martes, 16 de mayo de 2017

CAPITULO 13 (TERCERA HISTORIA)





Cuando llegó del sábado, Pedro estaba exasperado con el estado de nerviosismo de Paula. Además, lo irritaba que insistiera en dormir en su casa.


El único momento en que Paula no estaba mirando atrás o sobresaltándose cuando él la sorprendía era cuando estaba en su cama. El sospechaba además que no le veía futuro a la relación. En realidad, jamás había podido hablar sobre el futuro, porque cada vez que lo intentaba, ella cambiaba de tema rápidamente.


Pero eso iba a terminar. Quería que esta mujer se quedara en su vida para siempre. Sea cual fuere el motivo que se lo impidiera, él se encargaría de solucionarlo y de terminar con el problema.


—¿Y ahora qué pasa? —preguntó Pedro con tono perentorio apenas entraron en su casa esa noche después de cenar.


Paula apartó la mirada de la ventana, por donde había estado mirando para ver si los habían seguido. Ante su reacción, Paula parpadeó y lo miró:
—¿A qué te refieres? —preguntó, preocupada por haber sido demasiado obvia.


Pedro le tomó la mano y la condujo hacia el interior de la casa. Apoyó su cartera al costado del sillón mientras la sentaba al lado de él.


—Paula, hemos estado jugando demasiado tiempo a las escondidas en Chicago. Cada vez que quiero hablar contigo, tengo que llamar a un nuevo número de celular. Siempre nos encontramos, primero, en lugares alejados, en lugar de vernos simplemente en tu casa o de venir a la mía. Y no hay un minuto en que no estés mirando para atrás cuando vamos en taxi o por el espejo retrovisor de mi auto, como si estuvieras tratando de ver si nos sigue alguien. —Hizo una pausa y siguió: —¿Estás envuelta en algún tipo de problema?


Paula de hecho se rio de la ocurrencia.


—No. Puedo decir con total honestidad que no he cometido ningún delito por el que esté intentado escapar del brazo de la ley —dijo con una sonrisa. Se arrimó más a él, sintiendo el calor que emanaba de su cuerpo y disfrutando del modo como sus brazos se envolvían naturalmente alrededor de sus hombros de modo protector.


—¿Entonces por qué tanta intriga y misterio? —preguntó, relajándose hacia atrás sobre los almohadones del profundo sofá.


Pedro intuía que había algo que andaba muy mal, algo que le impedía comprometerse totalmente. Pero le resultaba imposible saber lo que era.


Estaba paranoica y nerviosa, y maldita sea si no se iba a ocupar de solucionar lo que fuera que la pudiera perjudicar. Jamás había manifestado un instinto protector particularmente fuerte con las mujeres con las que había salido en el pasado. Pero Paula era diferente. Lo supo desde el primer momento en que la vio, y no dejaría que le sucediera nada.


Pero por el momento, se relajó. Estaba en sus brazos y estaba a salvo.


Tenía el mejor sistema de seguridad instalado en su casa. 


Así que, si alguien trataba de forzar la entrada, lo sabría antes de tenerlos encima.


—¿Qué tiene de intrigante y misterioso lo que hemos hecho? —preguntó ella, recorriendo el muslo de él con la mano para distraerlo. Sabía que se estaba volviendo impaciente. 


Significaba que no quedaba mucho tiempo más antes que rompiera con ella. Nadie podía aguantar a una mujer que se
comportara así. Se buscaría a una pareja que no tuviera tantas complicaciones como ella.


Sabía que no hacía mucho que lo conocía, pero también que estaba perdidamente enamorada de Pedro Alfonso. Había sabido desde el comienzo que debía protegerse justamente de que le sucediera algo así, pero se trataba de un hombre demasiado increíble como para no enamorarse de él. 


Consideraba cada momento con él como un regalo. Algo que debía atesorar y guardar como un recuerdo del tiempo que habían pasado juntos. En breve, él encontraría a alguien nuevo, e iba a necesitar todos esos recuerdos para encontrar consuelo.


Porque sabía que jamás encontraría a nadie tan inteligente, gracioso, sexy y maravilloso como Pedro.


Pedro suspiró.


—Los teléfonos descartables —dijo, y la sintió ponerse rígida en sus brazos. Efectivamente, había dado en el blanco. —Los desvíos por las calles, en las que pegamos la vuelta para asegurarnos de que no nos están siguiendo; los restaurantes apartados, donde es menos probable que te reconozcan... no hacen más que confirmar que estás intentando ocultar algo. —Esperó un momento y dijo: —¿Qué estás encubriendo, Paula? Te puedo ayudar si confías en mí.


Ella se acercó de modo que quedó sentada sobre su falda.


—Hay algunas cosas que sencillamente no puedes componer —le dijo, y luego se inclinó para besarlo con ternura. Era la primera vez que había iniciado algún tipo de demostración afectiva. Por lo general, era él quien la besaba, la levantaba en sus brazos o tan sólo la tomaba de la mano mientras caminaban por la calle. Al principio, lo sorprendió, pero ella lo conocía lo suficiente, conocía su cuerpo y cómo distraerlo. Él mismo se lo había hecho a menudo últimamente, aunque ella no creyó que hubiera sido con la intencionalidad con que lo hacía ella ahora. Tuvo una punzada de remordimiento por lo que estaba haciendo, pero luego las manos de él subieron para ahuecar sus pechos, y ya no pudo pensar más en nada como tampoco él.


Mucho después, Pedro se inclinó sobre ella:
—Hiciste eso a propósito, ¿no? —preguntó. Tal vez en otro momento él se hubiera enojado, pero ahora ella se sentía demasiado a gusto entre sus brazos.


—¡Hacer qué? —preguntó, pasando los dedos suavemente sobre sus brazos, y luego el pecho. Si había funcionado una vez, no había motivo por el cual no pudiera funcionar de nuevo.


Por desgracia, esta vez él no jugaría su juego. Le tomó los dedos, y se dio vuelta como para tenerla atrapada debajo de él, presionando la rodilla entre sus piernas de modo que quedara completamente bajo su control. Para provocarla aún más, le apartó la sábana de los pechos... y no la dejó taparse.


—Ahora que estás a mi merced... —Extendió el brazo a la mesa de luz y sacó algo del cajón.


Ella sabía lo que normalmente sacaba de ese cajón y sonrió expectante.


Pero lo que tenía en la mano no era para nada lo que esperaba.


—Sé que nos conocemos hace muy poco, pero... —abrió la pequeña caja negra, y al ver el deslumbrante brillante que se reveló, Paula soltó un grito ahogado. —¿Te quieres casar conmigo? —preguntó con suavidad, observándola para tratar de medir su reacción.


Los dedos de Paula temblaron al extender la mano, apenas tocando el anillo de brillante. Posiblemente, se tratara del brillante más hermoso que hubiera visto en su vida, y eso ya era decir mucho si se tenía en cuenta el pasado de su madre.


No dijo nada un largo rato, sólo se quedó mirando. No era consciente de que tenía la boca abierta y las pestañas humedecidas por las lágrimas.


—¿Debo tomar la ausencia de un rechazo como una señal de aceptación? —bromeó Pedro, y sacó el anillo de la caja para deslizárselo en el dedo—. Te amo, Paula. Sé que tienes secretos, pero con el tiempo lograré que confíes en mí, y juntos solucionaremos cualquier problema.






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