jueves, 4 de mayo de 2017

CAPITULO 16 (PRIMERA HISTORIA)




Pedro ni siquiera se molestó en responderle. Sencillamente le sacó la copa de la mano, se inclinó y la levantó en sus brazos. Salió del restaurante, asintiendo con la cabeza hacia sus hermanos, que comenzaban a dirigirse hacia lo que suponía eran sus mujeres. O al menos lo que esperaba fueran las mujeres acerca de las que estos hombres habían estado rezongando. Por fin sintió alivio de ver a Javier caminando hacia la silla de Abril, pero no se demoró en preguntarse qué sucedería entre los dos. Tenía demasiado para pensar con la que llevaba en los brazos.


— Suéltame — masculló ella— . Soy demasiado pesada para que me cargues — dijo, y apoyó la cabeza sobre su hombro robusto.


Pedro levantó la ceja al escucharla, pero no se detuvo. La quería en su casa, donde podía arrancarle ese horrible traje que había elegido, y encontrar toda aquella preciosa suavidad que sabía tenía por debajo. Iba a pasar el resto de la tarde y toda la noche convenciéndola de que confiaba en ella, de que siempre había confiado en ella y de que siempre confiaría en ella en futuro, y de que tenía que casarse con él lo antes posible.


— Voy a contratar a otro abogado — dijo ella, mientras él la colocaba en el asiento de acompañante de su vehículo.


— Por supuesto que no lo harás — dijo él, y le ajustó el cinturón de seguridad.


Ella observó con ojos entornados la cara burlona de Pedro, pero sospechó que su mirada carecía de eficacia porque le estaba costando enfocarla.


— Tal vez seas estupendo y tengas un cuerpazo — dijo con un suspiro, y soltó una risa cuando él le hizo cosquillas— , pero eres muy fácil de resistir.


— ¿Ah, sí? — respondió, sin creerle una sola palabra. Pero era agradable saber que lo consideraba estupendo, pensó.


— ¡Por supuesto! No confías en mí. Eso es fácil de resistir.


— Pero sí confío en ti — le retrucó, y enseguida cerró de un portazo para que no pudiera seguir discutiendo.


Soltó una risa por lo bajo mientras caminaba hacia el lado del conductor. ¿Así que esta mujer increíble lo creía "estupendo"? Eso le gustó.


Deslizándose dentro del auto, lo encendió y retrocedió del lugar del estacionamiento, echando una mirada en dirección a ella para ver si estaba bien. Tenía los ojos cerrados y una mirada de satisfacción en sus preciosos rasgos, tal como la noche anterior cuando le había hecho el amor.


— Y no vas a contratar a otro abogado — le dijo en voz baja, pensando que se había dormido después de todas las margaritas que había bebido.


Se equivocaba. Se dio cuenta por su sonrisa, cada vez más ancha.


— No puedes impedírmelo — le respondió en el acto, sin molestarse en abrir los ojos.


Él se rio entre dientes mientras manejaba por las calles céntricas de Chicago.


— ¿Por qué habrías de necesitar otro abogado? ¿Estás planeando dejar que mueran algunas lombrices de tierra sobre la vereda?


Aquello le borró la sonrisa, y se volvió para mirarlo, furiosa.


— Te aviso que las lombrices de tierra son una parte muy importante de nuestro ecosistema. Y por ello, son uno de los mejores fertilizantes. Si quieres tener plantas y flores espectaculares, consíguete un montón de lombrices.


Él se rio y sacudió la cabeza.


— ¿Estamos hablando de nuestra relación o sobre las lombrices de mierda? — preguntó, maniobrando con seguridad por las calles.


— Nosotros no tenemos una relación. Así que hablemos de la m… — dudó de usar el otro término, y se limitó a decir "caca".


— Definitivamente tenemos una relación. Y me aseguraré de que no te consigas un nuevo abogado.


Ella se rio como si su afirmación y la confianza que se tenía fueran un delirio.


— ¿Cómo crees que me vas a detener? — preguntó, acurrucándose en el suave asiento de cuero— . Y deja de ser tan seductor. No me gustas. — Su rostro se llenó de líneas de preocupación, y se volvió para mirarlo— . En este momento no recuerdo bien por qué, pero ya me voy a acordar.


— Crees que no confío en ti — le dijo guiñando el ojo.


— ¡Eso! — dijo, tratando de hacer un chasquido con los dedos, aunque por algún motivo no pudiera coordinarlos como debiera. Después de varios intentos fallidos, simplemente sacudió las manos y dejó que cayeran en su regazo.


— Abril está enamorada de Javier, ¿no es cierto? — preguntó Paula, entrecerrando los ojos para ver a través del parabrisas oscuro.


— Es nuestra teoría. Pero nadie la cuestiona ni le ha preguntado a cualquiera de las partes por qué no ha hecho nada al respecto.


Paula le dio vueltas a eso en la cabeza.


— Creo que yo tampoco tengo el valor para hacerlo.


Pedro se rio, sacudiendo la cabeza.


— Paula, eres una de las mujeres más valientes que conozco.


Ella parpadeó, sin saber si lo había escuchado correctamente.


— Eso fue tal vez una de las cosas más dulces que alguien jamás me haya dicho en mi vida.


Él frenó ante la luz roja, y la miró:
— Sabes que nos vamos a casar, ¿no?


Paula entornó los ojos.


— Y ahí desaparecieron la dulzura y el encanto. — Encogió los hombros filosóficamente— . Me lo imaginaba. Sólo un ogro insensible le pediría a una mujer que se case con él de un modo tan intolerable.


Él volvió a reírse.


— Ya me dijiste que era "estupendo" y "encantador".


— Jamás dije "encantador". Y menos aún "estupendo".


— Yo escuché "estupendo" — replicó.


— Jamás admitiré que dije "estupendo". — Habiendo dicho esto, se volvió a recostar en el asiento de cuero una vez más— . ¿Y adonde me estás llevando? — preguntó impaciente, tratando de ver dónde estaban— . No iré a tu casa — le dijo con firmeza— . Necesito ir a mi casa.


— Paula, vas a tener que vender tu preciosa casa. No puedo vivir en una casa con una cocina color azul. Ya lo hemos charlado.


— No venderé mi casa. No viviré contigo, así que tu masculinidad está a salvo de mi cocina, que, dicho sea de paso, es color malva. No azul.


No podía creer que estuvieran discutiendo el color de su cocina cuando acababa de pedirle que se casara con él. 


Aunque habría que reconocer que lo había hecho de una
manera un tanto prosaica. Hasta él tenía que admitir que anunciarle a alguien que se casarían era bastante poco romántico. Pero, maldición, ¡ella estaba hablando de conseguirse un abogado nuevo! ¿Qué se suponía que tenía que hacer un hombre?


No es que se sintiera amenazado para nada. La mujer era demasiado buena. No podía imaginar ninguna otra situación extraña en la que necesitaría un abogado. Así que el
punto estaba fuera de discusión.


— Vendrás a mi casa, y trataré de ser más romántico una vez que se te haya ido el efecto del alcohol. ¿Qué te parece?


Ella negó con la cabeza de inmediato.


— No volveré a tu casa — dijo con firmeza una vez más— . Iré a mi casa, y tomaré el desayuno en mi cocina color malva, y dormiré con mis sábanas floreadas y tú no puedes hacer nada para impedírmelo.






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