lunes, 15 de mayo de 2017
CAPITULO 12 (TERCERA HISTORIA)
Pero sabía que no podía dejarlo colgado. Merecía un poco más de consideración. Ahora además de sentirse terriblemente atraída por él, lo respetaba. Lo había escuchado mientras conversaban y sospechaba que realmente era un abogado brillante y poderoso y una buena persona. No todos los días se conocía a un hombre con semejantes cualidades.
Le llevó cuarenta y cinco minutos llegar al restaurante, porque tuvo que desviarse y después hacer marcha atrás.
Creyó ver a su padre en un momento, pero no estuvo segura. Para cuando llegó finalmente, se sentía completamente agitada de tanto caminar y había llegado más tarde que lo anticipado. Se detuvo en el vestíbulo, y se quitó rápidamente las zapatillas para volver a calzarse los tacos, y que Pedro no se diera cuenta de que había caminado si todo el camino. Sospechaba que eso lo pondría furioso y no quería discutir con él.
Se estaba dando vuelta para hablar con la camarera, cuando apareció Pedro. Levantó una ceja al observarla meter rápidamente las zapatillas en el bolso negro.
—Necesitaba hacer un poco de ejercicio —le dijo.
Pedro levantó aún más la ceja, y Paula se mordió el labio, esperando que no le pidiera explicaciones. Porque, en realidad, no tenía ningún sentido.
Especialmente, porque podrían haber venido ambos en el auto de él, o en el de ella. Trabajaban en edificios que se hallaban al lado del otro.
No, esto no iba a funcionar, se dijo mientras seguía a Pedro y a la camarera que los condujo a su mesa. Cuando la mesera tomó sus pedidos y desaparecido una vez más, Paula se recostó sobre su silla, sabiendo que debía ponerle fin a esto, pero sin saber cómo. Se estaba transformando en una especie de yoyó, pensó sombríamente. En un momento, quería arrojarse en sus brazos, y al siguiente se sentía tan ofuscada de que su padre los atrapara juntos que intentaba pensar en cómo terminar la relación que acababa de comenzar. ¡Estaba histérica! ¡Jamás se había sentido tan patética en su vida! ¡Su padre la estaba volviendo loca!
Respiró hondo, preparada para comenzar la discusión, pero al mismo tiempo, apareció el sommelier con el vino que había pedido Pedro. Cerró la boca con fuerza y esperó lo más pacientemente posible mientras se llevaba a cabo el proceso de servir el vino. Cuando se marchó y estaban otra vez solos, bebió un largo sorbo de excelente vino. Al volver a posar la copa sobre la mesa, él ya la estaba esperando, evidentemente sabiendo que tenía algo para decir.
—No podemos volver a vernos —dijo finalmente. Al instante, cerró los ojos dándose cuenta de lo horrible que había sonado. Los volvió a abrir, tratando de medir su reacción. Extrañamente, no parecía ni molesto ni enojado.
—¿Y por qué? —preguntó, inclinándose hacia delante y mirándola por encima del mantel de lino. La luz de las velas hacía que su rostro luciera más anguloso, pero al mismo tiempo suavizaba esas aristas. Hasta sus ojos azul hielo
parecían, por algún motivo, más claros.
Paula intentó darle un motivo que sonara coherente, pero cómo se le dice a un hombre magnífico, sexy y seguro de sí que su padre no lo aprobaría?
En el caso de Pedro, la idea era ridícula.
—Es complicado —soltó finalmente.
—Entonces explícamelo y dame tus motivos. —Bebió un sorbo de vino. — Obviamente, no se trata de que no haya entre nosotros una atracción mutua.
Ella se sonrojó ante el comentario, porque tenía razón. Era muy difícil para ella negar que se sintiera atraída por él cuando le resultaba prácticamente imposible arrojársele cada vez que lo veía. Y cada vez que la tomaba entre sus brazos, sentía un deseo irrefrenable.
—No, creo que tienes razón respecto de que eso es obvio.
—Entonces, ¿cuál es el problema?
Paula se aferró de la copa de vino como si fuera un salvavidas.
—No tengo una familia que sea demasiado convencional —dijo, sabiendo que no alcanzaba como explicación, pero no sabía qué debía decir sin revelar algo que lo pondría a él en una situación comprometida, y a sus padres, en la cárcel.
—Cuéntame sobre ella —la animó con paciencia. Cuando ella seguía dudando, él comenzó a contarle historias sobre su infancia siendo el mayor de cuatro hermanos. Paula estaba tan cautivada por el relato que se olvidó de que debía explicarle por qué no lo podía ver más.
—Así que, cuando tus padres se murieron, ¿tus hermanos ya estaban todos en la universidad? —preguntó, fascinada.
—Sí, en diferentes etapas y en todo el país.
—Y tú fuiste a darles la noticia personalmente a cada uno. —Ya lo había deducido a partir de algunas de las otras cosas que le contó.
—Sí, y los traje a todos de vuelta para el entierro.
—Eso debió ser difícil, porque estaban en los cuatro puntos del país. ¿Cómo lograste hacerlo a tiempo?
Pedro sonrió ligeramente.
—A pesar de nuestra niñez y de las locuras que cometieron los tres menores en la escuela secundaria, son todos bastante responsables.
—Así que ¿se subieron contigo a un avión y volvieron?
—Básicamente, sí.
Ella asintió la cabeza. Cada vez que hablaba con él, la impresionaba más.
—Y durante todo ese tiempo tú mismo estabas teniendo que lidiar con tu propio dolor.
—Traer a mis hermanos de regreso a casa me alivió un montón.
—Y ahora todos trabajan juntos. ¿Cómo fue que los cuatro terminaron siendo abogados?
Él sonrió, recordando algunas de las discusiones que habían tenido en su casa sobre el tema.
—Tal vez seamos todos abogados, pero nos especializamos en diferentes áreas del derecho. Por ejemplo, Javier hace derecho de familia, que, básicamente, significa que es un muy buen abogado de divorcio.
Paula sintió una cierta desazón, pensando en el impacto psicológico que podía tener en un abogado soltero.
—Así que ve lo peor en la mayoría de las relaciones, ¿no es cierto?
—Sí, yo no quería que ejerciera esa área del derecho. Sabía que sería duro.
—¿Y qué impacto tuvo finalmente en él? Es un año menor que tú, ¿no es cierto?
—Sí, pero es veinte años más cínico sobre el matrimonio y las relaciones humanas. Y está enamorado de alguien, pero no se acerca a ella porque teme que termine como los matrimonios que lo contratan para divorciarse.
—Supongo que algunos de sus casos se vuelven bastante desagradables, ¿no?
Pedro asintió sabiamente.
—Algunos, sí. Ha tenido que separar en algunos casos al marido y la mujer cuando se trenzan en una batalla campal.
Paula hizo un gesto de espanto, imaginándose la situación.
—Y por qué eligió ejercer esa área de la profesión?
—Salió con un montón de chicas en la secundaria y en la universidad, varias de las cuales no tenían... —hizo una pausa, tratando de encontrar el modo apropiado para describir los problemas de Javier con las mujeres.
—¿Valores morales? —sugirió, comenzando a entender—. ¿No eran sinceras? ¿No tenían valores éticos? ¿Estás tratando de dar vueltas para decirme que salía con mujeres que engañaban a sus novios?
—No intencionalmente. Al menos, no al principio. Javier era el tipo de hombre que es encantador y se ríe mucho. Las mujeres se sienten atraídas a él como abejas a la miel. Y él también las ama. Pero cuando descubrió que algunas ya se habían comprometido con otro tipo, sintió que se le venía el mundo encima por haber roto una relación. Tenía una especie de reputación de ser...
Paula sonrió, advirtiendo que deseaba ser franco, pero sin traicionar la confianza de su hermano.
—¿Bueno en la cama? —volvió a sugerir—. ¿Cómo tú?
Pedro le guiñó el ojo, pero asintió:
—Si comparamos mi conducta con las mujeres con la de Javier de aquella época, la mía es de jardín de infantes.
Ella asintió, sabiendo que no todo era color de rosas.
—Pero tus otros hermanos están bien, ¿no?
Pedro sonrió:
—Ninguno de nosotros quería que Simon se metiera en derecho penal, pero él es igual de cabeza dura. Quería ayudar al que lleva las de perder.
—¿Y a él qué le pasó? —preguntó.
—Tuvo un baño de realismo. Sigue siendo un excelente abogado defensor, pero ya no tiene ese idealismo inocente de otra época. Aunque sí toma muchos casos pro bono. Especialmente cuando se entera de que alguien está siendo perversamente acosado por el sistema legal y no puede pagar un buen abogado.
—¡Y eso causa fricción entre los cuatro? —preguntó, sabiendo la respuesta de antemano.
—Para nada. Todos tomamos casos pro bono. Más de lo que se nos exige, pero nos apoyamos. Especialmente cuando hay un tema personal de por medio.
El mesero se llevó sus platos y ella se sintió ligeramente perdida, sin saber bien qué hacer con las manos. Dedicarse a comer había servido como una especie de amortiguador. Y Pedro había llevado adelante la conversación mientras trataba de probar que tampoco él había tenido una niñez tradicional.
Pero no tenía ni idea de lo que le esperaba con su propia familia. Ahora jugueteó con su copa de vino, preguntándose cómo dar por terminada definitivamente la relación con él.
—De cualquier manera... —comenzó a decir. El mesero la volvió a interrumpir con el trozo de torta de chocolate más mortalmente deliciosa que hubiera visto en su vida. Y no era sólo una torta de chocolate. Tenía encima una salsa espesa de chocolate, crema batida de chocolate, más salsa de chocolate y por debajo la torta oscura de chocolate, que parecía tan húmeda que podría haber sido un budín. —¿Esto pediste? —exhaló, y la boca se le hizo agua de sólo ver el postre que se hallaba entre los dos.
—Sí —bromeó, y le entregó uno de los tenedores que el mesero había colocado al lado del plato—. Parece que te estresa fingir que no quieres verme más. Me pareció que esto podía relajarte un poco.
Paula no podía creer lo asombrosamente deliciosa que era la torta. Con el primer mordisco, cerró los ojos como si estuviera en el cielo.
—¡Cielos! —suspiró—. ¡Esto es increíble!
Él también probó un bocado, riéndose al ver los ojos vidriosos de Paula
—Me alegro que te haya gustado.
Se quedaron sentados comiendo el postre, y Cricket disfrutó de cada bocado exquisito y decadente.
—Mañana voy a tener que correr algunos kilómetros más para quemar el exceso de calorías —dijo, recostándose hacia atrás en su silla y limpiándose la boca con delicadeza con la servilleta de lino.
Pedro firmó la cuenta que le trajo el mesero.
—Me aseguraré de que no tengas que correr esos kilómetros de más —le dijo, y le tomó la mano, para levantarla fácilmente de la silla.
Paula tomó su cartera y lo siguió, aunque no entendió bien a qué se había referido con el comentario. Pero apenas estuvieron en el vestíbulo, y le entregó al valet su ticket, la tomó entre sus brazos y la besó. Ese beso no se parecía en nada a los otros dos que habían compartido aquella mañana.
Era más potente, más intencionado. Y se derritió igual que el chocolate, aferrándose a él, como si fuera la única parte normal de su mundo.
El valet carraspeó, parado incómodo detrás de ambos.
Pedro se apartó, con una mirada satisfecha cuando se dio cuenta de que los ojos de ella estaban vidriosos una vez más, esta vez por el beso y no por la torta de chocolate.
—Vamos —dijo, y le tomó la mano para ayudarla a entrar en su lujoso auto.
Para cuando Paula recuperó la cordura, ya estaban alejándose en el auto.
—¿Adonde vamos? —preguntó, de pronto nerviosa.
—Vamos a mi casa —dijo, y le tomó la mano para acercarla de modo que sus dedos quedaron entrelazados con los de ella. Pero lo que hizo que su mente se pusiera en blanco fue el modo en que apoyó las manos de ambos sobre su muslo. Podía sentir el movimiento de los músculos cada vez que cambiaba del acelerador al freno. No se dio cuenta, pero se quedó mirando las manos o su muslo durante todo el camino a su casa.
Como vivía relativamente cerca, fue un viaje corto. Cuando se quiso dar cuenta, Pedro estacionaba en un garaje y la tomaba en brazos. Ni siquiera dudó cuando la levantó del asiento. Su mano experta ya se había deshecho del cinturón de seguridad para que aterrizara sobre su falda.
El momento en que la tocó en ese ámbito privado, Paula perdió el control. Era imposible preocuparse por su padre o por cuestiones carcelarias cuando Pedro la tocaba. Las diferencias de sus vidas se desvanecieron. Quería esto todo el día. Desde el primer momento en que la había tocado esa mañana, había estado anhelando sus caricias. Los sensores reprimidos durante la visita de su padre cobraron vida ahora, y se volvieron más exigentes que nunca.
La primera vez que habían estado juntos había sido desesperado y voraz.
Esta vez, había una urgencia que no podía apaciguar. En algún lugar de su mente sobrevolaba la posibilidad de que ésta sería la última vez que lo vería. Lo necesitaba. Todo su ser. ¡Ahora!
Él arrancó la boca de la suya, mirándola a los ojos en la penumbra de la luz del garaje, pero ella advirtió que sentía la misma urgencia que ella.
—Sal del auto, Paula —le ordenó.
Después de decir estas palabras, Pedro se apartó una fracción de segundo de su lado, pero para cuando se dio cuenta de lo que estaba sucediendo, él ya estaba de su lado del vehículo. Extendió el brazo dentro del auto y la levantó del asiento. Pero no se detuvo allí. Con manos apremiantes, que sólo la excitaron aún más, la levantó para presionarla contra él, y le empujó la espalda contra el costado del auto.
Ella no se detuvo a esperar para ver lo que haría él. Con dedos temblorosos, le arrancó la corbata de un tirón, y se dispuso a desabrochar los botones de su camisa de vestir.
Cuando finalmente lo consiguió, suspiró de felicidad cuando sus dedos lograron tocar su piel ardiente. Pero en ese mismo momento, él liberó sus pechos del sostén. Los brazos de ella seguían enredados en su camisa y su sostén, pero no le importó. La boca de él se prendió de su pezón, y ella gritó con el intenso calor de su boca que se combinó con el fresco aire nocturno del garaje.
Pedro llevó la mano hacia abajo y le levantó la falda, arrancándole la bombacha. Cuando sintió su dedo adentro, la sensación de perfección le pareció irreal.
—¡Sí! —gimió, cerrando los ojos e inclinando la cabeza hacia atrás una vez más para apoyarla sobre el techo del auto. Pero no era suficiente. —¡Más! —exigió—. Por favor, Pedro, no pares —jadeó, y desplazó las caderas de lugar, tratando de moverse del modo en que había aprendido unos días atrás, que le causaba tanto placer.
¡Y luego el dedo de él desapareció! Abrió los ojos, casi enloquecida por el deseo de volver a tenerlo dentro moviéndose dentro de ella. Oyó el envoltorio de papel metálico, y quiso ayudarlo, pero tenía los brazos atrapados en su blusa y su corpiño. Sólo podía agarrarlo de la cintura con las piernas, mientras las manos de él ajustaban el condón sobre su erección. Un instante después, sus manos enormes habían vuelto a sus caderas, y no dudó en llenarla. ¡Por completo! Ella jadeó, moviéndose contra él. A medida que se hundió más profundo dentro de ella, la urgencia sólo se intensificó.
—Más —le rogó. Y él cumplió. Con la tercera o cuarta embestida, ella sintió que su cuerpo estallaba en mil diáfanas partículas. El mismo no demoró mucho en chocarla con fuerza, con su propio clímax. Fue tan intenso, tan alucinante, que Paula pensó que se desmayaría de placer.
Cuando finalmente recuperó el ritmo normal de respiración, abrió los ojos y miró a su alrededor. Seguía con los brazos alrededor de él, y creyó que lo podía estar estrangulando.
Pero luego sintió sus besos etéreos sobre los hombros y el cuello, y sonrió. Evidentemente, no estaba a punto de ahogarse.
—Lo siento —dijo, atragantada, y aflojó los brazos que lo tenían fuertemente aprisionado.
Cuando oyó su risa, se relajó.
—Por favor, no te disculpes por nada, Paula. De hecho... —levantó la cabeza y la besó con dulzura—, creo que tal vez podríamos hacer eso de nuevo, aunque mejor, una vez que entremos en la casa.
Ella sonrió. No podía ocultar la felicidad que sentía tras una descarga de ese tipo.
—No creo que quiera mejorarlo —le replicó—. Creí que te mataba esta última vez.
Él arrojó la cabeza hacia atrás y soltó una carcajada, al tiempo que seguía tomándola entre sus fuertes brazos.
—Por favor, me encanta que me maten así una y otra vez.
Dio un paso atrás y se acomodaron la ropa. Luego él le tomó la mano y la condujo por su casa, directo al dormitorio. Allí, la desvistió lentamente, besando cada parte de su cuerpo con suavidad hasta que ella volvió a retorcerse debajo de él una vez más. Esta vez la condujo más lentamente, saliendo casi por completo de ella hasta que le rogaba que volviera.
Una y otra vez, la llevó justo al borde del abismo, pero no la dejó caer. Casi lloraba de deseo antes que él la dejó alcanzar el clímax en sus brazos. Y la acompañó durante todo el camino. Paula sintió que llegaba con ella y pensó que era el hombre más increíble que hubiera conocido en su vida.
Recostada en sus brazos esa noche, sintiendo los dedos que la acariciaban con suavidad, trazó un plan que le permitiría gozar de su compañía un tiempo más. Sería difícil, pero si se manejaba con creatividad y cuidado, era posible que resultara.
Durante las siguientes tres semanas, se las arregló para ver a Pedro a escondidas sin que su padre se enterara. Pasaba todas las noches con él y los fines de semana cuando era posible, pero jamás se quedaba a dormir, y alrededor de las diez de la noche inevitablemente dejaba su cama tibia y cómoda, para poder llegar a casa a una hora razonable.
Sabía que esto lo exasperaba, pero Paula seguía teniendo el presentimiento de que su padre la estaba observando y que no dudaría en meterse si sabía con quién estaba saliendo.
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Pobre Pau. Se siente perseguida por la tarea de los padres.
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