sábado, 20 de mayo de 2017
CAPITULO 5 (CUARTA HISTORIA)
Ella accedió, pero sólo porque las rodillas le temblaban tanto que no pudo detener el camino que había iniciado hacia los ascensores. Al entrar en el ascensor, se apartó de Pedro, pero él seguía estando demasiado cerca, y dominándola con su presencia. Como en una sala de conferencias o en su auto, el hombre ocupaba todo el espacio, llenando cada partícula de aire con su masculinidad.
Cuando las puertas se abrieron, él le volvió a poner una mano fuerte en la cintura, conduciéndola hacia el apartamento. Ni siquiera pudo darle una rápida mirada. Él la guió directamente a una habitación fabulosa y luego a un baño de mármol enorme, repleto de detalles de acero y cromo. En el medio, había una bañera gigante con hidromasaje. Sintió que se le salían los ojos de las órbitas ante semejante lujo, y no pudo evitar un gran suspiro al imaginarse relajada en la enorme bañera de mármol.
Él la oyó suspirar y soltó una suave carcajada.
—Me alegro de que por fin haya algo mío que te guste.
Ella mantuvo la boca cerrada mientras él se inclinaba y abría el grifo de agua, pensando que definitivamente le gustaba su trasero. Era un estupendo trasero, marcado por la fina tela de su pantalón, y sintió que se le volvía a secar la boca. Le fue imposible apartar la mirada, y no vio cuando él le echó algo al agua. De inmediato se formaron burbujas que subieron a la superficie a medida que el agua rápidamente llenó la bañera.
Se volvió y alcanzó a verla sonrojarse, pero no comprendió por qué.
—Buscaré algo para el dolor. Métete en la bañera y relájate.
Pensó que tal vez asintió con la cabeza, pero no estaba segura de ello. Estaba completamente aturdida, asustada, y la mente no le funcionaba. No podía reaccionar, incapaz de creer que realmente estaba parada en medio del lujoso baño
de Pedro.
La puerta se cerró con un clic detrás de ella, pero siguió mirando fijamente la bañera, que rápidamente se llenó con burbujas y agua. Fue demasiado tentador para que su cuerpo dolorido resistiera. Con dedos temblorosos y echando miradas furtivas hacia atrás, se desvistió, dobló rápidamente la ropa y ocultó sus tanga y corpiño de encaje.
Su mirada se posó en el agua cálida, deseosa ahora sí de sentir el alivio que le proporcionaría el agua caliente.
Unos escalones subían a la bañera elevada, y del otro lado descendían otros. ¡Era gigante! ¡Y maravillosa! Estaba ubicada en un rincón del baño, y un enorme ventanal con vista a la ciudad dejaba ver a lo lejos el río Chicago y el horizonte poblado de rascacielos y autopistas, que bullían frenéticos de actividad.
Se deslizó dentro del agua caliente y perfumada, y cerró los ojos mientras el calor recorría todo su cuerpo, calmando rápidamente los dolores, al menos de momento. Se recostó hacia atrás, sorprendida por la sensación maravillosa del mármol que se adaptaba a su cuerpo, relajándole la espalda y las piernas. Debía ser seguramente la bañera más cómoda en la que se había bañado jamás, pero eso no quería decir mucho, ya que las únicas bañeras en las que había podido disfrutar de un baño habían sido las comunes, que eran mucho más adecuadas para bañar niños que para acoger un cuerpo adulto. Su propia casa en la ciudad era agradable, perfecta para sus necesidades, salvo por su clásico baño funcional.
Con un suspiro, permitió que su cuerpo se relajara. Cerró los ojos y dejó volar la mente hacia aquel beso al costado del edificio. Por el momento, no hizo ningún esfuerzo por entender por qué había dejado que Pedro la besara ni por qué siquiera había reaccionado a su beso. Había visto a las mujeres desfilando por su oficina para encontrarse con él.
Todos los meses acompañaba a una mujer diferente a fabulosas fiestas y reuniones sociales en la ciudad. Las que tenían suerte podían durar cinco semanas; las aburridas, tal vez sólo tres. Una mujer afortunada había conseguido mantener vivo su interés un récord de seis semanas.
No era que estuviera pendiente de lo que duraba cada una de ellas en brazos de Pedro. Pero era difícil ignorarlo cuando resultaba tan frecuente.
Además, el personal de la oficina hacía apuestas para determinar cuánto tiempo duraría cada una, así que era complicado mantenerse ajeno al cotilleo o al pozo de la oficina, pegado sobre la puerta del freezer en la cocina de la firma.
Sin quererlo, se estremeció de solo pensar en el momento en que sus colegas apostarían cuánto tiempo podía mantener despierto el interés de Pedro por ella.
Eso no quería decir que siquiera lo intentaría. ¡El tipo era un imbécil total!
Sin embargo, no lo culpaba. Veía lo peor en las relaciones.
En el sentido más básico, su trabajo consistía en destruir un matrimonio, diseccionarlo en mil pedazos y obtener el máximo provecho de una relación para uno u otro de los cónyuges. Se enfrentaba no solo con la peor parte de un matrimonio, sino con la maldad y la mezquindad de cada individuo. No solo de su cliente, fuera la esposa o el esposo, sino que, sentado del otro lado de la mesa, también veía el rostro más terrible de la parte contraria. Las peleas que estallaban cada tanto eran feroces en tanto el rencor afloraba de todas las formas posibles.
Tal vez debía ser más amable con él, más considerada. El hombre veía la maldad en tantas personas...; no debía tener que verla en las personas con las que trabajaba.
Tal vez debía mudar su oficina a otro piso. No necesitaba estar en el mismo piso que él, pensó mientras pasaba revista mentalmente a los cuatro pisos y su distribución. Siempre que habían ampliado su presencia en el edificio, era ella quien asignaba las oficinas a los abogados y asistentes.
Siempre, por alguna razón inexplicable, había conservado su propia oficina en el mismo piso que Pedro.
En realidad, en una oportunidad, después de una semana particularmente frustrante, había reorganizado algunas cosas y estuvo a punto de trasladar su oficina al sector de Ricardo. Pero ese cambio había sido frustrado. Nunca entendió bien todos los pormenores, pero en aquel momento no lo discutió.
Tal vez fuera hora de trasladarse a una nueva área, para alejarse un poco más de él. Seguramente, podía destinar su oficina a un nuevo abogado. Tenía más de setenta abogados de divorcio bajo su mando a lo largo de todo el país, y más de treinta de ellos estaban aquí en la oficina de Chicago.
Siempre le resultaba increíble la cantidad de personas que querían disolver su matrimonio, pero en cuanto a su negocio, marchaba sobre rieles.
Cerró el agua, disfrutando del silencio mientras el dolor de las costillas iba disminuyendo poco a poco. Pedro había tenido razón. Un baño caliente era exactamente lo que necesitaba. Y seguramente hubiera desestimado la idea si hubiese vuelto a su casa. Lo más probable era que hubiera sacado la computadora para tratar de resolver los mil problemas que requerían su atención todos los días.
Sí, esto era perfecto, pensó eufórica. Paula tenía que recordarse a cada instante que no estaba entusiasmada porque fuera el baño de Pedro. Simplemente, porque se sentía relajada por primera vez en... meses.
En realidad, relajada no era la palabra. No, lo que sentía no era para nada una sensación de relajación. Se sentía renovada. Sí, ésa era la palabra. Se sentía renovada por el agua y las burbujas. Seguramente eran las burbujas con aroma a lavanda que él le había puesto.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario