domingo, 7 de mayo de 2017

CAPITULO 8 (SEGUNDA HISTORIA)




— ¿Estás lista? —preguntó Abril, pasando un segundo por la oficina de Paula.


Faltaban unos minutos para las cinco de la tarde.


Paula levantó la mirada, luego volvió rápidamente a la computadora.


—Termino algo y voy —dijo, y tipió varias palabras más en el escrito que estaba preparando—. Listo. —Presionó la tecla para guardarlo. — ¡Vamos! —Agarró su bolso y siguió a Abril al baño de damas. —-Y quién más está en el equipo? —preguntó, al tiempo que se metía en un cubículo para cambiarse el traje por shorts y la recién creada camiseta de sóftbol que Abril acababa de darle esa mañana.


—Somos diez. Tú reemplazarás a Samantha, que partió a su luna de miel la semana pasada. Nosotros vamos primeros en el campeonato, pero el equipo de Simon nos está pisando los talones. —Paula estaba colgando el saco sobre el gancho de la pared cuando oyó las siguientes palabras: —Pedro es bastante bueno motivando al equipo, pero somos todas muy competitivas.


—¿Pedro? —exclamó Paula. El corazón se le aceleró de sólo escuchar el nombre.


Había accedido por impulso a integrar el equipo de sóftbol del estudio, sólo con el propósito de integrarse más con el personal y para dejar de pensar en Pedro.


Contuvo el aliento mientras rogaba en silencio que el plan no tuviera justamente el efecto contrarío.


—Claro. Es el capitán —explicó Abril, aunque la voz se oyó amortiguada por la camisa que se estaba sacando por encima de la cabeza—. Pero no te preocupes. Es un gran coach, y te ayudará en el momento de batear. —Paula apoyó la frente contra el frío metal del cubículo, cerró los ojos, e intentó pensar de qué manera podía excusarse de jugar. Por más esfuerzos que hiciera para no verlo, estaba fracasando estrepitosamente. Después de ver su casa el fin de semana pasado y enterarse de que no había perdido interés en ella, se hallaba pensando todo el día en Pedro. Había intentado ser fuerte, pero cada vez que lo veía en el pasillo o si pasaba de casualidad por la sala de conferencias cuando ella se encontraba dentro, perdía la concentración durante unos instantes. Y aquellos eran los buenos momentos, porque justamente se hallaba sentada durante una reunión.


Cuando se lo cruzaba por los pasillos, sentía que perdía el equilibrio por la fuerza de su deseo. -Cuándo iba a atenuarse el impacto que tenía sobre ella?


Miró su conjunto de sóftbol. Debió haber traído otra cosa para ponerse.


Lamentablemente, no había terminado de desempacar, así que había sacado rápidamente un par de shorts de la caja de ropa de verano, sabiendo que iba a ser uno de esos días cálidos de otoño. Como no tenía otra cosa más que los shorts, se los puso, luego la camiseta de sóftbol y la gorra, asegurándose de atar y acomodar el cabello por debajo para que no se le metiera en los ojos. Respiró hondo y salió del baño, dándose ánimos.


Puedo lidiar con esto, se dijo, y abrió el agua fría para dejarla correr sobre las muñecas. Sólo tenía que mostrarse indiferente, enseñarle que podía manejar perfectamente el hecho de trabajar y jugar con él en el equipo de sóftbol del estudio. Ahora ella trabajaba de abogada en su estudio, habrían otras situaciones sociales en las que irremediablemente se cruzaría con él. Tendría que ver el modo de transitarlas lo mejor posible. Hasta ahora, nadie se había dado cuenta de los momentos en que quedaba bloqueada o, al menos, no lo habían conectado con la presencia de Pedro. Odiaría que sus colegas advirtieran lo que sentía por él.


Bueno, para ser completamente sinceros, Pedro era un tema prioritario en los pasillos; muchas mujeres estaban obsesionadas con él. De hecho, los cuatro hermanos Alfonso eran tema de conversación. Las mujeres de la oficina estaban constantemente hablando, especulando y echándoles el ojo a los jefes cuando podían. -Quién no lo haría? Los hermanos Alfonso, en su conjunto, eran muy atractivos y sexys, brillantes y seductores. Realmente no podía haber mejor partido para una mujer soltera. Pero ella sabía que toda esa especulación tenía su lado negativo. 


Javier era conocido por sus conquistas amorosas. Se hacían apuestas sobre cuánto duraría la novia de turno. El récord eran cuatro semanas, así que ya se decía que Javier Alfonso estaba disponible. Aunque encantador y muy dulce, su reputación era motivo de que la ronda de apuestas estuviera constantemente activa.


Simon era el único hermano del que Paula no sabía demasiado, salvo últimamente que salía con Mia. Después de salir de copas la semana anterior, las cuatro se habían reunido a cenar el sábado por la noche. Ahora que todo el mundo sabía que estaba comprometida con Simon Alfonso, Mia se había vuelto un encanto. Incluso lucía un enorme diamante en el dedo, que no dejaba de asombrar.


Ricardo Alfonso era el único acerca del cual nadie especulaba en la oficina. Claro, era obvio que las mujeres morían por él. Paula no lo entendía, porque pensaba que Pedro era el más buen mozo de los cuatro hermanos. Ricardo era más intimidante que otra cosa. Como hermano mayor, también parecía el más severo, lo cual significaba, básicamente, que resultaba intimidante. Por lo general, sus hermosos rasgos estaban tensos, y el entrecejo, levemente fruncido.


— ¿Lista? —preguntó Abril, saliendo con un par de preciosos shorts que hacían que sus largas piernas parecieran interminables—. ¡Te ves divina! —exclamó.


Paula se miró los shorts y se le ocurrió que se le habían acortado desde el último verano. Se miró disimuladamente el trasero y sintió un fuerte desaliento. No, definitivamente no habían estado tan cortos el año pasado. Ahora le cubrían el trasero, y se le veían un par de centímetros más de piernas.


—Apurémonos, ¡vamos a darles una paliza a esos Alfonso! —gritó Abril y agarró su bolso.


Paula la siguió de mala gana, deseando poder regresar a su oficina y encerrarse un rato más. Una y otra vez recordaba su desayuno con Pedro el fin de semana anterior. Le había dejado bien claro que seguía deseándola; por eso, la ponía nerviosa estar con él.


Y luego recordó aquellas veces en que últimamente pasaba por su oficina y la pescaba a cualquier hora de la noche. 


Justo la noche anterior pasó alrededor de las diez de la noche y se detuvo enfundado en un esmoquin espectacular, con la corbata de lazo desatada alrededor del cuello, como si acabara de salir de una reunión elegante cerca de la oficina, lo cual seguramente era así porque los hermanos Alfonso tenían una activa vida social, como cualquier otro director de empresa. Pero aquel día sacudió la cabeza cuando la vio. 


También la había encontrado bien temprano por la mañana, y varias veces a altas horas de la noche. Por la expresión de su rostro, sabía que creía que ella no hacia otra cosa que trabajar. Al recordar el gesto de desaprobación aquella noche, cuadró los hombros y siguió a Abril. ¡Ya vería!


Quince minutos después, el sol caía impiadoso sobre su gorra, en tanto los dos equipos contrincantes fanfarroneaban y se provocaban mutuamente. Pedro y Simon lanzaron una moneda en el aire para ver quién debía batear primero. Por desgracia, Pedro perdió el desafío. Vino hacia el equipo y comenzó a asignar puestos en el campo de juego. Cuando terminó, Paula se quedó sola mientras todos los demás salían corriendo a sus puestos designados.


—Y yo? —preguntó entonces, enfrentando, furiosa, a Pedro.


Pedro miró el campo de sóftbol. Paula no le pudo ver los ojos por los anteojos de sol.


-¿Por qué no esperas que termine esta entrada? —sugirió—Haré que salgas al campo en cuanto pueda. —Observó su pálida tez tornarse rosada. Sabía que no era vergüenza sino un signo cierto de que estaba furiosa con él. 


Lamentablemente, estaba pensando en lo preciosa que lucía con esos brevísimos shorts y el modo cómo resaltaban sus pecas aún más cuando estaba enojada. Además, tampoco quería que su pálida piel sufriera una insolación a causa de los rayos inusualmente fuertes del sol. Tal vez fuera otoño y estuviera refrescando, pero una piel como la de ella se quemaría al primer contacto con el sol.


Por otra parte, no quería que los demás hombres del equipo, o los hombres en la tribuna, le miraran el trasero con esos shorts. Eran demasiado cortos, pensó. Sentía que la imaginación se le desbocaba, preguntándose qué tipo de ropa interior llevaría debajo. Se dijo que jamás debió quitarle aquel vestido el fin de semana anterior. No sería capaz de aguantar verla agacharse para tomar el bate. Ni podría dejar de mirarla si salía al campo de juego.


También estaba la posibilidad de que hiciera el ridículo por no pegarle a la pelota o por sacarla out. Le gustaba jugar al sóftbol, pero Paula seguramente no sabía cómo agarrar el bate, mucho menos pegarle o atrapar la pelota cuando venía hacia ella.


Paula pensó en discutirle, pero, obviamente, él conocía a las demás jugadoras, sus fortalezas y debilidades. Se dio vuelta, pues, y se dirigió al banco con cierta incomodidad. Si hubieran tenido un par de sesiones de práctica le habría mostrado que no era ninguna principiante en sóftbol. Le encantaba el deporte, y lo había practicado en la escuela secundaria. Si bien era cierto que no había jugado demasiado en los últimos años, jugó algunos partidos con amigos en San Francisco.


Cruzó los brazos delante del pecho y recostándose sobre el muro de la caseta se puso a observar a través de sus anteojos. Sentía una cierta sensación de triunfo, ya que podía observar a Pedro caminando de un lado a otro, animando a los demás jugadores. Tenía una estupenda vista del masculino trasero y de los hombros deliciosamente fornidos.


Después de la primera entrada, tuvo que admitir que era un coach bastante bueno. No se metía cuando no hacía falta, y simplemente se reía cuando algún jugador quedaba fuera de juego. Reconocía que se trataba de una competencia, y no de una batalla de vida o muerte. Era sólo un partido divertido para encontrarse con amigos, en el que todos querían ganar, pero que si perdían no era ningún drama.


Lo único que realmente la irritó fue que no la ubicara en el campo de juego, y no la dejara batear. Se dijo una y mil veces que debía ser paciente, que él no sabía que podía realmente jugar al sóftbol. Jamás había sido tema de conversación en la época en que salían juntos, así que no tenía ni idea de que ella podía ser realmente una bateadora bastante buena.


Pero cuando pasó la sexta entrada, dijo basta.






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