miércoles, 24 de mayo de 2017
CAPITULO 17 (CUARTA HISTORIA)
Paula empacó su bolso, nerviosa. No sabía bien qué llevar, pero metió un par de jeans, un traje de baño, unos shorts y un suéter, junto con camisetas de manga larga y corta. Añadió maquillaje, sólo porque sabía que no estaba lista para enfrentar a Pedro sin estar pintada. Tal vez necesitaría, oh..., quizá diez años más antes de tener el coraje de enfrentarlo con la cara lavada. Era demasiado elegante y sofisticado, y no se podía imaginar sentada del otro lado de la mesa sin lucir impecable.
Arrojó el bolso dentro del baúl, y luego se mordió el labio al pensar en la logística.
No podía dejar el auto en la oficina, porque entonces todo el mundo se enteraría de que se había marchado con otra persona. Pero no quería perder tiempo regresando hasta su casa. Vivía a treinta minutos, en dirección opuesta a la casa de él. Tal vez, a él no le importaría sí dejaban su auto en el garaje de su edificio, a sólo cinco minutos de su oficina.
Habiendo resuelto ese pequeño escollo en su mente, se metió en el auto y cerró de un portazo.
Durante toda la mañana se apuró por solucionar los temas que tenía apilados sobre el escritorio. Cada vez que recibía un nuevo correo electrónico, se ocupaba de responderlo en el acto. Estaba ansiosa por dejar todo en orden para que nadie le reprochara irse temprano.
Cuando sonó el teléfono justo antes del almuerzo, lo miró furiosa: pensó que se trataba de otra tarea más para resolver. Pero luego vio la extensión de Pedro.
Sonrió aliviada y descolgó el teléfono.
— ¿Sigues preparada para salir, digamos..., en una hora? —preguntó.
—Estaré lista —replicó. Una sonrisa de felicidad se dibujó en su rostro, y se sintió una tonta. Al menos, él no se la pudo ver.
—Bien. Nos encontraremos en el lobby.
Estaba a punto de colgar cuando ella lo detuvo.
—¡Espera!
— ¿Qué sucede?
—¡Puedo llevar el auto a tu casa y estacionar en tu apartamento?
Hubo una larga pausa y se oyó un suspiro del otro lado de la línea.
—Claro. No hay problema.
Paula terminó la llamada y volvió a su computadora. Tres mensajes más acababan de entrar justo durante la breve conversación. Rápidamente los abrió y leyó. Una vez más, se puso a resolver rápidamente lo que debía ser resuelto.
Cuarenta y cinco minutos después, miró a su alrededor. Los informes estaban ordenados y listos para ser repartidos entre el personal, su casilla de correo estaba..., pues, no vacía, pero había resuelto los problemas principales.
Tampoco tenía nada importante sobre el escritorio...
¿Realmente estaba lista para irse?
Sintió un vuelco en el estómago al pensar en un fin de semana largo con Pedro.
No habría nadie más, sino ellos dos. ¿Realmente iba a hacer esto? Era algo completamente estúpido.
Debía cancelar el programa, pensó. Era ridículo pensar que ella sería diferente de todas las demás mujeres en su vida. Duraría lo mismo que ellas, y tendría que verlo con la siguiente mujer.
¿Podía manejarlo? ¿Tenía la fuerza para soportar verlo con otra mujer, sabiendo lo que sentía por este hombre?
¿Tenía opción?
En realidad, no.
Antes de que se le ocurriera una razón para no ir, agarró la cartera y salió de la oficina.
—Hoy me voy un poco más temprano —le dijo a Mary. No advirtió la mirada de sorpresa de su asistente mientras se colgaba la cartera al hombro y se dirigía a la salida. Tenía tanta vergüenza y estaba tan nerviosa por lo que hacía, temiendo que la culpa se le notara en el rostro, que no podía mirar a nadie directo a los ojos.
También a la recepcionista le dijo que se iba y que se dirigiera a Mary si surgía algún problema, ya que la recepcionista también trabajaba para ella. En el momento en que Pedro salió, ella estaba a punto de tomar el picaporte de la puerta, Al escucharlo decirle a la recepcionista que él también se marchaba temprano, tembló por dentro.
Se quedaron parados incómodos en el corredor, esperando que llegara el ascensor, sin decirse una sola palabra.
Cuando las puertas se abrieron, Paula entró y se movió al otro lado del cubículo mientras que Pedro se apartó con amabilidad de la puerta para permitirle a otra mujer estar delante de él.
Una vez afuera del edificio, se dirigió a su auto, se metió adentro y salió del estacionamiento sin dirigirle la más mínima mirada. Advirtió que él salía justo detrás de ella, pero ella ni dudó, demasiado asustada de que alguien de la oficina estuviera yendo en ese momento a almorzar a algún restaurante sobre esa calle.
Detuvo el auto en la entrada de su edificio, y, de una forma misteriosa, la reja del garaje se abrió al instante. Supuso que Pedro debía poseer una especie de control electrónico en su auto, pero estaba demasiado nerviosa por lo que estaban a punto de hacer para pensar en ello.
Oyó que sonaba el teléfono y respondió desde el volante.
—Estaciona en el número tres —le dijo Pedro.
Eso fue lo que hizo, y él estacionó en el espacio número uno.
Se hallaba agarrando su cartera cuando de pronto se abrió la puerta del auto y las manos fuertes y poderosas de Pedro la tomaron y levantaron en sus brazos.
—Eso fue ridículo —dijo un momento antes de cubrirle la boca con un beso y hacer que las rodillas se le aflojaron y no pudiera seguir de pie.
Cuando él levantó la cabeza, ambos respiraban agitados, y ella no Quiso que se apartara. De hecho, si no hubieran estado en el garaje, le habría suplicado que siguiera. Anoche, le había costado dormirse después de que él la excitara con sus caricias, y ahora el deseo reapareció con la misma intensidad. Tal vez, aún más, porque sabía lo que iba a suceder.
—Métete en mi auto —le ordenó con una mirada encendida: también él ardía de deseos de poseerla.
— ¿No debería cambiarme? —preguntó, sonriendo. O al menos tratando de sonreír. No supo si efectivamente lo consiguió.
—Si haces el intento de cambiarte de ropa, te la quitaré en el acto y jamás llegaremos al lago. Y realmente quiero tenerte en un lugar donde nadie nos pueda encontrar hasta el domingo por la noche.
No podía estar más de acuerdo con él. Así que se apartó de su auto, con las piernas aun temblando, y se deslizó dentro de su Jaguar, un lujoso sedán negro. Las refinadas líneas del exterior se reflejaban por dentro. Sintió el placer de que el asiento le envolviera el cuerpo, reteniéndola en su lugar.
Un instante después, Pedro estaba al lado de ella, y conducía marcha atrás para salir del estacionamiento.
—¡Mi ropa! —exclamó Paula con un jadeo. Se había olvidado del bolso que tenía en el baúl.
—No la necesitas —bromeó. Pero luego cedió cuando vio su cara de desesperación. —Ya la saqué. Tu bolso está en mi baúl, así que basta de demoras. — En realidad, se detuvo en ese momento y la miró a la tenue luz del garaje. —Estás segura de que quieres hacer esto, Paula? —preguntó con suavidad, al tiempo que le tocaba la mejilla con la mano, acariciándole la línea de la mandíbula—. No te quiero presionar para hacer algo que no deseas hacer.
Ella casi soltó una carcajada, pero se dio cuenta de que él estaba siendo sincero.
—Te garantizo que no hay lugar en donde más quiera estar —le aseguró.
Aquellos bellos ojos azul índigo le sonrieron a su vez, y condujo el vehículo rápidamente fuera del garaje. Instantes después, estaban desplazándose a toda velocidad por la autopista de la ciudad. Hablaron de todo, de lo que se les ocurriera, y para Paula fue un placer recuperar la amistad de otros tiempos, cuando comenzó como recepcionista del Grupo Alfonso. La hacía reír con las ocurrencias más tontas, pero también discutían acerca de todo. Pero esta vez, las discusiones eran amenas, y no las acaloradas batallas anteriores a aquella tarde en su penthouse.
Además, descubrió cosas de él que jamás se habría imaginado.
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