viernes, 26 de mayo de 2017

CAPITULO 25 (CUARTA HISTORIA)





La boda de Mia y Simon


— ¿Qué te parece... estoy bien? —preguntó Mía nerviosa, acariciando la voluminosa falda de tul de su vestido—. Tal vez, no debí...


—Sí debiste —la tranquilizó Paula. Presionó suavemente los hombros de Mía al tiempo que los ojos de ambas se conectaban en el espejo. —Te ves espectacular, y Simon estará tan feliz cuando te vea que lo vas a dejar mudo.


Karen soltó un resoplido y sacudió la cabeza.


—Simon nunca se quedará mudo —replicó. También estaba de pie detrás de Mia.


Cuando se miraba en el espejo, el vestido sexy de raso azul seguía provocándole cierto pudor, pero al menos Axel sabía qué esperar. Se había vestido en su casa y estuvo a punto de quedar desvestida apenas salió del vestidor. Le había gustado mucho el vestido.


Paula y Carla se rieron del comentario de Karen, pero Mia estaba demasiado nerviosa para verle el lado gracioso.


—Ha gastado demasiado dinero en todo esto —dijo en voz alta.


Carla caminó hacia su amiga y se detuvo delante de ella, con una mirada severa en el rostro.


—Mia, escúchame bien. Si combinas las fortunas de los cuatro hermanos Alfonso, tienen más dinero que una pequeña república, así que no quiero escuchar una palabra más sobre el costo de toda esta fiesta. Simon no hubiera gastado tanto para apurar esta boda si no hubiera tenido un enorme deseo de que fueras su esposa. Así que harás lo siguiente —explicó Carla con absoluta determinación—: vas a salir al ruedo y encontrarte con el amor de tu vida. Te vas a olvidar de lo que gastó en todo esto, y vas a disfrutar el mejor día de tu vida. Todos tus vecinos están allí afuera, tus amigos, compañeros de trabajo, y un hombre que te ama tanto que está loco por hacerte suya. Éste es tu día. Hoy te toca vivir el cuento de hadas, y lo vas a pasar como nunca en tu vida. Si te atreves a esperar algo menos, entraré en tu casa en puntas de pie, haré algo realmente desatinado y jamás te enterarás de que estuve allí hasta que adviertas que algo raro está pasando. ¿Está claro?


Mia la escuchó con los ojos bien abiertos hasta el final. 


Cuando Carla lanzó esa amenaza ambigua, las tres mujeres se rieron.


—No, no creo que lo hagas. Le prometiste a Ricardo que jamás entrarías a la fuerza en la casa de nadie —dijo.


—Bueno, salvo por las empresas y las casas que le pagan para que así lo haga — bromeó Karen.


—Sí, salvo por ésas —sonrió Carla a su vez—. Realmente, tengo el mejor trabajo del mundo. —Carla estaba contratada por Hamilton Secundes para ser parte de un equipo de élite de ex militares y personal de inteligencia, que viajaban por todo el mundo para poner a prueba el sistema de seguridad de los edificios y las computadoras de sus clientes. Se hallaba disfrutando a pleno de su empleo nuevo.


Paula se estremeció.


—Al primer signo de peligro, yo saldría corriendo —dijo, sacudiendo la cabeza al considerar las habilidades excéntricas de Carla—. Pero me alegra que ahora seas
feliz.


—Bueno, pongámonos en marcha —interrumpió Karen—. Pero quiero que sepas, amiga mía, que Paula y yo estamos de acuerdo con Carla—le dijo a Mia, dándole un cálido abrazo—. Estaremos observándote. Para que sepas, todas tenemos un pacto para tenerte bajo la mira. Al primer signo de preocupación, te llenaremos tu copa de champagne. Si no sigues nuestro consejo y disfrutas del día, nos aseguraremos de que estés demasiado borracha para acordarte de tus nervios, ¿queda claro?


Mía se rio, pero asintió con la cabeza.


—Queda absolutamente claro —dijo a las tres. Tras un gran abrazo grupal, dieron un paso atrás para controlarse el rímel en el espejo.


—Ahora sí, vamos a buscar a mi hombre —dijo Mia, levantándose el vestido strapless de boda para ajustárselo más arriba—. Oh, me olvidaba de algo —dijo, dirigiéndose a Carla—, no creas que no advertí ese enorme diamante que tienes en el dedo. Se dio vuelta e infló el vestido con las manos para que aumentara el volumen. —De hecho, me di cuenta de que todas ustedes llevan uno en el dedo. Así que cuando vuelva de dondequiera que Simon tiene planeado llevarme de luna de miel, vamos a tener una larga conversación.


Las otras tres mujeres se miraron entre sí, y luego bajaron la vista a la mano izquierda de las demás. Dicho y hecho, había un espectacular brillante sobre el dedo de cada una.


—Supongo que no hacía falta esmerarme tanto con los vestidos de damas de honor —dijo. Luego se acomodó el velo sobre la cabeza, levantó su bouquet y salió de la antesala de la iglesia.


Paula, Carla y Karen se quedaron mirándose, pasmadas por el asombro. En seguida, rompieron en carcajadas. Miraron a su alrededor, tomaron su propio bouquet de flores, y siguieron riéndose de modo casi histérico al tiempo que se abrían paso para acomodarse en la parte posterior de la iglesia.


De pie en los primeros bancos de la iglesia mientras esperaban que empezara la ceremonia, Ricardo, Simon, Axel y Pedro se miraron entre sí al oírlas riéndose a las carcajadas. Pero como no advirtieron el motivo de la risa en un día tan trascendente, se encogieron de hombros y miraron al ministro, que tenía una mueca de desaprobación en el rostro.


A Simon no le importó lo que pensara el ministro mientras que realizara la ceremonia que haría suya a Mia.


La música comenzó y la risa se detuvo. Detrás de él, sintió la tensión de cada uno de sus hermanos al ver entrar en el santuario a las mujeres de sus vidas, pero no pudo pensar en ellos, ansioso por ver a Mia.


Cuando finalmente apareció, sintió que estaba en la gloria. 


Lucía espectacular con el vestido strapless, que caía con una amplia falda a su alrededor. Parecía al mismo tiempo delicada, sexy y etérea. Ninguna mujer lo había afectado jamás como ésta. Y no veía la hora de hacerla suya por ley.


Ella se ubicó a su lado y él le apartó el velo del rostro. 


Cuando ella lo miró sonriendo, sintió que el aliento le quedaba atrapado en la garganta.


—Luces hermosa —dijo con voz ronca.


Simon no recordó lo que sucedió durante la ceremonia, porque tenia la mente completamente enfocada en las últimas palabras:


—Los declaro marido y mujer —dijo el ministro con una sonrisa cálida de aprobación.


Simon se volvió a Mia, y la atrajo hacia sí, estrechándola en sus brazos para besarla profundamente.


Al salir de la iglesia, Simon casi se rio de su respuesta temblorosa. Cuando estaban en la limusina que los esperaba, la sentó en su regazo, le rodeó la cintura con sus fuertes manos e inclinó la cabeza para volver a besarla, sólo para sentir la respuesta de ella, que no dejaba nunca de enloquecerlo de deseo. Al levantar la cabeza y mirarla, casi se rio de la expresión de aturdimiento en su precioso rostro.


—Ahora eres mía —dijo.


Mia sonrió y envolvió los brazos alrededor de su cuello con más fuerza.


—Y tú eres mío —susurró a su vez.


Varias horas más tarde, Mia se sentía agotada. No se había apartado de Simon en toda la noche. Bailaron, se rieron con la familia y los amigos, comieron toneladas de comida y bebieron copas y copas de champagne. Pero ahora, lo único que quería era estar a solas con su flamante esposo, que la envolviera con sus brazos y la llevara a algún reducto privado y tranquilo.


— ¿Estás lista para irnos? —preguntó Simon cuando sintió que ella se recostaba más pesadamente contra su costado. Había estado esperando que disfrutara de la fiesta al máximo, pero se estaba volviendo impaciente por tenerla para él solo.


—Más que lista —dijo ella, y levantó la mirada para sonreírle a los ojos azules que tanto amaba.


—Vámonos de acá —gruñó y tiró de ella para pegársela al cuerpo, prácticamente arrastrándola para sacarla del área de recepción. Quería tenerla en el auto, donde podría deslizarle el espectacular vestido de la preciosa figura y hacer de las suyas con ella. —Te quiero a solas.


—No tan rápido —dijo Ricardo, dando un paso para ponerse frente a su hermano menor.


Simon se detuvo en seco, pero sólo porque era su hermano. Hubiera pasado por encima de cualquier otro. Cuando Pedro y Axel dieron un paso adelante, para ponerse a la misma altura que Ricardo, Simon supo que iba a tener que luchar con uñas y dientes para salir de esa fiesta.


—Oigan, son mis hermanos y los quiero a todos, pero eso no quiere decir que no los pueda pasar por encima como una topadora si no se apartan de mi camino en este mismo instante.


Sus hermanos comenzaron a reír; la amenaza no pareció inquietarlos demasiado.


—Sólo te queríamos despedir. —Lo cual era una mentira descarada. Las jóvenes del grupo habían visto a la pareja intentando escabullirse y les solicitaron a los hermanos que impidieran la partida veloz de la pareja recién casada, para que el resto de los invitados pudiera organizarse.


—No me parece divertido, amigos —dijo Simon con voz ronca.


Cuando Pedro oyó el silbato, dio la señal de que ahora sí estaba todo listo.


—Ahora te dejaremos partir. Pero te veremos de regreso en diez días; están pasando demasiadas cosas.


A Simon no le importó lo que estuviera sucediendo. Lo único que quería era estar a solas con Mia.


—Despejen el camino —les dijo con firmeza.


Los hermanos se rieron y dieron un paso atras. Simon miró a los tres con desconfianza. Pasó un brazo alrededor de la delgada cintura de Mía de forma protectora, y tiró de ella para que lo siguiera.


Apenas salieron del salón de baile, una lluvia de pétalos de rosa arrojada al aire cayó sobre la pareja como delicados besos que auguraban un futuro dulce y pleno.


Mia miró hacia arriba, sorprendida aunque encantada por la cascada de pétalos.


Observó a las tres mujeres en los idénticos vestidos de raso azul, y los ojos se le nublaron de lágrimas, conmovida por el gesto.


Simon vio su expresión y se detuvo, dejando que disfrutara de la lluvia de pétalos.


Quedó cautivado cuando varios pétalos de rosa le cayeron sobre el cabello, y permanecieron en equilibrio inestable antes de caer al suelo.


—Creo que jamás te dije que te amo —le susurró al oído.


Ella lo miró con una enorme sonrisa en el rostro.


—Cada vez que me miras —le respondió con un susurro.


Un instante después, estaban en el auto alejándose de la fiesta. Mia sólo fue consciente del brazo de Simon alrededor de ella, sus labios besando los suyos y el suave vaivén de la limusina que los llevaba hacia el aeropuerto.




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