lunes, 22 de mayo de 2017
CAPITULO 12 (CUARTA HISTORIA)
Simon observó a Paula caminando por el pasillo y de inmediato se dio cuenta de que algo no funcionaba. Observó su rostro, advirtió las ojeras bajo sus ojos y entornó los ojos con recelo. Entonces, lo supo. Cuando se dio cuenta de lo que estaba sucediendo, perdió los estribos.
Caminó a grandes zancadas por el pasillo, y ni se molestó en golpear para entrar en la oficina de Pedro. Sí hizo una pausa, para asegurarse de que su hermano no estuviera con un cliente, antes de preguntarle a viva voz:
— ¿Qué le hiciste?
Pedro se dio vuelta tras deslizar el libro que estaba leyendo en la biblioteca.
— ¿Qué le hice a quién? —preguntó, sin entender de qué hablaba su hermano.
Estaba agotado por la falta de sueño y frustrado por no saber cómo volver a meter a Paula en su cama. Todo lo que hacía parecía volverse en su contra. Así que no estaba de humor para discutir con su hermano menor en ese momento.
—¡Paula! —espetó Simon, con las manos apretadas a los lados.
Pedro entornó los ojos.
—¿A qué te refieres? ¿Qué le pasó? —preguntó con urgencia, listo Para salir de la oficina y asegurarse de que estuviera bien.
—¡Eso mismo te estoy preguntando yo! —replicó Simon, dando un paso hacia delante —. ¿Qué le hiciste? ¿Se enojó por algo?
— ¿Por qué crees que la hice enojar?
Simon no tuvo tiempo de responder. En ese momento, Axel irrumpió en la oficina, apartando a Simon del camino para enfrentar a Pedro.
—¿Qué le hiciste?
Pedro miró a uno y otro de sus hermanos menores, absolutamente desconcertado.
— ¿De qué demonios estáis hablando? —Ahora también él estaba comenzando a enojarse. No le gustaba la idea que de Paula estuviera molesta por algo, pero menos le gustaba que algún otro se preocupara tanto por que la mujer que él consideraba suya estuviera molesta.
—¡Paula! —casi gritó Axel—. Está perturbada por algo, y tú debes ser el motivo. ¡La has estado volviendo loca con todas tus ridículas exigencias, y ahora está al borde de un ataque de nervios!
Pedro sintió que se le paralizaba el corazón con esas palabras.
—¡Dime qué sabes! —gritó.
Una vez más, nadie pudo responder porque en ese momento entró Ricardo. No fue tan duro como sus dos hermanos menores, pero tenía la preocupación pintada en el rostro.
—Pedro, ¿sabes qué le pasa a Paula? —preguntó con una expresión hostil en la mirada, que indicaba lo alterado que estaba. Ricardo no gritaba. Sólo había que mirar sus ojos para saber lo que estaba pasando. Era una persona muy controlada y reservada.
Pedro arrojó las manos en el aire, exasperado.
— ¿De qué están hablando? Hablé con ella anoche, ¡y estaba perfectamente bien! —En realidad, estuvo bien al final, pensó en silencio. No les contó acerca del ataque de llanto. Eso era entre ellos dos, y no iba a discutirlo con sus hermanos, que eran unos entrometidos.
—Evidentemente, está muy afectada por algo —dijo Ricardo, dando un paso al costado.
Pedro miró furioso a sus tres hermanos, confabulados contra él. No era la primera vez que deseaba haber tenido sólo hermanas.
—Si alguien no me explica lo que está sucediendo, ¡esto va a ir mucho más lejos que un intercambio de palabras y acusaciones! —dijo, amenazando a los tres. Tal vez fueran tres contra uno, pero él estaba protegiendo a la mujer que amaba, y eso lo hacía más fuerte.
—¡Está usando zapatos sin tacón! —espetó Simon, como si los zapatos sin tacón estuvieran prohibidos y fueran ofensivos.
Pedro miró a los otros. Se mostraron de acuerdo asintiendo con la cabeza
— ¿Está usando zapatos sin tacón? —preguntó, sin entender para nada a lo que se referían.
—¡Sí! —gritó Axel—. ¿Qué le hiciste?
Pedro comenzó a preocuparse. Lo que decían no tenía sentido alguno.
—Salgan de mi camino —bramó, tratando de abrirse paso entre los tres.
Axel cruzó los brazos delante del enorme pecho, mirando furioso a su hermano.
—Ni pienses que te vas a acercar a ella si la vas a volver a hostigar.
—¡Y tienes que encontrar una manera de solucionar este problema! —le dijo Simon.
Ricardo asintió con la cabeza, al tiempo que Pedro consideró a cuál de los tres le pegaba una trompada primero. Estaba desesperado por alcanzar a Paula y averiguar de qué hablaban. Pero un instante antes de lanzar el puñetazo, una voz suave y femenina interrumpió la escena, y la ira que sentía se disipó en el acto.
— ¿Qué está pasando? —preguntó Paula. Avanzó rodeando a Ricardo, Simon y Axel.
Levantó la cabeza para mirar a Pedro, esperando una respuesta. Pero sintió que sus mejillas se sonrojaban cuando los cuatro hombres bajaron la mirada a sus pies.
Pedro fue el primero en recuperarse. Miró los zapatos, unos zapatos sin tacón con estampado de leopardo que combinaban a la perfección con sus pantalones marrón chocolate, y estalló en una carcajada. Paula sonrió al verlo reír; sacudió la cabeza al tiempo que miraba a los restantes hermanos Alfonso.
— ¿Alguien me puede explicar lo que está pasando? —preguntó mientras Pedro se inclinaba sobre su escritorio, apretándose el costado por la risa. El sentido común y los modales quedaron de lado.
Ricardo dio un paso adelante y le tocó el antebrazo con suavidad.
— ¿Te encuentras bien? —le preguntó con la mirada preocupada.
Paula miró a Pedro, todavía riéndose, y puso los ojos en blanco.
—Ayer tuve un día difícil, pero para cuando terminó, había recuperado la cordura.
Simon y Axel se tranquilizaron un poco, pero todavía tenían cara de querer pegarle una trompada a Pedro.
—A las seis en el gimnasio —le dijo Simon a Pedro, dándole una palmada en la espalda antes de marcharse.
—Yo también estaré ahí —dijo Axel y salió, sin siquiera despedirse de su hermano mayor.
Ricardo sacudió la cabeza. Dirigió su mirada a los zapatos sin tacón de Paula y luego también salió de la oficina.
—Yo también iré —le dijo a Pedro.
Paula miró a tres de sus cuatro jefes salir de la oficina de Pedro. No sabía lo que estaba sucediendo.
— ¿Me podrías explicar qué pasó? —preguntó, intentando hacerse oír por encima de las carcajadas de Pedro.
Cuando éste siguió riéndose, resopló y se dispuso a salir de la oficina, decidida a ponerse a trabajar en lugar de quedarse allí como una tonta. Pero él la detuvo tomándola de la muñeca y tirando de ella. Seguía riéndose, pero al menos se lo veía más controlado.
Ella respiró hondo y esperó, sintiéndose pequeña y ridícula con sus zapatos sin tacón, especialmente al lado de Pedro.
¡Era tan condenadamente alto!
— ¿Por qué estás usando zapatos sin tacón? —preguntó, sin dejar de reírse—. ¿Es por la conversación que tuvimos anoche?
Ella se movió incómoda.
—Sí. No quería que creyeras que te estaba tratando de seducir.
El levantó una mano para tocarle la mejilla con una suave caricia.
— ¿Y si tengo ganas de que me seduzcas?
Su boca se abrió y su cuerpo se relajó. Descendió la mirada a la boca de Pedro, y luego otra vez a sus ojos.
—No puedes decir eso aquí —susurró.
—Entonces, ¿dónde?
Estaba a punto de responder cuando Tilly los interrumpió.
—Doctor Alfonso, su... —se paró en seco cuando vio la posición de ambos—. Oh, lo siento —susurró y trató de retroceder—. No quise interrumpir.
Paula miró hacia atrás y se libró de la mano de Pedro.
—No estás interrumpiendo nada —dijo y rapidamente salió de la oficina de Pedro.
No se molestó en mirarlo de nuevo, maldiciéndose por caer bajo su famoso hechizo. No podía creer haber estado a punto de decirle que viniera a su casa para seducirlo. Menos mal que Tilly los había interrumpido. Había estado a punto de hacer el ridículo.
Los siguientes días, trabajó más duro que lo normal. Se quedaba hasta tarde para no toparse con Pedro saliendo con algunas de sus amantes de turno, y entraba temprano. La idea de cruzárselo camino a la oficina, de tal vez verlo con una sonrisa en el rostro, que automáticamente relacionaría con una noche de pasión, sería demasiado difícil de soportar. Así que se cuidó de evitado, incluso en los pasillos.
Conocía su rutina y hacía todo lo posible por eludirlo.
Durante toda la semana logró su cometido, hasta que tuvo la reunión general como todos los viernes por la mañana. No tenía más remedio que asistir, pero se sentía bien preparada. Los otros tres hermanos Alfonso entraron y tomaron asiento, pero Pedro entró corriendo justo antes de que comenzara la reunión.
Desafortunadamente, eso hizo que se sentara al lado de ella. Lo bueno fue que le permitió no tener que mirarlo.
Incluso cuando hablaba, podía fingir que estaba escribiendo lo que fuera. Lo malo fue sentir el calor de su cuerpo, incluso sentado en la silla de al lado. Aquello era imposible, se dijo, sintiéndose ridícula incluso por pensarlo. Pero no se dio cuenta de que su cuerpo se comenzó a mover hacia aquella fuente de calor irresistible. Cruzó y descruzó las piernas hasta que tenía la mitad del cuerpo prácticamente enfrentado al suyo.
Cuando la reunión se dio por terminada, Paula miró a su alrededor, sorprendida por que todo el mundo se estuviera levantando y enfilando hacia la puerta. ¿Tan ausente había estado? Bajó la mirada a su libreta de notas, preguntándose qué habría escrito. Pero la hoja estaba prácticamente en blanco. Había algunos garabatos, pero no había escrito ninguna otra cosa.
Habitualmente, en estas reuniones tomaba varias hojas de apuntes, pero hoy no.
—Iré en un instante —oyó que decía Pedro, y se quedó helada.
Y luego oyó lo que tanto temía. La puerta se cerró.
Lentamente, como si los músculos del cuello se lo estuvieran impidiendo, levantó la cabeza, y miró a Pedro apoyado contra la puerta.
— ¿Qué te pasa? —preguntó cruzándose los brazos delante del enorme pecho.
El corazón le latía con tanta fuerza que tenía miedo de que él lo pudiera oír desde el otro lado de la sala.
—No sé a qué te refieres —contestó y se puso de pie, acomodando todos los papeles que les habían repartido durante la reunión. Algunos habían sido, de hecho, copias suyas. ¿Quién las había repartido? No recordaba nada.
—Es evidente que hay algo que no funciona —dijo y se acercó para quedar parado al lado de ella, dominándola con su presencia. Paula quedó de pie, arrinconada contra la mesa de la sala.
No podía mirarlo directamente a los ojos, así que fijó la mirada en su pecho.
Temía que él descubriera algo en su mirada. Y temía también lo que ella pudiera ver en la suya.
—No sé de qué hablas, Pedro. Todo anda perfectamente bien; acá no hay ningún problema —tartamudeó nerviosa.
Era una mentira descarada, y él probablemente lo sabía, pero ella la iba a sostener como fuera. La alternativa, hablarle a Pedro con franqueza, no era una opción.
— ¿Entonces por qué les dijiste a los demás que había que hacer un cambio en la oficina? —preguntó con suavidad, deslizando sus ojos azul índigo sobre sus rasgos con lentitud, como si estuviera saboreando el momento a solas con ella.
Ella se inclinó hacia atrás ligeramente; el cerebro no le funcionaba cuando lo tenía tan cerca. Siempre guardaban distancia entre los dos, especialmente cuando discutían.
Salvo por..., pues, salvo por aquella única tarde.
No recordaba haber dicho nada sobre un cambio en la oficina, así que era una novedad total para ella. Lo pensó, especialmente esta semana mientras trataba de evitar a Pedro en los pasillos.
No quería pasar como una idiota completa, así que le siguió la corriente lo mejor posible.
— ¿Qué tiene de malo hacer un cambio en la oficina? —susurró, al tiempo que sus dulces ojos marrones descendía a su boca. No se dio cuenta de que su lenguaje corporal se había suavizado y de que instintivamente estaba acercándose a él. Tal era el deseo de extender la mano para tocarlo que sus dedos tamborileaban nerviosos. Se preguntó cómo sería poder tocarlo cuando quisiera, pararse en puntas de pie para besarlo y pedirle que la tomara en sus brazos y le hiciera el amor.
Suspiró e inclinó la cabeza ligeramente, sabiendo que no tenía ese derecho y nunca lo tendría. Pedro era un donjuán, un seductor de mujeres, y jamás podría ser sólo para ella. Pedro sintió que todo su cuerpo reaccionaba a la manera en que ella lo estaba mirando.
Siempre era tan distante, gritándole cada vez que la irritaba.
Sí, era cierto, sentía placer sacándola de las casillas, porque le encantaba ver cómo su rostro se teñía de un suave color rosado cuando se enojaba. Pero hoy no la había atacado ni una sola vez, no se había dejado afectar por ninguna de sus bromas durante la reunión, e incluso estuvo de acuerdo con él respecto de algunos de los asuntos que había señalado.
—No tiene nada de malo hacer un cambio en la oficina, Paula —dijo, moviéndose ligeramente hacía ella, impregnando sus orificios nasales con aquel aroma dulce y femenino que recordaba de la única vez que habían estado juntos.
Maldición, ¡qué bien olía! Y su sabor...
No, prohibido pensar en eso, se dijo con firmeza. La suerte ya estaba echada.
Ella ya no lo quería de esa manera o no hubiera huido despavorida de su apartamento mientras se duchaba.
Aquella mañana se lo había dejado bien claro.
Pero ahora parecía estar diciéndole otra cosa. Al menos, advirtió que no se estaba apartando de él.
—El cambio es bueno —dijo, esta vez apenas susurrándolo. No tenía la energía para decirlo más fuerte. Al menos, no estando tan cerca de Pedro. No cuando sentía cada partícula de calor que emanaba de su cuerpo increíble. Y ella tenía tanto frío. Hacía tanto tiempo que sentía frío. Era injusto que él tuviera todo ese calor y ella... nada. Era como si todo su cuerpo anhelara desesperado el calor de Pedro, que la envolviera en sus brazos y... sí, que le hiciera lo que le había hecho aquella única tarde.
—No podemos estar así —dijo ella, tratando de moverse hacia atrás, obligándose a resignar esa repentina fascinación que sentía por él.
—Estamos en una sala de conferencias, hablando de negocios —replicó él, pero movió el cuerpo para que nadie pudiera verlos si la puerta se abría por accidente.
Paula suspiró aliviada cuando lo dijo. Levantó la mirada y quiso mirar del otro lado, pero tenía la visión obstaculizada por su enorme pecho. ¿Se había movido aún más cerca? ¿Estaba inclinando la cabeza y...? Oh, por favor, ¡que no la besara! Oh, por favor, ¡que no dejara de hacerlo si era lo que tenía pensado hacer!
Levantó la cabeza en el mismo momento en que su boca atrapó la suya, y envolvió los brazos alrededor de su cuello atrayéndolo aún más cerca. Cuando él profundizó el beso, ella abrió la boca, gozando de las olas calientes que la recorrían, al tiempo que él le rodeó la cintura con las manos y la levantó contra él.
La fuerza de aquel beso hizo que la mente le comenzara a dar vueltas. La exigencia y el deseo se apoderaron de ella.
Jamás había besado a un hombre que la hiciera sentir así.
Nada era suficiente. Se puso en puntas de pie para poder pegarse más contra su cuerpo, apretarse más, y saber que, por ese instante, por ese momento, era todo suyo. Tenía la libertad y el derecho de tocarlo, y sus dedos se movieron sobre su cuello, sus hombros y luego subieron una vez más para enredarse en su cabello.
Pedro no podía creer lo increíble que era tenerla entre los brazos. Era pura suavidad, luz, calor y energía. No había imaginado cómo sería abrazarla, sentir aquel poder increíble que explotaba dentro de sí, y lo hacía sentir aún más poderoso por el solo hecho de que ella le permitiera sostenerla.
De pronto, hubo un ruido afuera de la sala de conferencias.
Paula se apartó con brusquedad. Rápidamente, puso una distancia de varios metros entre los dos, justo a tiempo, ya que un segundo después, varias personas abrieron la puerta e irrumpieron en la sala. Pero cuando vieron quién estaba allí, se detuvieron en seco.
Paula echó un vistazo a Pedro, y luego al grupo de abogados que se disponía a entrar. Estaban todos con la boca abierta tratando de entender lo que estaba sucediendo y si debían volver a salir. Por suerte, Pedro parecía estar furioso, algo común, especialmente cuando estaba con ella.
Las peleas entre ambos ya eran famosas en la oficina.
A toda velocidad, Paula reunió los papeles y salió de la sala de conferencias, como si nada raro acabara de ocurrir, como si la tensión que percibían los recién llegados fuera simplemente la ira habitual que se desencadenaba cada vez que ella y Pedro estaban en una oficina durante más de treinta segundos.
Tal vez resultara un poco incomprensible que tuviera el rostro rojo o que no pudiera recuperar el ritmo habitual de su respiración. Los dedos le temblaban y caminaba con paso vacilante, pero nadie se dio cuenta. Y si lo notaron, esperaba que lo atribuyeran también a una pelea.
Se abrió paso por los corredores, ignorando a cualquiera que la requiriera para una pregunta o para informarle lo que fuera que creyeran que debía saber. No se detuvo hasta estar sola en su oficina con la puerta bien cerrada, excluyendo al resto del mundo y la locura de lo que acababa de suceder en brazos de Pedro.
Cerró los ojos y respiró profundo varias veces, esforzándose por recuperar algún viso de normalidad.
¿Era verdad que acababa de besar a Pedro? ¡¿En una sala de conferencias?!
¿Donde cualquiera pudiera interrumpirlos, y de hecho había sucedido? Sacudió la cabeza y casi se desplomó sobre su sillón. Sentía todo el cuerpo convulsionado por el impacto de haber estado con él. En realidad, estaba temblando por la experiencia física y no por el hombre en si.
Está bien, seguramente era una combinación del hombre y de la manera como la tocaba y la hacía reaccionar.
¡Basta! Cerró los ojos y se recostó hacía atrás en el sillón.
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Uyyyyyyyyy, Pedro la está enloqueciendo a Pau. Muy buenos los 3 caps.
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