domingo, 30 de abril de 2017
CAPITULO 3 (PRIMERA HISTORIA)
Estacionaron el auto en la cochera subterránea, y Paula respiró hondo al tiempo que seguía a su amiga, que le sonreía para tranquilizarla mientras caminaban hacia los ascensores, y a su nuevo abogado, que de pronto había adquirido una expresión avinagrada, e ingresaban en el elegante edificio de granito negro con oficinas vidriadas.
Al bajar del ascensor, parpadeó al ver todos los detalles de opulencia y prestigio a su alrededor. Las oficinas legales del grupo Alfonso estaban dentro de un edificio de granito negro, que combinaba el acero brillante con el vidrio reluciente.
Individuos que parecían inteligentes y preparados se desplazaban de un lado a otro como si tuvieran un propósito urgente en la vida. Abril le había hablado de sus compañeros de trabajo, pero sólo al pasar, y le había contado que el estudio estaba a cargo de cuatro hermanos, todos socios de la firma.
En opinión de Paula, no parecía un estudio de abogados, sino una enorme corporación.
No tenía ni idea de cuántos pisos ocupaba el ámbito de trabajo de cada hermano, pero resultaba intimidante entrar en aquella área bellamente decorada de oficinas, vestida con unos simples jeans y una camiseta rosada, mientras que todo el mundo llevaba trajes sofisticados inmaculados con camisas de seda o corbatas con un aura de poder. Paula se acomodó el cabello detrás de las orejas, deseando haberse puesto algo más elegante aquella mañana, o siquiera haberse peinado, pero siguió caminando con la cabeza gacha, deseando estar en cualquier otro lado que siguiéndole los pasos a este inquietante sujeto para llegar a su opulenta oficina vestida con jeans y una camiseta. Sólo un poco de lápiz labial en la boca, pensó al entrar en la sala elegantemente masculina, la hubiera hecho sentir tanto más presentable y en control de la situación.
— Espera aquí — dijo el insufrible sujeto, abriéndole la puerta y esperando hasta que estuviera dentro antes de volver a cerrarla. De esta manera, ella quedó adentro, y todo el resto, afuera.
Paula clavó la mirada en la puerta cerrada, y sintió que se le estrechaba la garganta por el temor de volver a quedar confinada para el resto de su vida. Respiró profundo varias veces, y logró mantener el pánico a raya. Jamás le había tenido miedo a los recintos cerrados, pero después de la experiencia de aquella mañana, de pronto se sintió agobiada y nerviosa, como si el aire que la rodeaba se hubiera tornado irrespirable por algún motivo.
Retrocedió al centro de la sala y miró a su alrededor, repitiéndose a sí misma que no la habían encerrado con llave.
Seguramente el abogado pensaba que ella era culpable y debía estar en la cárcel, pensó Paula mientras caminaba por la oficina, concentrándose en cualquier otra cosa que no fuera el hecho de que podría haber trabado la puerta desde afuera. ¿La habría metido allí para impedirle que robara los útiles de oficina? Sabía que estaba siendo ridícula. Lo más seguro era que la puerta se cerrara con llave desde adentro, así que la posibilidad de que la hubiera encerrado en su oficina era casi inconcebible. Esta idea la ayudó a calmarse finalmente, y fue capaz de pensar con mayor claridad.
Miró a su alrededor y advirtió los diferentes objetos que había en la oficina. Y como había cerrado la puerta y le había dicho que se quedara allí, nada le impedía revisar un poco sus cosas. Se dijo que era sólo su manera de darse cuenta de si el tipo era bueno en su trabajo, pero tuvo que admitir a regañadientes que también deseaba conocer más
acerca de él personalmente.
Los diplomas en la pared atrajeron su atención, y se acercó para mirarlos más de cerca. Hmmm…, pensó. La Escuela de Leyes de Stanford. ¡Impresionante! ¿Por qué se encontraba esto en el rincón donde casi nadie lo podía ver? Siempre había pensado que las personas que asistían a las grandes universidades que tenían un alto perfil se empeñarían en mostrar sus diplomas lo más posible.
Caminó detrás del escritorio y vio las fotos encima del estante. No había niños ni mujeres, así que supuso que Pedro Alfonso no estaba casado ni tenía hijos. Había varias fotos de cuatro hombres, uno de los cuales era Pedro y los otros tres debían ser sus hermanos, por el parecido entre ellos. Había varias postales de los cuatro hombres: una en un barco sobre un mar color azul transparente; otra con nieve que caía a su alrededor, obviamente un viaje de esquí a alguna montaña que no podía identificar por la foto; otra, de los cuatro hombres con esmoquin… Se tomó su tiempo para mirar cada una de las fotos, y tuvo que admitir, aunque no quisiera, Pedro Alfonso era realmente el más apuesto del grupo.
Con un suspiro, prefirió ignorar las fotos, ya no queriendo pensar en Pedro Alfonso como un hombre buenmozo. Miró a su alrededor, se mordió el labio inferior y se preguntó cómo diablos iba a pagar los honorarios de este individuo.
Seguramente debía cobrar doscientos o trescientos dólares la hora: imposible pagar semejante suma de dinero.
Por supuesto, se trataba de su propia vida la que estaba en juego. Si el tipo estaba dispuesto a tomar el caso, ¿no debía permitírselo? Detuvo la mirada en la ventana, pero no vio nada. Pensaba en sus bienes. Contaba con un fondo de retiro, pero sólo tenía veintiséis años, así que todavía no había ahorrado lo suficiente. Podía hipotecar su casa, pero como acababa de comprarla el año pasado, su valor era escaso. En otras palabras, no tenía grandes ahorros ni bienes importantes de respaldo. Advirtió con tristeza que estos cargos ridículos la llevarían a la bancarrota.
Toda su vida había sido tan cuidadosa… Se había pagado la universidad trabajando mientras cursaba, había ahorrado todo lo que pudo y se había comprado una casa, porque
todos los expertos en inversiones decían que la propiedad era la mejor inversión, y le pareció sensato seguir sus consejos. Había querido casarse y llenar su casa con hijos.
Federico parecía el candidato perfecto para ser un buen esposo y padre. ¿Cómo podía equivocarse tratándose del director de una escuela? Pero poco a poco se dio cuenta de que se iba a casar con él sólo porque quería cumplir su fantasía de la casa con niños, y no porque lo amara con todo su corazón. Así que terminó por romper el compromiso, queriendo ser honesta y amable, y hacer lo que correspondía para que Federico pudiera encontrar a alguien que lo amara como merecía ser amado.
Pero después de devolverle el anillo, él se enojó y comenzó a insultarla. Cuando Paula se marchó durante una de aquellas discusiones, él se había enfadado aún más, al punto en que ella había tenido que bloquearle las llamadas por el celular. Un mes después de romper con él, había vuelto a enviarle flores, que ella rechazó; bombones, que devolvió; pequeños regalos, que envió de vuelta con una nota en la que le decía que no se volviera a contactar con ella.
Toda aquella situación había sido una seguidilla de desastres. Creyó que había llegado a su fin cuando se enteró por una de sus amigas de que se había comprometido con otra mujer. Paula se relajó y bajó la guardia. Obviamente fue un error. Así es como había terminado en ese lugar, parada en la oficina de un desconocido, entrometiéndose en sus cosas, y tratando de controlar una crisis de pánico.
Se sentó en una de los cómodos sillones que conformaban un pequeño living íntimo al lado de la ventana, y dejó caer la cabeza en las manos mientras pensaba en el modo en que todo esto iba a descarrilarle la vida. De alguna manera era Federico quien le había causado esta calamidad. No creía que estuviera muerto. Había algo en toda esta situación que no olía bien, y Federico ya le había advertido que si no volvía con él sufriría las consecuencias. Por mucho que lo pensara, no se le ocurría qué podía hacer ni cómo probar su inocencia, o sus sospechas de que era él quien estaba detrás de todo esto.
¿Cómo podía decirle a la policía que el hombre que ellos pensaban que había matado probablemente ni siquiera estuviera muerto?
¡Todo un dilema!
Pedro no le prestó atención al caos de su agenda, sabiendo que tenía varios casos delicados en curso. El de Paula Chaves había adquirido de pronto una relevancia inusitada, aunque no lograba entender su reacción mientras subía las escaleras al último piso. El grupo Alfonso trabajaba en los últimos cuatro pisos de aquel edificio. Cada hermano tenía un piso por separado con su propio staff de abogados y personal que ocupaba cada lugar disponible. En el último piso trabajaba su hermano Ricardo, y adonde se dirigía Pedro en aquel momento. Había convocado una reunión de emergencia hacía unos instantes, y sabía que todos sus hermanos dejarían de hacer lo que estaba haciendo para reunirse en la sala de conferencias del último piso en los siguientes cinco minutos.
Se había equivocado. Al entrar en la sala de conferencias, sus tres hermanos ya estaban allí.
— ¿Qué sucede? — preguntó Ricardo apenas se cerró la puerta. El mayor y más desapasionado, dio un paso adelante, y sus rasgos denotaron preocupación.
— Estoy tomando un caso pro bono.
Los tres hombres se quedaron mirando a Pedro.
— ¿Y? — preguntó uno de ellos, animándolo a seguir.
Pedro sintió alivio. Sus tres hermanos lo apoyaban, y no se había dicho una sola palabra para desalentarlo. Si bien sabía que siempre se habían apoyado mutuamente, se trataba de una situación especial. Ni siquiera estaba seguro de poder explicárselo a sí mismo, mucho menos a sus hermanos. Pedro miró la mesa, con los puños cerrados sobre sus delgadas caderas.
— Se trata de un caso de homicidio en el que está involucrada una mujer.
Javier se cruzó de brazos.
— ¿Corre peligro la mujer?
Pedro no había pensado en ello. Sabía que no estaba procediendo con total lucidez, motivo por el cual seguramente no debía tomar este caso. Pero lo iba a hacer igual.
— No que yo sepa, pero los mantendré informados a medida que me entere.
— Entonces, ¿qué tiene de especial este caso? — preguntó Axel, observando a su hermano con curiosidad.
Pedro respiró hondo antes de decir por fin las palabras que podían llegar a suscitar una reacción diferente, pero tenía que ser sincero con sus hermanos. Jamás se habían mentido, fuera de las bromas y tomaduras de pelo de cualquier hermano. No iba a explayarse en el asunto. Había algo bien adentro que le decía que era algo demasiado importante.
— Se trata de algo personal. Para mí.
Los tres hombres miraron a su hermano en estado de shock.
— ¿Cuan personal? — preguntó finalmente Ricardo, expresando la pregunta que todos tenían en mente, incluido el propio Pedro.
Pedro eligió cada palabra con cuidado.
— No lo sé. Mi intuición me dice que es muy personal.
Los tres hombres se quedaron pensando. Luego, lentamente, como siempre lo hacían, asintieron con la cabeza indicando que el apoyo era total.
— Nos avisarás cómo te podemos ayudar — le respondió Axel.
No era una pregunta, sino una orden. Los hermanos tenían casi la misma edad, con apenas uno o un año y medio de diferencia entre ellos. Sus padres habían fallecido en un accidente de auto varios años atrás y aquello los había unido aún más: formaron una unidad familiar en lugar de dejar que el vínculo se deshiciera. Pedro era el menor con treinta y tres años. Axel, el que le seguía, tenía treinta y cuatro y siempre se estaba riendo de algo. Era el bromista de la familia, pero también el que recibía y repartía la mayor cantidad de palizas en el gimnasio. A menudo se entrenaban juntos en el ring de boxeo, un deporte que practicaban los cuatro. Javier tenía treinta y cinco y se peleaba constantemente con la gerenta de la oficina, Abril, de quien los otros tres hermanos sospechaban estaba enamorado. Ninguno era lo suficientemente valiente como para meterse en ese campo minado, temeroso de la explosión que podía ocurrir. Ricardo, el mayor y ahora cabeza de la familia, estaba cerca de ser un viejo a los treinta y seis años. Pero su apariencia de hombre maduro no se lo daba su edad, sino el hecho de que andaba siempre serio, y últimamente rara vez sonriera.
Al escuchar el gesto de apoyo, Pedro respiró más tranquilo y asintió con alivio:
— Lo haré. Podría ser un caso difícil.
— Y un tema difícil — dijo Axel, pero comenzaba a sonreírse.
Pedro se volvió a Javier, y le sostuvo la mirada:
— También es muy amiga de Abril. — Quería que su hermano quedara advertido, y tuvo que sobreponerse al instinto de guardar silencio en caso de que Javier explotara, algo que por algún motivo sucedía últimamente con mayor frecuencia.
De inmediato, Javier frunció el entrecejo y se cruzó de brazos en el aire.
— Entonces vas a necesitar toda la ayuda que te podamos dar — dijo, implicando que el problema era Abril y no su clienta— . Lo único que hace ella es crear conflicto.
Pedro abrió la boca para decir algo, y luego miró a Axel y Ricardo. Ambos estaban pensando lo mismo, pero cuando se conectaron las miradas, decidieron dejarlo pasar.
— Tengo que volver a verla — dijo finalmente— . Haré que Emma le envíe a cada uno un informe sobre la evidencia apenas me lo pase la fiscalía.
Una vez en su propio piso, le hizo un gesto a Marcos, su investigador, para que se acercara.
— Necesito que averigües todo lo que puedas sobre estas personas — dijo y le entregó una lista con los nombres de la supuesta víctima, la novia reciente y la preciosa Paula Chaves— . Se trata de un caso urgente. Pon a tu equipo a trabajar de inmediato e infórmame acerca de lo que encuentres — ordenó. Marcos asintió al instante y regresó a su oficina.
Marcos era uno de esos hombres de bajo perfil que pasaba inadvertido en cualquier situación. Pero su capacidad de observación rayaba con lo sobrenatural y tenía la mente más técnica que Pedro conociera. El tipo podía conectar una cámara a los lugares más insólitos, todo para obtener evidencia que pudiera ayudar a sus clientes. Tenía un equipo de investigadores que contaban con conocimientos que metían miedo, habiendo venido todos de grupos de inteligencia o de otras ramas de investigación. El expertise combinado de todos ellos valía su peso en oro, porque terminaban hallando evidencia que exoneraba a sus clientes.
Habiendo puesto en marcha la investigación, Pedro miró hacia su propia oficina y no se sorprendió cuando vio una atractiva cabeza castaña asomarse por la puerta. Casi se ríe si no fuera porque sintió que la irritación se volvía a apoderar de él. Había algo en Paula Chaves que lo afectaba de un modo en que ninguna mujer lo había hecho antes. No lo podía definir, pero sabía que ella tenía algún tipo de fuerza poderosa que él no estaba dispuesto a pasar por alto.
— Oh, no, querida mía — masculló para sí mientras observaba sus lindos ojos grises echarle un vistazo a la sala buscando una salida— . No te vas a ningún lado.
Se desplazó rápido y llegó delante a ella justo antes de que pudiera dar un paso fuera de su oficina. Con un empujoncito, la hizo retroceder, se apoyó contra la entrada y bajó la vista para mirarla, divertido cuando la vio mordiéndose aquel pulposo labio inferior.
— ¿Te ibas a algún lado? — preguntó con tono burlón.
Paula ocultó las manos detrás de la espalda.
— Me tengo que ir. — Cuando vio que él levantaba una ceja, suspiró— . Realmente, tú eres el mejor entre los mejores — dijo, hundiendo las manos en los bolsillos, sin darse cuenta de que la postura le apretaba la camiseta contra los pechos, revelando los duros pezones y haciendo que su propio cuerpo también se endureciera— . No tengo idea de lo que cobras por hora, pero no me puedo dar el lujo de pagarlo.
— Paula, lo que no puedes darte el lujo es de salir de esta oficina — dijo, sin prestarle atención a su comentario sobre la tarifa que cobraba por hora.
Ella sacudió la cabeza.
— Lo más seguro es que cobres doscientos o trescientos dólares por hora, ¿no es cierto? — preguntó.
Pedro encogió un hombro. La preocupación en sus ojos grises le confirmó mentalmente lo que ya había decidido antes.
— ¿A qué te refieres? — No le aclaró que sus honorarios estaban más en el orden de los setecientos a mil dólares por hora, dependiendo de la complejidad del caso. Y eso era sólo la tarifa por hora. En el caso de ella, se acercaría más al tope máximo, por no mencionar el costo por hora de todos los investigadores que acababa de enviar a la ciudad, así como también el personal de apoyo y las posibles presentaciones legales necesarias.
— No me puedo dar el lujo de contratarte. No puedo reunir ni cerca de esa cantidad de dinero — explicó, desesperada ahora por salir de esta oficina antes de que se acumularan los cargos. Se sentía tan humillada de tener que siquiera admitir semejante situación a un hombre como aquél, que, probablemente, podía darse el lujo de tener todo lo que pudiera llegar a desear.
— Paula, siéntate — le ordenó, caminando hacia su escritorio, indicando que debía tomar asiento en uno de los sillones de cuero delante de él— . No te preocupes por el costo de tu defensa. Lo calcularemos cuando ya esté todo arreglado.
Ella se quedó parada un largo rato, no sabiendo si responder a su razón o a sus instintos. Sentía que este hombre le traería problemas a su vida y que nada volvería a ser igual.
Él comenzó a hojear algunos papeles que tenía sobre el escritorio, pero cuando ella continuó parada al lado de la puerta, levantó la cabeza para mirarla. Al ver que seguía ofuscada, volvió a caminar hacia ella y se detuvo cuando la tuvo enfrente. Tomándole una de las manos en la suya enorme, notó que tenía los dedos fríos, y que éstos comenzaban a temblar otra vez.
— Sé que estás asustada y no sabes qué va a pasar. Pero tienes que confiar en mí. Soy muy bueno en lo que hago, Paula. Tú relájate y avancemos paso a paso. Ya no estás en
la cárcel, pero dudo de que puedas trabajar, así que vamos despacio y resolvamos cada problema a medida que vaya surgiendo. Déjame preocuparme por la estrategia de alto
vuelo y tú te preocupas por responder a mis preguntas. ¿Te parece? — preguntó con suavidad, tratando de calmarla, pero también estaba luchando contra el deseo de atraerla hacia sí para besarla. En lugar de darle rienda suelta a ese deseo, dijo: — Así que vamos a hablar un poco de la historia — sugirió, tratando de darle algún tipo de consuelo, pero sin saber bien cómo— . ¿Cómo era tu novio? — preguntó conduciéndola a su escritorio para que se sentara al lado de él.
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Ya me encanta esta historia.
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