Cinco años después
Paula salió de la habitación bamboleándose de un lado a otro y miró furiosa a Pedro al tiempo que él levantaba a su hija de tres años en brazos.
—Pedro, ¿qué le diste a Lucia de desayuno? —preguntó irritada, pero ya conocía la respuesta.
— ¿Te acuerdas de lo que desayunamos? —le preguntó Pedro a Lucia, que se tapó la boca con sus manos regordetas para sofocar una risita.
—Nada —dijo, cauta, y luego miró a su padre para que le diera el visto bueno.
—Pues, sí, algo comimos —la corrigió, guiñándole el ojo.
—¡Oh! —dijo y volvió a soltar una risita—. Leche y una manzana, mamá —recitó como si la hubieran aleccionado hace unos minutos.
— ¿Y torta de chocolate? —preguntó Paula, dejando caer el protector solar dentro de su bolso.
—¡Hola! —gritó alguien desde el vestíbulo.
Al instante, Lucia se escurrió para bajarse de los brazos de su padre, y salió corriendo a saludar a su primo Jeremias, que era dos meses mayor que ella, aunque no se jactara de ello, como señalaba ella cada vez que salía el tema.
Mia entró con Eva en brazos, esquivando a Lucia y Jeremias, que pasaron corriendo a su lado.
—¡No salgan a la piscina si no hay un adulto para mirarlos! —gritó con un suspiro—. ¿Otra vez torta de chocolate para el desayuno, Pedro?
Pedro abrió los ojos grandes.
— ¿Cómo...?
Simon entró un instante después, sacudiendo la cabeza.
—A mí jamás me dejarían hacer algo así —dijo, y se inclinó para besar la mejilla de Paula—. ¿Cómo te sientes hoy? ¿Mejor?
Paula apoyó una mano en la parte baja de la espalda, mientras la otra cubría su embarazo de ocho meses y medio.
—Estaría aún mejor si mi marido dejara de atiborrar a nuestra hija con azúcar a la hora del desayuno.
—No pasa nada —replicó Pedro, y le pegó un puñetazo a su hermano menor en el brazo antes de volverse para discutir con su esposa—. Cada tanto necesita un poco de chocolate para contrarrestar las salchichas de tofu que siempre le estás dando. Necesita un poco de grasa. —Se dio una palmadita sobre el estómago; los músculos estaban aún más marcados que el día de su casamiento cinco años atrás.
Se oyó un revuelo al costado de la casa, y aparecieron Ricardo y Carla, junto con sus mellizas de dos años, Morena y Matilde. Constantemente trataban de seguirles el ritmo a Jeremias y Lucia, que a su vez animaban a las mellizas a que realizaran las mismas actividades que ellos.
Apenas entró Lucia corriendo en la cocina, Carla sacudió la cabeza:
— ¿De nuevo, torta de chocolate?
Pedro clavó la mirada en su cuñada, sorprendido.
— ¿Cómo se enteraron todos de la torta de chocolate? —preguntó. Pero no obtuvo respuesta, ya que Axel y Karen aparecieron en ese momento con su propio hijo, Mateo, que inmediatamente salió disparado para buscar a Lucia y Jeremias.
—Necesitas sentarte —dijo Axel al tiempo que se inclinaba para besarle la mejilla a Paula, y luego le sacaba a Eva a Mía de los brazos, haciéndole cosquillas a Eva en el estómago hasta que terminó riéndose histéricamente—. ¿Por qué no estás en la piscina? A Karen le encantaba bañarse en la piscina cuando estaba embarazada de Mateo. Le aflojaba toda la presión de la espalda.
—Estoy de acuerdo —dijo Paula, y se estiró hacia arriba para pararse. Pedro corrió al instante para ayudarla a levantarse, dándole la mano, al tiempo que mandaban a todos los niños a la piscina. Había una reja con una puerta con candado, para evitar que los niños pudieran acercarse a la piscina cuando no estaban los adultos y sin los flotadores puestos.
Paula dejó hundir su abultado cuerpo en el agua, y al instante sintió el alivio en la espalda. Mia, Carla y Karen se metieron también, y le pasaron un vaso de limonada con hielo. Pedro le calzó un sombrero de ala ancha sobre la cabeza, y luego se dirigió a cuidar los más pequeños en la parte baja de la piscina.
—Cielos, ¿por qué será que los hombres siempre se concentran cerca de la parrilla? —preguntó Carla, al observar a su esposo dirigirse a encender el fuego en la parrilla que estaba en un sector del área de la piscina.
El resto se rio. Pedro y Simon estaban en la piscina, arrojando a los niños en el aire, poniéndolos sobre los hombros y haciendo lo posible por divertirlos. Ricardo estaba ocupado preparando el almuerzo, y Axel amamantaba a Eva en la sombra.
— ¿Quién hubiera pensado...? —dijo Karen en voz alta, mientras observaba a su alrededor el caos y la felicidad.
—Yo, no —dijo Mia con una sonrisa.
—Me alegro de que haya salido todo tan bien —dijo Paula, hundiéndose aún más dentro de la piscina y bebiendo pequeños sorbos de su limonada.
—Creo que salió todo mucho más que "bien" —dijo Carla, con un suspiro de felicidad. Ricardo debió oírla, porque giró hacia ella y le guiñó el ojo antes de concentrarse una vez más en las hamburguesas y las salchichas.
— ¿Son salchichas de tofu? —susurró Mia.
—Sí —dijo Paula, riéndose de su secreto—. Las puse en el paquete de salchichas de carne para que los hombres no se dieran cuenta.
Las demás no pudieron contener la risa. Cuatro hombres y cinco niños dejaron de hacer lo que estaban haciendo para mirar a las cuatro mujeres que se reían a las carcajadas. Las sonrisas se dibujaron en sus rostros y volvieron a su anterior
actividad.
—Sí, la vida nos sonríe. Incluso con tofu —dijo Karen, feliz.
Y las otras tres asintieron. Estaban completamente de acuerdo.
Hermosa historia, me encantó.
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