lunes, 1 de mayo de 2017

CAPITULO 5 (PRIMERA HISTORIA)





Daba la impresión de que la multitud se les venía encima, bloqueándoles el paso. El único motivo por el cual avanzaban era porque Pedro era mucho más alto que la mayoría y se desplazaba velozmente. Cualquiera que no se saliera del camino corría el riesgo de ser aplastado.


— ¿La señorita Chaves confesó haber matado a su novio? — le gritó un reportero.


— ¿Existen otros sospechosos? — vociferó otro.


— ¿Si se declaró no culpable, por qué se encuentra la policía excavando su jardín? ¿Creen que puede estar enterrado allí? — se oyó que gritaba otro.


Y todo el tiempo, las cámaras disparaban y captaban la expresión de sorpresa de Paula.


Paula se aferró de la mano de Pedro, dejando que la guiara. 


No veía nada en medio del pelotón de reporteros que se apiñaba a su alrededor. Él era más alto que todo el resto de los periodistas, así que podía ver fácilmente por encima de sus cabezas. Finalmente ella sintió que él la empujaba dentro de un auto. Ni siquiera le importó de quién era, con tal de huir lo antes posible de aquella avalancha de cámaras y preguntas.


Pedro se subió detrás de ella y echó a andar el potente vehículo, manejando con destreza.


Después de algunos minutos, dijo:
— Lamento lo de recién, Paula. Debí anticiparlo.


— ¿A qué venía todo eso? — preguntó, aún sin entender por qué la prensa estaba tan alborotada con el caso.


— Eres una maestra de jardín de infantes, acusada de matar a tu novio…


— Exnovio — lo corrigió de inmediato. Seguía sin comprender— . ¿Y acaso no hay un montón de personas acusadas de homicidio? ¿Por qué resulta tan especial justo este caso?


— Los detalles parecen haber despertado el interés de los medios — le explicó.


Apretó un botón sobre el volante y un instante después apareció una voz en la línea: — Judith, asegúrate de que la gente de seguridad aleje a la prensa que está delante del edificio. Consigue también una orden de restricción para su casa.


La boca de Paula formó una "O" mientras lo escuchaba hablar y ocuparse de que tuviera el camino libre cuando le permitieran volver a entrar.


— ¿La prensa cree que lo hice yo? — preguntó con una vocecita débil, Pedro se preocupó por la ansiedad en su voz. 


Hacía unos minutos había logrado que se sintiera más segura de sí. No era momento para acobardarse.


— A la prensa no le interesa si lo hiciste o no. Cuando no hay noticias importantes, cualquier cosa vale para estar en la tapa de los diarios.


Paula miró por la ventana, sacudiendo la cabeza.


— Soy maestra de niños — dijo— . Son pequeños y se impresionan por cualquier cosa.
No entenderán lo que está pasando, sobre todo si la prensa se presenta en el colegio.
Los asustará y los confundirá. Seguramente perderé mi empleo por esto.


Pedro no lo iba a permitir.


— Limpiaremos tu nombre, Paula. Ten paciencia.


Ella lo miró, sintiendo su fuerza y su poder, pero sin saber si podía confiar en ellos.


— Aunque pudieras eliminar mis antecedentes penales, siempre habrá personas que crean que fui yo.


Tenía razón, pensó.


— Entonces, sólo me queda asegurarme de que a nadie le quede la más mínima duda.


Ella suspiró y se hundió en el suave y suntuoso asiento de cuero.


— En realidad, ya no tengo mucha hambre. Si puedes déjame en casa — le dijo.


— No puedes volver allí — repitió. La voz era dura y firme.


— ¿Por qué no? ¿Acaso van a estar todo el día revisando mi casa? — preguntó.


— Podrían hacerlo, dependiendo de lo que encuentren o no encuentren en tu casa. — Eligió con cuidado sus siguientes palabras— . Incluso si terminan hoy, tu casa tal vez no esté en condiciones habitables por unos días. Además, no hemos terminado. Aún queda mucho por resolver, y necesitamos tu ayuda. Todavía no podrás liberarte de nosotros.


Dirigió el vehículo a un restaurante de comida rápida, y salieron del auto.


— Además, hoy todavía no has comido nada. Tienes que comer algo. Éste es un proceso largo y tedioso y vas a necesitar estar fuerte.


Paula pensó en seguirlo, pero él se quedó esperando delante del auto a que bajara y ella volvió a sentir aquella sensación tibia y suave en el estómago. ¿Por qué tenía que ser tan caballero? ¿Por qué no podía directamente entrar en el bar y esperar que ella lo alcanzara, como la mayoría de los hombres? Estaba acostumbrada a eso. No tenía problemas con la falta de cortesía. Pero los modales de caballero combinados con lo buenmozo que era ¡le provocaban pensamientos y sensaciones completamente
enloquecidos!


Incluso le apartó la silla para que se sentara mientras la mesera les entregaba los menús. De pronto se dio cuenta de algo y se puso roja de vergüenza.


— ¡Qué sucede? — preguntó Pedro, sintiendo al instante que se había dado cuenta de algo.


Ella se acomodó en su asiento y dejó el menú al costado.


— Nada — replicó nerviosa.


Pedro la miró entornando los ojos.


— Algo anda maí. ¿Te acordaste de algún dato que pudiera resultar pertinente para el caso? — la animó, dejando también el menú a un lado.


Ella no podía mirarlo, de lo espantada que se sentía por el dilema en el que se hallaba.


— No, es sólo que me acabo de dar cuenta de que no tengo tanta hambre.


Pedro no le creyó.


— Paula, tienes que comer algo — dijo con tono amable pero firme— . No lo has hecho en todo el día, y voy a necesitar que esta noche estés bien alerta para seguir interrogándote.


Ella suspiró y cerró los ojos un instante, pero luego el estómago la traicionó con sus ruidos. Se puso la mano sobre el vientre y trató de restarle importancia:
— Son los nervios. No me arrestan todos los días — dijo. Intentó reírse, pero le salió una risita nerviosa más que alegre.


Pedro tuvo una pálpito de lo que andaba mal y disimuló una sonrisa.


— ¿Qué te parece una sopa de crema de almejas y un sandwich a la plancha? — sugirió— . ¿O una hamburguesa con queso y aros de cebolla? — preguntó, observándola con detenimiento. Cuando la boca de ella se abrió ligeramente ante la segunda opción, apoyó el menú sobre la mesa con un gesto de aprobación— . Entonces, pedimos la hamburguesa — dijo, y le hizo una seña a la mesera que había estado de pie junto al mostrador esperando que estuvieran listos.


— ¡No! En serio, estoy bien.


Pedro miró a la mesera y le pidió las hamburguesas con queso, aros de cebolla y una porción extra de papas fritas.


— ¿Puede traer un poco de vinagre también? — preguntó.


Por supuesto, la mesera asintió al instante, ansiosa por salir corriendo para cumplir con la orden lo más rápido posible. Paula miró furiosa a la mujer cuando la muy atrevida se alejó moviendo las caderas, una obvia demostración de seducción.


Mia miró de nuevo a Pedro, para ver si se le habían ido los ojos detrás de la mesera.


Necesitaba algo que calmara los sentimientos desquiciados que le atravesaban la mente.


¡Pero Pedro no estaba mirando a la mesera! Estaba mirándola a ella mientras miraba a la mesera. ¿Y era una sonrisa divertida la que tenía en aquellos labios firmes y sexy?


— No tengo mi billetera — admitió por fin, para despistarlo de los celos que sentía por la mesera y cambiar de tema.


— Me lo imaginé — se rio— . ¿Creíste que te haría pagar tu propio almuerzo?


Ella se miró los dedos que estaban entrelazados en su regazo, otra vez nerviosa por la manera en que aquellos ojos azules la perforaban.


— Hoy ya ni sé en lo que creo. Ha sido uno de esos días delirantes, impredecibles, que espero no tener que padecer nunca más.


Él soltó una leve carcajada.


— Entonces te lo haré lo más llevadero posible. — Hizo una pausa, mirando los suaves ojos cansados y preocupados de Paula— . ¿Es verdad que les salvas la vida a las lombrices de tierra? — preguntó, sin poder evitar hacerlo una vez que se acordó.


Ella lo miró sin saber exactamente a qué se refería.


— ¿Si salvo a las lombrices de tierra? — repitió, confundida.


— Abril me estaba contando acerca de tus cualidades mientras me sacaba a los empujones de mi oficina para hacerme llegar al edificio de los tribunales. Una de las cosas que me dijo, como una manera de convencerme de tu inocencia, era que necesitabas salvar lombrices de tierra para que no murieran achicharradas por el sol.


Paula se sonrojó y bajó la mirada otra vez. No estaba segura de lo que debía decir, pero encogió levemente los hombros.


— No me gusta verlas sufrir — dijo casi en un susurro.







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