sábado, 27 de mayo de 2017

CAPITULO 27 (CUARTA HISTORIA)





La boda de Carla y Ricardo


— ¿Adonde vamos? —preguntó Carla. Tomó la mano de Ricardo, pero se mostró vacilante. La expresión en su rostro revelaba que no se traía nada bueno entre manos.


— ¿Acaso no confías en mí?


Ella soltó una carcajada y sacudió la cabeza.


—No cuando tienes esa mirada.


Sentir su risa sonora hizo que le brotara una sensación de calidez por dentro.


—Pues, vas a tener que hacerlo.


Ella cerró la puerta de su casa por última vez y lo miró con recelo.


— ¿Por qué no me cuentas qué pasa? —exigió, y se apretó aún más el chal contra el viento helado que soplaba inclemente desde la esquina de su casa. Tres semanas habían pasado desde la boda de Karen y, tal como se predijo, hacía un frío brutal, la temperatura habitual de los inviernos de Chicago.


Él sacudió la cabeza.


—Vas a tener que confiar en mí.


Ella se rio y dejó que la acomodara en su auto.


—Lo haría si me dieras más información.


El encogió los hombros.


—Hazte la idea de que me estoy haciendo cargo del asunto —le dijo y ante su mirada perpleja cerró con un portazo.


Cuando estuvo sentado al lado de ella, lo miró furiosa.


—Ricardo, ¿qué estás tramando? —preguntó con más fuerza.


No respondió, y ella comenzó a preocuparse al advertir que iba rumbo al aeropuerto. Cuando distinguió el aeródromo a la distancia, estuvo a punto de soltar un quejido.


— ¿Otro trabajo? Pero pensé que tenía algunas semanas de descanso desde el último proyecto —dijo—. Voy a hablar con Mauricio. Me dijo que no tenía nada previsto para las próximas dos semanas. He estado trabajando sin parar tratando de organizado todo...


—Tranquilízate —dijo Ricardo, conduciendo por entre los carriles, hasta llegar al área de estacionamiento privado del aeropuerto


—. Este viaje es solamente para ti y para mí.


¡La idea le pareció genial!


—Pues..., si insistes.


—Insisto.


Salió del auto, y se colocó los guantes. Se bajó el sombrero aún más sobre la cabeza.


—¡Qué tiempo horrible! —masculló.


—Hace demasiado tiempo que organizas nuestra boda —le dijo mientras la conducía fuera del estacionamiento y directo a la pista donde se hallaba el jet privado del Grupo Alfonso.


Carla suspiró y apretó con fuerza su brazo.


—Lo siento. Sé que está llevando demasiado tiempo. Es sólo que...


El se detuvo y bajó la mirada a sus ojos.


—No te quieres casar en el invierno...


Ella sonrió, aliviada por que la comprendiera.


—La verdad, no. No me gusta el frío y tenía ilusión de que celebraríamos una boda al aire libre. Me encantó la atmósfera de la boda de Karen, y quería lo mismo.


Él le sonrió y le guiñó el ojo.


—Vamos —dijo y le apretó los dedos—. Tengo que hacer un viaje. Tú tienes un poco de tiempo libre, así que me acompañarás. Descansarás, yo cumpliré con mis objetivos, y pasaremos un tiempo juntos.


Carla ni lo dudó. Subió las escaleras detrás de él, y sintió alivio cuando pudieron sentarse en los enormes asientos de cuero. Tomó una revista mientras Ricardo deliberaba con el piloto. Diez minutos después, el jet rodaba por la pista, y
Carla se quedó dormida con la cabeza acurrucada contra el hombro de Ricardo. Lo último que oyó antes de quedar sumida en un profundo sueño fue el sonido arrullador de su voz profunda, y le encantó.


No tenía idea de la hora cuando sintió que la sacudía suavemente.


—Carla, despierta —dijo.


Ella se sentó lentamente. Miró a su alrededor para orientarse. —Cielos —dijo con un grito ahogado, y dejó de apretarle el brazo, al despertarse y mirar a su alrededor—. ¿Dónde estamos? —preguntó. 


—En Gran Caimán —le dijo riéndose de su expresión de desconcierto^— . Necesitas cambiarte de ropa.


Ella lo miró como si hubiera perdido la cabeza. — ¿Por qué? ¿No me puedo cambiar en el hotel? ¿O dondequiera que vayamos a alojarnos? 


El sacudió la cabeza.


—No, no habrá tiempo Le sonó extraño que dijera eso. 


—Está bien. Pero, ¿qué está pasando? 


El le tomó las manos y la miró a los ojos. —Nos vamos a casar hoy, mi amor —le dijo con firmeza. Ella parpadeó, sin terminar de aceptar lo que le decía. 


— ¿Por qué haríamos algo así? Él le apretó los dedos ligeramente.


—Tu vestido está en el dormitorio detrás de ti —le explicó—. Tus amigas ya están acá y nos vamos a casar.


Estuvo a punto de soltar una carcajada ante su expresión. — ¿Qué temperatura hace? —preguntó, acercándose a él, acurrucándose contra su pecho grande y fornido.


—Hacen unos agradables veintiséis grados.


Su sonrisa se amplió de sólo pensarlo.


— ¿Mía, Paula y Karen ya están aquí?


—Sí.


— ¿Y tus hermanos?


—También. Llegaron todos ayer.


Ella se rio, encantada con la idea.


—Últimamente, has estado muy atareado, ¿no es cierto?


El se encogió los hombros.


— ¿No estás enojada?


Ella se inclinó y lo abrazó.


—Por el contrario. ¡Estoy feliz! Me hubiera gustado que se me ocurriera a mí.


—Tus padres también están impacientes por terminar con esto. Tu madre ha colaborado un montón.


Carla se volvió a reír.


—Es muy buena organizando fiestas. Le encanta hacerlo.


—Pues, básicamente, le di libertad absoluta, pero con algunas condiciones. Tenía que ser en un lugar cálido, y quería que nos casáramos este fin de semana.


Ella sonrió, pensando en la conversación entre este hombre de carácter fuerte y su madre, que siempre conseguía lo que quería.


—Supongo que será mejor que me cambie.


Hizo una pirueta, fascinada con la idea de casarse allí, en la isla. Cuando pasó a la habitación trasera del avión privado, vio su vestido de novia ya dispuesto con los fabulosos zapatos que había encontrado la semana anterior. Nada de esto habría  salido tan bien si lo hubiera organizado ella misma. Pero para decir verdad, había estado agotada tratando de mudarse de su casa, ponerla en venta y adaptarse a su nuevo empleo. Se sentía frustrada por no avanzar con los preparativos de la boda, pero en el fondo sabía que lo había estado demorando porque quería casarse cuando hiciera calor. ¡Ahora lo había conseguido!


Cuando bajó del avión, un caballero con aspecto oficial estaba parado en la base de las escaleras, justo al lado de sus padres.


— ¿Lista para casarte? -le preguntó su papá, tomándola en sus brazos y abrazándola con cuidado.


—Más que lista —susurró, excitada. Su madre se rio y también la abrazó. —Creo que vas a estar agradablemente sorprendida. — Me contó Ricardo que… ¿ organizaste todo esto? —preguntó, tratando de averiguar los detalles.


Pero su madre supo exactamente lo que Carla intentaba hacer y no se iba a dejar sonsacar nada.


—Yo lo organicé todo, pero Ricardo me dio detalles muy específicos sobre lo que quería. Así que no te dejes engañar. Él es el creador de esta gala fabulosa. Nosotros sólo fuimos los instrumentos que la pusimos en marcha.


Y aquello fue lo único que le diría. La ayudaron a entrar en la limusina que la aguardaba, y partieron. Cuando bajó del vehículo del brazo de su padre, soltó un grito de sorpresa. El sol se estaba poniendo sobre el océano y sus amigas estaban todas paradas en grupos informales delante de una pérgola de madera decorada con telas vaporosas, que se mecían con el viento.


El sendero estaba esparcido con rosas rojas e iluminado por antorchas con velas.


Al final del romántico camino, estaba Ricardo en traje de lino y camisa blancos. Sus tres hermanos estaban parados a su lado, vistiendo trajes parecidos. Y Mía, Karen y Paula también estaban allí, con vestidos soleros floreados y el cabello recogido con flores naturales. Todas habían estado al tanto de la sorpresa, y Carla no supo si ponerse a llorar o reírse de felicidad. Así que hizo ambos.


A un lado había un cuarteto que comenzó a tocar melodías. 


El padre de Carla le tomó una de las manos, y su madre, la otra. Jamás habían sido una familia tradicional. No iban a empezar siéndolo ahora.


Cuando Carla dio un paso adelante y tomó la mano de Ricardo, no pudo impedir que las lágrimas le rodaran por las mejillas.


—Esto es hermoso —susurró, mirándole los hermosos rasgos—. Ni yo misma podría haber planeado algo tan divino.


— ¿Te gusta? —le preguntó con suavidad. Ahuecó su rostro con su mano fuerte, mientras el pulgar le sacaba las lágrimas de las mejillas.


—Me fascina... Es maravilloso.


En ese momento se volvieron, y quince minutos después habían sido declarados marido y mujer. Ricardo la besó con ligereza, y profundizó el beso al tiempo que las olas chocaban contra la arena. No fue sino cuando todos se rieron y Pedro golpeó a Ricardo en el hombro que él levantó la cabeza finalmente.


—Llegó la hora de festejar —dijo Pedro y extendió la mano para tomar la de Paula entre la suya—. Por acá —indicó a todos los presentes.


Los condujeron a un patio con piso de madera, rodeado de plantas tropicales y enormes flores de colores. Habían organizado un buffet tropical, con música y baile.


Ricardo había reservado todo el restaurante sólo para ellos, y bailaron, se rieron y degustaron deliciosos manjares y un sofisticado bar de chocolates de postre. La torta era toda blanca con mariposas delicadas posadas sobre los bordes. Carla casi no se atrevía a cortarla, pero todo el mundo la animó a hacerlo, y se dieron un festín con una torta de boda de limón.


En el momento en que le tomó la mano para salir por la puerta, le susurró:
—Te amo.


Carla le sonrió mirando esos asombrosos ojos azules, aún sorprendida por el amor que sentía por este hombre.


—Yo también te amo —dijo finalmente, sin poder ocultar la felicidad que le salía por los poros—. Me haces más feliz de lo que jamás he estado en mi vida.


La besó con ternura y la condujo por el corredor hacia la suite que había reservado para su luna de miel.


—¡Ah, un desafío! Lo acepto —dijo bromeando.




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