sábado, 6 de mayo de 2017

CAPITULO 5 (SEGUNDA HISTORIA)




Pedro miró hacia abajo a la mujer evidentemente borracha que tenía delante.


Seguía siendo dueña de aquella belleza deslumbrante que lo había atormentado durante años. Maldición, cuánto había extrañado aquellas pecas. Parecía tan refinada e inaccesible con esos bucles exuberantes, y los ojos color café que lo atraían cada vez más, como si pudiera leerla el alma.


Estaba más delgada que cuando estaba en la universidad. 


Definitivamente, mucho más sofisticada con su traje profesional que emanaba autoridad y sus estilitos matadores. Pero él sabía lo que había debajo de esos trajes, y lo volvía loco no poder arrancarle todas esas capas de ropa para llegar a la mujer verdadera que se hallaba abajo. Quería ver a la mujer que se arqueaba de placer en sus brazos, se reía de sus chistes o desafiaba sus argumentos.


No sabía si estaba enojado o fascinado de que estuviera finalmente allí en Chicago.


—Te llevaré a tu casa —le indicó, levantando su maletín de cuero y su cartera, y acomodando ambos bajo el brazo, al tiempo que le tomaba la mano y la levantaba de la silla.


—No quiero ir a casa —disparó a su vez. Tenía la voz rasposa e irritable. Se tropezó ligeramente, y no supo si era por haber bebido demasiado o porque sus piernas siempre temblaban cuando estaba tan cerca de Pedro, pero él le rodeó la cintura inmediatamente con el brazo, apretándola con fuerza contra su cuerpo macizo. —No me agarres así —le ordenó, pero incluso esa orden fue pronunciada sin demasiada fuerza.


El se volvió suavemente como para sostenerla contra el pecho, gozando desde ese ángulo con la vista de su escote. Registró su mirada desenfocada y los suaves rizos que habían escapado del broche que tenía en la nuca. Parecía tan dulce y sexy, y era completamente inconsciente de lo preciosa que era. Los hombres se paraban y la miraban, pero ella no se daba cuenta. De lejos parecía una especie de sirena sexual que atraía a los hombres hacia sí, pero una vez que la veían, retrocedían, encandilados por su belleza. 


Aquellas pecas adorables sólo lo confundían todo aún
más. Hacía unos años, le encantaba saber que era el único hombre que sabía que sólo tenía pecas en la cara.


Odiaba la idea de que otro hombre, posiblemente más de uno, hubiera estrechado ese fantástico cuerpo entre los brazos, experimentado su pasión, y descubierto que el resto de su cuerpo exuberante estaba cubierto por una piel blanquísima como la leche, sin tacha alguna.


En ese momento, ella tenía las manos apoyadas sobre su pecho, y él no dijo ni una palabra. Llegó un momento cuando creyó que jamás volvería a sentir las manos suaves y delicadas de Paula sobre su cuerpo, pero ahí estaba ella, aferrándose a él como si fuera un salvavidas.


—¿Te vas a caer al suelo? —preguntó, mirando divertido sus expresivos ojos castaños, gozando de su dependencia de él, incluso si apenas durara hasta que volviera a estar sobria.


Paula estrechó los ojos, y su lengua adorable asomó de entre los labios, como si estuviera tratando de evaluar la posibilidad de caerse al suelo.


—No lo he decidido aún —le dijo con franqueza, y luego se regañó a sí misma por su sinceridad —. Pero de cualquier manera no necesito tener tu brazo en mi cintura.


Por desgracia, no tenía ni la voluntad ni la habilidad para liberarse de sus brazos.


Él era considerablemente más fuerte que ella, pero además su cuerpo emanaba una tibieza que había extrañado con desesperación desde que se marchó de su departamento hacía ya tantos años. De píe entre sus brazos, se dio cuenta de que no había vuelto a sentir ese calor desde la última vez que él la había abrazado. Y aquel calorcito no tenía nada que ver con la temperatura del aire, sino con la manera como la hacía sentir él por dentro.


El no la soltó, sino que, en cambio, la giró levemente para que salieran caminando del bar.


—Vamos a conseguirte un café —dijo.


—Tampoco quiero un café —masculló. Ella quería quedarse allí en sus brazos, disfrutar tan sólo de su cercanía y de lo maravilloso que era. Pero mucho no podía hacer, dado que la estaba acompañando a la salida. Por suerte, no cometió la torpeza de decirle cuánto le gustaba que la rodeara en sus brazos. Sí, al menos se había aguantado las ganas de decirlo, para no hacer el ridículo.


—Como quieras —le replicó Pedro, riéndose para sí, porque era la primera vez que veía a Paula ebria. En realidad, le gustaba. Estaba disfrutando la sensación de su suave piel contra la suya, las exquisitas curvas que recordaba tan vívidamente. Esta mujer se le había aparecido tantas veces en sueños a lo largo de los años que había llegado a maldecir al despertarse. —Seguramente, necesitas comer algo, ¿no es cierto?


—Para nada —lo refutó, orgullosa de poder decir que no tenía nada de hambre.


---Qué comiste esta noche? —preguntó, escudriñándola
para ver su estado de ebriedad. Se estaba apoyando en él, pero no tambaleaba.


Era un buen signo.


Maldición, ¡la había extrañado! No se había permitido admitirlo todos esos años, pero ahora que la tenía allí, aprisionada, sabía que una parte de él jamás se había sentido viva después de que lo abandonó. ¡Y él se lo había permitido! Aquello era lo peor.


Pero ahora estaba allí. Había sabido que Simon la iba a contratar. Antes de llevar a término una contratación, los cuatro hermanos discutían la decisión, salvo que fueran asistentes, de lo cual se encargaba Abril. De todos modos, cuando surgió el nombre de Paula, sus hermanos quedaron inmediatamente impresionados, ansiosos incluso por incorporarla de inmediato al estudio. Tenía credenciales muy buenas, y más experiencia en litigación que cualquiera de los otros candidatos, varios de los cuales eran mayores que ella. ¿Qué podía haberles dicho a sus hermanos? :No, no pueden contratar a la mejor abogada litigante que haya regresado de una escuela de leyes en los últimos cinco años ¿porque es posible que la lleve a la cama y no la deje salir nunca más? A Pedro no le pareció que le fuera a caer bien a sus hermanos.


Lamentablemente, cuando la vio aquella tarde, incluso después de saber que se la cruzaría en los pasillos, sintió de todos modos como si alguien le hubiera pegado un puñetazo en el estómago. Con los años se había vuelto más hermosa de lo que había sido en la universidad. En aquella época, tenía una personalidad un tanto inocente y bohemia. Era dueña de un estilo informal y relajado, pero con una extraña intensidad.


Ahora se había vuelto refinada y sexy... gracias a esos trajes profesionales que tenía ganas de arrancarle para ver qué tenía debajo.


La metió dentro de su auto, y casi soltó un gemido cuando ella cruzó las piernas con esos malditos tacos que hacían que las piernas le lucieran aún más sexy. Miró fijo las piernas, sin darse cuenta de lo que estaba haciendo hasta que oyó un ruido detrás de él. Sólo la llevaría a su casa, se aseguraría de que estuviera a salvo y luego se iría él mismo a casa.


— ¿Dónde vives? —le preguntó al deslizarse en el asiento de cuero al lado de ella.


Cuando no obtuvo respuesta, se volvió para mirarla y le sorprendió hallar que se había quedado dormida.


—Vaya, vaya —pensó soltando una risotada—. Supongo que vas a tener que venir a mi casa —le dijo a la bella durmiente. La idea no le disgustaba en absoluto. De hecho, le resultaba muy atractiva.


Manejó por las calles oscuras de la ciudad, con el cuerpo encendido de deseo por la mujer que se hallaba en el asiento de al lado, pero, lo más importante era que se sentía más relajado ahora de lo que había estado en... varios años. 


Tenía a Paula exactamente en el lugar donde la quería.


Bueno, no exactamente, pensó. La pondría en su cama para que durmiera hasta que se le pasaran los efectos del tequila, pero lamentablemente no podía compartir la cama con ella.


Mientras la llevaba en brazos a su casa, pensó en la conversación de las cuatro mujeres antes que él y sus hermanos las interrumpieran. Paula había dicho: "Todos tenemos problemas del corazón". Pero ¿acaso significaba eso que se sentía atraída por él como Abril por Javier ? ¿O, en cambio, que le interesaba otro hombre?
¿Estaría saliendo con alguien? Acababa de llegar hacía unos días a la ciudad, habiéndose mudado de San Francisco, donde había encontrado un trabajo inmediatamente después de terminar la universidad. 


Se había graduado con honores de la facultad de Derecho de la Universidad de Georgetown, y sabía que se había convertido en una figura codiciada por las firmas. Había observado su carrera, seguido su vida por amigos en común, y estaba al tanto de que destacaba en derecho penal.


Recordó de nuevo la conversación en el bar esa noche y sonrió al pensar en la preciosa joven que acababa de ser exonerada de un cargo de asesinato. Tenía una dulzura esponjosa. Estaba seguro de que esa noche a Simon se le acabarían los problemas. Habían estado discutiendo los cuatro la boda inminente de Simon en la oficina de Ricardo antes de enterarse de que las cuatro mujeres habían ido a Durango a celebrar la libertad de Mía.


Pedro posó a la aún dormida Paula sobre su cama y pensó en la reacción que había tenido Simon esa noche a la conversación entre las mujeres. Simon le iba a proponer matrimonio a Mía, pensó Pedro. Bueno, tal vez esperaría hasta mañana por la mañana.


Pedro no creía que Mia comprendiera nada de lo que Simon le dijera esa noche.


Pedro pensó en la mujer que tenía ahí, acurrucada sobre su cama, exactamente como la había imaginado tantas veces en el transcurso de los años. Bueno, no exactamente como la había imaginado. En sus sueños había estado desnuda.


Se inclinó y le sacó los zapatos, sonriendo levemente cuando ella movió los dedos del pie como si hubieran estado apretujados dentro de los zapatos demasiado tiempo y ahora anhelaran quedar liberados de toda restricción. Sostuvo el zapato en la mano, mirando fascinado del zapato al pie. 


Mientras estaba en la universidad, Paula solía llevar zapatillas o chatitas, y él se había excitado cada vez que se acercaba a él. -Y ahora tenía que lidiar con estos tacos sexy que le agregaban varios centímetros a sus piernas? ¡Estaba perdido!


Sonrió, disfrutando de la posibilidad de deleitarse con esta nueva versión sexy de Paula. No le importaba nada tener que enfrentar este tipo de complicación.


Ella tenía que estar cómoda, pensó mientras observaba las oscuras pestañas contra la piel pálida y blanca. Como caballero, -no era su deber ayudarla a recuperarse de la borrachera de la manera más cómoda posible? Además, ese vestido le había costado seguramente por lo menos varios cientos de dólares. Lo arruinaría si no se lo quitaba. 


Pedro realmente no quería que lo culpara si se arruinaba el vestido. Se le arrugaría totalmente, porque él sabía que ella se acurrucaba de un modo que haría que la prenda entallada se le frunciera alrededor de la cintura.


¡Y qué hermoso era el vestido!


Movió los dedos con cuidado sobre su espalda, dejando que el cierre se deslizara a través de la tela, muriéndose por tocarle la piel que se le iba revelando lentamente a los ojos ávidos. Pero mantuvo los dedos sobre la tela y no sobre la piel suave y sedosa. Le quitó el vestido bajándoselo por los hombros y las piernas, y casi gimió cuando ella volteó el cuerpo para facilitárselo. Estuvo a punto de sospechar que estaba despierta y atormentándolo, pero luego dio un suspiro mientras dormía.


Sabía por experiencia cómo dormía. Se había pasado varias noches en vela para observarla, gozando del modo como se acurrucaba contra él. Recordó la sensación de los pechos tibios que se presionaban contra su torso. Recordó muchas noches en las cuales había sentido esos pechos, frotándose contra su cuerpo mientras dormía.


No importaba que acabaran de hacer el amor esa misma noche, cada vez que lo hacía quería darse vuelta y volver a hacerlo. Consideraba que sus pechos eran absolutamente perfectos, y nunca se había cansado de explorar sus sensibles cumbres rosadas o los suaves y blancos montículos.


Bueno, para ser franco, todo lo que tenía que ver con Paula era perfecto para él.


Había gozado muchas horas en la cama con ella, explorando cada parte de su cuerpo.


Había veces que ella protestó, incluso resistiéndose para poder dominarlo sexualmente, pero hasta en esos momentos él había sido más fuerte y siempre salió ganando en sus forcejeos. La inmovilizaba sobre la cama para hacer lo que quisiera con ella, tomándose su tiempo para saborear, besar y disfrutar cada centímetro de su delicada piel, a pesar de sus gritos de frustración y deseo. Cuando lo hacía, él solo se sentía aún más excitado.


¡Maldición! Tenía el cuerpo tenso y anhelante de poseerla, y ni siquiera la había tocado. Ninguna mujer había tenido jamás ese poder sobre su cuerpo. Ni antes de conocerla ni ciertamente después.


Con cuidado colgó el vestido en su armario, disfrutando de ver la prenda entremezclada con sus trajes y camisas hechas a medida; luego regresó a la cama y tiró de la suave manta que se encontraba al pie para taparla. Rehusó dejar que su mirada se dirigiera al precioso corpiño negro que llevaba puesto. ¡Tampoco dejaría que los ojos exploraran aquella tanga de encaje negro! ¿Por qué diablos estaría usando una tanga?


Vaya desgracia, ¡ahora se la iba a imaginar todos los días llevando una tanga de algún color bajo cada uno de sus trajecitos ejecutivos!


¡No era justo!


Salió de la habitación, hecho una furia, y casi cierra de un portazo. Después de una ducha fría que no dio mucho resultado, se arrojó sobre la cama de una de las habitaciones libres. Siempre le había encantado esta casa por la cantidad de dormitorios extra y por el espacio que tenía. Vivía más lejos de la ciudad que sus hermanos, pero eso le daba mucha más privacidad. Tenía diez acres de tierra y la casa estaba plantada justo en medio. Poseía un par de caballos a los que le encantaba montar, y una huerta de la que se ocupaba los fines de semana. A diferencia de Simon, que amaba trabajar con la madera, y de Javier, que se mataba en el gimnasio, había descubierto que hacer la huerta era una excelente manera de liberarse de las preocupaciones. No tenía ni idea de lo que hacía Ricardo para aliviar el estrés por los asuntos relacionados con el trabajo. Ni siquiera sabía si su hermano mayor reconocía la existencia del estrés. De hecho, ahora que lo pensaba, sospechaba que Ricardo trabajaba justamente para aliviar la ansiedad que le provocaba el trabajo. Los cuatro iban a menudo al gimnasio para entrenarse en el ring de box, así que tal vez era esa la forma de Ricardo de desfogarse.


Clavó la mirada en el cielo raso, preguntándose lo que haría Paula para relajarse ahora. -¿Estaría instalada en uno de los departamentos más cercanos al centro de la ciudad? - ¿O preferiría vivir en las afueras, para estar más en contacto con el aire libre?


A veces, estar lejos de la ciudad podía ser un fastidio; el tránsito se podía poner pesado. Pero como él trabajaba hasta tarde, casi todos sus viajes de ida a la oficina o de vuelta eran en horas de poca afluencia, a menudo bien temprano por la mañana antes de que la mayoría de la gente entrara a la ciudad a trabajar, o bien tarde cuando ya estaban en casa cenando. Cuando tenía que quedarse en el centro hasta tarde por una reunión social o por trabajo, simplemente se quedaba a dormir en casa de alguno de sus hermanos. Ellos hacían lo propio viniendo a su casa los fines de semana para andar a caballo o simplemente para pasar el rato juntos y comer los productos frescos de su huerta.


Cuando pensó en Paula durmiendo en la otra habitación, sonrió satisfecho. Hacía tanto tiempo que la quería aquí en su casa. Ahora se daba cuenta de que durante todos estos años, durante la restauración de su casa, siempre había tenido en cuenta sus preferencias. No estaba seguro de conocerlas todas, y ni siquiera fue consciente al ir haciéndolo, pero construyó esa casa pensando en ella, basándose solamente en las conversaciones que habían mantenido durante el breve período en el que habían estado juntos seis años atrás.


Había trabajado duro para renovar esa antigua casa y el granero que estaba atrás. Parte del trabajo, lo hizo solo, pero Simon lo había ayudado con muchas de las cuestiones más complicadas que tenían que ver con la restauración de una casa vieja. Simon era mucho mejor con temas de carpintería, pero entre los cuatro habían podido hacerla de nuevo, y estaba encantado con el resultado. Seguía teniendo un look antiguo, pero estaba completamente equipada con todas las instalaciones modernas.


De hecho, lo hacía recordar al bar donde había visto a Paula por primera vez. En aquella oportunidad, los últimos rayos de sol le iluminaban el cabello, arrancándole destellos de fuego. 


En condiciones de luz normal, era una bellísima mujer de cabello castaño. Pero aquel día, sentada de espaldas al sol, la luz encendió chispas entre las ondas de su cabello; algunos bucles se volvieron rojizos o cobrizos, mezclándose con las mechas más oscuras. Fue su cabello lo que lo fascinó aun antes de posar la mirada en sus suaves ojos color chocolate.


Giró hacia el otro lado, y le pegó un puñetazo a la almohada, obligándose a alejar los pensamientos de su ex amante. O al menos intentándolo. Pero no podía borrarla completamente de la mente porque sólo había una pared de por medio que los separaba. Aquella noche no durmió mucho, pensando en que Paula volvía a estar en su cama tras todos esos años. 


Así que cuando lo despertó el sol, desistió de intentar volverse a dormir. Fue a ver a Paula y la encontró todavía durmiendo. Agarró un par de jeans sin hacer ruido, se duchó y bajó a su lugar preferido de la casa: la cocina.


Se trataba de un enorme ambiente de ladrillo y piedra, con una cocina gigante a un lado, un horno doble e incluso una parrilla interior para los días en que hacía demasiado frío para ir afuera y hacer unos bifes, un pollo o lo que quisiera asar.


Tenía un montón de ventanales y luz que entraba a raudales, y las vigas rústicas daban la sensación de que se estaba en una cabaña. Era amplia y espaciosa, y había sido diseñada teniendo en cuenta la afición de Pedro por la cocina. A todos sus hermanos les encantaba cocinar, pero ninguno tenía su talento con la huerta — aunque no había manera de que lo supieran dado que todos vivían en la ciudad, y no tenían ningún lugar para poner a prueba sus aptitudes con la jardinería—. Eso significaba que estaban constantemente importunándolo para que les diera tomates, pepinos o lo que fuera que hubiera plantado en la primavera.


Ese año tenía una cosecha extraordinaria de pimientos. 


Había ajíes para conservas, morrones verdes, rojos y amarillos y, los que más le gustaban, ajíes jalapeños. Tomó un bol, salió afuera descalzo y arrancó un tomate fresco y rojo de la viña, unos jalapeños y ajíes largos, y luego se agachó para desenterrar una cebolla y tomar una papa del barril de papas. Tenía ganas de comer una omelet a la española, pensó, mientras volvía a entrar y comenzaba a preparar café.


Sonrió al pensar en el momento en que se despertara Paula. Le habría encantado estar allí para observarla, pero se quedó abajo, preparando café y leyendo el diario mientras esperaba que diera signos de vida.






No hay comentarios:

Publicar un comentario