domingo, 14 de mayo de 2017

CAPITULO 7 (TERCERA HISTORIA)





Paula se levantó a la mañana siguiente sintiéndose renovada y viva, y con más entusiasmo para ir a trabajar que en mucho tiempo. Se apuró por terminar con su rutina matinal, ansiosa por llegar a la oficina. No tenía nada que ver con su empleo y todo con la idea de ver a Pedro cuando entrara en el edificio de al lado.


Estaba preparada para recibir el estímulo que necesitaba su cuerpo todas las mañanas.


Se duchó y se vistió, esmerándose especialmente por lucir mejor esa mañana. Incluso eligió una falda más corta que las que solía usar, y tacos extra altos, pensando que no haría mal verse un poco más sexy. Después de todo, el candidato en cuestión era un verdadero bombón.


Todas las reconvenciones de la noche anterior habían desaparecido de su mente. ¿Qué mal podía haber en ver al hombre? Sólo estaba yendo a trabajar y, con suerte, él iría a la oficina según su horario habitual. Así que, si por casualidad se cruzaban, eso no significaba nada, se dijo a sí misma. No era un compromiso, sólo una descarga de adrenalina matinal.


Estaba tomando las llaves de su auto y su cartera, chequeando el lápiz labial en el espejo una última vez cuando sonó su celular.


Paula contrajo todo el cuerpo, y sacudió la cabeza cuando reconoció el timbre del celular. No era importante, se dijo a sí misma, decidida a ignorarlo.


Después de varios timbres, las llamadas cesaron, y pasó automáticamente al correo de voz. Cuando al fin se detuvo, respiró hondo y estaba a punto de salir al fresco aire matinal cuando las llamadas se reanudaron.


Miró el teléfono, y sacudió la cabeza. Nadie podía estar llamándola a esta hora de la mañana, salvo que fuera una esas horribles llamadas de activistas políticos para hacer una encuesta. O podía ser su padre. De cualquier modo, de ninguna manera atendería la llamada.


Sintiéndose libre una vez más, tomó el abrigo, se ajustó el cinturón alrededor de la cintura y salió corriendo por la puerta. Sintió el aire frío de la mañana como un soplo fresco y vigorizante sobre el rostro y sonrió al ver el sol asomando por el horizonte. Sí, iba a ser un buen...


¡De nuevo, el teléfono!


—¡Maldición! —Se detuvo en su diminuto porche y sacó el teléfono de la cartera. Abrió la tapa y respondió con voz irritada:
—¡Buenos días, papá!


La carcajada que oyó como respuesta sólo logró ponerle los nervios de punta.


—Buenos días, mi hermosa hija. Luces excepcionalmente bella esta mañana. Noto un brillo de excitación en tu rostro o ¿será que estás encantada de oír a tu viejo?


Paula miró a su alrededor, tratando de descubrir dónde estaba escondido su padre. Pero no vio nada y debió suponerlo. Si su padre no deseaba ser visto, no sería visto.


—¿Qué haces levantado tan temprano? —preguntó, recorriendo con la mirada a los árboles y al parque del otro lado de la calle, cualquier lugar donde pudiera estar ocultándose. Trabajaba al anochecer, a veces incluso se quedaba despierto toda la noche, entonces, ¿cómo podía estar despierto tan temprano por la mañana?


Al escuchar la pregunta, su padre se rio entre dientes. Era evidente que se divertía provocando a su única hija.


—¿Quién dice que me desperté temprano? Tal vez nunca me dormí


Paula se detuvo en seco mientras caminaba hacia su auto, y contuvo el aliento al preguntar:


—No habrás hecho nada aquí en Chicago, ¿no, papá? —Esperó varios segundos, preparada para lo peor. ¡Tenían un acuerdo! —Lo prometiste — susurró, y la ansiedad se coló en su voz, al tiempo que esperaba que confirmara o negara si había emprendido, o estaba a punto de emprender, un proyecto dentro del área metropolitana de Chicago. Si bien había prometido no operar en esa ciudad mientras Paula viviera en ella, nadie podía garantizar que fuera a cumplir con su palabra.


Era un ladrón. Era evidente que tenía un problema con la ética. Aunque lo amaba, era plenamente consciente de sus limitaciones. Si sentía la tentación de acometer algo aquí en Chicago, una promesa infantil a su hija no lo detendría.


Caminó hacia su auto, y desbloqueó la puerta del conductor, sin dejar de mirar por el rabillo del ojo para ver si lograba ubicar dónde estaba.


—Hace años que no tengo ningún negocio en tu zona, querida. Qué poca fe tienes en mis promesas —dijo, chasqueando la lengua—. Pero aún no has respondido a mi pregunta acerca de por qué estás tan arreglada. ¿Acaso te has puesto linda para llegar a tu oficina fría y aburrida, y poder ripear números durante el resto del día? —sugirió con un toque de sarcasmo que siempre acompañaba sus palabras cuando se refería a la ocupación que había elegido—. ¿O el brillo de tus ojos tendrá que ver con el hombre que estuvo anoche en tu casa? —preguntó con tono tajante, y su voz dejó la cordialidad de unos minutos atrás.


Paula estaba a punto de encender el motor, pero se detuvo. 


Ahora estaba preocupada.


—¿Estuviste aquí anoche? Viste... —Estaba a punto de decir el nombre de Pedro, pero se detuvo justo a tiempo. Si su padre no sabía quién era el tipo, Paula no le daría indicios para que lo supiera.


—Sé lo que está sucediendo y será mejor que te mantengas alejada de Pedro Alfonso —advirtió—. El tipo no es estúpido. Es uno de los mejores abogados del país, Paula. Tal vez no sea un integrante de las fuerzas de seguridad, pero no lo provoques. Es uno de ellos —dijo con firmeza, pronunciando la palabra "ellos" como si fuera un insulto que dejaba un sabor amargo en la boca.


Su padre era muy sobreprotector. De adolescente, apenas la había dejado salir con jóvenes. Independientemente del lugar en donde estuvieran en el mundo, su padre siempre estuvo en contra de que saliera con amigos. Sólo fue gracias a la influencia tranquilizadora de su madre que Paula logró salir con muchachos. Hasta que se marchó a la universidad, había tenido muy poca libertad en el terreno de las citas.


Lo cual resultaba irónico. Su madre y su padre le habían enseñado un montón de habilidades delictivas: le habían mostrado cómo asaltar un edificio y a robar piezas valiosas que le pertenecían a otros, pero cuando se trataba de que alguien invitara a salir a su niñita, su padre era tan sobreprotector como una mamá osa.


Sacudió la cabeza ante esta última invasión a su privacidad. 


Deseaba discutir con su padre, pero no encontraba las palabras. Posiblemente porque él tuviera razón. Pedro era peligroso. Ayer se había enterado de que era abogado, y un escalofrío le había recorrido todo el cuerpo ante el significado de sus palabras.


—Si no estás operando en Chicago, no hay motivos para preocuparse — señaló con lo que consideró una lógica irrefutable. Si el hombre no hacía nada ilegal, no debía preocuparse por que su hija saliera con alguien que trabajara en el ámbito de la ley.


Pero supo, antes de terminar, que su padre no estaba de acuerdo. Sintió su furia y su frustración a través del teléfono.


—El tipo es un experto en derecho internacional —afirmó él, como si ella estuviera haciendo un esfuerzo por ser ridículamente tozuda y obtusa—. Eso significa que tiene contactos no sólo en Chicago, Paula. Los tiene en todos lados. El fulano se pasa la mitad del año viajando. Así que eso significa que, no sólo tiene conexiones con la Interpol, sino que no sería un buen esposo para ti. Deberías estar buscando un hombre que se quede en casa con mis nietos, ayudándote a criarlos. No que se largue a algún país lejano mientras que tú te quedas en casa cambiando pañales.


Paula puso los ojos en blanco.


—¡Papá! Sólo salí circunstancialmente con él. Me trajo una botella de vino.


Hubo una larga pausa hasta que su padre dijo finalmente:
—Paula, no sé si me estás mintiendo a mí o a ti misma, pero de cualquier manera, deshazte de él. Es peligroso.


Con esas palabras, dio por terminada la conversación. 


Paula inclinó la cabeza contra el volante. Cómo le hubiera gustado tener padres normales y que la profesión elegida por ellos no fuera tan peligrosa y no interfiriera con su propia vida.




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