domingo, 21 de mayo de 2017

CAPITULO 8 (CUARTA HISTORIA)





Paula se quedó de pie un largo rato, dándole vueltas una y otra vez a sus palabras.


Hacía tanto tiempo que se vestía para él, y finalmente la había mirado. ¡Y ahora todo estaba saliendo tan mal!


Se desplomó sobre su silla, hundiendo el rostro en las manos y rogando no estallar en llanto. Después de un par de minutos, se dijo que debía recomponerse. Respiró hondo y se enderezó. Miró la computadora y advirtió que tenía más de cincuenta correos electrónicos; sabía que la mayoría eran asuntos que involucraban decisiones inmediatas. Los procesos en el Grupo Alfonso no eran lentos y pesados. 


Todo parecía suceder a la velocidad de la luz. Así que no había tiempo para lamentar el triste estado en que se había vuelto su vida. Tenía que ponerse a trabajar.


Aquel día anduvo bien, pero tuvo que trabajar duro para evitar a Pedro. Parecía estar en todos lados. Lo vio en la oficina de la fotocopiadora, en la cocina de la oficina e incluso cuando se dirigió al ascensor para salir a almorzar. 


En esta última oportunidad, simplemente se dio media vuelta, y se dirigió a las escaleras evitando el ascensor. No importaba que tuviera la cartera colgada del hombro y el saco sobre el brazo. Podía parecer ridícula bajando las escaleras, e incluso le podía parecer evidente que estuviera intentando rehuirlo. Pero no le importó. Por nada en el mundo se metería en ese ascensor con Pedro. Era demasiado pequeño; él, demasiado grande, y la necesidad de que la tocara como anoche, demasiado intensa. Haría el
ridículo, y ya estaba harta de quedar como una idiota.


Para media mañana del día siguiente, estaba recluida en su oficina, agotada. Tras desplomarse en su silla, desplazó con el mouse el cursor para ver sus mensajes, tratando de encontrar algún tema que pudiera resolver sin la necesidad de abandonar las cuatro paredes de su oficina.


— ¿Qué planes tienes respecto de conseguirme una asistente administrativa? — preguntó Pedro desde la puerta de su oficina.


Paula se enderezó abruptamente en su silla. Escrutó con avidez su figura alta y apuesta, a pesar de la mirada de furia en sus ojos y las manos crispadas sobre sus caderas.


—Este... —parpadeó. Había estado evitando el asunto los últimos días, porque no sabía bien cómo trabajar con él sin tener que verlo, hablarle o acercarse a él de algún modo.


—Necesito contratar a alguien, Paula. Las últimas tres asistentes no funcionaron para nada. Así que la que venga tendrá que ser bastante excepcional.


Lo sabía. Había encontrado asistentes fabulosos para sus tres hermanos, y para los demás abogados. Pero no le había ido tan bien tratando de encontrar a alguien que consiguiera trabajar con Pedro.


—Sí, tienes razón —dijo, haciendo un esfuerzo titánico por apelar a los últimos vestigios de profesionalismo que le quedaban—. Me pondré a buscar enseguida. Lamento que...


Su voz fue casi suave aunque firme cuando la interrumpió. 


-No quiero más excusas, Paula. Encuéntrame a alguien que me libre del caos administrativo en que me sumió la última. Sé que tienes cantidad de currículums a mano de potenciales candidatos. Revísalos y para las cuatro de la tarde quiero que me traigas los mejores. Comenzaremos las entrevistas de nuevo en dos días. —Habiendo concluido, se marchó de su oficina.


Paula suspiró y volvió a desplomarse sobre la silla, dejando caer la cabeza sobre las manos, derrotada.


¿Te encuentras bien? —preguntó Mary, entrando en la oficina de Paula.


Paula hizo un mohín. -Supongo que sí. —Los dedos comenzaron a deslizarse sobre el teclado. — ¿Conoces a alguna asistente idónea que esté buscando empleo? —preguntó.


Pedro tenía razón. Tenía un archivo de personal de apoyo, pero él ya había rechazado a las mejores candidatas.


Mary encogió los hombros.


—Conozco a un par de candidatas. Pero no son asistentes legales.


Paula se imaginó la reacción de Pedro.


—Tal vez no sea buena idea —replicó—. Supongo que lo mejor será llamar a las agencias para ver qué tienen para ofrecer.


—Creí que eso resultaba más caro.


—Lo es —explicó Paula, mentalmente irritada por que Pedro le exigiera semejante nivel de esfuerzo sólo por tener estándares tan elevados. Había rechazado a varias candidatas excelentes por el nivel de exigencia para con su staff administrativo. —Pero esta vez necesito a alguien realmente bueno. A alguien que pueda arreglar todos los desastres que hicieron las tres anteriores.


—Yo puedo ayudar —dijo Mary—. Tal vez si las dos trabajamos con los archivos, podemos organizados.


Paula pensó en la propuesta un momento. Sabía que podía organizar los archivos relativamente rápido, pero eso significaría estar cerca de Pedro todo el día.


Necesitaba, en lo posible, evitar esa situación.


—Lo tendré en cuenta. Pero déjame ver qué encuentro antes de optar por esa solución.


Mary desapareció, y Paula levantó el teléfono. Las siguientes dos horas, se dedicó a llamar a las agencias de colocaciones, revisó currículums y creó un gráfico con los diferentes candidatos y sus habilidades, los pros y contras de cada uno. También diseñó una hoja de observaciones para el proceso de entrevistas, un sistema que había desarrollado a lo largo de los años para tomar nota de los candidatos mientras las ideas y las impresiones seguían frescas en la mente del entrevistador.


A las cuatro de la tarde, llevó nerviosamente todo el material a la sala de conferencias, y dispuso las copias para Pedro y las suyas en lados opuestos de la mesa de modo que lo tendría en frente. En anteriores ocasiones, él se había sentado al lado de ella y siempre la había puesto nerviosa. 


Así, podía al menos tener un poco de espacio y tal vez no se enojaría tanto cuando él comenzara a plantear objeciones.


Pedro entró en la sala de conferencias y vio la pila de currículums en el lado opuesto de la mesa. Se dio cuenta de inmediato de lo que Paula intentaba hacer. Por un instante, pensó en ceder a sus deseos, pero al final no tuvo ganas de darle el gusto. Así que tomó los papeles del otro lado de la mesa y los deslizó delante de la silla justo al lado de ella, ignorando la mirada de horror en los ojos de Paula.


—A ver, ¿a quiénes tenemos hoy? —preguntó, estirando las piernas para acercarlas a las suyas.


Durante las siguientes dos horas, discutieron sobre los currículums de las candidatas. El intercambio de opiniones fue agotador. Paula señalaba las ventajas de una persona por encima de otra, mientras que él elegía a otras candidatas que creía tenían más puntos a favor, al menos sobre el papel.


—No puedes rechazar a alguien simplemente porque "parece" demasiado joven — lo reprendió Paula.


—Sí, puedo —respondió sin inmutarse—. No tiene suficiente experiencia. ¿La siguiente?


—¡Basta! Esto es ridículo. Señálame qué requisitos le faltan —le exigió, deslizando la hoja con la descripción del puesto.


Tuvo, de hecho, la audacia de quedarse allí sentado y señalar que el curriculum no especificaba las habilidades de organización de la candidata.


—Después de la última persona que me trajiste, me resulta de suma importancia. 


-Estuviste de acuerdo con que Rosa era una buena candidata! - soltó a su vez, defendiendo la decisión que habían tomado juntos.


—Sólo cuando me aseguraste que funcionaría. Me convenciste. Te hice caso. Rosa era agradable, pero era una idiota. Necesito alguien que pueda pensar.


—¡Necesitas a alguien que pueda obedecerte ciegamente! —le espetó—. Tú no quieres un ser humano —dijo, agotada por todas sus exigencias—. Quieres un robot.


— ¿Tienes uno? —le dijo, provocándola.


Ella movió las manos en el aire, derrotada.


—Entonces, ¿ninguna de las candidatas satisface tus requisitos...? —preguntó, totalmente perpleja.


—Ni una sola —dijo, inclinándose hacia delante, aparentemente para pasar revista a los cerca de doce currículums que le había traído. Pero en realidad sólo quería oler su cabello, sentir su piel suave una vez más. No la tocó ni percibió ninguna señal de que deseara ser tocada por él. Pero eso no significaba que no pudiera soñar...


Se puso de pie. Necesitaba alejarse de ella antes de sentirse tentado a tomarla entre sus brazos y besarla hasta que perdiera el sentido.


—Prepárame unos cuantos currículums más para mañana. —Sin decir otra palabra, salió de la sala de conferencias. 


Furiosa, Paula lo observó retirarse, lanzándole dardos con la mirada.


Al día siguiente, fue exactamente igual. Al cabo de una hora, había rechazado a todas las candidatas, y Paula se sentía superada.


—¡Estás procediendo de una manera completamente irracional! - le gritó y luego lo miró con una expresión horrorizada. —¡Lo siento! —jadeó. Jamás le había gritado a nadie antes, pero cuando estaba junto a él, se sentía demasiado nerviosa como para dominar su carácter. Podía oler su perfume y su jabón, y se moría por hacerse un ovillo en su regazo y sentir la fuerza de sus brazos alrededor de ella, consolándola.


Pedro se quedó mirándola un largo instante, y luego estalló en carcajadas.


—No lo lamentes —dijo, y apoyó una mano sobre su espalda. Ella hizo un gesto de rechazo, y él la aparto de inmediato, aunque sintiera una necesidad imperiosa de...pues, de hacerle de todo.


— ¿Qué te parece si salimos a almorzar para conversar sobre las opciones que tenemos? —sugirió.


Paula dio un hondo respiro; necesitaba calmarse.


—Tal vez sólo debamos reunimos y volver a hablar de tus exigencias. —Y tal vez contratar a dos personas, dado que ninguna candidata parecía cumplir con todos los requisitos por sí sola. —No hace falta que salgamos a almorzar.


Pedro miró su reloj, sacudiendo la cabeza.


—No creí que llevaría tanto tiempo reunir a unas pocas candidatas para ser entrevistados. El único tiempo disponible que tengo es la hora de almuerzo.


Paula suspiró, resignándose a almorzar con él.


—Como quieras —dijo, pensando en que podía ir corriendo a la cafetería y comprar algo rápido para que pudieran comer mientras analizaban currículums nuevos. Aunque de dónde iba a sacar más en apenas un par de horas, no lo sabía.


Eso, sin mencionar que cuando estaba con él siempre se le revolvía el estómago y le resultaba imposible comer. ¡Si por lo menos se sentara del otro lado de la mesa y no al lado de ella!


En ese momento, él salió de la sala de conferencias, y ella se derrumbó sobre el suave asiento de cuero, con una sensación de derrota. Había consultado a todas sus fuentes para reunir este segundo grupo de currículums. No se le ocurría adonde recurrir para obtener una nueva tanda. Tal vez si era franca con él, si le decía que ya no sabía qué hacer, se apiadaría un poco de ella.


Pero luego se acordó de la expresión de irritación en el rostro cuando había pasado por su oficina más temprano aquel día. Tilly debió estar buscando un archivo, Pedro estaba parado detrás de ella impaciente. Por lo general, ella exigía que sus asistentes supieran exactamente dónde se guardaban las cosas, y tuvieran los archivos a mano incluso antes de que se los pidieran. Si Pedro tenía una reunión con un cliente, necesitaba el archivo el día anterior para poder llevarlo a casa y revisarlo si hacía falta. El hecho de que Tilly recién estuviera buscando el archivo mientras Pedro esperaba era señal de que la joven no estaba haciendo bien su trabajo.


"¡Otro problema más!", pensó mientras reunía todos los currículums y las planillas que había creado. Tal vez había aparecido alguien esa mañana en alguna de las agencias que sería la candidata ideal. Y tal vez, si se alineaban todos los planetas los astros se acomodaban a su favor, la candidata vendría para ser entrevistada esa misma tarde. Entonces se libraría por fin de toda discusión con el hombre que estaba comenzando a aborrecer.


Caminó lentamente a su oficina, preguntándose dónde había quedado todo su encanto. Pedro solía ser uno de aquellos hombres que podía dejar a una mujer completamente embobada con su sonrisa. ¿Cómo había terminado con empleados tan desastrosos?


Está bien, la última había sido culpa de ella. ¿Pero y las otras? Las dos anteriores habían sido maravillosas. Hasta que se marcharon furiosas por las exigencias de Pedro. Había hablado con ellas cuando descargaron su frustración por sus empleos.


Nada de lo que dijeron le sonó poco razonable. Tal vez había estado hace tanto tiempo con el Grupo Alfonso que no se daba cuenta de la presión que tenían que padecer los empleados nuevos para estar a la altura de las circunstancias. Era posible que aquí todo funcionara más rápido. Desde afuera, era indudable que todo el mundo parecía estar trabajando todo el día sin respiro.


Pasó otra vez por la oficina de Pedro al regresar a su oficina e hizo un gesto de desazón cuando lo volvió a ver esperando impaciente a que Tilly le encontrara algo.


Apretó la carpeta con más fuerza y pasó de largo, con la cabeza gacha, avergonzada de no haber podido resolver ese problema. Hacía demasiado tiempo que las cosas no estaban funcionando, y Pedro tenia razón. Debía contar con alguien que pudiera desempeñarse con eficacia. Tenía demasiadas cosas de qué preocuparse, y la falta de una asistente competente era una enorme desventaja.


Entró apurada a su oficina y arrojó los currículums descartados en la basura, al tiempo que levantaba el teléfono. Le encontraría la candidata ideal, aunque se le fuera la vida en ello. Noventa minutos después, tenía cinco currículums más para mostrarle a Pedro. Caminó nerviosa por el corredor con la libreta y un bolígrafo, y los currículums apretados en la mano.


Pero antes de golpear a la puerta, hizo una pausa. Al verlo, sintió que el corazón le daba un vuelco en el pecho. Parecía tan serio detrás del enorme escritorio, revisando algo que parecía complicado e importante. Miró sus manos bronceadas y sensuales, y los dedos largos que la enloquecían con su suavidad. En ese momento, sostenían un bolígrafo rojo; quería inclinarse sobre su hombro y ver qué garabateaba en los márgenes. Se había quitado el saco del traje, y advirtió los músculos de sus brazos y hombros, músculos cuya sensación tenía tan grabada en sus propios dedos que ansiaba volver a tocar.


— ¿Lista para irnos? —preguntó, arrojando el bolígrafo a un lado sobre el escritorio y poniéndose de pie.


— ¿Irnos? —repitió sin entender, aún parada en la puerta—. Iba a comprar unos sándwiches en la cafetería para que comiéramos — replicó, sosteniendo el bolígrafo encima de la libreta de notas, lista para tomar su pedido y huir a toda velocidad—. Podemos comer en una de las salas de conferencia.


Él sacudió la cabeza y agarró el saco del traje. Deslizó los brazos largos y fuertes dentro de las mangas.


—Vamos a almorzar en otro lado. Seguramente, nos venga bien cambiar de ambiente.


Paula seguía sacudiendo la cabeza incluso mientras él saltó de la oficina, acercándose tan rápido a ella que le costó apartarse a tiempo para que pudiera pasar. Se quedó de pie, al lado de la puerta, intentando que desistiera, pero él ignoró sus balbuceos y fue directo a su asistente temporaria.


—Tilly, ¿puedes llamar a Mary y decirle que traiga el abrigo de Paula? Nos encontraremos en el lobby.


A Paula no le gustó el plan. No quería salir de la oficina con él. Allí se sentía más segura y capaz de centrarse en el asunto que tenían entre manos. Salir de la oficina era entrar en territorio peligroso. Territorio desconocido. No le gustaba lo peligroso ni lo desconocido. Y Pedro le provocaba pánico en muchos niveles. Mucho más ahora que antes de estar en su casa y en su cama.


—No deberíamos realmente...


—Deberíamos totalmente —replicó, y apoyó la mano sobre la parte baja de su espalda para guiarla hacia la salida.


La siempre eficiente Mary ya estaba en el lobby con la cartera y el saco de ella.


Pedro le entregó la libreta y el bolígrafo de Paula, y luego la ayudó a ponerse el abrigo.


Paula levantó los ojos para mirarlo. El estómago se le contrajo ante la idea de deslizar los brazos dentro del abrigo porque entonces las manos de él le rozarían los hombros. 


Sería casi como si la estuviera abrazando. Las rodillas le comenzaron a temblar y respiró con dificultad. No había nada que hacer sino ponerse el abrigo y apartarse de él lo más rápido posible. Hundió las manos en las mangas, pero olvidó lo que sucedió después. Sintió sus manos sobre sus hombros y se quedó helada. Luego él hizo algo igualmente irrazonable. Movió los dedos con cuidado debajo de su cabello, deslizándolos sobre su cuello y provocándole escalofríos que le recorrieron la espalda.


No tenía ni idea de lo que estaba haciendo. Sólo supo que sus manos la estaban tocando. En los últimos días había soñado tantas veces con que él lo volvía a hacer, y ahora estaba sucediendo. Sus dedos se enredaron en su cabello, y se deslizaron sobre sus mechones. Para cualquiera que estuviera observando, podía parecer que le estaba sacando el cabello de debajo del abrigo, pero era mucho más que eso. Era una caricia. Un gesto sensual que la excitó y estuvo a punto de hacer que se derritiera ahí mismo.


Sus ojos se encontraron con los suyos. Miró por encima del hombro para ver su apuesto rostro y el tiempo se detuvo. 


Podía oler su loción para después de afeitarse, sentir el calor de su cuerpo contra la espalda, que no tenía nada que ver
con la tela de lana de su abrigo otoñal. No pudo respirar ni percibir otro sonido que no fueran los latidos de su corazón.


Y luego se oyó la campanilla del ascensor, que la trajo de regreso de la fantasía que estaba teniendo, en la que él se daba vuelta para besarla. Entonces, las voces se abrieron paso hasta sus oídos, y los teléfonos que sonaban casi sin cesar comenzaron a oírse una vez más. Se apartó con un movimiento brusco, y dio varios pasos para poner distancia entre los dos. Bajó la mirada al suelo mientras los dedos temblorosos abrochaban los botones del abrigo.


—Gracias —susurró, y tomó la cartera de sus manos.


—El placer es mío —le dijo a su vez.


¡Y luego regresó la mano! Allí mismo, en el centro de su espalda. Se le ocurrió que era posible que la totalidad de su sistema nervioso comenzara y terminara en ese preciso lugar en donde se apoyaba su mano sobre la espalda, porque no hubo célula en su cuerpo que no se estremeciera, absolutamente consciente de que la estaba tocando.


— ¿Adonde vamos? —preguntó cuando habían salido del edificio y ya se encontraban a la luz del sol de octubre. Hacía más calor que el esperado, así que se quitó el abrigo, y volvió el rostro hacia el sol.


— ¿Prefieres comer en Antoines o en Durango? —preguntó, contemplándola absorber el calor sobre su rostro precioso—. O podemos también volar a Aruba para disfrutar aún más del sol —bromeó.


Paula abrió los ojos y miró su cara divertida.


—Lo siento —se sonrojó—. Me encanta el mes de octubre y el tiempo más fresco, pero sigue estando lo suficientemente cálido como para gozar del sol.


— ¿Cuál es tu estación favorita? —preguntó, apoyando la mano con suavidad sobre su espalda para guiarla hacia Antoines, uno de los restaurantes más exclusivos de la ciudad.


Pero ella se dio cuenta de inmediato adonde se dirigían, y se echó atrás.


— ¿Te importaría que fuéramos a Durango, en lugar de Antoines?


—Claro. ¿Por qué? —preguntó, pero se dirigieron en dirección opuesta, hacia el restaurante más informal.


Ella se mordió el labio y admitió:
—Es que hace mucho que quiero comer una hamburguesa.


Él se rio, pero entraron dentro del oscuro bar y restaurante. 


El dueño los reconoció de inmediato y les asignó una mesa al lado de una de las ventanas.


—Tengo cinco nuevos... 


Podemos hablar sobre ellos después. Ahora relájate y almuerzasugirió. Y habiendo dicho estas palabras, conversaron sobre todo excepto el trabajo y los currículums. 


Durante todo el almuerzo, mientras comían las grasientas hamburguesas y las papas fritas cubiertas de queso, charlaron como lo habían hecho hacía tanto tiempo, como amigos y seres humanos, en lugar de como adversarios.


Probablemente, fue uno de los almuerzos más agradables que hubiera tenido en años, pensó Paula mientras caminaba de regreso a la oficina aquella tarde.





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