domingo, 30 de abril de 2017

CAPITULO 1 (PRIMERA HISTORIA)




Abril leyó la lista, pasando revista a los casos pendientes. De pronto, clavó la vista en un nombre. Volvió a mirar, shockeada. Imposible. Miró otra vez y soltó un grito ahogado, sin poder creer que este nombre se encontrara justamente en esa lista. Pero, evidentemente, al volver a enfocar la mirada, el nombre seguía allí.


Miró a su alrededor y sintió pánico. ¿Qué hacer? ¡Era absurdo! De todos los nombres que podían aparecer en el expediente de la corte, éste era el último que Abril habría esperado encontrar.


— ¡Pedro! — susurró, sabiendo de pronto exactamente lo que debía hacer.


Corrió escaleras abajo y luego por el largo corredor hasta irrumpir en la oficina que se hallaba en el ángulo izquierdo del pasillo. El hombre recio, de aspecto intimidante, sentado detrás del escritorio de acero y vidrio se le apareció como el héroe del momento, al menos para resolver aquella dramática urgencia.


— ¡Socorro! — gritó, irrumpiendo en su oficina, sin molestarse siquiera en tocar la puerta como normalmente lo haría.


Pedro levantó la mirada, y las negras cejas se elevaron por encima de los extraños ojos azules.


— ¿Qué sucede? — preguntó a la que normalmente era una gerente de oficina absolutamente profesional, extremadamente correcta, salvo cuando se cruzaba con uno de sus hermanos, mientras ésta entraba como una tromba en su oficina, con los ojos como platos, con una turbación que desentonaba con sus hermosos rasgos. Pedro la observó dando la vuelta a toda prisa a su escritorio; conservó la calma a pesar del pánico de Abril.


— ¡Por favor, debes sacarla de aquí! — Se abalanzó sobre su escritorio y apoyó con fuerza la lista delante de él. Luego se volvió de inmediato, considerando qué podía necesitar para resolver esta terrible contrariedad. Se precipitó detrás del escritorio y agarró el saco del traje, que se hallaba colgado en el respaldo de la silla. Tomándole la mano, se la metió dentro de la manga, aun mientras él seguía leyendo la hoja que ella le había puesto delante de los ojos unos segundos antes.


Pedro miró el papel, sin perder el control incluso mientras permitía que siguiera ayudándolo a ponerse el saco.


— Ésta es la lista completa de quienes deben comparecer ante el tribunal esta mañana. — Pedro cambió la hoja de mano mientras seguía leyendo. Con perfecta coordinación, Abril le tomó la otra mano para meterla dentro de la manga. Luego le levantó con fuerza el saco sobre los inmensos hombros.


Abril ni siquiera se molestó en volver a mirar la hoja. Estaba desesperada por conseguir que Pedro se pusiera en marcha.


— Es correcto. La persona que vas a salvar es el tercer nombre en esa lista — le dijo Abril.


Tomó su maletín y metió algunos papeles, luego se dio vuelta para ver si había algo más que él pudiera necesitar.


Pedro miró el nombre.


— ¿Paula Chaves?


— ¡Sí! ¡Tienes que ir a ayudarla! — le ordenó. Apartó a un lado su silla de cuero mientras le ponía las manos sobre los hombros, empujaba el enorme cuerpo alrededor del escritorio y lo guiaba hacia la salida. Jamás se había comportado de manera tan audaz, pero no tenía tiempo para ser cortés. Se trataba de una emergencia.


Pedro se paró en seco y se volvió para bajar la mirada a los preocupados ojos color chocolate de Abril.


— Parece que está siendo procesada por el delito de homicidio en primer grado.


Abril levantó la mirada hacia la única persona capaz de salvar a su amiga.


Lamentablemente, tuvo que tomarse un segundo de su valioso tiempo para explicar la situación, porque Pedro era demasiado grandote y corpulento como para ser movido cuando no tenía ganas de colaborar.


— Es mi mejor amiga, y te puedo garantizar que es inocente. Pero lo más importante es que seguramente esté tratando de hacer todo esto sola, porque ingenuamente cree en la Justicia y probablemente suponga que con sólo declarar que es inocente saldrá de este embrollo. — Abril ya se encontraba sacudiendo la cabeza y gesticulando con las manos en alto. — Es imposible que Paula haya matado a nadie. Fertiliza todas sus plantas, saca a los bichos de su casa para no matarlos como la mayoría de las personas, y cuando caminamos por una vereda, aunque no lo creas, se detiene y ayuda a las lombrices de tierra a cruzar para que no se achicharren por el sol. Así que matar a un ser humano está fuera de toda posibilidad. Desgraciadamente, tú eres su única esperanza, así que ¡por favor tienes que hacer algo! — explicó, levantando la voz a medida que su paciencia para explicarle las cosas a Pedro se iba acabando. No había tiempo para conversar. ¡La corte comenzaría a sesionar en pocos minutos, y éste tenía que apurarse para llegar al edificio de los tribunales en ese mismo instante!


Pedro no lo pudo evitar. Imaginar a Abril, tan correcta y formal, con sus tacos de ocho centímetros de altura y sus faldas tubo, su largo cabello oscuro, junto a alguien que socorría a las lombrices de tierra y a los bichos, le resultaba sumamente gracioso, y soltó una carcajada sofocada.


— Así que es una santa. Pero hasta las santas se quiebran, y si se las provoca pueden llegar a matar si la ira o la pasión se adueñan de ellas.


— En primer lugar, eso no sería homicidio en primer grado, ¿no es cierto? Además, estás pensando en personas normales como yo cuando le hablo a ese hermano tuyo que me resulta tan insoportable, Javier. ¡Paula, no! Nos conocemos desde la escuela primaria — dijo, reuniendo su agenda y algunos bolígrafos, metiendo todo rápidamente en el maletín. Volvió a caminar detrás de él, intentando sacarlo a los empujones de la oficina, una tarea imposible salvo que Pedro Alfonso estuviera dispuesto a dejarse empujar.


Sencillamente, era demasiado grandote.


Por suerte, dejó que lo guiara hacia la salida.


— Tienes que apurarte. En cualquier momento se llevará a cabo la instrucción de cargos; Paula debe estar aterrada. Lo más seguro es que no entienda nada del proceso porque es maestra de escuela. Se trata de una persona a la que jamás le han puesto una multa en su vida, así que no tiene ni idea de lo implacable que puede ser el sistema judicial. Te necesita. ¡Apúrate!


Pedro tomó al pasar otra carpeta al salir, sacudiendo la cabeza ante lo extraño de la situación.


— Si la están acusando de homicidio, ¿dónde estaba en el momento del crimen? ¿Qué pruebas tiene la policía en contra de ella? ¿Cuál es el motivo del crimen? — preguntó.


— ¡No lo sé! — respondió ella con brusquedad. Comenzó a empujarlo desde atrás mientras imaginaba la cara de preocupación de su amiga sentada en una celda con un montón de delincuentes que podrían lastimarla, porque Paula era una mujer tan buena e inocente que creía en la bondad humana. — ¡Deja de hacer preguntas y apúrate! — le ordenó, olvidándose por completo de que ella era la gerenta de la oficina mientras que Pedro Alfonso era uno de los socios del famoso grupo Alfonso, un estudio de abogados que consistía de cuatro hermanos brillantes que trabajaban todos en diferentes áreas del derecho. Eso sin mencionar que Pedro Alfonso también era uno de los mejores abogados penalistas del país. La gente venía de todos los Estados Unidos para contratarlo para que los defendiera.


— ¿No necesitas ponerte tu abrigo? — le preguntó él, echando un vistazo a su blusa de seda. Rara vez veía a Abril sin la chaqueta del traje que le hiciera juego. Era posible que se la quitara en su oficina, pero se la volvía a poner si tenía que salir por algún motivo. Afuera era una fresca mañana de octubre, y corría un viento cortante.


Ella sacudió la cabeza, casi sin prestarle atención. Estaba demasiado apurada por sacarlo de la oficina.


— En este momento, no. — Lo guio hacia su pequeño vehículo con una combinación de empellones decididos, tirones y corriendo delante de él para desafiarlo a que se apurara.


Cuando por fin llegaron a su auto, ella abrió el lado del asiento de acompañante y prácticamente lo empujó dentro. 


No le prestó atención a lo gracioso que resultaba ver su corpulenta figura sentada dentro de su diminuto vehículo. 


Cuando él la interrogó en silencio con la mirada, ella dijo:


— Manejo yo. Tú irás demasiado lento; tal vez no lleguemos a tiempo.


La miró con desconfianza, pero así y todo sacó rápidamente el pie de la puerta antes de que ella se lo agarrara con un portazo.


— ¿Manejo demasiado lento? — preguntó asombrado, pero se quedó hablando solo, porque ella ya había salido corriendo al lado del conductor. Él se rio por lo bajo sacudiendo la cabeza. Nadie lo había acusado jamás de ser lento. Pedro salió del auto y Abril se quedó helada, rogándole con los enormes ojos color chocolate que se volviera a meter.


— Abril, ¿qué está pasando? Yo nunca manejo despacio, y los tribunales comenzarán a sesionar en cualquier momento.


Ella sintió que se frustraba más y más con sus demoras y preguntas.


— ¡Por favor deja de perder el tiempo! ¡Paula necesita tu ayuda! Tú eres quien siempre cree que se tiene que hacer justicia. Ahora te quedas ahí parado como si no te importara. — Se detuvo un instante, y las lágrimas amenazaron con desbordarle los ojos — . Por favor, Pedro. Eres realmente el único en quien puedo confiar. Ella es mi mejor amiga, y sé que seguramente en este momento está aterrada y, seguramente, confundida.


Pedro se apiadó de ella y se puso serio. Mirándola por encima del techo del auto, le dirigió una sonrisa tranquilizadora. O lo más tranquilizadora que pudo, teniendo en cuenta que desconocía el caso por completo.


— No te preocupes, Abril. Ayudaré a tu amiga. Hoy el magistrado será el juez Rooney. Si el caso de tu amiga es el tercero en el expediente de la corte, aún tenemos tiempo para reunimos con ella. Puedes manejar tú, y en el camino llamaré a algunas de mis fuentes para averiguar las novedades, qué pruebas tienen contra ella, y quién la está procesando. ¿Te parece bien? — preguntó con esa seguridad que tanto caracterizaba a Pedro Alfonso.


Ella sonrió, y de inmediato se tranquilizó, finalmente se estaba comprometiendo con la situación.


— ¡Gracias! — replicó. Pero un momento después, le hizo un gesto para que se volviera a meter en el auto. Luego, aun en medio del apuro, se deslizó con gracia detrás del volante.


Hizo caso omiso de Pedro mientras hacía unos llamados por teléfono, y sólo oyó el final de la conversación mientras se concentraba en el denso tránsito de primera hora de la mañana. Por suerte, las oficinas del grupo Alfonso estaban cerca del edificio de los tribunales, pero el tráfico de pleno centro de Chicago no dejaba de ser odiosamente complicado.


Quince minutos después, Abril hizo una mueca de angustia al entrar en el estacionamiento de los tribunales. La expresión en la cara de Pedro la asustó más que cualquier otra cosa:
— ¿Qué sucede? — le preguntó, estacionando en uno de los lugares libres cerca del palacio de Justicia.


— Pues…, no son buenas noticias — dijo Pedro y abrió la puerta del auto. Habían desaparecido todos los signos de buen humor e insubordinación de unos minutos atrás.


En su lugar, había adoptado aquella determinación fría y lógica que lo había hecho tan famoso en juicios anteriores. No había duda de que el hombre era un apasionado de su trabajo, pero cuando se aferraba a un caso era como un perro de caza que no se detenía ante nada hasta conseguirlo— . Vamos. Hay mucho por hacer. — Tras soltar esta afirmación, subió a grandes zancadas los escalones del juzgado y se abrió paso entre los hombres de seguridad. 


Una vez que tuvo vía libre, él y Abril pasaron a toda velocidad por las puertas de la sala del tribunal.


Justo antes de entrar tomó el brazo de Abril para detenerla un instante. Bajó la mirada hacia sus ojos preocupados y dijo:
— Abril, tienes que dejar que haga mi trabajo. Sé que se trata de tu amiga, pero la voy a tratar como a cualquier otro cliente. Tengo que hacerlo si la quiero sacar de aquí.


Abril tragó saliva, dolorosamente consciente de que Paula seguía esperando. No tenía ni idea de lo que le decía Pedro, pero asintió de todos modos. Cuando él comenzó a avanzar
hacia la sala del juzgado, ella lo detuvo, poniéndole la mano sobre el brazo. Tras volver a mirarla, ella le explicó la cruda verdad:
— No tiene con qué pagar — dijo en voz baja— . Yo pagaré tus honorarios. Por favor, tú solo ayúdala.


Pedro suspiró: el asunto se tornaba aún más complicado. 


Abril podía parecer profesional y aguerrida, y luchaba junto al hermano mayor de Pedro con uñas y dientes en todo lo que considerara un asunto importante, sin temor a plantarse firme en lo que defendía. Pero ya hacía varios años que Pedro trabajaba con esta mujer. Sabía que en el fondo Abril era una persona sensible, dulce y cariñosa, lo cual la dejaba expuesta a los rigores de la vida.


— ¿Y qué sucede si es culpable? — preguntó con delicadeza. Necesitaba que fuera consciente de la posibilidad.


Abril sacudió la cabeza.


— No, no lo es. Ya lo verás. Espera a que la conozcas antes de emitir un juicio. Te darás cuenta apenas la mires a los ojos. Es sólo una persona considerada y amable, que trabaja con niños, está enamorada de su trabajo y tiene por hobby la jardinería. Su único defecto es que está siempre del lado del más débil.


Pedro se quedó un momento largo mirándola. Ya veía que se trataba de un caso complicado. Si no fuera porque Abril estaba involucrada personalmente, Pedro ni siquiera lo tomaría. Según su fuente en la policía, era un caso cerrado. 


Lo único que tenían a su favor era que la policía aún no había hallado el cuerpo de la víctima.


Suspiró, dándose vuelta para mirarla de frente y asegurarse de que comprendiera las escasas posibilidades que tenía su amiga.


— Abril, hay un testigo presencial que dice que Paula Chaves y la víctima se estaban peleando el día que desapareció. ¿Sabes quién es el hombre a quien acusan a tu amiga de matar? Su exnovio. Aparentemente, a tu amiga la dejaron por otra mujer. — Sacudió la cabeza y suspiró— . Han encontrado las huellas digitales de ella incluso sobre una prueba que tiene la sangre de la víctima: un viejo trofeo de béisbol con una de esas bases pesadas. La policía cree que fue el arma del crimen. Para la fiscalía se trata de un caso en el que la evidencia es absolutamente contundente e irrefutable. Si estuviera yo en el jurado votaría para condenarla, incluso sin conocer los argumentos del fiscal.


Abril endureció la mirada mientras escuchaba a Pedro recitar lo que le habían informado sus fuentes camino al juzgado. 


Aquello no hizo sino enfurecerla aún más.


— Si ese cretino es responsable, ¡se lo harás pagar, Pedro! A Paula no la dejaron. Fue ella quien rompió con su novio. No sólo se deshizo de él, sino que ya hace tiempo que se habían separado. Paula no es una persona rencorosa ni alguien que pierda el tiempo con tonteras, pero se enteró de algunas cosas irritantes de su exnovio y decidió romper con
él. Sin embargo, él no aceptó la ruptura. La acosaba y la volvía loca. ¡Por favor, entra y te enterarás de todo! — le rogó.


Pedro sacudió la cabeza. Se preguntó qué hacía ingresando en una sala de juzgado en estas circunstancias.


— Abril, tienes que…


Ella levantó la mano para frenarlo.


— Si hay tantas pruebas que la incriminan, entonces con más razón necesita de tu talento. Por favor — rogó una vez más— , eres su única esperanza. Eres el único que conozco que puede sacarla de esta pesadilla.


Pedro suspiró y asintió con la cabeza.


— Lo único que te pido es que no te hagas demasiadas ilusiones.


La amplia sonrisa de Abril lo encandiló y se preguntó por qué su hermano Javier no hacía algo de una vez por todas para formalizar su relación con ella. Abril era sumamente inteligente, increíblemente bella y era evidente que estaba enamorada de Javier. Para Pedro, los dos hacían una pareja perfecta. Y por las chispas que volaban en la oficina entre los dos combatientes, se podía anticipar que pronto habría una boda o un funeral. No estaba seguro de cuál de los dos.


— Pues entonces hagámoslo — dijo y pasó por la puerta. Normalmente, acostumbraba estar un tiempo con sus clientes antes de la instrucción de cargos, averiguar cualquier circunstancia atenuante que hubiere, y tomar el control de la sala.


Pero como estaban por anunciar en cualquier momento a su nueva "clienta", no tenía tiempo para eso.


— El Estado versus Paula Chaves, homicidio en primer grado — bramó con voz estentórea el secretario del juzgado al frente de la sala.


Como siempre, la sala era un caos, llena de personas que deambulaban, abogados que hablaban con sus clientes, familiares que iban de un lado a otro conversando entre ellos, policías deliberando con fiscales del distrito, fiscales y abogados defensores cantándole sus casos al juez. No era como las salas antiguas que se veían por televisión, sino un espacio ultramoderno en donde el fondo estaba más oscuro que la parte de adelante, y el juez se sentaba en su sillón como si fuera un trono, presidiendo el caos. Parecía aburrido e irritado por tener que molestarse en presenciar todo aquel desorden.


A esta vorágine entró Pedro, al tiempo que Abril se sentaba en una de las hileras de asientos. Se sentía mejor ahora que su jefe se había hecho cargo de la situación. Echó un vistazo a la sala e intentó sonreír de modo tranquilizador en el momento en que el policía apareció con Paula.



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