallaba al final de la cuadra. Sonrió al pensar en aprender a boxear. El yoga era maravilloso para aliviar el estrés, pero tal vez podía agregar el boxeo a su agenda semanal. Era algo diferente; seguramente, un buen entrenamiento cardiovascular, y la ayudaría liberar sus tendencias agresivas. ¡Tal vez podía simular que su contendiente o su bolsa de boxeo era Pedro!


Agarró el bolso y salió del edificio. Giró a la derecha al final de la cuadra, en lugar de a la izquierda, al estacionamiento. 


Se sentía mejor ahora que tenía algo para hacer esa tarde. 


Caminó a los saltitos anticipando el aprendizaje de una nueva disciplina y la oportunidad de liberarse de un poco de la tensión por el temor de ver Pedro en los pasillos.


Cuando entró en el gimnasio, se quedó sorprendida por la cantidad de personas que estaban entrenando. Había mucho ruido por la música, y una gran cantidad de gente haciendo lo posible por patear o golpear enormes bolsas negras que parecían terriblemente pesadas. La mayoría eran hombres, pero había varias mujeres que también estaban haciendo ejercicio, lo cual resultó un alivio.


—Hola —le dijo al empleado en recepción—, me gustaría averiguar acerca de una membresía de prueba.


El hombre se mostró más que entusiasta en anotarla para una semana gratis de clases. Le mostró el gimnasio, y le presentó al instructor de kickboxing, y a los demás instructores de boxeo que estaban por allí. El gimnasio tenía incluso equipamiento para hacer ejercicio convencional, lo cual era otra ventaja más. Se dirigió al vestuario de las mujeres y se cambió, preparándose para la siguiente clase de kickboxing, que debía empezar en diez minutos. 


Salió del vestuario sintiéndose orgullosa y valiente, eligió un par de guantes de boxeo y se quedó parada esperando, observando que terminara la clase que estaba en curso.


Miró a su alrededor, y advirtió los diferentes boxeadores en cada ring. En un rincón más distante había dos hombres que parecían especialmente bien entrenados y se los veía decididos a dejar fuera de combate al adversario. Paula no se dio cuenta de que sus pies la fueron acercando, pero había algo en el modo en que uno de los hombres se movía o desplazaba los pies que la atrajo más cerca. Miró a través de las cuerdas que encerraban el ring de boxeo, entornando los ojos para observar a los dos hombres, y a uno de ellos en particular.


A medida que se arrimaba, comenzó a temblar por la sospecha creciente. Y, como era de esperar, cuando estuvo cerca, reconoció a Pedro. Quedó boquiabierta, asombrada por la fuerza con que lanzaba cada golpe y puñetazo. El otro hombre sonreía como un idiota, provocándolo, y reconoció a Javier como el contrincante de Pedro. Tenían las cabezas casi completamente cubiertas por un casco protector, pero ella hubiera reconocido a Pedro donde fuera, y no pudo creer lo espectacular que se veía mientras él y Javier boxeaban y giraban uno alrededor del otro. Sus golpes eran certeros y decididos, en tanto ambos hombres se esforzaban por ganar.


Paula no advirtió que había otros observándola mirar, boquiabierta, a los dos combatientes en el ring. Tenía la mano apoyada en la soga, y la mirada absorta en los increíbles músculos sudorosos y trabajados de Pedro


Aunque el físico de Javier no era nada despreciable, para Paula ningún hombre se comparaba con Pedro en fuerza
y perfección. Era como una estatua romana, todo perfectamente torneado, y lucía aún más soberbio gracias al sudor que brillaba sobre toda aquella piel gloriosa bajo las luces del techo.


Lo que sucedió a continuación fue completamente culpa suya. Siguió observando, pero debió hacer algún movimiento porque Pedro de pronto se distrajo. En el momento en que se volvió para mirar en su dirección y la vio, Javier lanzó un puñetazo, y le golpeó la mandíbula. Paula observó horrorizada la cabeza de Pedro doblarse con un chasquido a la derecha. A continuación su cuerpo cayó, casi en cámara lenta, sobre la colchoneta.


Paula no supo cómo logró pasar por las cuerdas tan rápido, pero para cuando lo alcanzó se había arrancado sus propios guantes de boxeo y los había arrojado a un lado para llegar a su hombre.


— ¡No! —aulló, corriendo hacia él, e inclinándose para tomar su rostro golpeado entre las manos—. ¿Estás bien? —gritó, sintiendo que estaba a punto de devolver todo lo que había comido ese día—. Háblame, Pedro —le rogó, y los dedos le
temblaron mientras trataba de quitarle el casco de la cabeza—. Di algo. ¡Lo que sea!


—Estoy bien —lo oyó gemir. Le pareció imposible, pero su gemido sonó casi como una carcajada..., ¡pero era imposible!


Paula sollozó aliviada.


— ¿Qué te lastimaste? —preguntó, pasando las manos por encima de su cuerpo y su cabeza para determinar si había algo quebrado.


—Sólo mi orgullo, cariño —dijo, levantando la mano y acariciándole la cara con suavidad, pero seguía teniendo los dedos atrapados en los guantes de boxeo, por lo que no fue una caricia muy efectiva—. Siento haberte preocupado —dijo de modo que sólo ella lo pudo oír.


Ella se rio, sacudiendo la cabeza.


—Fue un golpe bastante fuerte. Creo que deberías ver un médico.


Pedro también se rio, y le puso la mano sobre el hombro.


—No hay necesidad, pero sí puedes ayudar a levantarme —le ofreció.


Ella envolvió el brazo alrededor de su cintura e hizo fuerza para levantarlo, sintiendo el enorme peso que resultaba de su increíble altura y masa muscular.


—Déjame que te lleve a la guardia, sólo para asegurarme de que estés bien de la cabeza.


Oyó varías risitas detrás de ella, y Pedro sonrió ligeramente.


—En serio, estoy bien, salvo por mi orgullo. Me distraje, y Javier aprovechó para soltarme un buen puñetazo. Ya ha pasado.


Ella inclinó la cabeza hacia un lado y levantó la cabeza para mirarlo:
— ¿Y realmente no te duele?


Él bajó la mirada y le sonrió, conmovido hasta lo más profundo por su preocupación. Maldición, aceptaría de buena gana varios golpes más si conseguía que viniera corriendo hacia él como recién.


—No. Hay suficiente equipamiento de seguridad. Estoy bien, en serio.


Se levantó, pero siguió con el brazo alrededor de los hombros de Paula. Era demasiado maravilloso volver a tenerla cerca y se olvidó, por el momento, de toda la rabia que sentía por que Paula considerara que su trabajo y él mismo eran pasajeros.


Ella lo observó caminar, advirtiendo que no estaba rengueando, y no zigzagueaba ni se caía sobre ella.


—Pues, me alegro —La cara se le iluminó, incluso le sonrió a Javier que se acercaba, y estaba en el proceso de quitarse el casco. —Si no te duele, me siento un poco más segura del boxeo.


— ¿Por qué? —preguntó Pedro, desabrochándose el casco.


—Porque me acaban de dar un pase de una semana para probar el gimnasio. Me pareció divertido intentar boxear —explicó.


Ambos hombres se quedaron mirándola un largo momento, como suspendidos en el tiempo. Cuando Javier dio un paso atrás, Paula levantó la mirada y advirtió la furiosa expresión de Pedro.


— ¿Qué sucede? —preguntó, alternando la mirada entre ambos.


—Tú no vas a boxear jamás —casi gritó Pedro, pensando que despedazaría a cualquier hombre que se subiera a un ring con ella. No permitiría que nadie la golpeara ni la lastimara.


Paula dio un paso atrás, mirándolo confundida.


—Pero acabas de decir que hay mucho equipamiento de seguridad y que no te lastimaste. Incluso te caíste, casi te noquearon, por el último puñetazo de Javier.


Javier se rio al tiempo que se alejaba rápidamente. En cambio Pedro se movió para estar parado justo delante de ella.


—Paula, escúchame bien: no te dejaré comenzar a boxear. Es demasiado peligroso.


Ella cuadró los hombros, sin sentirse intimidada en lo más mínimo por él.


—Oh, así que lo que me estás diciendo es que un deporte lo suficientemente apropiado para ti, pero cuando entra una mujer frágil en la ecuación, ¿se vuelve peligroso? —Su voz era grave y ominosa.


—Para mí no es peligroso porque hace años que me entreno.


—Y, sin embargo, casi quedas nocaut.


Levantó las manos hacia arriba, frustrado.


— ¿Puedes dejar de decir eso? —gruñó, irritado por que siguiera recordándoselo —. Ya te lo dije, me distraje.


—¿Por qué?


— ¡Por ti! —la soltó enseguida. Miró a su alrededor y advirtió a los otros hombres que observaban, divertidos por la discusión—. Salgamos de este lugar. No necesitamos seguir siendo un espectáculo para el resto del gimnasio.


Paula también echó un vistazo a su alrededor y vio a los otros hombres. Dio un paso atrás y se bajó del ring de boxeo.


—No te preocupes —le dijo bruscamente—. Yo estoy en la otra clase.


— ¿Qué otra clase? —le preguntó, pisándole los talones.


—La clase de kickboxing —replicó, y avanzó al área donde había quince o veinte bolsas de boxeo negras que colgaban del techo.


El instructor ya estaba dando las instrucciones a gritos, y Paula ocupó su lugar, rehusándose a mirar a Pedro, que la fulminaba con la mirada desde fuera. Al final, se volvió y se dirigió hacia el vestuario de hombres, y Paula descargó toda su rabia en la bolsa de arena, irritada por haber mostrado sus sentimientos. ¡Otra vez!






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