lunes, 22 de mayo de 2017

CAPITULO 11 (CUARTA HISTORIA)




Pedro estaba sentado detrás del escritorio. La única luz era la lámpara de escritorio que iluminaba los documentos sobre los cuales trabajaba, así que cuando levantó la mirada para verla irrumpir hecha una furia en su oficina, Paula no le vio la cara. No le importó ni un poco. ¡Había tratado de compraría!


—¡Eres un matón horrible, perverso y ridículo! —dijo y le arrojó un zapato al otro lado de la habitación.


Pedro nunca se sintió tan contento de haber jugado al fútbol norteamericano en la escuela secundaria y en la universidad. 


Y de que sus reflejos siguieran intactos.


Su entrenamiento con el box también le resultaba útil para la ocasión. Fue por eso que fue capaz de esquivar fácilmente el misil volador. Cuando volvió a levantar la mirada, vio que tenía otro zapato listo para arrojar, y adoptó el modo sobrevivencia, con una enorme sonrisa en el rostro al aceptar el desafío de enfrentar la furia de Paula. Maldición, ¡qué sexy lucía con los zapatos nuevos!


Dio vuelta el escritorio, con las manos abiertas en un gesto de apaciguamiento.


—Paula, no tengo ni idea de lo que tienes en mente, pero hablemos sobre ello — dijo. No bien terminó de decir estas palabras, tuvo que agacharse cuando ella le arrojó el segundo zapato directamente a la cabeza. Por suerte, él era bastante bueno esquivando golpes en el ring, y esquivar zapatos no era muy diferente.


—Tú compraste todos estos zapatos, ¿no es cierto?


Pedro se dio cuenta de que había descubierto, pero estaba demasiado preocupado tratando de evitar que le molieran la cabeza a golpes como para que se le ocurriera una buena mentira. Estaba tan enojada que se sacó el zapato que llevaba puesto y lo disparó con la misma fuerza.


Pedro sabía que tenía que apurarse y hacerle un tacle antes de que lo atravesara con uno de esos proyectiles. Y también tenía que dejar de pensar en que lucía increíblemente sexy cuando estaba amenazándolo con causarle lesiones graves.


—Paula, hablemos.


No! ¡Hace tres días que hablamos y lo único que haces es volverme loca! Me harté de hablar contigo. ¡Y justo cuando encuentro una solución, se te ocurre salir a comprarme zapatos! ¿Hay algo más desquiciado? —Y con ello, voló el último zapato.


No corrió ningún riesgo. Desplazándose al ras del suelo antes de que pudiera valerse de los libros en la biblioteca, se lanzó hacia su torso. Con gracia y suavidad, la embistió y la arrinconó contra la pared. Peleó con todas sus fuerzas, pero él no correría el riesgo de soltarla. Le retuvo las manos por encima de la cabeza. Sólo observó, fascinado mientras peleaba, contorsionándose contra él. Al final, ella no se quedó quieta porque la tuviera aprisionada, sino porque se dio cuenta de que lo estaba excitando con sus movimientos.


Cuando finalmente se quedó inmóvil y sin aliento, él descendió la mirada hacia ella con una sonrisa en los labios.


— ¿Entonces, qué tal si me cuentas por qué estás tan enojada conmigo? —dijo, pero tenía la mente en sus pechos aplastados contra su torso. En realidad, le importaba muy poco su furia. Bueno, en realidad, sí, pero eso era para después.


Después de que él...


Paula protestó cuando él le mordisqueó el lóbulo de la oreja.


—Dime lo que hice mal —dijo, sinceramente confundido.


Paula levantó la mirada. Sentía un hormigueo en todo el cuerpo, y deseó que la besara, que le hiciera el amor como lo había hecho aquella única noche. Y luego recordó a todas las demás mujeres en su vida y estalló en llanto.


Todo deseo físico se esfumó con las primeras lágrimas de Paula. adoraba su furia y su pasión, y le parecía el colmo de lo sexy cuando arrojaba de lleno en una misión para arreglar algo en la oficina.


Pero las lágrimas lo desarmaban. No podía manejar las lágrimas, y menos las de ella! Lo cual resultaba irónico, ya que las mujeres siempre habían usado las lágrimas para manipularlo, y siempre lo dejaban paralizado. Pero cuando ella lo miró con aquellas lágrimas lustrosas en los ojos, se sintió como el peor idiota del mundo.


—Paula, háblame. ¿Qué puedo hacer para reparar el daño que te hice? —preguntó con suavidad, atrayéndola hacia sí con un abrazo. Cuando ella se hundió sobre su pecho, el llanto se intensificó aún más. La levantó en los brazos y la llevó al sofá, sentándola sobre su regazo y meciéndola suavemente mientras desahogaba sus penas. No podía creer haber sido él quien le provocara esto, y cuanto más lloraba peor se sentía.


Cuando finalmente las lágrimas disminuyeron, se reclinó hacia atrás y descendió la mirada hacia ella, con los brazos aún alrededor de su cintura.


—¿Puedes contarme? —le preguntó con suavidad—. Todavía no entiendo lo que hice mal. Pensé que te encantaban los zapatos nuevos.


Ella inhaló ruidosamente, apartando su cara del cuello de él. 


Casi volvió a estallar en sollozos cuando vio que el maquillaje le había manchado el cuello de la camisa.


Seguramente había pagado una fortuna por sus camisas, y ella le acababa de arruinar una de ellas.


—Lo siento —susurró, avergonzada por el estallido. Él le pasó un pañuelo de papel, y ella lo usó para intentar limpiarle el desastre que tenía en el cuello.


—Es para ti, Paula —le dijo, e intentó que dejara de limpiarle la camisa.


—Pero te manché la camisa.


—No te preocupes por eso. Dime lo que hice mal.


Ella volvió a inhalar con fuerza, y apartó la mirada de la mancha que le había dejado en la camisa.


Intentó bajar de su regazo.


—No te irás hasta que me ayudes a entender —dijo, apretándole aún más las manos alrededor de la cintura.


Ella se rio apenas, pero sonó más como un hipo.


—Fuiste tú quien me compraste los zapatos, ¿no? —preguntó, pero en su mirada ya adivinaba la respuesta.


— ¿Qué más da si los compré o no?


Ella respiró hondo, tratando de calmarse.


—Importa por el motivo por el cual lo hiciste. Y por lo que gastaste en todos esos zapatos.


—Lo que gasté no me significa nada —dijo, y desestimó el gasto agitando la mano en el aire—. ¿Por qué crees que te los compré?


—Porque te portaste como un imbécil conmigo.


Sí, ése fue uno de los motivos —dijo.


Ella se deslizó de su regazo. Necesitaba poner distancia entre los dos ahora que el ataque de nervios había acabado.


—No debiste hacerlo —dijo, entristecida porque le hubiera comprado los zapatos para aplacar su culpa y porque sabía que tendría que devolver todos esos hermosos zapatos. Aunque no debió hacerlo, se había enamorado de algunos de ellos apenas los vio. El sólo verlos en sus cajas había sido una dolorosa tentación. Ya había pensado en prendas que combinaban con algunos de ellos.


—Sé que estás tratando de levantarme el ánimo. Y también de apaciguar tu sentimiento de culpa. Pero estoy bien.


Pedro también se paró, dominándola con su figura. Ricardo y Axel tenían casi su misma altura, y Simon era aún más alto, pero aquellos hombres no parecían imponer su presencia como lo hacia Pedro. No era sólo que fuera alto, sino que se alzaba sobre los demás, intimidándolos con su porte soberbio. Su aspecto fuerte y el dominio que parecía ejercer sobre todo el resto le provocaban una profunda excitación. Algunas personas necesitaban ostras o espárragos. Pero ella lo único que necesitaba era a Pedro. ¡Era un afrodisíaco sexy y atractivo en sí mismo!


El se inclinó y levantó uno de sus zapatos. Luego la levantó a ella inesperadamente, apoyándola nuevamente sobre su escritorio.


—La verdad es que no puedo asegurarte que compré todos estos zaparos para apaciguar mi culpa. Aunque sí te pido disculpas por haber sido tan irritante y odioso últimamente.


Ella tragó saliva, apenas oyendo sus palabras, porque le había tomado la pierna con los dedos, y deslizó la mano sobre la piel de su pantorrilla. Era casi como si no llevara pantís. Cuando su mano levantó su pie mientras la otra mano le volvía a calzar el zapato, dijo:
¿Qué te parece si sencillamente aceptas que me gusta verte con estos zapatos? Me gusta cuando caminas por el pasillo con estos tacones sexy, tus camisas sexy y tu maquillaje sexy, como una especie de diosa de los negocios o algo así.


No pudo evitarlo. Por algún motivo, la carcajada se le escapó.
— ¿Diosa de los negocios? —repitió.


Él asintió la cabeza, y su mano siguió subiendo por su pierna, deslizándose furtiva bajo su falda, sensual.


—Diosa, por lo menos. —Él también soltó una risa ahogada.  —Tal vez, de mucho más que de los negocios.


Ella sonrió. Sintió que una oleada de calor la invadía.


—Realmente, no quiero ser una diosa de los negocios —dijo con una sonrisa.


Advirtió adonde se encaminaban, lo que se le estaba cruzando por la cabeza, y se compuso. Sacándole el pie de la mano, sacudió la cabeza.


—Será mejor que vuelva a casa —le dijo, y se deslizó de su escritorio—. Ha sido un día bastante largo y difícil. Tengo la impresión de que Tilly también va a renunciar.


Pedro se inclinó hacia atrás, sobre el escritorio, observándola con agrado inclinarse bien abajo para levantar el otro zapato y calzárselo.


—No te preocupes por Tilly —dijo, mientras ella se agachaba para levantar los otros dos misiles que había disparado contra su cabeza hacía un rato—. Le compré una caja de chocolates a modo de disculpa.


Paula se sintió derrotada. Los zapatos y los chocolates. Tenía bastantes cosas por las cuales tenía que disculparse, pensó con recelo.


—Bueno, será mejor que me marche.



Se volvió y caminó hacia su puerta. Pero antes de salir por la puerta, se detuvo y se dio vuelta.


—Lamento haberte arrojado los zapatos.


Pedro soltó una risa suave.


—Por favor, no tengo problema en que me arrojes cualquier prenda que te quieras quitar —dijo. En seguida, tuvo el enorme placer de verla sonrojarse antes de darse vuelta una vez más y salir caminando por el pasillo.






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