miércoles, 24 de mayo de 2017
CAPITULO 18 (CUARTA HISTORIA)
La sorpresa más grande sucedió dos horas después, cuando estacionaron en una entrada de grava en medio del bosque.
Esa casa sobre el lago no se parecía en nada a lo que había imaginado. Si bien su penthouse en la ciudad era espectacular, tenía los últimos artefactos y un diseño de revista, esta casa sobre el lago era lo opuesto.
No era ni enorme ni elegante. Era una pequeña cabaña, como le había dicho. Y realmente era una cabaña. Estaba construida de troncos y piedras ásperas, y situada casi sobre el agua. En ese lugar, el lago no era demasiado profundo, pero se abría hacia la derecha, amplio y hermoso. Había pinos detrás de la casa y un porche perfecto con dos cómodos sillones que miraban al lago.
No se dio cuenta, pero Pedro estaba parado detrás de ella mientras la observaba. Cuando se quedó allí sin moverse, mirando y sin decir una palabra, no pudo contener el suspenso un instante más.
— ¿Qué te parece? —preguntó.
Paula ni siquiera dio vuelta la cabeza.
—Es el lugar ideal —susurró, sin querer levantar la voz por temor a romper la solemnidad del entorno—. ¿Cómo conseguiste un lugar tan perfecto? —preguntó.
Él se acercó a ella, envolviendo los brazos alrededor de su cintura.
—Fui comprando varios lotes de un lado y de otro del lago a partir de esta propiedad.
Ella puso los ojos en blanco, sacudiendo la cabeza ante la magnitud de su fortuna.
—Sólo tú puedes hacerlo —se rio.
Él la apretó ligeramente, y luego le besó el cuello antes de soltarla.
—Ven a ver adentro.
Lo siguió, sintiéndose protegida y cobijada cuando le tomó la mano en la suya enorme. Era como si fuera la primera vez que salieran juntos, aunque no tuviera sentido porque se conocían hacía ya varios años. Bueno, y el hecho de que hubieran hecho el amor... este... tenido sexo... tantas veces.
La condujo por un sendero de tierra hacia la pequeña cabaña. Había una puerta doble y una enorme ventana que daba al lago, pero por dentro sólo tenía una cocina rústica, que funcionaba con energía generada por paneles solares en el techo. No había nada prendido, así que Pedro tuvo que encender la heladera y una pequeña cocina para que al menos estuvieran listos cuando las usaran. Había una pequeña sala con sillones mullidos de madera rústica, alrededor de una enorme chimenea de piedra, pero no mucho más, salvo equipos de pesca y de nieve dispuestos contra la pared. Aparte, había un dormitorio también de madera rústica, con una cama con varias frazadas, además de una cómoda y un placar en un rincón.
—Sólo hay un dormitorio —dijo ella retrocediendo.
Pedro bajó la vista para mirarla, y la confusión se dibujó en su rostro.
— ¿Acaso no es la idea? —preguntó, desafiándola.
— ¿Dónde voy a dormir? —preguntó.
Pedro se quedó helado. La miró, buscando comprender si había malinterpretado por completo lo que iba a suceder ese fin de semana. Cuando vio el brillo provocador en la mirada de ella, gruñó:
—¡Es que no vas a dormir! —le dijo con voz profunda y ronca, ignorando su grito cuando se inclinó hacia ella y la arrojó sobre su hombro.
Paula se reía con tanta fuerza que apenas pudo respirar, pero luego se halló de espaldas, mirando hacia arriba, y toda la risa se disipó cuando aquella lujuria delirante afloró una vez más. La hora de la conversación se había acabado. No hubo bromas ni risa. El único sonido fueron los jadeos de placer, en tanto se arrancaban la ropa y la arrojaban lejos de sí, se descubrían la piel, y el cuerpo duro de Pedro se fundía en los suaves contornos de ella.
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