miércoles, 24 de mayo de 2017
CAPITULO 16 (CUARTA HISTORIA)
Sacudió la cabeza, tratando de ocultar el dolor que sentía cada vez que aparecía un nuevo papel sobre la heladera.
—Para nada. Cuando se completan las fechas, se retira el papel y alguien se hace cargo de repartir el dinero. En este momento son cinco dólares por salida —explicó.
Pedro arrojó la cabeza hacia atrás y se rio. Le pareció increíble la idea de que todo el personal de la oficina estuviera apostando cuánto tiempo duraría con una mujer. Especialmente, cuando hacía tiempo que no existía una.
Paula se tomó ese tiempo para reunir sus materiales, irritada e indignada por que le divirtiera que alguien pudiera hacer apuestas con su vida personal. No resultaba tan divertido cuando le pedía a ella ser la siguiente candidata en la larga seguidilla de mujeres que salían con él. Eso sí que no iba a suceder.
Pedro sabía que reírse estaba complicando las cosas, pero no podía parar. Era tan gracioso que su personal estuviera haciendo apuestas, ganando y perdiendo dinero, ¡respecto de algo, en realidad, inexistente! Casi desde el primer momento en que comenzó a trabajar Paula en el Grupo Alfonso, las mujeres que habían pasado por su vida eran un mero pasatiempo, sólo porque no quería, no podía darles lo que querían: una relación verdadera. Las mujeres se frustraban por lo poco que se comunicaba con ellas, por el hecho de que apenas las besara cuando se despedía.
Algunas incluso le preguntaban si era gay, por el desinterés que manifestaba cuando intentaban seducirlo.
Probó con varias, desesperado por sacarse a Paula de la cabeza. Pero ninguna se podía comparar a su inocente belleza o a la energía y la pasión que ponía en todo lo que hacía. Le encantaba verla trabajar, involucrarse con lo que fuera que no estuviera funcionando bien para mejorarlo. Era como el famoso conejito al que nunca se le acababan las pilas. Había quedado subyugado en el momento mismo en que entró y apoyó su adorable trasero sobre la silla de recepcionista. Y desde entonces, aquella fascinación fue en aumento.
Pero entendía perfectamente bien por qué no querría convertirse en la el centro de los chismes de la oficina. Y para conseguir el tipo de relación que quería con ella iba a tener que proceder con paciencia. De pronto, se le cruzó otra idea por la cabeza.
— ¿Estás saliendo con alguien? —preguntó con urgencia, furioso ante la sola idea de que otro hombre la tocara.
Rápidamente, ella sacudió la cabeza, y él volvió a relajarse.
—Me alegro. —Se acercó a ella. —Entonces, si no quieres que el resto del personal se entere de que nos estamos viendo —le puso una mano sobre la boca cuando inmediatamente la abrió para protestar—, porque nos vamos a ver —le dijo con firmeza. Ella se puso rígida un instante y él la miró a los ojos. Se resistió durante un largo momento, y luego pareció que aceptaba su afirmación, así que le destapó la boca — ¿qué te parece sí evitamos que los chismosos de la oficina se enteren?
Eso le dejaría una puerta abierta si finalmente descubría que no le agradaba realmente como hombre. Aunque, en realidad, si se dejaba guiar por su reacción de unos minutos atrás, era evidente que le gustaba como hombre, pero tal vez terminara no gustándole como persona, y si lo mantenían en secreto iba a ser más fácil dejarlo. Pero por lo menos le daría un tiempo a él para estar con ella, para tenerla en sus brazos y disfrutar de su compañía.
Aunque tendría que pensar en una manera de no presionarla. Eso no significaba que no haría todo lo posible por convencerla.
— ¿Qué sugieres? —le preguntó, pensando que era una idiota por siquiera considerar iniciar una relación con Pedro Alfonso, secreta o lo que fuera. Era un mujeriego de los pies a la cabeza. Tenía una visión cínica del amor. No pasaba mucho tiempo con una mujer, que pasaba a la siguiente que le llamara la atención, porque, para él, las relaciones no duraban. Pero tal vez podía tomar lo que le ofreciera y dejar esos pensamientos para un futuro remoto.
Él sonrió al escuchar su respuesta.
—No dejaremos que nadie se entere en la oficina de que estamos saliendo. Nos encontraremos en tu casa o en la mía.
No estaba tan convencida. Claro, la idea de estar con Pedro le encantaba, aun si fuera algo pasajero. Pero no sería fácil guardar el secreto.
— ¿Y cuando estemos en público? ¿O en la oficina?
—Podemos ser cordiales, no te parece? —bromeó.
Ella se mordió el labio inferior. Sabía que en el instante en que accediera, tarde o temprano sería el hazmerreír de la oficina. Sabía que debía rechazar la oferta. Era una locura. Por eso, no pudo creer al escucharse decir:
—Acepto.
Se vio recompensada por su sonrisa: un escalofrío le recorrió el cuerpo y sintió una anticipación decadente.
—Entonces..., siendo mañana jueves —dijo, acercándose a ella una vez más—. ¿Vendrás conmigo a casa esta noche?
Ella intentó respirar profundo, pero las manos de él se movieron para ahuecarle los pechos una vez más, y se respuesta salió con un suspiro.
—Es tarde —dijo. Finalmente logró zafarse, aunque le costó.
— ¿Y? —preguntó como si no fuera una excusa lo suficientemente válida.
Paula sabía lo que quería escuchar, pero no podía ser tan descarada. Quería decirle que la llevara a su casa o a la suya, y volvieran a comenzar lo que acababan de hacer, pero esta vez en privado. Y más lento. Más a fondo.
Pero no tenía tanta confianza.
Él se dio cuenta de lo que ella deseaba, y lo terminó diciendo.
—Y deberías venir conmigo a casa para que podamos terminar lo que volvimos a comenzar.
Ella sacudió la cabeza y le empujó los hombros hacia atrás.
—Si te acompaño a tu casa, no dormiremos en toda la noche. —El gesto de apartarse de él no fue muy convincente pues no quería dormir sola esa noche.
Maldición, ¡ni siquiera quería dormir!
Él se rio, y sus manos subieron por su cintura.
—No veo cuál es el problema.
Ella caviló desesperada. Trataba de distinguir lo correcto de lo incorrecto en toda esta situación. Sabía que no iba a funcionar, pero lo deseaba tanto...
—Mañana tienes una reunión con la señorita Goswin a las ocho de la mañana.
Él protestó al recordarlo, y sus manos se detuvieron, aunque ella sintió que los dedos le apretaban las caderas.
—¡Esa mujer! —dijo bruscamente.
Paula no pudo evitar reírse. Jamás lo había visto expresar ningún reparo con ninguna de sus clientes. Todas parecían adorarlo y él a ellas. Algunas eran clientes que volvían por segunda o tercera vez, lo cual era realmente una locura, pero otras consideraban a Pedro un amigo personal después de terminar el trámite del divorcio. Paula no quería saber cuáles de aquellas ofertas había aceptado.
—Creí que tú y la señorita Goswin eran amigos.
Rápidamente, sacudió la cabeza.
—No la aguanto —explicó—. No es una buena persona —dijo con voz grave e irritada.
Ésta era una nueva faceta del hombre, y tuvo que admitir que estaba sorprendida.
Él echó un vistazo a su alrededor. Seguía pensando en una manera de conseguir que volviera con él a su casa y a su cama.
— ¿Qué te parece si te ayudo a ordenar y luego te llevo a casa?
Ella se agachó automáticamente para levantar los papeles que se habían caído al suelo durante el arranque de pasión, tratando de ocultar la vergüenza por el desastre en que se había convertido el suelo del cuarto de la fotocopiadora.
—Tengo mi auto estacionado aquí —dijo, tratando de agarrar todos los papeles de su lado de la mesa del cuarto de la fotocopiadora, mientras que él hacía lo propio de su lado.
—Es tarde y no deberías manejar sola a esta hora de la noche.
Ella se rio y sacudió la cabeza.
—Sabes perfectamente bien que es una excusa absurda.
Él se rio también, y ambos se pusieron de pie con las manos llenas de fajos de papel.
—Sí, pero me acercará a tu cama, que es mi objetivo final.
—También hará que tenga que dejar mi auto acá.
—No me importa traerte a la oficina mañana por la mañana.
—Pero todo el mundo verá que mí auto quedó aquí estacionado. Y alguien nos puede ver en el mismo auto. Mañana, para las nueve de la mañana, mi nombre estaría en el primer lugar de la lista de apuestas en la cocina.
Él suspiró, y comprendió sus temores.
—Está bien, tienes razón. Entonces, sígueme a casa. De ese modo, conservarás tu independencia.
Ella volvió a sacudir la cabeza.
—Pedro, esta noche me iré a casa sola —Se sintió orgullosa por mantenerse firme.
—Entonces, mañana sal antes del trabajo y acompáñame. Te mostraré mi casa sobre el lago y podemos pasar todo el fin de semana juntos.
Ella abrió los ojos asombrada.
— ¿Tienes una casa sobre el lago? —preguntó, interesada, a pesar suyo.
El se encogió de hombros ligeramente.
—Sólo lo saben mis hermanos —dijo—. No es muy grande, pero tengo todo lo que necesito.
Ella sonrió. Se trataba de otra faceta más que desconocía de él.
— ¿Y se puede saber qué necesitas? —preguntó, más que un poco curiosa.
—Privacidad.
Ella abrió los ojos bien grandes.
—Creí que eras un tipo extrovertido.
—Por lo general, me gusta estar con gente, pero cada tanto necesito el silencio de la naturaleza. —La miró con cautela. —Lo digo en serio. Es bastante pequeña y rústica.
A ella le encantó la idea, pero no quería parecer demasiado entusiasmada por temor a causarle rechazo. Tenía que fingir que le daba igual.
—¿A qué hora quieres que salgamos? —preguntó.
Él esbozó una ancha sonrisa a su vez.
— ¿Puedes salir después de almuerzo? Demora alrededor de dos horas llegar a la casa, y eso nos dará tiempo suficiente para salir de acá y llegar al lago, sin perdernos todo el fin de semana.
Ella asintió, sonriendo con timidez ahora que conocía su secreto.
— ¿Así que allí es donde vas cuando te marchas temprano los viernes? —dijo con una sonrisa—. Puedo estar lista a esa hora. Y sí, puedo tener el escritorio despejado para la hora de almuerzo.
—Fantástico —dijo él—. Te acompañaré a tu auto —le dijo, tomándola de la mano y conduciéndola de vuelta a su oficina, donde se deshicieron de todos los informes.
Ella agarró su cartera y su abrigo, y dejó el resto del trabajo sobre el escritorio.
Esa noche sería imposible trabajar. Necesitaba una ducha y una cama.
Preferentemente, la de él, pero tenía que ser firme respecto de esto y dormir en su propia cama esta noche. Ya mañana había tiempo suficiente de estar entre sus brazos.
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