domingo, 14 de mayo de 2017
CAPITULO 9 (TERCERA HISTORIA)
Una hora después y tras una ducha vigorizante, se hallaban sentados frente a la mesa de la cocina, comiendo la comida china recalentada directamente de las cajas, charlando animadamente. Paula apartó el pollo y el brócoli a un lado, arrugando la nariz cuando él pinchó un ramo de brócoli y se lo ofreció. Se rio y le atrapó el pie con los dos suyos al tiempo que ella intentaba apartar la silla de la mesa.
—Así que no te gusta el brócoli —dijo, y se metió el ramillete en la boca, guiñándole el ojo en su dirección—. Y jamás habías tenido sexo antes de hoy. Sigues sintiendo vergüenza de andar desnuda delante de mí —la provocó e intentó mirar dentro del escote suelto de la bata que se había envuelto tras la ducha—, y no tienes perro. ¡Qué otra cosa desconozco sobre ti? —preguntó.
Paula pensó en sus padres, pero los apartó de su mente. Pedro no querría saber su historia completa.
—Odio los supermercados, odio cocinar, y le tengo miedo a las arañas. ¿Qué más quieres saber?
El tiró de ella para que se sentara sobre su falda y envolvió los brazos a su alrededor, mientras seguía picoteando, y ella descansaba la espalda contra su pecho, también llevando trozos de comida a la boca, salvo cuando él le robaba cada tanto un pedazo. Y todo el tiempo hablaron sobre ambos,
enterándose de todo aquello que debió hablarse antes de tener sexo. Era dulce y maravilloso, incluso si Paula se preocupaba cada tanto de que su padre estuviera afuera observándola.
Y cuando terminaron de comer la comida china, él la levantó en los brazos y la volvió a llevar al dormitorio para hacerle el amor durante toda la noche.
Mucho tiempo después, cuando estaban acurrucados debajo de la colcha floreada y sus cuerpos apenas podían moverse, lo oyó decir:
—Ven conmigo a París.
Ella había estado medio dormida, pero se despertó cuando sintió que él se despabilaba, aunque seguía con ganas de abrazarse a su almohada y tenerlo acurrucado detrás. Abrió un ojo e intentó determinar si hablaba en serio. La mirada en aquellos ojos azules le indicó que hablaba con total seriedad, y entonces giró, ahora completamente despierta:
—No puedo ir a París contigo —respondió. Estaba sorprendida, pero se sentía eufórica de que la hubiera invitado.
Pedro cambió de posición para tenerla abajo.
—Por supuesto que puedes. Sólo llama a tu jefe y dile que necesitas tomarte unos días por cuestiones personales —dijo, y le besó el hombro y luego el brazo. Cuando le tomó el dedo en la boca y comenzó a succionar, una marea de excitación le atravesó el cuerpo, y jadeó.
—París, no —intentó decir, moviendo el cuerpo debajo del suyo para obtener lo que deseaba, tenerlo dentro de ella, moviéndose con esa magia que daba por tierra con su voluntad y la hacía sentir como si estuviera flotando entre las estrellas.
—¿Por qué no? —preguntó, deslizándose dentro de su calor y observando su rostro. Su cuerpo se endureció cuando su boca se abrió y sus ojos se cerraron, y su rostro hermoso y sin maquillaje fue la expresión del placer más absoluto. Las ondas rubias de su cabello se extendían sobre la almohada, y su cuerpo espectacularmente desnudo se movía por instinto contra el suyo. Pedro podía decir con total sinceridad que jamás había tenido una experiencia sexual más increíble con ninguna otra mujer. Y no quería parar, a pesar del hecho de que tuviera una reunión importante en París al día siguiente—. Sólo son tres días, y podemos estar juntos.
—Parece perfecto —replicó, apretándole los hombros con las manos—, pero si te concentraras en el aquí y el ahora... —dijo, y levantó las caderas, rogando en silencio que se moviera más rápido, la embistiera más profundo.
Después de horas de hacerle el amor a esta mujer, sabía exactamente lo que deseaba, pero no se lo dio. Se lo negó aunque su propio cuerpo clamaba para que cediera y se entregara al gozo increíble de sentirla. Él quería que esto durara. Si fuera posible, para siempre.
—Entonces, ven conmigo a París.
Paula estaba a punto de gritar. Sólo necesitaba que él...
—París es demasiado lejos.
—Puedo hacer que estés allí en seis horas —dijo, moviéndose como a ella le gustaba.
—¡No puedo! —gimió, y moviéndose a su vez, sabiendo que a él le gustaba que... sí, así, sonrió cuando él mismo soltó un gemido.
—Sí, puedes —le respondió con un susurro.
A modo de respuesta, ella acarició la espalda con la mano, trazando un camino con los dedos sobre su piel, y casi se rio en voz alta cuando ganó la discusión y él les terminó dando a ambos lo que desesperadamente necesitaban.
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Uyyyyy, me da lástima lo que le pasa a Paula. No está disfrutando la relación xq piensa en la vida de los padres. Muy buenos los 3 caps.
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