jueves, 4 de mayo de 2017

CAPITULO 17 (PRIMERA HISTORIA)




Dado que ya estaban estacionados en su garaje, le intrigó cómo llegaría Paula a su casa. Pero no se lo señaló. 


Sencillamente, salió del auto y dio la vuelta, con la intención
de levantarla una vez más del asiento y llevarla a su casa, donde pertenecía.


En cambio, ella se puso de pie, un tanto tambaleante, al lado del auto, con una mirada triunfal.


— ¿De qué estás tan orgullosa? — preguntó, tomándole la mano y conduciéndola a su casa.


— ¡De mantenerme tan firme respecto de todo! — dijo, y luego arruinó su momento triunfal al tropezar y caer en los brazos de él. Paula jadeó al sentir el contacto, y Pedro ni siquiera movió la mano cuando advirtió que la tenía sobre el pecho de ella.


Ella se volvió a enderezar y dio un paso hacia atrás.


— Tú no eres un caballero.


Pedro se rio suavemente y descendió la mirada hacia ella.


— Y tú estás borracha. ¿Qué tal si te preparo un café? — sugirió.


Ella sacudió la cabeza.


— No estoy borracha y no puedo tomar café tan tarde. No me dormiré nunca — dijo.


De todos modos, Pedro preparó dos tazas de café y le tendió una taza mientras que ella deambulaba por la casa. Ni siquiera se opuso, sino que comenzó a dar sorbitos al café mientras investigaba los libros de la biblioteca.


— ¿Los has leído todos? — preguntó, contenta de, al menos, poder enfocar la mirada.


— Sí.


Se quedó impresionada.


— Entonces, eres bastante inteligente. — Se volvió para sonreírle— . Pero supongo que ya diste sobradas muestras de ello, ¿no es cierto?


Pedro estaba sentado en su gran silla de cuero, y ya había prendido la chimenea a gas.


Los leños ardían crepitantes y las llamas lamían el aire.


— Impedí que fueras a la cárcel.


Ella se volvió para mirarlo. Había recuperado la enorme sonrisa luminosa.


— Eso hiciste, ¿no?


— Y te marchaste de mi oficina cuando te dije que te quedaras quieta donde estabas.


Ella se rio y asintió con la cabeza.


— Si quieres a alguien que se quede quieto en su lugar, consíguete un perro.


— Pero yo te quiero a ti.


— No, lo que quieres es un perro.


Él echó la cabeza hacia atrás y soltó una carcajada.


— Te garantizo que no me casaré con un perro, Paula. Tendrás que aceptarlo, y aceptar tu destino.


Ella tomó otro sorbo de café, impresionada por lo rápido que estaba recuperando la sobriedad.


— Tendrás que buscar a otra persona. No me casaré con un hombre que no confía en mí.


Él suspiró y se puso de pie, acercándose para imponer su presencia sobre ella, a quien la luz del fuego iluminaba con su suave resplandor.


— Paula, hablemos de este tema de una vez por todas, y ojalá te acuerdes de esto para que nunca más se tenga que repetir esta conversación. Tal vez no haya confiado en ti aquella primera mañana, pero en ese momento estábamos atravesando demasiadas dificultades. El día que te llevé a almorzar y que no comías por no haber traído la billetera, se me acabaron las dudas.


— ¿De qué hablas? — exigió ella. Volvió a sentir la vergüenza de aquel almuerzo.


Él la atrajo hacia sí, quitándole la taza de la mano.


— Un delincuente de verdad no hubiera intentado pagar su propia comida. Los delincuentes verdaderos hacen todo lo que pueden para que sean otros los que paguen por la vida que llevan de un modo u otro. Así que, a partir de ese momento, no dudé de tu inocencia.





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