lunes, 22 de mayo de 2017
CAPITULO 10 (CUARTA HISTORIA)
De regreso en su oficina, Paula se quitó los viejos zapatos y deslizó los pies dentro de los nuevos, deleitándose con la sensación del pie enfundado en el suave calzado de cuero. Se paró y caminó lentamente alrededor de la oficina. Quería
estar segura de que eran cómodos aun sobre la gruesa alfombra. Sonriendo, caminó por el pasillo con paso alegre.
Hoy ni siquiera iba a lidiar con el problema de hallar nuevas candidatas para Pedro. Se sentía demasiado bien, y no quería que nada arruinara su estado de ánimo. Ya vería mañana, se dijo.
Suspiró sintiendo que la tensión se disipaba. Con cada paso, le mejoraba el humor.
Se quedó bien alejada de la oficina de Pedro, del otro lado del corredor; no quería que le contagiara la mala onda en caso de cruzarse con él y sufrir un reclamo de más currículums, algo que no tenía en ese momento, porque justamente estaba tratando de olvidar el asunto a propósito.
Cuando regresó a su oficina una hora después, advirtió una extraña mirada en el rostro de Mary.
— ¿Qué pasó? —preguntó Paula, con la mano sobre el picaporte de su oficina—. ¿Y por qué está cerrada la puerta de mi oficina?
Mary sonrió débilmente, y luego se encogió de hombros.
—No sabía qué hacer con todas ellas, así que las apilé en tu oficina —explicó.
— ¿Apilaste qué? —preguntó Paula, confundida.
—Todas las cajas.
Paula seguía sin entender.
—-¿Acaso llegó un pedido que no cabe en el depósito? —preguntó desconcertada, abriendo la puerta con un empujón.
Entonces, se quedó parada en seco.
Si bien la oficina no estaba repleta, había una cantidad enorme de cajas sobre su escritorio. Bolsas con alrededor de diez cajas. ¡Cajas de zapatos! Y también una enorme caja de chocolates.
— ¿Qué es esto? —preguntó Paula. Evidentemente, se trataba de un error. —De dónde salió todo esto?
Abrió una caja y vio los zapatos rojos de gamuza que le habían encantado hacía un rato.
—¡Cielos! —exclamó. Abrió la siguiente, y vio los negros con el cierre lateral. Caja tras caja, fueron apareciendo todos los hermosos zapatos que se había probado aquella tarde. —Yo no compré ninguno de éstos —susurró. Había perdido la voz y el corazón le comenzó a palpitar a toda velocidad. —Al menos, no creo haberlo hecho —dijo. Sacó la factura de la bolsa más pequeña y miró. Efectivamente, sólo había un par de zapatos en ese recibo.
—Sin duda hubo un error —dijo—. Algunos de estos zapatos están totalmente fuera de mi presupuesto. ¡Jamás podría gastar tanta plata en zapatos!
Mary estaba suspirando mientras levantaba en alto un par de gamuza color verde lima con un moño dorado en el costado.
— ¿Puedes conservarlos un día o dos? Me gusta tanto tocarlos... —dijo, fascinada.
Paula ni le respondió. Estaba demasiado ocupada buscando el número de teléfono del shopping. Después de varios intentos, consiguió que la conectaran con el sector de zapatos. Y milagro de milagros, el vendedor que la había ayudado esa tarde seguía allí.
—Hola —dijo lo más simpática que pudo—. Estuve allí hace un rato y usted me ayudó a probarme varios pares de zapatos.
—Si señorita —respondió el vendedor con un tono respetuoso y amable —¿Recibió el pedido? —preguntó cortés.
—Ehhh —Paula echó una mirada a las cajas de zapatos—. Pues, Recibí más de diez pares de zapatos, pero ha habido un error. Yo no los compré todos —explicó—. Necesito devolverlos.
—No ha habido ningún error, señorita. Esta tarde usted fue la feliz ganadora de un sorteo. Todos esos zapatos fueron comprados y pagados. Espero que los disfrute! —dijo con la voz llena de entusiasmo.
Se quedó callada un largo instante.
— ¿Está seguro? —preguntó.
—Por supuesto. ¡Por favor, venga a vernos pronto! Y no dude en pedirme lo que necesite.
Paula le agradeció al hombre y colgó. Seguía con la mirada fija en los zapatos dispersos por toda la oficina. Mary había sacado varios más de las cajas, probándoselos todos con la vana esperanza de que hubiera alguno en un número diferente, en varios números más, para poder quedarse con uno o dos pares. Pero tras abrir la última caja, se sintió derrotada.
— ¿Qué dijo el vendedor? —preguntó Mary, deslizando el dedo a lo largo de un zapato de charol negro con un tacón con punta dorada, de aspecto casi letal.
Paula levantó un par de franela gris. Había pensado que eran chinelas, pero tenían un tacón ligeramente más alto.
—Dijo que gané un sorteo que realizaron hoy por la tarde en el shopping.
Estos le habían encantado pero eran demasiado caros. Oh, por supuesto que sabía que había gente que gastaba dos o tres mil dólares en un par de zapatos, y éstos costaban doscientos o trescientos dólares, ¡pero de todos modos! Su presupuesto estaba más en el orden de los Cincuenta a cien dólares, un poco más cuando se trataba de un par de zapatos de buena calidad o algo sin lo cual no podía vivir.
¡Y jamás había comprado tantos zapatos al mismo tiempo!
Había algo muy extraño en todo esto. Este tipo de vicisitud azarosa era algo que a ella nunca le sucedía. Jamás se había ganado nada en toda su vida.
—Cómo me hubiera gustado ir contigo —dijo Mary, guardando el último par de zapatos en la caja tras volver a acomodar el papel de seda con cuidado—. Bueno, mejor me pongo a trabajar. Después de todo, a mí no me van a caer del cielo doce pares de zapatos. Necesito ganar más dinero para comprármelos yo misma.
Mary se rio de su propia broma al tiempo que se dirigió a su escritorio.
Paula apiló las cajas de zapatos otra vez, metiéndolos en las bolsas mientras la cabeza le daba vueltas con las diferentes posibilidades. ¡Nada caía del cielo, y menos zapatos!
Luego miró el escritorio y advirtió la caja de chocolates.
¿Chocolates? ¡Jamás compraba chocolates, porque se los terminaba comiendo todos! No podía tener dulces a mano, porque era capaz de engordar cinco kilos de una sola vez.
Haciendo caso omiso a los chocolates, siguió trabajando, incluso seleccionando un par de currículums más, aunque los rechazó porque no parecían tener más posibilidades que los que ya habían discutido con Pedro. No se dio cuenta del paso del tiempo, pero para cuando levantó la mirada eran las ocho de la noche.
Paula se reclinó sobre su silla y fijó la mirada en la pila de zapatos. Si no le encontraba una lógica, no podría aceptarlos. Tal vez si hablaba mañana con el gerente de la tienda, se sentiría mejor sobre este repentino golpe de suerte. Pero en ese momento, no le encontraba explicación, y le resultaba imposible disfrutar de ellos.
—Paula, quería saber... —Simon se hallaba parado en la puerta con la mirada clavada en las cajas de zapatos embolsados—. Vaya, debió realmente sacarte de las casillas —dijo contando la cantidad de cajas—. ¿Doce cajas de zapatos? —exclamó—. ¿Qué te hizo ese idiota para tener que comprarte doce pares? —preguntó enojado, poniéndose de su lado.
Paula no entendió nada.
— ¿De qué hablas y quién me sacó de las casillas?
Simon encogió los hombros.
—Pedro, quién otro. Es prácticamente el único con el que peleas. ¿Fue el culpable de todo esto? —quiso saber Simon.
Pensó rápidamente en sus comentarios, tratando de desentrañar lo que estaba queriendo decir.
— ¿Me estás diciendo que como Pedro me sacó de las casillas me tuve que comprar doce pares de zapatos? ¿Eso es lo que quieres saber?
Simon sacudió la cabeza.
—Yo hablaré con él, Paula. Sé que hay algo que no funciona, pero te prometo que conseguiré que te pida disculpas. —Lo dijo mirando otra vez a la pila de zapatos.
— ¿A qué te refieres? —preguntó Paula, y se puso de pie mirándolo a los ojos—. ¿Qué tiene que ver Pedro con el tema de los zapatos?
Simon la miró, y luego volvió la vista a las cajas.
—Esta tarde, cuando te fuiste, me di cuenta de que estabas de mejor humor.
— ¿Y? —lo animó a que continuara.
—Y —se rio— Pedro estaba al lado mío cuando mencioné que parecías contenta porque te ibas a comprar zapatos.
Paula se quedó mirándolo, tratando de relacionar los hechos.
Simon comenzó a ponerse tenso.
— ¿Acaso no es lo que haces cuando te saca de quicio? —preguntó, perplejo aún por los vericuetos de la mente femenina.
—El... —Buscó la palabra adecuada, cuidándose ya que Simon era el hermano menor de Pedro. No conocía hermanos que se llevaran tan bien, y no quería ofender a nadie.
—Pedro se ha comportado como un idiota, Paula. No sé lo que está pasando, pero hablaré con él.
Simon se volvió y salió de su oficina, olvidándose del motivo por el cual había acudido. Miró la pila de zapatos, y consideró las diferentes posibilidades. Sacó un par con lunares blancos y negros, acariciando el fabuloso material con el dedo.
Y luego entendió. ¡No había sido la feliz ganadora de ningún sorteo! ¡No sabía cómo, pero Pedro había pagado por esos zapatos!
Agarró los zapatos con lunares y salió de la oficina hecha una tromba, directamente por el corredor. La mayoría de la gente se había marchado a su casa, pero advirtió la luz de su oficina y se sintió encantada de tener la presa a mano.
—¡Eres un desgraciado! —gritó.
Ignoró por completo cualquier regla de etiqueta que rigiera el buen comportamiento dentro de la oficina al sentir que la furia se apoderaba de ella. No pensaba, ¡sólo reaccionaba al hecho de que Pedro le hubiera comprado todos esos zapatos como una manera de apaciguarla!
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario