martes, 23 de mayo de 2017
CAPITULO 13 (CUARTA HISTORIA)
— ¿Te encuentras bien? —oyó que preguntaba una voz femenina.
Paula abrió los ojos de golpe y levantó la mirada a su asistente.
—Sí, claro —dijo y se incorporó, apoyando las manos sobre el teclado. Intentó fingir que estaba trabajando, pero sabía que no resultaba creíble. Seguramente fue su mirada culpable la que la delató, así que bajó la vista hacia el teclado.
— ¿Por qué lo preguntas?
Mary la miró con curiosidad.
—Entraste aquí corriendo como si te estuviera persiguiendo el diablo. Supongo que has estado actuando un poco extrañamente esta semana, así que no me debería sorprender, pero pareciera que hay algo más que te está afectando. —Pensó un momento y dijo: —Y tienes las mejillas sonrojadas, como si tuvieras fiebre o algo así. —Mary se acercó al escritorio de Paula y le entregó una pila de papeles—, ¿Te sientes mal? Es posible que estés por enfermarte. Este tiempo loco de otoño frío por la mañana, calor por la tarde... te puede engripar. Nuestros cuerpos no saben si producir calor o ir en busca de un aire acondicionado. ¿Quieres irte a tu casa? Puedo hacerme cargo de tus asuntos. Es viernes, así que la mayoría de la gente se está yendo de todos modos.
Paula pensó en su casa con añoranza, y en el solaz que le ofrecería. Su pequeña casa urbana era justo lo que necesitaba en ese momento.
Podía desaparecer de la oficina y esconder la cabeza bajo una almohada, hacer de cuenta que no tenía que volver a salir.
¿Pero qué diría Pedro si se enteraba de que se había retirado temprano?
Probablemente, iría a su casa para averiguar si estaba bien.
Últimamente se comportaba de modo bastante protector.
Por otro lado, el hecho de que se hubiera mostrado afable un día no significaba que se hubiera vuelto una persona amable. Volvió a sonreír al recordar a los otros tres hermanos enfrentando a Pedro cuando se puso los zapatos sin tacones.
Aquello la había hecho sentirse bien, todos aliándose para protegerla contra él. Casi soltó una carcajada al ver la expresión de confusión en sus ojos, y todo por un par de zapatos sin tacón. Vaya, ¡aquel día sí que los había confundido a todos! Sacudió la cabeza, haciendo a un lado ese recuerdo y todas esas sensaciones cálidas que Pedro le generaba cada vez que salía a protegerla. Debía de ser así con todas las mujeres. Por lo pronto, lo hacía con todas sus clientes mujeres, asegurándose de que estuvieran protegidas económicamente cuando sus esposos finalizaban un divorcio. De hecho, a Paula le gustaba que fuera así.
Salvo que hiciera lo mismo con las mujeres con las que salía. Eso no le habría gustado en absoluto.
Mary seguía esperando la respuesta, y se concentró en el trabajo que tenía por delante.
—Estoy bien —dijo, sonriendo a desgano—. Un poco cansada, nada más. Ha sido una semana terrible.
Mary sonrió y le entregó los otros informes que Paula le había pedido más temprano.
—El sistema de clientes ya está en funcionamiento. Se cargaron todos los casos de años anteriores, y se los puede consultar para cualquier tema y con cualquier palabra clave. Ya pasaron varias personas por mi escritorio para felicitarte por insistir en instalar este sistema —comentó Mary, dirigiéndose a la puerta de la oficina de Paula.
Paula sonrió. Al escuchar esas palabras, la embargó una intensa sensación de victoria. Habría librado una larga batalla por aplicar ese sistema. Y era con Pedro con quien más había discrepado. Él decía que no lo necesitaban porque ya había bases de datos de investigación en Internet, a los cuales estaba suscrito el estudio.
"¿Qué sentido tenía?", preguntaba una y otra vez. Ella lo bombardeó con argumentos, invocando los incrementos de productividad, las estadísticas que había reunido sobre los diferentes medios, y la posibilidad que les daría a los asistentes legales de reunir información y ampliar el mercado llegando a más clientes. "El Grupo Alfonso no necesita clientes nuevos", decía él. Tenían que rechazar clientes nuevos todo el tiempo porque no daban abasto para contratar y capacitar abogados nuevos con la rapidez suficiente.
Había peleado encarnizadamente por conseguir hasta el último centavo para instalar el sistema, así que resultó un alivio enorme que fuera tan fácil de implementar y los empleados realmente lo estuvieran usando. Un punto para ella, pensó.
Pero, por algún motivo, la idea de anotarse un punto a su favor en la batalla en curso no le generó la sensación de victoria de siempre. Era otra consecuencia no deseada más de dormir con el enemigo, se volvió a reprender. Ya ni siquiera la entusiasmaba anotarse un punto a su favor.
Suspiró y miró alrededor de la oficina.
Últimamente había pasado demasiado tiempo allí adentro; estaba comenzando a percibir una sensación de encierro.
Como si fuera una prisión más que un santuario.
Tal vez sí fuera hora de irse a casa. De cualquier manera, no estaba haciendo demasiado. ¿Para qué computar horas de trabajo cuando no estaba siendo productiva? Sospechó que, si se iba de la oficina, conseguiría terminar más asuntos en su casa. Valía la pena intentarlo, de cualquier manera. Al menos, la alejaría de Pedro. Realmente, ¡no podía volver a cruzarse con él de nuevo después de ese beso!
No tenía ni idea de cómo explicar su reacción, o siquiera por qué había dejado que ocurriera.
Metió rápidamente en el maletín las carpetas con las que podía trabajar el fin de semana, luego apagó la laptop y también la guardó.
—Mary, al final me voy. Si alguien pregunta por mí, dile que está todo en orden, pero que esta tarde voy a trabajar en casa.
—Por supuesto —replicó Mary, apenas haciendo una pausa mientras tipiaba.
Paula salió de la oficina, pero en lugar de girar a la derecha para tomar el ascensor, fue hacia la izquierda dirigiéndose a las escaleras. No le importó tener que bajar tantos pisos y que le resultara terriblemente incómodo con los tacones aguja que llevaba. Pero no quería correr el riesgo de cruzarse con Pedro otra vez.
Ya había hecho el ridículo para rato.
Cuando llegó a su casa, se puso un jean cómodo y gastado y un buen par de medias gruesas de lana. Tras servirse una copa de vino, llevó su trabajo al patio trasero. El tiempo estaba agradable, pero para cuando llegara la noche, estaría demasiado fresco para estar afuera. Así que decidió aprovechar el calorcito del sol mientras pudiera.
Se hizo un ovillo sobre su enorme sillón y sacó la laptop.
Pero fue todo Lo que alcanzó a hacer en su afán por terminar el proyecto que había empezado ese día. En lugar de concentrarse en el informe sobre la productividad del personal, que Ricardo le había pedido, se quedó mirando al vacío. Ni siquiera se acordó del vino que tenía servido en la mesita de al lado.
—Creí que ibas a trabajar en tu casa —oyó que decía una voz profunda en la puerta de entrada.
Paula giró la cabeza bruscamente y se quedó boquiabierta al ver a Pedro parado en el umbral.
—Qué haces aquí? —preguntó, y saltó de la silla. Pero al hacerlo, todos los papeles que tenía extendidos a su alrededor salieron volando. Paula no pudo impedir que se cayeran, porque estaba tratando de evitar que la costosa laptop también fuera a dar al piso de mosaicos del patio.
Antes de que supiera lo que estaba sucediendo, lo tenía a Pedro de rodillas al lado suyo, atajando los papeles y la computadora. Levantó la mirada, directo a sus ojos, y se dio cuenta de que lo tenía demasiado cerca.
Hubo un largo momento de tensión en el que su mirada descendió de sus ojos a su boca. Y luego recordó lo que había sucedido aquel día, cuando se había detenido justamente en ese lugar con la mirada, y respiró hondo al tiempo que daba un paso atrás.
— ¿Qué haces acá? —preguntó otra vez.
Él sonrió con esa sonrisa encantadora que le provocaba un aleteo en el estómago.
—Sabía que necesitabas que alguien te atajara todos estos papeles —explicó—, así que me apuré por llegar lo más rápido posible.
Recordó cuando le solía encantar esa sonrisa. Al principio, creyó que la tenía reservada sólo para ella. Bromeaba con ella en el lobby o cuando se cruzaban por casualidad en algún pasillo. Pero después lo vio dedicarle la misma sonrisa a una mujer que vino a la oficina para buscarlo. Y aquella sonrisa, dirigida a otra mujer, le había demostrado que en realidad la usaba con todo el mundo y con cualquiera.
Retrocedió unos pasos y volvió a sentarse en el sillón. Cómo le gustaría que dejara de sorprenderla así.
—¿Y el motivo real? —le preguntó enojada, volviendo a meter los papeles en el maletín. Era evidente que el día de hoy ya estaba perdido, ¿para qué fingir otra cosa?
—Porque Mary me dijo que te fuiste temprano y quería ver si estaba todo bien.
—Está todo bien —dijo y levantó la copa de vino para beber un pequeño sorbo.
Pero el vino ya estaba tibio. Hizo una mueca de disgusto y casi lo escupió de nuevo dentro de la copa.
— ¿Demasiado tibio? —preguntó él, riéndose de su expresión de fastidio, al tiempo que tomaba asiento delante de ella.
—Sí, está horrible —dijo, riéndose también ella de la situación.
—Iré a buscarte otra copa —dijo él, poniéndose de pie—. No, no te preocupes — volvió a bromear—. Me las arreglaré para encontrar tu cocina.
Esta vez no pudo evitar la carcajada. ¡Se estaba burlando del tamaño de su casa!
Pero no le importó. Tenía el tamaño justo para ella. Los pagos mensuales que realizaba le permitían ahorrar para otras inversiones, así que era una ventaja adicional.
Pedro regresó no con una copa de vino blanco helado, sino dos. Y el detestable hombre se volvió a sentar delante de ella.
—Bien, ahora me puedes explicar por qué te fuiste tan temprano de la oficina cuando jamás te has ido antes de la hora habitual de salida. —Entornó los ojos de pronto como si se le acabara de ocurrir algo. —De hecho, ¿cuándo fue la última vez que te tomaste vacaciones? —preguntó con cautela.
Ella sonrió y sacudió la cabeza.
—Eso no es justo. Tú tampoco te sueles tomar vacaciones. No me puedes criticar cuando estás incurriendo en el mismo delito.
—¡Tienes razón! —dijo a su vez—. Así que puedes comenzar a explicármelo.
Se reclinó hacia atrás, sobre el cómodo sillón, y la observó.
Ella no respondió a su pregunta, pero sí tuvieron un animado debate sobre otro tema, uno que ni siquiera él recordaba, y a partir del cual comenzaron a polemizar entre diferentes cuestiones.
No le importó. Simplemente disfrutaba de estar allí con ella.
Pedro recordó que solían conversar así. Hasta que aquel imbécil la había venido a buscar para salir. Se enfureció tanto de verla con otro hombre que fue directo al gimnasio aquella noche y dejó fuera de combate a uno de los hombres que se entrenaba con él. Después de ese incidente, no lo dejaron entrar en el gimnasio por una semana.
Ahora ella estaba ahí. El sol de la tarde se iba apagando, y la noche avanzaba lenta. Observó el reflejo de la luz sobre sus bellos rasgos. Le gustaba verla así, relajada, en su propio terreno y sintiéndose más segura de sí. Últimamente, Pedro lo estaba pasando mal. Su mente iba y venía entre el recuerdo del golpe de aquel bruto y la noche que la había visto alcanzar el orgasmo entre sus brazos.
Tampoco había estado durmiendo bien porque cada vez que se dormía, volvía a sentirla, hasta que se despertaba y se daba cuenta de que no estaba allí.
Ya había resultado duro mientras fantaseaba tenerla en la cama con él. Pero ahora que tenía el recuerdo de lo que había sucedido en la realidad, resultaba mucho peor. La quería otra vez, en su cama y en sus brazos. Y quería saber cómo seguir gozando de esa camaradería. No estaba seguro de poder aspirar a ambas cosas, pero estaba decidido a intentarlo. El beso de aquella tarde fue una prueba de que ella no era tan inmune a él como intentaba hacerle creer.
A Pedro le resultaba increíble que su patio fuera tan agradable: diminutas luces se hilvanaban entre las ramas de los árboles, que se fueron encendiendo automáticamente mientras charlaban de todo un poco. Adoraba observar el entusiasmo de sus hermosas facciones, y se le ocurrió que se podía pasar el resto de la vida sentado en ese patio, observándola y escuchándola hablar sobre sus sueños y lo que esperaba del futuro, discutir sobre cuestiones de la política, o simplemente aconsejarle que bajara el tono cuando discutían.
Eso le encantaba de ella. Por lo general, nadie lo enfrentaba.
Sus clientes venían a él, furiosos con su cónyuge, y le pedían que hiciera desaparecer un matrimonio por el cual habían luchado durante años. Pedro les decía lo que debían hacer, cómo protegerse del abogado del otro cónyuge, y lo hacían. Seguían sus instrucciones al pie de la letra, y nunca ponían en duda su pericia.
Paula podía llegar a discutir con él acerca de sí el cielo estaba azul, porque ella era así. Y nada lo excitaba tanto.
Con la caída de la noche y el parpadeo de las luces que destacaba sus animados ojos color marrón, tuvo que cambiar de posición para acomodar el cuerpo, que cada estaba más duro por estar en su presencia.
¿Por qué había salido corriendo la última vez que habían estado juntos? ¿En qué se había equivocado? Otras mujeres le habían dicho que era un buen amante, y sabía con absoluta certeza que ella había disfrutado la noche que pasaron juntos. Pero desde aquella mañana se había mantenido esquiva, poniendo distancia entre ambos.
Era como si se sintiera avergonzada de haber cedido a la tentación. Y eso lo sublevaba sobre manera, ya que él no se arrepentía de nada. Salvo, tal vez, de que no hubiera durado más. Cincuenta años más, pensó irritado.
Ella sacudió la cabeza refiriéndose a una opinión política que él acababa de mencionar, y le dijo directamente que estaba equivocado. Él se rio, pero no la contradijo. Le gustaba que fuera tan segura de sí: era una parte fundamental de su personalidad. ¡No le había hablado así en... años! Desde que fue la recepcionista, y aún no sabía qué quería hacer de su vida. En aquella época, tenía tanto entusiasmo y ganas de hacer cosas... Bueno, aún los conservaba, pensó mientras ella soltaba una carcajada al escuchar un comentario suyo sobre los últimos acontecimientos políticos. Pero ahora cenia algo diferente. Se percibía una dureza en su mirada y su gesto que había aparecido con los años. Y cada tanto él advertía algo en los ojos, un dolor que le retorcía e! estómago. Cuando notaba esa mirada, por más agresiva que fueran las palabras que le estuviera espetando, lo único que quería era atraerla en sus brazos y hacer que le dijera qué o quién había causado su dolor.
Deseaba protegerla, hacerla feliz y borrar toda la rabia y frustración, ¡salvo cuando estaban dirigidas a él!
Levantó la botella de vino, para volverle a llenarle la copa. Él sólo había bebido la mitad de una copa. Estaba disfrutando demasiado de su alegría como para perder el foco bebiendo vino. Pero cuando se dio cuenta de que estaba vacía, supo que era hora de partir.
Maldición, no quería marcharse. Quería levantarla en sus brazos y hacerle el amor allí mismo, sobre el suave césped de su jardincito. Y luego quería llevarla a su casa y hacerle el amor sobre toda superficie horizontal que encontrara.
—Será mejor que me marche —dijo, en lugar de atraerla sobre sí. Cuando ella bajó la mirada a sus manos en lugar de mirarlo a él, rogándole con aquellos cálidos ojos color marrón, lo entendió todo: "Sal de aquí", fue el mensaje que decodificó a partir de su lenguaje corporal.
¡Qué rabia! Después de aquel beso en la sala de conferencias, pensó que tal vez estaría tan interesada como él en explorar esa química que él sabía que existía entre ambos. La había deseado durante tanto tiempo... Al principio, ella había sido demasiado joven: recién salida de la universidad, su mirada asombrada, y excitada ante todo lo que le ofrecía el mundo. Se mantuvo alejado de ella. Pero ya no era una joven universitaria. Y la mirada que le dirigió tras aquel beso, por no recordar el modo en que respondió a sus caricias... No, se dijo a sí mismo. Aquel día había estado débil. Él se había aprovechado de ella después de la pelea.
Conocía perfectamente la sensación de la adrenalina que galopaba por las venas después de una discusión, y él la había besado inmediatamente después. Seguro, fue una reacción a la pelea, no a él.
Pero esa tarde... no había habido peleas. Ni adrenalina.
Bueno, al menos hasta que se había alejado de ella. Cuando tuvo que salir de la sala de conferencias quiso pelear con alguien, pegarle tan fuerte que lo dejara nocaut.
Suspiró y se puso de pie con determinación.
—Ahora re dejaré sola. Pero gracias por el vino —dijo—, y me encantó conversar contigo. Fue como en los viejos tiempos.
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