domingo, 30 de abril de 2017

CAPITULO 2 (PRIMERA HISTORIA)




Paula avanzó al banco del acusado. El miedo se reflejaba en sus ojos desorbitados, y le temblaba todo el cuerpo. No podía creer que aquello estuviera realmente sucediendo.


¿Cómo había perdido el control de su vida de semejante manera?


Llevaba jeans y una camiseta en lugar de un traje que le habría dado un aspecto más profesional. Dado que la policía le había golpeado a la puerta a primera hora de la mañana, estaba sin maquillaje, tenía el cabello completamente revuelto y lucía aterrada.


La policía había llegado con una orden de arresto alrededor de las cuatro de la mañana, y la despertó de un sueño profundo, acosándola con preguntas y un trozo de papel, un instante antes de comenzar a revisarle la casa. Había atendido la puerta en bata, apartándose los rulos castaños de los ojos y haciendo un enorme esfuerzo por enfocar la mirada. Ahora estaba delante de una sala llena de gente, tratando desesperadamente de entender qué pasaba.


— ¿Tiene asesor legal? — le ladró el juez por encima del barullo de la sala.


Paula miró a su alrededor, hasta que por fin entendió que el juez le estaba hablando a ella. ¿Asesor legal? ¿Esto le estaba sucediendo realmente a ella?


— Ehhh… — comenzó a decir, pero no tuvo oportunidad de responderle al juez.


Estaba a punto de abrir la boca, cuando la detuvo alguien que se encontraba detrás de ella.


— Pedro Alfonso, su señoría, para representar a la señorita Chaves — se oyó una voz profunda, con autoridad.


Paula miró a su alrededor, echando un vistazo al público. Un hombre altísimo daba un paso hacia delante emergiendo de la multitud. Abrió los ojos shockeada. Alzó la vista para mirar los ojos azules, preguntándose qué hacía allí, quién era y por qué venía hacia delante. Un hombre tan apuesto no debía estar en una sala de audiencias. Y menos parado al lado de ella. Pero pensándolo bien, ¡tampoco ella debía estar allí! En ese momento debía estar saliendo a toda velocidad de su casa, tal vez cayéndose las llaves sobre los escalones de madera y protestando para volver a levantarlas, al tiempo que corría escaleras abajo para llegar a la escuela antes que los chicos. Debía estar preocupándose por evitar derramarse café sobre el traje mientras se abría paso entre el tráfico de la ciudad.


En cambio, por algún extraño e inexplicable giro del destino, se hallaba en este lugar, defendiéndose de un cargo de homicidio.


Tenía que ser una pesadilla de la cual se despertaría en cualquier momento. El cielo aclararía en el horizonte, y tomaría la decisión de ponerse un traje más liviano en lugar de uno de lana, porque seguramente iba a ser un día de otoño caluroso, en lugar de aquellas jornadas frescas y deliciosas que la hacían sentir tanto más motivada.


No, este momento horrible no le estaba sucediendo a ella.


— ¿Cómo se declara la acusada? — preguntó el juez por encima del ruido.


— No culpable, su señoría — afirmó con absoluta confianza aquel caballero espléndido. De pie al lado de ella, ni se molestó en consultarla sobre ninguna de esas cuestiones— . Solicitamos que la acusada obtenga la libertad bajo palabra — estaba diciendo aquel hombre imposiblemente alto.


El fiscal intervino, y Paula giró la cabeza para mirar en su dirección, sin tener idea de lo que decían. ¿Hablaban de ella o de algún otro caso?


— La acusada está imputada de asesinar a su exnovio por celos. El Estado solicita la prisión preventiva para la acusada hasta que se dicte sentencia.


El apuesto galán sacudió la cabeza, fulminando al fiscal con la mirada.


— La señorita Chaves no tiene siquiera una multa por mal estacionamiento — le replicó el individuo alto y corpulento, con una voz de seguridad, profunda y sexy. Paula no podía creer que estuviera pensando en estas cuestiones cuando su vida estaba en juego. — Hace cuatro meses que no tiene relación con la supuesta víctima, y la fiscalía ni siquiera tiene el cuerpo del hombre a quien la señorita Chaves habría matado.


El juez se dio vuelta irritado para mirar al fiscal, asombrado de que se atreviera a presentar un cargo de homicidio sin un cadáver.


— ¿Es verdad? — preguntó.


El fiscal sacudió la cabeza.


— La víctima desapareció hace una semana. Se encontró su sangre sobre el arma homicida con las huellas de la señorita Chaves.


El juez sacudió la cabeza.


— Si no hay cadáver, me da la impresión de que ni siquiera pueden probar que hubo un asesinato. El hombre se pudo haber marchado sin más, se pudo haber ido a una isla en algún lugar remoto — gruñó el juez, evidentemente deseando él mismo hacer algo parecido.


En ese momento intervino el alto buenmozo:
— Dado que no hay cadáver y que la fiscalía no puede probar siquiera que haya habido una muerte, pido que se retiren los cargos presentados contra mi cliente, su señoría. — Paula paseó la mirada rápidamente del hombre alto que estaba al lado suyo al juez, rezando con esperanza para que el hombre de toga negra accediera al pedido de este desconocido.


El fiscal intervino rápidamente.


— La actual novia de la víctima jura que no se trata de una desaparición. Trabaja de director en una escuela secundaria local y tiene enormes responsabilidades. Además había una gran cantidad de sangre en la casa de la víctima; demasiada sangre para que no haya habido juego sucio. En este momento tenemos investigadores en casa de la señorita Chaves excavando su jardín, buscando el cuerpo. Estamos seguros de que lo hallaremos para media mañana.


El juez consideró los dos argumentos contrarios y llegó rápidamente a una conclusión.


— Visto y considerando que no hay cadáver, no voy a detener a la acusada. Pero el caso puede seguir a juicio, y dejaré que el juez que preside el tribunal considere si hay suficiente evidencia para seguir adelante. La acusada será puesta en libertad bajo palabra, pero debe entregar su pasaporte al tribunal hasta el juicio. — El martillo descendió con un golpe. Otra voz ya estaba anunciando el siguiente caso.


Paula sintió que una mano fuerte y decidida le tomaba el brazo y la sacaba de la sala del juzgado. Todavía no sabía bien lo que estaba sucediendo, pero sintió la presencia del hombre alto a su lado. Comenzó a temblar de nuevo, pero esta vez por un motivo completamente diferente.


Y luego vio a Abril y rompió en llanto.


— ¡Viniste! — exclamó Paula y corrió hacia su amiga; le pasó los brazos por los hombros y la abrazó con todas sus fuerzas— . ¡No puedo creer lo que me está pasando! — dijo llorando. Paula era más baja que Abril, pero sólo por la afición que sentía su mejor amiga por usar los tacos aguja.


Abril retuvo a Paula entre sus brazos y modulando en silencio, le dijo "gracias" a Pedroque seguía de pie detrás de la esbelta mujer.


Pedro miró a las dos mujeres que se abrazaban. La que acababa de defender estaba llorando y se sintió apenas culpable de advertir que la mujer lucía excepcionalmente bien en sus apretados jeans que le ceñían tan perfectamente el trasero. Se quedó de pie esperando, queriendo ver si se veía tan bien de frente como de espalda. Tenía el suave cabello color castaño con rulos, que le llegaba a los hombros, y sintió unas ganas tremendas de tocarle los rizos con los dedos. Era demasiado delgada, pensó. Mientras abrazaba a Abril, la camisa se le estiró en la espalda y advirtió las costillas a través de la delgada tela. 


Necesitaba subir por lo menos cinco kilos, y se preguntó si habría bajado de peso por la reciente ruptura con su novio. 


Sabía que generalmente las mujeres o bien dejaban de comer cuando estaban emocionalmente afligidas, o se comían todo lo que tuvieran delante. Al menos, era lo común. En realidad, no sabía si era verdad o no, ya que solía mantenerse bien lejos cuando las mujeres caían en momentos de turbulencia emocional. Prefería las compañeras femeninas divertidas y sexys a las melodramáticas.


Paula se apartó de su amiga, mirándola preocupada.


— ¡Gracias! — dijo, con profunda sinceridad.


Abril sacudió la cabeza mientras seguía sujetando a Paula. 


Todavía no podía sobreponerse al horror de tener que observar a su amiga entrar a la sala del juzgado desde las temibles celdas de la prisión.


— ¿Por qué no me llamaste esta mañana? Recién me enteré de estos ridículos cargos hace como veinte minutos, y tuvimos que venir volando para ayudarte. Prácticamente tuve que secuestrar a Pedro para que llegara aquí a tiempo.


Haciendo caso omiso al nombre "Pedro", sospechando que se trataba del hombre alto, de presencia intimidante, que estaba parado detrás de ella, Paula suspiró y miró el suelo.


— Supongo que me moría de vergüenza. No sé lo que está pasando, no entiendo qué le pudo suceder a Federico ni tampoco lo entiende la policía. Encontraron sangre sobre un
objeto, y ahora suponen que lo maté yo. — Le dirigió una mirada de desesperación a su amiga, ansiosa por que Abril no creyera que pudiera haber cometido un acto como aquel.
— Hace más de un mes que no hablo con él, y fue sólo para decirle que me dejara en paz.


Abril rodeó a su amiga con un abrazo y sacudió la cabeza, tranquilizándola en silencio.


— Te dije que el tipo era un imbécil.


Paula se rio, pero le salió más como un aullido.


— Lo sé. Me lo dijeron todos, pero no les hice caso. Te aseguro que la próxima vez les prestaré atención. — Miró a su alrededor a las personas que iban y venían por el amplio corredor. — Aunque después de esto no puedo imaginar que me vuelva a interesar en un hombre. Ni siquiera sabía que Federico había muerto hasta que la policía me puso las esposas esta mañana. — Se llevó una mano a la boca, tratando de controlar la emoción que amenazaba con sobrepasarla.


Abril esbozó una sonrisa y se enderezó.


— No te preocupes. Si hay alguien que puede llegar al fondo de esta cuestión, es Pedro. Es el mejor abogado penalista en el mundo.


Paula se dio vuelta, para agradecerle al hombre que la había sacado de aquella horrible celda de detención. Pero apenas se dio vuelta, quedó paralizada. Observar al hombre mientras que su vida corría peligro era una cosa. Pero al mirarlo ahora quedó impactada por su altura y su solidez. No era que tuviera sobrepeso. De hecho, todo lo contrario. Tenía el vientre plano y las piernas, largas y aparentemente musculosas. ¡Pero esos hombros! ¿En serio se había parado tanto tiempo al lado de aquel gigante? ¡No podía ser! Habría advertido esos hombros. ¡Debía medir alrededor de un metro noventa!


¡Y esos ojos! Tenían un increíble color azul claro, pero el iris estaba rodeado por una aureola amarilla. Tenía que parpadear para mirarlo.


— Te presento a Pedro Alfonso— estaba diciendo Abril— . Pedro, ella es tu nueva clienta, Paula Chaves.


Pedro miró a la mujer y apretó los dientes. Paula no sólo era una mujer bella. ¡Era espectacular! Los dulces ojos color gris realzaban la palidez de su rostro. Los labios también estaban pálidos en aquel momento, pero sospechaba que era sólo por el shock que acababa de sufrir. ¡Y le estaba sonriendo! 


La mujer acababa de ser arrestada y acusada de homicidio, y le estaba sonriendo cálidamente, mirándolo con admiración y felicidad.


— Es un placer conocerte — dijo Paula, obligándose a sonreír a pesar del hecho de que lo único que quería era derretirse en un charco de la vergüenza que sentía. Este hombre era tan sofisticado, tan elegante y tan increíblemente buenmozo, ¡y la acababa de salvar de terminar en la cárcel! 


Y ella, vestida con sus jeans gastados y una camiseta que había visto mejores días, mientras que parado delante de ella él llevaba un traje que seguramente costaba más de lo que ella ganaba en un mes.


Sintió que de verdad estaba perdiendo la compostura al contemplar a aquel espécimen tan considerado y sofisticado. Pero después se acordó de su situación. Había tachado a los hombres de su vida a partir de hoy a las cuatro de la mañana. Se había hecho esa promesa mientras se encontraba acurrucada en una celda de prisión intentando sacarse la tinta negra de los dedos después de que le tomaran las huellas digitales y le sacaran la foto para la ficha policial. ¡La foto! ¡Qué humillante!


Todo lo que había sucedido esa mañana se debió a haberle echado el ojo a un hombre atractivo y encantador. Federico Richardson había sido dulce y simpático, y tenía una
sonrisa divertida, pero ahora había desaparecido, y todo el mundo creía que ella lo había matado. Si había algo que no necesitaba en su vida en ese preciso momento era un hombre estupendo que parecía ser todo un experto en la cama.


Pedro apartó la mirada a regañadientes de la bella morocha, y le lanzó una mirada asesina a su gerenta de oficina. Abril estaba mirando hacia arriba, sonriéndole a Pedroluego a su amiga y luego de nuevo a él, tratando de evaluar la reacción de cada uno al conocerse. Aquella mirada le decía que ella sabía perfectamente bien lo que se le estaba cruzando por la cabeza a Pedro.


Miró de nuevo a la otra mujer, le extendió la mano y le envolvió con la suya su diminuta mano. La sintió temblar y tuvo unas ganas irresistibles de tomarla en los brazos y abrazarla con fuerza, para decirle que él se haría cargo de todo. No tenía ni idea de dónde había salido ese instinto protector. Las mujeres eran agradables, suaves y tibias, y le encantaba cuando compartía la cama con alguna de ellas. 


Pero Paula Chaves no parecía ser ese tipo de mujer, lo cual resultaba un problema, porque no sólo quería abrazarla, sentir esos labios voluptuosos y descubrir todos los secretos de su escultural cuerpo, sino que quería estrecharla entre los brazos para decirle que toda aquella locura quedaría atrás.


Pero no lo podía garantizar. Esta mujer bien podía ser una asesina. No sabía casi nada de ella, ni del caso ni de su pasado.


Entonces, ¿por qué se sentía de pronto que podía comenzar a flotar?


Pedro carraspeó y apartó la mirada de aquellos suaves ojos grises. Enderezando el cuerpo, se dijo por dentro que no debía dejarse engañar por una cara bonita.


— Volvamos a mi oficina — masculló. Soltó la mano de la mujer y se abrió paso entre la multitud, tomando con fuerza el brazo de la bella señorita Chaves para asegurarse de que no se perdiera. No era que pensaba que se escaparía. Para nada. Se trataba de la necesidad de sentir una conexión física. Era extraño, pero después de tener su mano entre la suya, no se sentía bien sin ese vínculo. Había tocado su mano, y ahora quería tocarle todo el cuerpo. No la quería perder de vista. No porque creyera que era culpable. Sino porque quería regodearse con sus hermosos rasgos durante más o menos las siguientes veinticuatro horas. Sí, tal vez sería suficiente para sobreponerse al impacto de aquellos hermosos y dulces ojos grises.


Paula se vio en apuros para seguir las grandes zancadas del altísimo hombre que caminaba a su lado, pero no conseguía que le soltara el brazo, y se halló prácticamente corriendo para seguirle el tranco. Incluso a Abril le costaba seguirlo mientras corrían por los pasillos de mármol, y su amiga miraba a su jefe como si fuera un extraterrestre.


— Pedro, ¡espera! — exclamó Abril, tratando de que caminara más despacio. No podía seguirle el ritmo con esos zapatos de taco aguja, y también advirtió la mirada desesperada y confundida de Paula.


Pedro no la oyó. Caminó hacia el auto de Abril y abrió la puerta trasera, ubicando a la misteriosa mujer sobre el asiento, mientras él se dirigía al lado opuesto.


— No tengo ni idea de lo que le pasa, Paula — dijo Abril, mientras ambas mujeres lo observaban caminar rápidamente rodeando el auto por delante— . Por lo general, es un hombre encantador.


Paula quería replicar, pero el hombre al que acababa de considerar buenmozo y agradable, y que ahora no le quedaba ninguna duda de que era un imbécil arrogante, se estaba metiendo en el asiento del conductor y empujándolo hacia atrás para que le entraran las larguísimas piernas. ¿Le importó que Paula tuviera que mover rápidamente las piernas al otro lado porque ya no quedaba espacio en el asiento trasero? ¡Por supuesto que no!


Manejaron en silencio a la oficina de Abril. Paula ya había estado en aquel edificio algunas pocas veces cuando había ido a buscar a Abril para almorzar o para un happy hour. Jamás había entrado. Quería hacer preguntas, averiguar lo que estaba pasando, lo que sabía el hombre y lo que no le contaba. Él manejó a través de las calles de Chicago y ella le observó las manos, sin darse cuenta de que se estaba fabricando sueños tontos y románticos, o aun peor, que estaba teniendo fantasías sexuales acerca de esas manos, hasta que el sol desapareció, ella parpadeó, y regresó a la realidad de golpe





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