sábado, 6 de mayo de 2017

CAPITULO 4 (SEGUNDA HISTORIA)




Paula dejó el Martini a un lado, alejándolo de su vista. No lo iba a beber. Levantó la mirada, intentando encontrar una camarera. Quería algo un poco menos letal.


Estaba a punto de levantar la mano cuando la gerente de oficina del grupo Alfonso la ubicó desde otra mesa. Paula sólo tuvo ganas de deslizarse bajo la mesa y fingir que desaparecía, pero Abril —una espectacular mujer de cabellos castaños— se dirigió con gracia hacia su mesa.


-¿Qué haces aquí, sola? —Preguntó, con una sonrisa franca en el rostro—. ¿Por qué no te unes a nosotros? Estamos a punto de celebrar la libertad recientemente adquirida de Mía, y me dijeron que fuiste clave en descubrir lo que realmente
sucedía con ese canalla que tenía por novio.


Paula comenzó a sacudir la cabeza cuando la mismísima Mía Paulson se acercó hasta el borde de su mesa.


— ¡Eres tú! —Soltó con un grito ahogado, y se inclinó para dar a Paula un fuerte abrazo—. ¡No tuve oportunidad de agradecerte por lo que hiciste hoy! ¡Eres mi heroína!


Paula se rio, sintiéndose horriblemente cohibida. Una mujer rubia apareció a continuación. De las tres que llegaron, Abril era la más alta, pero sólo porque llevaba tacos aguja de ocho centímetros de altura, que debían ser una tortura diaria para sus pies. Mía era un poco más baja, pero porque el estilo de sus elegantes pantalones negros y prolija camisa blanca no congeniaba con los tacos aguja. La última joven en llegar era alrededor de tres centímetros más baja. De este modo, Abril, Mía y Paula tenían las tres alrededor de un metro sesenta y cinco centímetros de altura.


—Te presento a nuestra ex cliente, Mia Paulson, pero, por supuesto, tú ya la conoces —le estaba explicando Abril—, y ella es Carla Fairchild, a quien encontramos maldiciendo a nuestro bien amado líder, así que la secuestramos para que se uniera a nosotros. Nos pareció una adquisición perfecta para nuestro grupito. —Carla era una rubia vivaz con ojos asombrosamente inteligentes. Era unos centímetros más baja, pero lo que no tenía de altura lo suplía con ímpetu. El cuerpo prácticamente le vibraba con energía, y los rubios bucles le retozaban alrededor de su hermoso rostro.


Ninguna de las tres mujeres esperó una invitación. 


Condujeron a Paula a su mesa, donde ya la esperaba una silla vacía que habían traído de una mesa cercana. Abril incluso le quitó la carpeta de trabajo, y se la metió de nuevo en el maletín de cuero antes de darse vuelta para levantar la mano y atraer la atención de la camarera.


—Vamos a beber una jarra de margaritas y cuatro copas, por favor —dijo con una sonrisa, para suavizar el pedido.


Paula se quedó sentada al lado de las tres hermosas mujeres, sintiéndose torpe e insegura mientras bebía pequeños sorbos de su trago. Las mujeres conversaron sobre Simon Alfonso y lo furiosa que estaba Mia con él por ser tan altanero y dominante. No faltaron algunos "estúpido ” y “grosero ”" para apuntalar la discusión.


Pero mientras hablaban, Paula advirtió que, si bien esas mujeres eran despampanantes, todas tenían los pies sobre la tierra, eran graciosas y más relajadas de lo que le habían parecido en un principio. —Parecería que todas tenemos problemas del corazón —observó Paula, bebiendo otro sorbo. Esas mujeres no eran intimidantes.


Eran igual a ella, todas enamoradas de tipos que eran tan irritantes y odiosos como Pedro.


Por supuesto, ella no estaba enamorada de Pedro. Al menos, ya no. Pero hubo una vez... No, basta de volver sobre lo mismo, se dijo con firmeza, y bebió otro largo sorbo de margarita. Sintió la mirada de las otras mujeres, y se maldijo en silencio por revelar lo que sentía.


—-¿Pedro? -—preguntó Mia con cuidado, estrechando los ojos al considerar la situación de la joven.


Paula se sintió orgullosa de no reaccionar de forma negativa.


—Todo el mundo tiene su cruz —replicó, melancólica, deseando realmente no sentir nada por Pedro Alfonso.


Las jóvenes siguieron conversando, pero Paula se quedó de pronto en silencio. Una extraña sensación la embargó..., no supo bien qué era. Había bebido demasiado para darse cuenta, así que hizo caso omiso de aquella sensación extrañamente familiar, y bebió otro sorbo de su trago. Seguía intentando no pensar más en Pedro. Sacudió la cabeza y posó la copa sobre la mesa. Por desgracia, la rara sensación persistía. Era casi lo mismo que había sentido aquella primera vez... ¡No!


—Estimadas... —comenzó a decir, tratando de advertirles sobre... pues, no sabía bien qué. La cabeza le daba vueltas y estaba demasiado relajada para sentirse gravemente amenazada.


Paula sonrió pensativa mientras Mia admitía que estaba enamorada de Simon. Fue tan dulce que dejó de pensar en Pedro y se sintió aliviada por unos instantes de sus propios fantasmas.


—Pero no confía en mí —decía Mia, suspirando frustrada.


Mia casi se derrama el trago encima cuando el mismísimo Simon apareció sigilosamente por atrás.


—Claro que sí —escuchó que decía su nuevo jefe, probablemente refiriéndose al hecho de que confiaba en Mia, pero ninguna de las mujeres estaba completamente segura. Paula tragó con dificultad; seguía con la mente demasiado turbia como para dilucidar el resto. Pero al cambiar de posición en su silla advirtió, en efecto, a los cuatro hermanos Alfonso. Se hallaban parados detrás de la mesa, parcialmente disimulados tras el decorado del bar Durango, pero era obvio que todos ellos habían escuchado su conversación.


Levantó los ojos lentamente. Cuando Pedro giró alrededor de la mesa, el corazón le galopó a un ritmo desenfrenado como siempre sucedía. Y no cabía duda: se estaba acercando cada vez más. ¿Adonde se dirigía? La cabeza atiborrada de margaritas le daba vueltas, aunque no podía saber si era por el alcohol o por su cercanía.


— ¿Qué haces aquí? —susurró cuando se detuvo justo a su lado. No estaba preocupada. El alcohol le había borrado toda inhibición. Pero no podía silenciar aquella química que estaba siempre presente cuando lo tenía al lado. Había creído que los años amenguarían el impacto de sentir su cuerpo tan cerca, pero la verdad era que el tiempo sólo había agudizado el efecto. Debió de darse cuenta cuando estuvo a punto de tropezarse aquel día luego de verlo apenas unos segundos en el corredor.


No hay comentarios:

Publicar un comentario