martes, 16 de mayo de 2017
CAPITULO 14 (TERCERA HISTORIA)
Paula sacudió la cabeza, sin apartar la mirada del bellísimo brillante que ahora tenía en el dedo.
No lo podía creer. ¿Se quería casar con ella?
—No puedes estar hablando en serio —dijo, tocándose el anillo con la otra mano. Sacudió la cabeza y se volvió para mirarlo. Apenas podía verlo a través de las lágrimas, pero como estaba sólo a unos pocos centímetros, su rostro estaba apenas desdibujado.
—Lo digo muy en serio. Quiero que te cases conmigo. Quiero tener hijos contigo y envejecer junto a ti y quiero vivir y reírme contigo.
Ella negó con la cabeza:
—Ni siquiera me conoces. No conoces a mi familia —y al decir estas palabras, sintió una fuerte desazón. Ahí era donde radicaba el verdadero problema... —¿Y acaso no necesitas junto a ti a alguien que sea un poco más...? —no se le ocurría una palabra adecuada.
—No quiero a nadie que sea más nada, Paula. Te quiero a ti desde el momento en que te conocí.
—No —dijo negándolo. Se aferró al único motivo que podía hacerlos incompatibles, y que podía discutir abiertamente. —Necesitas a una persona más social. Yo no lo soy. No me gusta salir e ir a fiestas. No me gusta toda la movida social en la que hay estar cuando se es un gran abogado como tú. Me gusta quedarme en casa y ver sólo a mis íntimos amigos. Apenas me salen las palabras cuando estoy con alguien que me intimida. Deberías saberlo. Así me conociste. De hecho, creo que salí huyendo cuando te vi por primera vez de
cerca.
Pedro se rio.
—Ya lo creo —confirmó—. Pero me pareciste encantadora. Y sí, en mi trabajo tengo que tener vida social, pero no tanto como te imaginas. Además, tengo otros tres hermanos que lo pueden hacer durante un tiempo. Podemos quedarnos en casa y practicar para hacer bebés —dijo con una sonrisa lasciva.
Deslizó la mano por la cintura hasta su cadera. Y más abajo todavía.
Mucho después, Paula yacía acostada entre sus brazos, oyendo su respiración profunda y pareja mientras dormía. Tenía los brazos alrededor de ella como si no pudiera soltarla ni aun en sueños. Sabía exactamente cómo se sentía, pensó, rozándole el brazo con los dedos, deleitándose con las ásperas sensaciones del vello en su antebrazo y de los músculos en sus hombros, que seguían abultados incluso mientras dormía.
Paula sabía que no podía aceptar su propuesta matrimonial. Miró el anillo que tenía en el dedo; emitía destellos incluso en la oscuridad. Era más hermoso porque no era sólo un anillo. Era portador de un significado. Se trataba de un mensaje importante que él deseaba transmitirle. Y por eso, era más precioso que cualquier cosa que hubiera poseído jamás.
Paula se vistió. Ignoró las lágrimas que corrían por sus mejillas al mirar hacia abajo, al hombre que dormía en la cama justo al lado de donde había estado ella unos instantes atrás. Ésta tendría que ser la última vez que lo viera. Incluso sería mejor buscar un nuevo empleo aunque sea para no sentirse tentada a espiarlo cada vez que caminaba de su oficina al auto.
Se enjugó las lágrimas sin piedad, mientras levantaba su cartera. Fue directamente a su sistema de seguridad y metió el código. Luego lo rearmó y salió sin hacer ruido por la puerta. Podía ser que lo estuviera abandonando, pero también quería que estuviera a salvo de cualquier peligro.
No es que la alarma le impediría entrar a un intruso que se propusiera forzar la entrada en serio, pero dudó de que hubiera un peligro semejante a esa hora de la madrugada.
No llamó un taxi hasta que caminó varias cuadras por la calle.
Muchos de los que la pasaron en sus vehículos le dirigieron miradas extrañadas.
No era el tipo de vecindario en el que una persona caminaba para llegar a otro lugar. Al menos, salvo que llevaran ropa deportiva. La gente que vivía en este barrio caminaba sólo por motivos de salud cardiovascular, de otro modo se trasladaba en vehículos por encima de los cien mil dólares para ir y venir de sus destinos.
Pedro oyó que se cerraba la puerta y se dio vuelta en la cama, suspirando al preguntarse qué le pasaba a Paula.
¡Maldita mujer! Lo tenía completamente angustiado por su seguridad y lo que fuera a hacer o a decir.
Miró a su alrededor y exhaló aliviado. Al menos seguía con su anillo puesto. No todo estaba perdido. Por supuesto, no era garantía de que no se lo devolvería apenas llegara hoy a la oficina.
Mientras fijaba la mirada en el cielo raso, decidió en ese mismo instante que era hora de ser un poco más proactivo respecto de la misteriosa señorita.
Sabía que no era una delincuente. Aquello implicaba que se estaba escapando o tratando de ocultar de alguien de dudosa reputación, que seguramente tenía conductas reñidas con la ley.
Haciendo la colcha a un lado, decidió de una vez alistarse para comenzar el día. Estaba demasiado furioso como para seguir durmiendo, y ya estaba tramando un plan para acorralar a su novia y obtener la información que necesitara.
Sospechaba que intentaba dejarlo, pero jamás lo permitiría.
Mientras se duchaba y se vestía, trazó un plan de acción, uno que esperaba resultaría en que Marcos lo ayudaría a proteger a Paula hasta que lograra llevarla al altar.
También pensó en llamar a un viejo amigo. Mauricio Hamilton estaba al frente de una de las mejores compañías de seguridad en el mundo. Habían sido compañeros de universidad hace mucho tiempo, y se habían mantenido en contacto a lo largo de los años. Se había casado hace poco con una mujer llamada Clara, recordó. Tal vez podía conseguir que Mauricio saliera a tomar algo con él y le diera un par de consejos. Pedro decidió llamar a Mauricio apenas llegara a la oficina. Podía tomarse un avión esa misma tarde para salir a tomar unos tragos con él y regresar a tiempo para meterse en la cama con Paula antes que se quedara dormida esa noche. O incluso mejor, ¡la despertaría!
Mientras tanto, Pedro sabía que tenía mucho por hacer antes que la terca mujer llegara a la oficina. Le tendría que contar a sus hermanos, pensó.
Sería una conversación molesta, dadas las circunstancias.
Sonrió al imaginar las expresiones en sus rostros, y casi soltó una carcajada porque sabía lo sorprendidos que estarían.
Bueno, tal vez, no. Simon había mencionado que su trabajo defendiendo a Mia Paulson era importante. Aunque, por lo último que sabía, Simon todavía no había determinado el grado de importancia. Pedro se dio cuenta de que había
estado tan metido en lo que le pasaba a Paula que últimamente no había conversado con sus hermanos. Cada uno vivía en su propio mundo.
De pronto, se le ocurrió algo. Últimamente, Abril y Javier habían dejado de hostigarse como de costumbre. Se preguntó si por fin había pasado algo entre ambos. Y Axel, ahora que lo pensaba, se había estado comportando de modo extraño ayer. Sí, sin duda, algo estaba pasando.
Se terminó de duchar y agarró una toalla, que se envolvió alrededor de la cintura, y otra para secarse el cabello, al tiempo que se dirigía a su placard y consideraba la posibilidad de que, tal vez, su hermano hubiera decidido ignorar por fin esa irritante resistencia a estar con Abril, y se hubiera decidido a dar un paso adelante.
Ciertamente, esperaba que fuera así.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario